REVISTA PESCA NOVIEMBRE 2016

EL ALTA MAR
Los humanos solemos creer que tenemos derecho a todo
cuanto haya, ya sean sinsontes, bocones, hormigas,
ballenas, atunes, ranas y millones de formas de vida con
las que compartimos espacio.
Aunque tal vez no seamos los únicos que creen que el
mundo o incluso parte de él nos pertenece, ninguna otra
especia parece ser tan consciente de las consecuencias
de una acciones que podrían ir en detrimento de nuestra
supervivencia última y preocuparse no solo de las generaciones
presentes, sino también futuras, e incluso del
destino de otras formas de vida. Quizá sea un instinto de
supervivencia profundamente enraizado; o tal vez entrañe
ciertos matices de altruismo, otra característica que
se manifiesta de vez en cuando en otras especies. Sea lo
que sea que nos concede ventaja como especie, es ahora
cuando empezamos a darnos cuenta de la magnitud
de los impactos destructivos que hemos causado y seguimos
causando al mundo natural que nos mantiene y
a preocuparnos por las consecuencias que ello tendrá
para nosotros. Esto es especialmente cierto de nuestra
relación con el mar. Ahora que lo sabemos, es urgente
que nos replanteemos las políticas que nos han abocado
al peligroso lugar en el que nos encontramos.
La actitud del Salvaje Oeste, del todo vale, que en su día
caracterizaba a todo el Océano se ha visto ligeramente
atenuada, si bien la “zona de alta mar” – el 64% del océano
situado fuera de las zonas reivindicadas por diversos
países – sigue funcionando como un lugar en el que
individuos empresas y países pueden viajar sin limitaciones
y, para once naciones que se dedican a la pesca industrial,
es en gran medida una gresca azul.
En el siglo XV, España y Portugal intentaron reclamar los
derechos de pesca en extensas zonas del océanos, ya
que ambos creían que los mares estaban allí para servirlos,
una idea osada, sin apenas posibilidades de materializarse.
La incapacidad para controlar o defender las exigencias
sobre el océanos dio lugar en el siglo XVII a la
idea de Mare Liberum, literalmente, “libertad del mar”,
obra del holandés Hugo Gotius. Una consecuencia de
dicho concepto fue la presunción de que el océano era
un recurso inagotable y que no requería restricciones.
Hasta finales del siglo XVIII, las naciones no reclamaron
una autoridad efectiva sobre ninguna región oceánica,
excepto en algunas zonas donde las sociedades defendían
sus “derechos” sobre las poblaciones locales de pescado
y otros recursos valiosos.
Desde la segunda guerra mundial se han desarrollado
numerosos tratados internacionales a través de Naciones
Unidas e instituciones afiliadas en relación con la esclavitud,
la piratería, el tráfico marítimo de drogas y la conservación.
La lista es extensa, pero ahora existen centenares
de regulaciones nacionales, regionales y globales
sobre el medio ambiente en relación con la gestión de
las pesquerías, los mamíferos marinos, la eliminación de
residuos, la respuesta a los vertidos de petróleo y el
cambio climático.
DE “UN MUNDO AZUL” por Sylvia Earle
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