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Foto para la historia. Sebastián Santos, en su estudio, con el padre Ardales (su amigo, crítico y mentor) y sus alumnos José Vázquez y Paz Vélez.
sar sus obras más portentosas (esas que
hacen pensar en lo fácil que tiene que ser
esculpir); tras enumerar los honores por él
recibidos en círculos extranjeros menos
catetos; tras felicitarlo “porque no tiene
Primera Medalla de la Nacional de Madrid,
ni es académico amojamado, ni profesor
titular, ni pierde su precioso tiempo en la
calle, y porque a pesar de su obra ingente y
magnífica aún se le niega la sal y el agua,
¡como si el artista bueno pudiera ser negado!”;
tras todo esto, en fin, le recuerda al
artista que aquel que verdaderamente lo es,
cual era su caso, “mientras vive, debe ser
un ermitaño, siempre a solas con sus
nobles inquietudes y su tarea, sin importarle
poco ni mucho que lo entiendan o no lo
entiendan, que lo admiren o lo detesten,
que lo enriquezcan o lo arruinen, que lo
nieguen o lo afirmen con admiración”. Ese
alejamiento del mundanal ruido “tiene
muchos encantos; algunos, el de no ver a
los ratones que le roen los huesos y el de no
oír a las ranas croar en el lago de la
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● La soledad del artista
verdadero tiene entre sus
encantos, escribió, el de
«no oír a las ranas croar
en el lago de la Envidia»
Envidia”. Desde luego, no cabe reprochar a
ese cronista que no supiera defender a sus
amigos. Y así siguió, visitándolos en sus
fábricas de prodigios repartidas por el centro
de la Sevilla de los cuarenta: Fernando
Marmolejo, Antonio Bidón, Francisco
Hohenleiter, los batihojas Fernández, Ángel
Amores... Para volver, siempre que podía, al
barrio de San Vicente. Allí le comentó don
Antonio un plan. “Sí, el que llevo en la
cabezadesdehacetiempoyhastaquenolo
vea en la realidad no paro”, que era lo
siguiente: “Instalar una amplia nave donde
pueda dar a satisfacción clases de imaginería
a tantos muchachos de buena fe como
se me presentan. Dogmatizar prácticamente
sobre este arte, analizarlo desde sus inicios
a fin de fomentar la afición a la escultura
religiosa en Sevilla. Después de los
indispensables estudios de dibujo, modelación,
talla y ornamentación, lanzar a los
muchachos a buscar las distintas expresiones.”
Pero en aquellos tristes años no
cabían ya más sueños.