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Ficción

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“Voy a hacerte lo que a nadie le haré.<br />

No importa lo que pienses me arriesgaré.<br />

Y, aunque sé que las llevo de perder,<br />

Prefiero dar un salto a lo desconocido.”<br />

—gloria trevi<br />

I<br />

Después del entierro del tío Alcides —a quien unos terroristas<br />

mataron a machetazos—, el abuelo Avelino nos embarcó a<br />

mí y a mi madre en un camión rumbo a Lima. Pasaba que alguien<br />

acusó a mamá de acaparadora y soplona, y la tenían en la lista negra.<br />

En la capital, nos instalamos en un callejón de La Victoria y mi vieja<br />

me matriculó en un colegio de mujeres de Matute, el Isabel la Católica.<br />

Recuerdo que el primer día de clases me sentí insignificante. Soy chiquita<br />

—mido metro cuarenta y cinco, y soy plana por delante y por detrás—,<br />

pero mis compañeras ya eran unos mujerones. Altas, culonas, tetonas y<br />

hablaban tonterías: de escaparse, de robos, de pichula y cache.<br />

Apenas podía defenderme de esas grandazas. Las más forajas —que<br />

ya fumaban hierba, pasta y chupaban macerado de coco con anisado—<br />

me batían como a hijo.<br />

—¿Clementina? Qué nombre más chontril —me decían.<br />

—¿Por qué hablas tan lento?, serrana. Ya avíspate, pues.<br />

—¿De Marcapomacocha? Segurito que terruca, apanado por eso,<br />

muchachas.<br />

Pero, por suerte, conocí a Rita Cabrejos. Recuerdo que ella me<br />

encontró llorando después de que las abusivas me apanaran por mi<br />

cumpleaños.<br />

—Oye, amiga —me dijo—. Tienes defenderte, si no serás una<br />

zapatilla toda tu puta vida.<br />

—Es que no puedo con esas. Son demasiado fuertes para mí.<br />

—No te preocupes, Chata. Yo te enseñaré a mecharte.<br />

Y me llevó al gimnasio e hizo que golpeara el saco de boxeo. Le di<br />

patadas, manazos, rodillazos.<br />

—Más duro, Chata. Más duro. Para que las cagues.<br />

—Chatix —me dijo Rita días después—. Ya te llegó la hora de pelear.<br />

—No, Negra. Todavía no.<br />

—No te chupes, pues, carajo.<br />

—¿Y con quién pelearé?<br />

—Con una maleada, pues, con una de las TKCH. Solo así te<br />

harás respetar.<br />

—Oye, Marraja Flores —le dijo Rita a una de las cabecillas—, la<br />

Chatix dice que eres una machorra tijeretera. Que te gusta chuparles<br />

el poto a las mujeres.<br />

—¿Qué cosa?<br />

Aquella tarde Flores me partió el tabique. Me dejó este caballete<br />

horrible que tengo. Por fortuna, yo le abrí el pómulo de un sopapo y,<br />

desde ese día, las maleadas dejaron de batirme.<br />

II<br />

TBC, TKCH y TDG. Así se llamaba la pandilla liderada por una<br />

ratera de quinto conocida como Patrulla Vélez. La integraban forajas<br />

de distintas secciones. Recuerdo cuando se apropiaron del control<br />

del kiosco de comida en una tremenda pelea con Las Cucarachas de<br />

Matute. Sacaron hasta chaira.<br />

Las TKCH le robaban a las lornas. Se tiraban la pera con los del<br />

Melitón Carvajal. Se iban a Agua Dulce a jugar a la botella borracha.<br />

Se encerraban en antros clandestinos a drogarse y a cachar. Le<br />

coqueteaban a los profes.<br />

Después de la pelea con Flores, a Rita y a mí nos invitaron a unirnos<br />

a las TKCH. Respondimos que sí y, ese viernes mismo, nos agarramos<br />

a golpes con las del Fanning. Luego las TKCH nos llevaron a una<br />

encerrona con los del Melitón. Me vendaron los ojos, por eso no sé<br />

quiénes me pasaron por encima.<br />

A los dos meses, por tanta juerga y faltas, salí hasta el queso en<br />

números. Rita también sacó 03 en matemáticas. Y ella sí que la padeció,<br />

porque su madre la castigó con el cordón de la plancha.<br />

Rita se empeñó, pero no le entraba la geometría ni a palos y, en la<br />

siguiente prueba, sacó 02. Fue entonces cuando decidió ir donde el<br />

profesor Deyvis Anhuamán.<br />

—Querido prosor, no es justa mi nota, yo estudié harto, se lo juro,<br />

pero todo me salió mal, me paralicé, casi me orino en el salón y, cuando<br />

usted me devolvió ese 03, me dio vergüenza, ganas de desaparecerme.<br />

—Pero toda es mi culpa, prosor, no de usted, que es tan respetado y<br />

nos entiende a nosotras, porque es joven, como un hermano, y yo me pregunto<br />

si podría encomendarme una tareíta extra para subir el promedio.<br />

—Diga que sí, prosor. Please, please.<br />

—Prosor, es que casi no tengo tiempo de repasar las lecciones, mi<br />

tía Mashol nunca apaga la salsa en mi casa. Además, con mi madre,<br />

nos desvivimos en las Nazarenas y ya se vienen las procesiones del<br />

Señor de los Milagros.<br />

—Y, si repito de año, prosor, tal vez mi madre me saque del colegio,<br />

ya no seré maestra de lenguaje, me gustan tanto los poemas de amor<br />

de Pablo Neruda, desertaría y usted no me vería jamás de los jamases.<br />

Mis manos se arruinarán trabajando en el mercado con mi vieja.<br />

—Manos callosas de pescadera, prosor. Manos horribles.<br />

—Claro, ¿cómo no?, prosor. Tóquelas, siéntalas, ¿no son suavecitas?<br />

—Y, Chatix, a Anhuamán se le notaba el bulto en el pantalón, y<br />

me dijo “están prohibidas las asignaciones extras, señorita Cabrejos,<br />

pero, si lo desea, le puedo brindar unas clasecitas privadas”.<br />

—Pero, profesor, yo no tengo cómo pagarle, soy pobre.<br />

—No se preocupe, señorita, se las daré gratis. Pero eso sí, chitona,<br />

que esto quede entre usted y yo, porque, si la directora Chamochumbi<br />

se entera, puede pensar tonterías.<br />

—¿Qué puede pensar?<br />

—Que entre usted y yo hay algo romántico.<br />

—No se preocupe, prosor. No diré nada.<br />

—No me digas prosor, Ritita, dime Deyvis.<br />

III<br />

—Chatix, el imbécil me citó en un huarique de México con Abtao,<br />

una picantería sin nombre.<br />

—Ritita, ¿tienes hambre?, —me preguntó—. Pide lo que quieras.<br />

—Ni cojuda que fuera, Chatix. En one, me ordené una sopa<br />

de menudencias con el hígado bien arenoso como me gusta y un<br />

bistec a lo pobre.<br />

VICE 31

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