VE-32 ABRIL 2017
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Con vistas al mar<br />
La piscina del hotel había adquirido un precioso tono coral.<br />
Maggie tenía las piernas parcialmente sumergidas dentro del<br />
agua, un daiquiri en una mano y un cigarrillo a punto de convertirse<br />
en colilla en la otra. Su humo ascendía muy despacio, mezclándose<br />
con el humo procedente de lo que quedaba de la barbacoa de aquella<br />
misma tarde. Maggie se ajustó el enorme sombrero de paja y alzó la<br />
cabeza con un gesto teatral. Siempre había pensado que el atardecer<br />
de la costa oeste tenía algo mágico. De pequeña, solía pasar las<br />
vacaciones de verano no muy lejos del hotel en el que se encontraba<br />
en aquel preciso instante, apenas quince kilómetros al este.<br />
El agua del mar allí donde veraneaba también cogía ese singular<br />
tono coral, justo antes del atardecer.<br />
Maggie dio una profunda calada y cerró los ojos, imaginando el<br />
tacto de la arena en sus pies, el tacto de la playa de su infancia. Era un<br />
sueño absurdo, tan sólo tenía que bajar al garaje del hotel, subir al<br />
borde de su flamante Mustang de color púrpura, y ¡voilà! En menos<br />
de quince minutos estaría en el paseo marítimo del pueblo. En menos<br />
de veinte minutos podría tocar el agua con los pies.<br />
El color de la piscina cambió paulatinamente de intensidad.<br />
Cada vez había menos tono coral y más rojo sangre. Maggie seguía<br />
moviendo los pies al ritmo de la tranquila música de jazz proveniente<br />
de la zona de la barbacoa. El disco se había rayado desde hacía por lo<br />
menos un par de horas y reproducía la misma canción sin parar.<br />
La piel de sus pies se arrugó y se tiñó de rosa. Maggie sonrió y<br />
apuró el daiquiri. Apartó de un suave empujón con el pie una cabeza<br />
flotante. La piscina estaba teñida de rojo. Los pies de Maggie<br />
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