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la paraíta
EL PROPIETARIO. Pepe Hidalgo hijo regenta la abacería El Redoble, situada en la calle Macarena.
DE CASTA LE
VIENE A HIDALGO
El Redoble debe su nombre al macarenismo de
su dueño, hijo del célebre tambor de la Centuria
Texto: Álvaro R. del Moral
Fotos: Estefanía González (Atese)
Se llevó veinte años tocando con la
Centuria. Y eso imprime carácter. Su
apellido, y ese inconfundible redoble
que tensa la espera en la Madrugá pusieron
el nombre al local, que se bendijo a las
plantas de la Virgen del Rosario y abrió sus
puertas en la calle Macarena. Más no se
puede pedir. La abacería de Pepe Hidalgo,
hijo del incombustible tambor de esa
Roma según Sevilla que se aprende bajo
las plumas de avestruz, cumplirá pronto su
primer año de vida. Si el trato se cerró en
octubre, en plena Cuaresma se liaban la
manta a la cabeza para meterse de lleno en
la vorágine de los días grandes. Ésos mismos
que, con la vista en el Miércoles de
Ceniza, ya están a la vuelta de la esquina.
“Nuestro local es cofrade y rociero; nos
gustan las cosas de Sevilla”, sentencia
22 ● mp7 ● febrero 2012
Un armao de siete años
De las paredes, cuelga esta fotografía del joven
Hidalgo, vestido de armao, echando un sueñecito
sobre unos barriles tras una larga Madrugá.
TRASTIENDA
Para comer. La
casa está especializada
en montaditos
variados y en chacinas
selectas. Con
el buen tiempo, se
pueden disfrutar los
veladores y los
barriles de la calle.
Para beber. Como
suele ser habitual
en estos trances,
manda la rubia más
famosa. También
la copa larga para
las tertulias que se
van alargando.
Buena selección de
vinos.
Dirección. La
abacería El Redoble
abre sus puertas
en el número 6 de
la calle Macarena,
junto a la muralla.
Hidalgo abriendo las puertas de su casa a
amigos de toda la ciudad. Sin renegar de
su macarenismo, “éste es mi barrio y mi
ambiente”, el antiguo armao recibe a todos
por igual aunque una visita especial puso a
prueba sus emociones: “Tuve aquí a la
Centuria en uno de sus ensayos por la
calle. No podía imaginarme que pudieran
visitar mi casa, el corazón me llegaba a la
muralla; estas cosas no se comprenden si
no se sienten”, recuerda este abacero que
mamó desde muy pequeño el espíritu de
ese breve ejército de corazas que sigue al
Señor de la Sentencia en su estación anual
de la Madrugá.
Y de muestra, un botón. Uno de los
recuerdos más preciados que atesora en su
local es una fotografía que lo retrata con
sólo siete años, vestido de armao y dormido
sobre un barril de cerveza. La vida a
veces tiene esas premoniciones. “Hay
quien compara mi cara de niño dormido
con la del Niño Jesús de la Virgen del
Rosario de un cuadro de José Antonio
Contreras que cuelga en las paredes de la
Abacería”, recuerda Pepe sin dejar de dar
gracias a Ésa que vive junto al Arco por
poder salir adelante con un empeño
empresarial en estos tiempos de estrecheces
que desaniman al más pintado.
Protección no le falta: la Virgen de la
Esperanza, las cuentas del Rosario, el
barco ancho de la Sentencia, la muralla
vieja que le da sombra y ese redoble eterno
que desata emociones antiguas.