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Edición 30 de Enero de 2016

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| cuento |<br />

Amor<br />

canino<br />

WILFREDO MÁRMOL AMAYA<br />

Escritor viroleño<br />

Entre vuelta y vuelta escuchó como todas las noches<br />

anteriores el ladrido <strong>de</strong>l perro al otro lado <strong>de</strong>l vecindario,<br />

pero esta vez le pareció mucho más cercano que otras<br />

ocasiones.<br />

Ese día, la tar<strong>de</strong> estuvo tierna, tranquila y ventilada; la<br />

brisa vespertina trajo consigo una llovizna con relámpagos y truenos.<br />

El tiempo parecía alargarse sin pasar inadvertido. Los ladridos<br />

estuvieron haciendo eco al compás <strong>de</strong>l crepúsculo, lo que si no se<br />

escuchó fueron los pericos al pasar al caer la tar<strong>de</strong>, bueno a <strong>de</strong>cir<br />

verdad no sucedía <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hace un par <strong>de</strong> meses atrás.<br />

Añorando ese canto <strong>de</strong>l ocaso <strong>de</strong>l día y el aullido <strong>de</strong> nostalgia<br />

canina, Rita, la pequeña <strong>de</strong> la casa se fue a la cama, recordando<br />

que ahora el vecindario sólo era un montón <strong>de</strong> árboles rasgados <strong>de</strong><br />

raíz, gran<strong>de</strong>s volcanes <strong>de</strong> tierra, promontorios <strong>de</strong> ripios que no eran<br />

más que vestigios que en el gran terreno baldío vivieron personas<br />

humil<strong>de</strong>s, cuyas casas fueron arrasadas por máquinas inescrupulosas<br />

que terraciarón <strong>de</strong> un santiamén las casas humil<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l antiguo<br />

vecindario, arrojando a sus oriundos a buscar techo en otros<br />

municipios aledaños.<br />

Rita recordó la noticia que había aparecido <strong>de</strong> manera insistente en<br />

los noticieros <strong>de</strong> la televisión en las últimas semanas, <strong>de</strong>stacando<br />

como la honorable Sala <strong>de</strong> lo Constitucional, había amparado a los<br />

ilegítimos e ilegales antiguos propietarios.<br />

Esa noche, Rita logró conciliar el sueño con una i<strong>de</strong>a entre ceja y<br />

ceja: “mañana, muy temprano iré a buscarlo y traerlo conmigo a<br />

casa, así sea lo último que haga…pobre perrito…”<br />

Como niña cumplidora <strong>de</strong> sus propias promesas, se levantó,<br />

<strong>de</strong>sayunó y tomó el atajo más certero al vecindario recién usurpado<br />

por la ley, luego <strong>de</strong> sortear máquinas, columnas y herramientas <strong>de</strong><br />

construcción se encontró al perro; estaba sucio, flaco y hambriento.<br />

Por un momento la niña pensó, “pobre perrito por amor <strong>de</strong> los pellejos<br />

no se le caen los huesos”, tenía por cierto una profunda triste mirada.<br />

Ahí estaba, echado en el rincón <strong>de</strong> lo que fuera la esquina <strong>de</strong> su<br />

antigua casa, surcos acuosos color café le bajaban <strong>de</strong> sus ojos,<br />

<strong>de</strong>sconsolado <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que su familia fue <strong>de</strong>spojada <strong>de</strong>l vecindario,<br />

nadie llegó a recogerlo, y no hay manera <strong>de</strong> sacarlo <strong>de</strong>l lugar <strong>de</strong> la<br />

actual construcción, ya los trabajadores han hecho vanos intentos,<br />

pero siempre regresa. Suele ser visto <strong>de</strong>ambulando en medio <strong>de</strong> las<br />

máquinas y promontorios por los albañiles <strong>de</strong> lo que será la futura<br />

“Resi<strong>de</strong>ncial La Esperanza” que será por cierto inaugurada <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong><br />

algunos meses. Los trabajadores llaman al perro, el usurpador <strong>de</strong> la<br />

