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aristocrático de la vida. <strong>El</strong>la soñaba con acercarse a él desde hacía años. La<br />
lista de amantes de “il Duce” era tan larga como la de Don Giovanni. Mussolini<br />
era un héroe futurista y cinemático de puño hercúleo y retórica<br />
magnetizadora: hermoso, elocuente, viril. Ninguna mujer se le resistía.<br />
Conforme al credo programático de su amigo el poeta Marinetti, amaba el<br />
peligro, tenía el hábito de la energía y era temerario como un tigre. ¿Cómo no<br />
amar su facha imponente?, se diría Claretta mientras miraba y remiraba el<br />
esplendor de su ídolo potente en todas sus apariciones públicas y le escribía<br />
cartas de amor que eran soliloquios de loca “innamorata”. Con las excepciones<br />
de rigor, las mujeres italianas lo adoraban, tiraban flores a su paso, ofrecían<br />
sus vientres a su potente semilla (otra leyenda colgada del líctor victorioso en<br />
todos los desfiles, su potencia seminal y prodigiosas virtudes procreadoras),<br />
los hombres italianos lo emulaban y obedecían. Era un payaso carismático<br />
aclamado como un dios olímpico, una deidad deportiva al servicio de un<br />
estado concebido a su medida autocrática. Los pueblos suelen mostrarse<br />
crédulos ante este tipo de demagogos populistas por motivos arcanos. Clara lo<br />
había visto tantas veces en las pantallas y en algunos encuentros que lo había<br />
transformado en el “principe azzurro” de un cuento de hadas tan azul como la<br />
escuadra futbolística que daría gloria mundial a Italia en aquellos años.<br />
Imaginemos ahora, durante los años treinta y primeros cuarenta, las<br />
interminables conversaciones telefónicas de Clara y Benito, a cualquier hora<br />
del día, como en una de esas películas de “teléfonos blancos”, tan odiadas por<br />
los neorrealistas, que hicieron la infamia del cine italiano de los años treinta,<br />
ese mismo en el que Claretta aspiró a ser actriz sin demasiada convicción<br />
(vivía ya en una película, para qué buscar otra con peor partenaire). Un<br />
escenario lujoso, de techos altos y estancias inmensas con muebles en riguroso<br />
blanco y negro: Clara aprieta el teléfono contra su oreja mientras al otro lado<br />
del hilo “il Duce”, el hombre más <strong>poder</strong>oso de Italia, acostumbrado a clamar<br />
consignas estentóreas de obediencia inmediata, susurra palabras de amor,