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Excodra XXI: El poder

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aristocrático de la vida. <strong>El</strong>la soñaba con acercarse a él desde hacía años. La<br />

lista de amantes de “il Duce” era tan larga como la de Don Giovanni. Mussolini<br />

era un héroe futurista y cinemático de puño hercúleo y retórica<br />

magnetizadora: hermoso, elocuente, viril. Ninguna mujer se le resistía.<br />

Conforme al credo programático de su amigo el poeta Marinetti, amaba el<br />

peligro, tenía el hábito de la energía y era temerario como un tigre. ¿Cómo no<br />

amar su facha imponente?, se diría Claretta mientras miraba y remiraba el<br />

esplendor de su ídolo potente en todas sus apariciones públicas y le escribía<br />

cartas de amor que eran soliloquios de loca “innamorata”. Con las excepciones<br />

de rigor, las mujeres italianas lo adoraban, tiraban flores a su paso, ofrecían<br />

sus vientres a su potente semilla (otra leyenda colgada del líctor victorioso en<br />

todos los desfiles, su potencia seminal y prodigiosas virtudes procreadoras),<br />

los hombres italianos lo emulaban y obedecían. Era un payaso carismático<br />

aclamado como un dios olímpico, una deidad deportiva al servicio de un<br />

estado concebido a su medida autocrática. Los pueblos suelen mostrarse<br />

crédulos ante este tipo de demagogos populistas por motivos arcanos. Clara lo<br />

había visto tantas veces en las pantallas y en algunos encuentros que lo había<br />

transformado en el “principe azzurro” de un cuento de hadas tan azul como la<br />

escuadra futbolística que daría gloria mundial a Italia en aquellos años.<br />

Imaginemos ahora, durante los años treinta y primeros cuarenta, las<br />

interminables conversaciones telefónicas de Clara y Benito, a cualquier hora<br />

del día, como en una de esas películas de “teléfonos blancos”, tan odiadas por<br />

los neorrealistas, que hicieron la infamia del cine italiano de los años treinta,<br />

ese mismo en el que Claretta aspiró a ser actriz sin demasiada convicción<br />

(vivía ya en una película, para qué buscar otra con peor partenaire). Un<br />

escenario lujoso, de techos altos y estancias inmensas con muebles en riguroso<br />

blanco y negro: Clara aprieta el teléfono contra su oreja mientras al otro lado<br />

del hilo “il Duce”, el hombre más <strong>poder</strong>oso de Italia, acostumbrado a clamar<br />

consignas estentóreas de obediencia inmediata, susurra palabras de amor,

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