Resi<strong>de</strong>ncial.<br />

Rita se puso frente al perro, como pudo, se fue acercando lo más<br />

que pudo al perro, le dio comida y agua que puso en un pequeño<br />

recipiente, le tocó el lomo, le hizo piojitos <strong>de</strong> la cabeza a la cola,<br />

empezó a moverse en señal <strong>de</strong> confianza; le hizo unos gestos <strong>de</strong><br />

consuelo y como pudo le susurró al oído “te escucho llorar por<br />

las noches, tus aullidos <strong>de</strong> soledad llegan al cielo y golpean mi<br />

corazón nocturno, como si alguien tocase las puertas <strong>de</strong>l cielo…<br />

por favor acompáñame a tu nueva casa… te cuidaré y vivirás otra<br />

vez en familia… ven conmigo perrito lindo…”, pero el perro tomó<br />

distancia, se echó al suelo y se puso las patas <strong>de</strong>lanteras sobre su<br />

cabeza, no volvió la mirada. Se quedó quieto, inmóvil. No escuchó<br />

más las palabras <strong>de</strong> Rita. La niña dio la vuelta y retornó triste a casa,<br />

al igual que la mirada <strong>de</strong>l perro usurpador.<br />

A diversas horas <strong>de</strong> la noche, en medio <strong>de</strong> la nada, suele escucharse el<br />

aullido <strong>de</strong> un perro, con la esperanza <strong>de</strong> ser recogido por su familia,<br />

un día <strong>de</strong> estos.<br />

La Laguna, Chalatenango, 14 <strong>de</strong> septiembre <strong>de</strong> 2014. 6:11 pm.<br />

4 TRESMIL Sábado <strong>30</strong> / enero / <strong>2016</strong><br />

| narrativa |<br />

Un sábado <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la guerra<br />

IV | Gato <strong>de</strong> siete vidas<br />

Des<strong>de</strong> la edad <strong>de</strong> tres años<br />

Garibaldi tiene latente<br />

su primer recuerdo<br />

se remonta a lo más<br />

profundo <strong>de</strong> su memoria,<br />

su imaginación siempre trabajando<br />

cuando se le mete algo a la cabeza,<br />

remonta su pensamiento a su infancia.<br />

Y lo primero que viene a su memoria<br />

es algo que empieza, casi como una<br />

tragedia que no quisiera contar. Un<br />

día su mamá lo llamó <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el largo<br />

corredor <strong>de</strong> la casa. El niño salió<br />

corriendo como todo niño que busca<br />

enredarse en las faldas <strong>de</strong> su mamá,<br />

sentirse como protegido por ella. Lo<br />

llama para darle “una sorpresa” --- le<br />

dijo-, y era un enorme dulce <strong>de</strong> menta<br />

marca “Penjamo”, creo que eran<br />

mejicanos, porque así llamaban mis<br />

hermanos y hermanas mayores Fi<strong>de</strong> y<br />

Toñito a esos dulces que eran muy ricos<br />

y <strong>de</strong> chuparse los <strong>de</strong>dos. Garibaldi un<br />

niño goloso <strong>de</strong> chocolates y membrillos<br />

<strong>de</strong> guayaba como era la costumbre le<br />

encantaba como gato <strong>de</strong> siete vidas.<br />

_ Ten cuidado no te lo vayas a<br />

tragar es gran<strong>de</strong> -para qué putas<br />

me dijo- fueron las últimas palabras<br />

siendo un niño alcance a escuchar <strong>de</strong><br />

mamá “ten cuidado, no me vayas a dar<br />

un susto”, recalcando con energía bien<br />

la recuerdo.<br />

Mientras tanto, Garibaldi salía<br />

corriendo hacia el patio, no recuerda<br />

qué estaba haciendo, a lo mejor<br />

siempre inventando alguna travesura<br />

, puyando las cuevas <strong>de</strong> las arañas<br />

peludas o tirando con su ondilla <strong>de</strong> tres<br />

varas <strong>de</strong> hule piedras a las lagartijas<br />

que se arrastraban sobre las pare<strong>de</strong>s<br />

<strong>de</strong>trás <strong>de</strong> los tapiales <strong>de</strong> adobe que<br />

