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Tema de tapa<br />

dos<br />

ACERCA<br />

DE DEIDADES<br />

HUMANAS<br />

POR Nicolás Pichersky<br />

42<br />

Hay un tipo de seducción que pertenece al cine. Es lo que nos dice Umberto<br />

Eco en su Historia de la belleza. Ese libro, que toma lo social de la historia del<br />

arte de Arnold Hauser y lo visual de la de E. H. Gombrich, relata la belleza<br />

del siglo XX a través de actores y actrices, dice mucho de la seducción en nuestros<br />

tiempos. Una seducción que puede ser politeísta y obedecer a diferentes dioses<br />

estéticos según cada época y cada lugar. A veces brilla con la frialdad cyborg y noir<br />

de la replicante Daryl Hannah en Blade Runer o de Trinity en Matrix. Otras veces<br />

nos gana con su sensibilidad y su ternura, de manera misteriosa, como sucede con<br />

los rostros aturdidos de James Dean o Daniel Day Lewis.<br />

A veces la seducción de algunas mujeres del cine es invocada por su belleza de<br />

infarto, sin que sus admiradores y bardos rememoren un solo fotograma de su<br />

filmografía, como si su solo nombre fuera metáfora de la atracción. Como Anita<br />

Ekberg –venerada por Bob Dylan en su canción “I shall be free”–, o Virna<br />

Lisi, a quien Sumo rememoraba como mantra y leit motiv en su hit “TV Caliente”.<br />

Y en las antípodas, otras grandes seductoras pertenecerán siempre a un papel, a<br />

un personaje inmemorial. Como Christina Hendricks, belleza y bermeja, que<br />

interpreta a la jefa de las secretarias en la serie Mad Men.<br />

Los ideales de seducción en el séptimo arte son múltiples y no es lo mismo el secreto<br />

de los ojos de George Clooney (incluso recién levantado, de mal humor y con<br />

insomnio a cuestas), la sonrisa de Julia Roberts, el asesino erotismo de Uma<br />

Thurman o el torso proletario y transpirado, admirable en 360 grados, de Marlon<br />

Brando en Un tranvía llamado deseo. En Historias del arte, el inclasificable diccionario<br />

de expresiones culturales de la pintora y ensayista Diana Aisenberg, hay una<br />

entrada para el término “Seducción”. Por todo significado, ofrece el ejemplo de las<br />

aves que juntan flores frescas, ramitas, restos de algodón o savia de bayas para atraer<br />

a sus parejas. Un galanteo multicolor que se expande al tecnicolor de las películas:<br />

en los animales, en las personas, en el encantamiento de las estrellas de cine, de lo<br />

que se trata es de seducir. “Lo que conmueve conviene”, podría ser el axioma de<br />

bolsillo de los actores y actrices que nos engalanan. Una famosa anécdota cuenta que<br />

un colaborador le preguntó a John Ford, el gran director de westerns, qué podría<br />

filmarse en ese set, un desierto con unas condiciones climáticas deplorables. Ford<br />

le contestó: “¿Qué podemos filmar? La cosa más sugestiva y excitante de todo el<br />

mundo: un rostro humano”. No son los ojos de Bette Davis, la expresión madura y<br />

43<br />

Humphrey Bogart e Ingrid Bergman | Casablanca<br />

retraída de Kevin Costner o los labios potenciados de Brad Pitt en El Club de la<br />

pelea. El arte de seducir puede ser sencillamente un rostro.

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