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Web_Quid68

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Vestida al uso de 1890, una platinada muy carnosa que camina como hombre, canta un blues<br />

bastante picante, acompañada nada menos que por la orquesta de Duke Ellington. La audiencia,<br />

mayormente masculina, solo tiene ojos para ella. No es para menos: su voz es potente<br />

y preciosa, mira hacia arriba con los párpados de pestañas larguísimas a media asta, y golpea<br />

al aire con un paraguas que empuña como si fuera una fusta. La letra es casi una apología de<br />

la prostitución: “Yo tenía un buen hombre en Memphis, pero el tonto se murió/ Yo tenía un<br />

buen hombre en Memphis, pero su mujer lo acuchilló. Él era su hombre, es cierto, pero venía<br />

a verme a veces./ Subía seis pisos por escalera, muy contento para llegar a mi departamento./<br />

Él sabía lo que era el romance, pero su mujer de mente estrecha no lo entendió y ahora con<br />

lo que hizo, él ya no sirve a ninguna de las dos./ Por lo tanto: ricachones de Nueva Orleans,<br />

espero vengan a mí”. La película se llama Belle of the Nineties y la protagonista, nacida un 18<br />

de agosto, 41 años antes, en Brooklyn, es, para el momento del estreno en 1934, la estrella<br />

mejor paga de la Paramount Pictures. El mundo la conoce como Mae West. “Nunca he perdido<br />

dinero comprando arte o bienes raíces. Lo usé para estar a gusto. El dinero no compra la<br />

felicidad, pero es una gran poción de amor para una aventura. Se compra una buena cama con<br />

sábanas limpias y el tiempo para disfrutar de todo. Si usted tiene dinero, usted tiene menos de<br />

qué preocuparse, y preocuparse echa a perder la apariencia”.<br />

Bastante lejos de todos los modelos femeninos típicamente hollywoodenses que vinieron<br />

después, no se destacó por la figura esbelta (medía alrededor de metro y medio y usaba unos<br />

seudo sancos que la hacían andar con su paso inconfundible), ni por la belleza deslumbrante o la<br />

juventud. Tampoco encarnó jamás a la esposa fiel, ni a la amante sumisa, ni a la rubia tonta, ni a<br />

la heroína noble y valiente, ni a la madre amorosa o la prostituta redimida. Esta distancia de los<br />

estereotipos que el cine estadounidense ha explotado hasta lo inverosímil es la que, combinada<br />

con su talento performático, la convierte en una figura extraordinaria en el sentido más literal de<br />

la palabra. En el universo creado por Mae West, la mujer no es víctima del hombre (es lo contrario<br />

en varios casos), sino alguien que está a la par de él, sin proponérselo. Su personaje se sitúa<br />

fuera de toda competencia, mirando al mundo desde arriba, no necesita plantarse en el género<br />

para existir, ni necesita medirse con nadie. Más bien toma lo que le conviene del género masculino<br />

y femenino, componiendo una rara avis que se mueve con independencia dentro de un<br />

medio a veces hostil, a veces amigable, siempre musical, gracioso y optimista. Su apariencia es<br />

voluptuosa y blanda; su interioridad se intuye dura y fría como los diamantes (“My rocks”) que<br />

tanto ponderaba. Alterna con asesinos, tratantes de blancas, millonarios, policías, borrachines<br />

y hasta curas. Todos ellos la respetan, cuando no le temen. En una misma película puede tener<br />

más de treinta cambios de ropa, cuatro amantes, kilos y kilos de joyas y matar a una mujer que<br />

fue su amiga por error, sin pensar en entregarse a la ley, y sobre todo, sin perder la compostura.<br />

Mae West no llora, no grita, no exagera lo que siente (¿o no siente?), jamás se exalta, ni siquiera<br />

cae en la tentación de emitir carcajadas. Esta escasez de histrionismo emocional no implica, sin<br />

embargo, la falta de manejo de grandes contrastes. Con su cara de póker puede matar indios<br />

mientras se lima las uñas, puede ser adúltera y tener raptos de vocación religiosa, puede ser una<br />

amiga leal y generosa y una mentirosa pertinaz. Las versiones que se conocen de su vida privada<br />

hacen un juego parecido al de la ficción, se la ha descripto mayormente como promiscua, pero<br />

