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VE-23 ABRIL 2016

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Las primeras briznas de hierba siempre le provocaban una<br />

pequeña sonrisa y corría atolondrado hasta llegar a su rincón<br />

preferido. Una losa de mármol nívea, lisa y grabada con minúsculas<br />

letras pálidas e insulsas. Y allí se quedaba esperando, sentado<br />

paciente y envolviendo sus piernas en un abrazo interminable.<br />

Cada primer día de verano, se despertaba destemplado,<br />

con frío, siempre lo tenía. Frotaba sus manos con energía y levantaba<br />

la mirada hacia la tétrica puerta de la entrada. Notaba su proximidad,<br />

cuando la respiración se aceleraba y el vaho ocupa todo su espacio. Y<br />

allí estaba ella, más delgada y consumida que la última vez que la vio.<br />

Sus manos se aferraban a un discreto ramo de amapolas y girasoles y<br />

sus ojos se mostraban hinchados y dolorosos. Se paró junto a él y<br />

acarició la piedra depositando las flores y rezando una letanía que no<br />

lograba escuchar con claridad. Bertolo le tendió la mano, ella miró al<br />

vacío y exhaló un aliento cálido que abrasó sus pulmones, suspiró y<br />

se dio la vuelta. Despacio, como si de un cortejo se tratase, fue<br />

abandonando el cementerio. Bertolo la siguió con la mirada hasta que<br />

solo fue una sombra lejana. No entendía porque su madre le seguía<br />

castigando diez años después de su travesura en el río.<br />

Mª Belén Mateos Galán (Zaragoza)<br />

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