ro<strong>de</strong>aban la casa. Solo recuerda, que<br />

se fue saboreando aquel dulce bien<br />

a gusto saltando por todo el comedor<br />

buscando como siempre el patio. ¿No<br />

sé? ¿Cómo pasó?, pero Garibaldi en<br />

uno <strong>de</strong> esos saltos <strong>de</strong> gacela que daba<br />

fue lo primero que inconscientemente<br />

hizo, casi por inercia aquel dulce se le<br />

atraganto. En ese momento Garibaldi<br />

estaba cerca <strong>de</strong> la gran pilona llena<br />

<strong>de</strong> agua a un lado <strong>de</strong>l jardín, cuando<br />

<strong>de</strong> repente se vio ahogándose, el cual<br />

en un salto que hizo, aquel dulce <strong>de</strong><br />

“PENJAMO” se fue <strong>de</strong>slizándose<br />

hacia a<strong>de</strong>ntro; no lo pudo controlar, fue<br />

a dar directamente a su garganta En<br />

su <strong>de</strong>sesperación trató solo <strong>de</strong> solventar<br />

aquella situación, pero pasaban los<br />

segundos, su respiración se perdía tan<br />

pronto. En su angustia, se acordó <strong>de</strong><br />

su mamá, no podía ni siquiera gritar,<br />

el dulce estaba tan aprisionado que ni<br />

para a<strong>de</strong>ntro ni hacia afuera se movía.<br />

Segundos <strong>de</strong> angustias. Segundos <strong>de</strong><br />

esa lucha por las ansias <strong>de</strong> vivir, la<br />

respiración se perdía, se ahogaba y<br />

empezaba a ver todo a oscuras. Estaba<br />

sintiéndose débil, sin fuerzas, ya iba a<br />

ALFONSO VELIS TOBAR<br />

Poeta, investigador y<br />

ensayista<br />

M.A Carleton University<br />

caer. Cuando se<br />

vio in<strong>de</strong>fenso,<br />

recordó a su<br />

mamá, quien<br />

se encontraba<br />

<strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> la<br />

casa, a unos treinta<br />

metros <strong>de</strong> distancia, pues minutos antes<br />

Garibaldi la había <strong>de</strong>jado en la sala<br />

cosiendo ropa y unos calcetines <strong>de</strong> su<br />

papá Toño que todavía no había llegado<br />

<strong>de</strong>l trabajo, pues eran más o menos las tres<br />

<strong>de</strong> la tar<strong>de</strong> y el sol estaba muy brillante...<br />

También por esa mala suerte, ninguna<br />

otra persona, ni sus hermanos, ni Beto<br />

Zetino que acostumbraba algún quehacer<br />

en el patio, ni la tía Mary se encontraban<br />

para que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la cocina a través <strong>de</strong> la<br />

