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La Maquina de Ajedrez - Robert Lohr

Novela sobre ajedrez

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El regalo <strong>de</strong> Kempelen era incomparablemente más valioso: era el tablero <strong>de</strong> viaje<br />

en el que jugaron su primera partida en Venecia, incluida la reina roja, que entonces<br />

Kempelen le escamoteó.<br />

Kempelen lo invitó a pasar las fiestas con ellos, pero Tibor rehusó <strong>de</strong>spués <strong>de</strong><br />

agra<strong>de</strong>cérselo. No quería perturbar aún más la paz entre Kempelen y Anna Maria.<br />

En Nochebuena, Kempelen y su familia salieron para asistir a la Misa <strong>de</strong>l Gallo en la<br />

catedral <strong>de</strong> San Martín. Tibor les hubiera acompañado gustosamente. Hacía más <strong>de</strong><br />

un mes que no había pisado una iglesia, que no se había confesado ni había recibido<br />

el santo sacramento. El enano, sin embargo, se quedó solo en casa y rezó ante su<br />

sencillo crucifijo, hasta que a medianoche el sonido <strong>de</strong> las campanas <strong>de</strong> las iglesias<br />

resonó por las calles <strong>de</strong> la ciudad.<br />

Lo que el judío había profetizado ocurrió: Tibor se aburría, y suspiraba por tener<br />

compañía; hasta Jakob hubiera sido preferible a aquella soledad. El enano leía poco y<br />

no jugaba, porque al menos por unos días no quería pensar en el juego <strong>de</strong> ajedrez,<br />

colocado perversamente <strong>de</strong> través. En lugar <strong>de</strong> eso, dormía más <strong>de</strong> lo necesario.<br />

Tres días <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> Navidad, el grito <strong>de</strong> un niño lo <strong>de</strong>spertó <strong>de</strong> la siesta. Tibor se<br />

incorporó en la cama y esperó hasta que el ruido volvió a oírse. No era realmente un<br />

grito, sino un sonido que recordaba el canto <strong>de</strong>l gallo, un sonido casi animal que no<br />

variaba <strong>de</strong> tono ni <strong>de</strong> intensidad. Como si alguien atormentara a un niño que gritaba<br />

automáticamente pero no sentía auténtico dolor. Solo podía ser Teréz. Tibor saltó <strong>de</strong><br />

la cama, salió <strong>de</strong> su habitación y siguió los gritos; venían sin duda <strong>de</strong>l <strong>de</strong>spacho <strong>de</strong><br />

Kempelen. El enano cruzó el taller y abrió <strong>de</strong> golpe la puerta entornada sin llamar.<br />

El <strong>de</strong>spacho <strong>de</strong> Kempelen era bastante más pequeño que el taller; con armarios a<br />

<strong>de</strong>recha e izquierda y un escritorio en el centro <strong>de</strong> la habitación, colocado <strong>de</strong> modo<br />

que la luz <strong>de</strong> la calle caía sobre la espalda <strong>de</strong>l escribiente. Junto a la puerta colgaban<br />

un mapa <strong>de</strong> Europa y un cuadro <strong>de</strong> María Teresa el día <strong>de</strong> su coronación. Una<br />

espada enfundada en una vaina ornamentada estaba apoyada contra la pared. Sobre<br />

el escritorio, en medio <strong>de</strong> las herramientas, había un busto <strong>de</strong> yeso pintado: una<br />

cabeza humana dividida en dos partes, como si la hubiera partido un golpe limpio<br />

<strong>de</strong> espada. Así quedaba a la vista el interior; se veía el cráneo, el cerebro, los dientes<br />

y los espacios nasal y faríngeo, dos gran<strong>de</strong>s cavida<strong>de</strong>s que <strong>de</strong>sembocaban en una<br />

boca estrecha que conducía a través <strong>de</strong>l cuello hacia abajo. <strong>La</strong> lengua no era larga y<br />

plana, sino una masa carnosa. Pero, por horroroso que fuera, no era aquello lo que<br />

había provocado los gritos. El causante era un pequeño objeto que Wolfgang von<br />

Kempelen sostenía en las manos: dos cáscaras colocadas una sobre otra, como una<br />

nuez medio abierta, que se movían gracias a un fuelle que manejaba Kempelen. En<br />

algún lugar en el interior <strong>de</strong> esas cáscaras <strong>de</strong>bía <strong>de</strong> haber una lengua, y la corriente<br />

<strong>de</strong> aire que pasaba sobre ella provocaba aquel ruido estri<strong>de</strong>nte. Kempelen parecía<br />

divertido por la estupefacción <strong>de</strong> Tibor.<br />

—Buenos días —dijo cuando vio la cara somnolienta <strong>de</strong>l enano.<br />

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