PASIÓN.es - El Correo de Andalucía

duque de Alba a sucesivos domicilios provisionales
en la capital sevillana hasta que
recalaron en la calle Relator, primera casa
estable de una familia que empezaba a
respirar económicamente gracias a los primeros
éxitos taurinos de Rafael, hermano
de José. La vecindad con la feligresía de
San Gil hizo el resto. La señora Gabriela
se hace ferviente devota de la Esperanza, a
la que sigue descalza, como penitente de
promesa, en su estación de la Madrugá.
Aquella devoción pasa a su hijo que desde
muy pequeño muestra una enorme identificación
por la imagen que convierte en el
Norte y guía de su vocación torera.
De la casa de Relator, la familia Gómez
Ortega pasaría sucesivamente a otro
domicilio de la calle Santa Ana y a la definitiva
mansión de la Alameda de
Hércules, que se convierte en cuartel del
gallismo. La cercanía a la parroquia de
San Lorenzo también sería fundamental
para completar el altar de devociones de la
madre de los Gallo. A sus visitas al Gran
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Fervor macareno
Joselito, que organizó
varias corridas a
beneficio de la hermandad,
hizo entronizar
una imagen de la
Esperanza en la capilla
de su casa de la
Alameda. La conocida
foto que le retrata vestido
de nazareno
–posiblemente sea un
montaje– sí sirve para
atestiguar su profunda
relación con la cofradía,
fundamental en
las primeras décadas
del siglo XX.
La vocación soleana
de la dinastía Gallo
Hasta ahora era poco conocida la vinculación
de los Gallo con la hermandad de la
Soledad. Fernando Gómez Ortega fue el
segundo en ingresar en la corporación, el
3 de abril de 1917. De escasos bríos, no
pasó de banderillero a las órdenes de su
hermano José, al que acompañó en la
aciaga tarde de Talavera. No le sobreviviría
demasiado tiempo. Al año siguiente
moría repentinamente en Sevilla. El archiconocido
Ignacio Sánchez Mejías, inmortalizado
por la elegía de Lorca y cuñado
de Joselito por su matrimonio con su hermana
Lola, también ingresaría en la corporación
en 1920. Los tres gallos soleanos
–Gabriela, Fernando e Ignacio– están
enterrados junto a José en el panteón del
cementerio de San Fernando.
Poder se suma un creciente fervor por la
imagen de la Soledad que logró desempolvar
el incansable archivero de la corporación
del Sábado Santo, Ramón
Cañizares Japón. El propio Cañizares asocia
el recorrido que realizaba la cofradía
de la Soledad en la noche del Viernes
Santo a la devoción de doña Gabriela
Ortega. Al efecto, en 1918 el entonces exiguo
cortejo de nazarenos blanquinegros
tomó la Alameda de Hércules y las calles
Santa Ana, Santa Clara y Eslava en su
vuelta a la parroquia de San Lorenzo “en
medio del general entusiasmo de todo el
barrio”, según recogen las actas de la hermandad
que en aquellos años fundamentales
se encuentra inmersa en la adopción
de su definitiva identidad como cofradía
de barrio. Esas mismas actas certifican la
cualidad de gran benefactora de la hermandad
de la madre de los Gallo, que
recibió la visita de una diputación de la
junta de gobierno en 1915 para cumplimentarla
por “el interés que toma por
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