ancha ventana pudiera darse cuenta <strong>de</strong><br />

aquella agonía que estaba Garibaldi<br />

viviendo en segundos que pasaban pues<br />

se estaba ahogando, ya pelando “cushta”<br />

como <strong>de</strong>cimos. Deseando que alguien<br />

llegara a auxiliarlo, pues <strong>de</strong> verdad se<br />

moría, se asfixiaba, nadie dio un grito <strong>de</strong><br />

alerta e ir en su auxilio.<br />

Recuerda que todavía tenía un poco<br />

<strong>de</strong> conciencia <strong>de</strong> lo que estaba pasando,<br />

eran vitales aquellos segundos que<br />

pasaban a velocidad in<strong>de</strong>scifrable, todo<br />

le daba vueltas. Todavía le quedaban<br />

fuerzas para correr entre alucinaciones<br />

en su mente, sentía que todo se le iba<br />

opacando con mucha velocidad. Y todo<br />

le daba vueltas y vueltas a su alre<strong>de</strong>dor<br />

entre la oscuridad y la luz que se va<br />

<strong>de</strong>svaneciendo. En su <strong>de</strong>sesperación<br />

sólo se acordó <strong>de</strong> su mamá, esa imagen<br />

sagrada para un niño <strong>de</strong> apenas sólo tres<br />

años que no tenía conciencia <strong>de</strong> prevenir<br />

los peligros <strong>de</strong> la muerte. Garibaldi<br />

corriendo, trastrabillando cruzó el largo<br />

corredor. Garibaldi, no se acuerda ni<br />

como cruzo el corredor ni pudo ver <strong>de</strong><br />

pasada la imagen <strong>de</strong> <strong>de</strong> la Última Cena<br />

<strong>de</strong> Leonardo da Vinci. Luego pasando<br />

un pequeño arco, su mamá alcanzó a<br />

verle. La niña Margarita, luego imaginó<br />

el problema, mientras Garibaldi en su<br />

agonía <strong>de</strong>sesperada fue a caer a sus pies,<br />

oyendo a lo lejos el eco <strong>de</strong> un grito muy<br />

hondo, <strong>de</strong> angustia aterradora<br />

-- ¡Ay mi hijo se me muere!<br />

-- ¡Ay Ayúdame Dios mío! Y en<br />

verdad aquel niño ya estaba en sus<br />

últimos alientos, porque sí se tarda un<br />

poquito no estuviera ni contando el<br />

cuento <strong>de</strong> tragedia fatal que lamentar<br />

toda la vida. Igual como él. Día que día<br />

también Garibaldi vio morir a su primito<br />

<strong>de</strong> seis años Lipito, que se ahogo con una<br />

semilla <strong>de</strong> zapote rojo, y cuando buscaba<br />

ayuda ya fue a caer muerto, lo mismo<br />

le estaba pasando a Garibaldi quien<br />

perdió por completo el conocimiento,<br />

sintiéndose tan débil, las fuerzas se<br />

terminaban. Eso lo contaba días <strong>de</strong>spués<br />

su mamá-. En la cama recobrándose<br />

<strong>de</strong>l susto <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber sido rociado<br />

<strong>de</strong> su espalda con los Siete Espíritus y<br />

llevarlo ante el cura Linares en la capilla<br />

<strong>de</strong>l pueblo, a rezar los Santos Evangelios<br />

con el agua bendita como se cree bueno<br />

para los sustos y así se evita hincharse<br />

por el mismo susto, y luego recuperarse<br />

<strong>de</strong> aquel percance.<br />

Cuando ya había pasado el susto.<br />

La niña Margarita solía contar la historia,<br />

<strong>de</strong> cómo había logrado volverlo en sí.<br />

Dice que cuando lo vio pálido, blanco,<br />

ya estaba todo aguado <strong>de</strong> su cuerpo<br />

cuando lo tomó en sus brazos, sólo se<br />

acordó <strong>de</strong> aclamar a Dios para colgarlo<br />

muy rápido <strong>de</strong> los pies con la cabeza<br />

abajo dándole súbitas palmadas en su<br />

espalda, apretó su estómago fuertemente<br />

metiéndole el <strong>de</strong>do por la boca y vio<br />

que el dulce ya había saltado fuera <strong>de</strong><br />

su garganta haciendo que aquel niño<br />

súbitamente reaccionara a gran<strong>de</strong>s<br />

ahogos, <strong>de</strong>rramando bocanadas <strong>de</strong> saliva,<br />

dando profundos suspiros, lanzando un<br />

enorme llanto <strong>de</strong> aliento como si hubiera<br />

salido <strong>de</strong> un enorme túnel negro. Y costó<br />

pero con Dios y ayuda <strong>de</strong> todos los<br />

santos <strong>de</strong>l cielo, logró recobrarse y oía<br />

que su mama contaba con ojos llorosos<br />

aquel susto.<br />

Aunque momentos <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l<br />

susto, su mama lo castigo con la correa<br />

<strong>de</strong> cuero, creía que había <strong>de</strong>sobe<strong>de</strong>cido<br />