Afiche de Belle of te Nineties<br />

(1934). A los 41 años, West era<br />

la estrella mejor paga de la<br />

Paramount. “Nunca he perdido<br />

dinero comprando arte o bienes<br />

raíces. Lo usé para estar a gusto.<br />

El dinero no compra la felicidad,<br />

pero es una gran poción de amor<br />

para una aventura. Se compra una<br />

buena cama con sábanas limpias<br />

y el tiempo para disfrutar de<br />

todo. Si usted tiene dinero, usted<br />

tiene menos de qué preocuparse,<br />

y preocuparse echa a perder la<br />

apariencia.”<br />

Póster de Every Day´s a Holyday<br />

(1937). “Todos los hombres que<br />

conozco quieren protegerme. No<br />

puedo imaginar de qué.”<br />

también como pudorosa. Lo que no presenta matices es lo concerniente a la vida doméstica. Difícilmente<br />

cocine, zurza, se vista de entrecasa o se baje de los desmesurados tacos: es glamorosa<br />

en todas las circunstancias. Domenico Dolce y Stefano Gabbana fueron los principales<br />

defensores de su estilo dentro del mundo de la alta costura, y más de cinco décadas después del<br />

furor de sus films concibieron una colección en su honor, incluyendo un vestido corsé en forma<br />

de armadura como el que ella usaba. Incansable a la hora de cuidar su imagen, la figura de Mae<br />

West resplandece en la gloria y en la miseria de sus historias, y mantiene fuera del set y a lo largo<br />

del tiempo la misma actitud seductora, coqueta e inteligente. Persevera en su rol de mujer fatal,<br />

incluso pasados los 80 años. Nunca se queda con la palabra en la boca y no vacila al hablar, excepto<br />

que esté fingiendo. Sube la voz exclusivamente cuando canta, el resto del tiempo desgrana<br />

un ronroneo bastante monocorde que fue furor en su tiempo y signó todas sus apariciones, tanto<br />

ficcionales como documentales.<br />

Vivir nuestras fantasías fue un trabajo de tiempo completo. Pero más allá de su manera de<br />

moverse, vestirse y hablar, las líneas, siempre cómicas, que fue capaz de escribir y proferir<br />

desde su personaje, y también a título personal en notas y apariciones públicas, constituyen<br />

la base de su gracia y su encanto: “He escrito mi biografía. Va sobre una chica que perdió<br />

su reputación y nunca la echó de menos”; “Cuando soy buena, soy muy buena. Cuando soy<br />

mala, soy mejor”; “Todos los hombres que conozco quieren protegerme. No puedo imaginar<br />

de qué”; “El matrimonio es una gran institución, pero yo todavía no estoy preparada para<br />

ingresar en ella”; “Soy soltera porque nací así”; “Un orgasmo al día mantiene lejos al médico”;<br />

“¿Llevas una pistola en el bolsillo o es que te alegras de verme?”; “La mejor manera de<br />

comportarse es portarse mal”; “En ocasiones tengo la tentación de ser una dama. Menos mal<br />

que se me pasa rápido”; “Cuando tengo que escoger entre dos tentaciones malvadas siempre<br />

elijo la que no he probado antes”; “No hay hombre en el mundo que merezca que te salgan<br />

arrugas”; “Si quisiera una familia, me habría comprado un perro”, “Quizás yo no tenga alma”<br />

o “Solo se vive una vez, pero si lo haces bien, una vez puede ser suficiente”.<br />

De John Patrick West, su padre, se dice que era un fumador empedernido y peleador callejero<br />

de origen irlandés y su madre, Matilda Tillie Delker-Doelger, una modista alemana.<br />

Tuvieron a su hija el 18 de agosto de 1893. Solo 14 años después, ella inició su trayectoria artística<br />

en el vodevil bajo el seudónimo de “Baby Mae”, aunque sus allegados aún la llamaban por<br />

su nombre verdadero, Mary Jane. “Mi madre perdió un bebé justo antes de mí, así que yo era<br />

todo su mundo. Tuve una hermana y un hermano mayores, yo llegué tarde. Nunca estuve celosa<br />

de ellos. En toda mi vida, nunca he envidiado a nadie. Estuve demasiado ocupada pensando en<br />

mí misma. Algunas personas pensaron que hubiese sido bueno ver a un psiquiatra, pero siempre<br />

sentí que esa concentración en mi propia persona no era mala para mí. “¿Por qué echarla a<br />

perder con un psiquiatra? –recordó en una famosa entrevista que le hizo una de sus biógrafas,<br />

Charlotte Chandler, en 1979–. Mi madre había querido ser actriz, algo que finalmente<br />

logró a través de mí. Llegué a subirla al escenario conmigo poco antes de su muerte y fue muy<br />

feliz. El éxito que tuve en mi carrera valió mucho para ella, que siempre me había apoyado. (…)<br />

Cuando yo era poco más que una niña, mi padre no estaba tan seguro como mi madre de mi<br />

decisión de dedicarme a las tablas siendo tan joven. Pero ella sabía que yo podía lograrlo”.<br />

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