cuidado. Oyéndola <strong>de</strong>cir “yo tengo la<br />

culpa por darle esos malditos dulces”,<br />

creo que ella estaba llorando sobre la silla<br />

y lloraba <strong>de</strong> alegría sintiéndose culpable;<br />

ella misma se acusaba por aquella<br />

impru<strong>de</strong>ncia cometida sin percatarse<br />

antes <strong>de</strong> las consecuencias que pudieron<br />

ser fatales a nuestra familia... Por suerte<br />

todo pasó a feliz momento. Pues quizás<br />

a esta hora ya estuviera gozando <strong>de</strong><br />

los angelitos allá en el limbo <strong>de</strong>l cielo<br />

don<strong>de</strong> <strong>de</strong>cía su abuelito “Papanel” que se<br />

van todos los niños que mueren a muy<br />

temprana edad.<br />

En verdad aquel día Garibaldi se<br />

vio tentado por la muerte. Y aquellos<br />

dulces <strong>de</strong> menta marca “Penjamo” ya<br />

no se volvieron a ver más en la casa y<br />

se prohibió a las muchachas no darles<br />

dulces a los niños sin consentimiento<br />

<strong>de</strong> su mamá quien llegó hasta odiarlos.<br />

Des<strong>de</strong> entonces como toda mamá que<br />

recibe también su lección siempre<br />

estaba recomendando a las muchachas<br />

que cuidaban <strong>de</strong> los cipotes tener más<br />

cuidado con Garibaldi y sus otros<br />

hermanos José Antonio, Fi<strong>de</strong>la Isabel,<br />

Ethel Araceli, Rigoberto Isidro y Miguel<br />

Ángel estaba <strong>de</strong> brazos y Víctor todavía<br />

no había nacido entonces su mama tuvo<br />

sumos cuidados<br />

Mientras tanto la vida seguía su<br />

curso corriendo en el tiempo. En fin <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />

aquel ancho patio Garibaldi contemplaba<br />

junto con sus hermanos, primos <strong>de</strong> la<br />

familia o amigos <strong>de</strong> su camada querida<br />

la puesta <strong>de</strong>l sol en el horizonte <strong>de</strong> los<br />

altos montes, luego miraba las nubes<br />

entre el cielo tan azul o celeste cuando<br />

a lo lejos, se reflejaba el resplandor <strong>de</strong>l<br />

crepúsculo. Se retiraba cuando llegaba<br />

la noche, <strong>de</strong>spués se iba a mirar <strong>de</strong><br />

las estrellas su resplandor. Gustaba<br />

contarlas por miles con el <strong>de</strong>do pulgar,<br />

casi las tocaba y a veces era lluvia <strong>de</strong><br />

estrellas, miraba su sombra por el suelo;<br />

siguiéndola sin po<strong>de</strong>rse atrapar uno al<br />

otro, hasta hoy sombra y cuerpo nunca<br />

se pudieron atrapar. En realidad era una<br />

fantasía que bullía en la imaginación<br />

<strong>de</strong> aquel niño cargada <strong>de</strong> inocencias y<br />

grotescas perversida<strong>de</strong>s, pensando solo<br />

en hacer travesuras, aunque era <strong>de</strong> mente<br />

meditabunda, pues a veces se le miraba<br />

cayado, pensando o con un libro sentado<br />

en el enorme troncón <strong>de</strong> ciprés en el patio<br />

en que don Toño su papa también suele<br />

leer novelas y cuentos que le encantan,<br />

lo viven Garibaldi y sus hermanos.<br />

Aquella hermosa casona era un retrato<br />

ancho mundo lleno <strong>de</strong> aventuras y<br />

corazón <strong>de</strong> infancia.

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