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—Mesdames, les presento a la máquina que juega al ajedrez —dijo Kempelen,<br />
ahora concentrado en su papel <strong>de</strong> presentador.<br />
<strong>La</strong> eslovaca observó al autómata con una mezcla <strong>de</strong> curiosidad y temor.<br />
Kempelen ro<strong>de</strong>ó el aparato e hizo girar varias veces la manivela que se encontraba<br />
en un lateral, junto al mecanismo <strong>de</strong> relojería. A través <strong>de</strong> la ma<strong>de</strong>ra se podía<br />
percibir la marcha suave <strong>de</strong> los engranajes. El brazo izquierdo <strong>de</strong>l turco se levantó y<br />
se movió sobre el tablero hasta que la mano alcanzó el peón blanco <strong>de</strong>l rey. En esta<br />
posición el brazo se <strong>de</strong>tuvo. El pulgar, el índice y el corazón se abrieron al mismo<br />
tiempo, la mano bajó sobre la cabeza <strong>de</strong>l peón, luego los <strong>de</strong>dos se cerraron, sujetaron<br />
la pieza por el cuello, la levantaron y volvieron a bajarla dos casillas más allá. Hecho<br />
esto, el brazo basculó <strong>de</strong> nuevo a la izquierda para reposar junto al tablero.<br />
Dorottya observaba con la boca abierta.<br />
Kempelen le dio un empujoncito.<br />
—Es tu turno, Dorottya.<br />
Dorottya sacudió la cabeza.<br />
—No, señor. No me gusta esto.<br />
—Vamos, ven. Mira, te está esperando.<br />
—Yo no conozco el juego.<br />
—Pues ha llegado el momento <strong>de</strong> que aprendas. Es un entretenimiento muy<br />
estimulante. —Kempelen acompañó a Dorottya hasta la mesa <strong>de</strong> ajedrez y señaló su<br />
fila <strong>de</strong> peones rojos—. Pue<strong>de</strong>s, por ejemplo, mover una o dos casillas hacia <strong>de</strong>lante<br />
cada una <strong>de</strong> estas piezas pequeñas.<br />
Finalmente Dorottya cogió un peón <strong>de</strong>l bor<strong>de</strong> y lo a<strong>de</strong>lantó una casilla, sin <strong>de</strong>jar<br />
<strong>de</strong> vigilar las manos <strong>de</strong>l turco, como si existiera el peligro <strong>de</strong> que <strong>de</strong> pronto se<br />
lanzaran hacia ella y la sujetaran. <strong>La</strong> criada dio un paso atrás y olfateó el aire.<br />
—¿No hay una vela encendida? —dijo.<br />
—No —se limitó a respon<strong>de</strong>r Kempelen.<br />
El androi<strong>de</strong> levantó <strong>de</strong> nuevo el brazo para mover su caballo <strong>de</strong>recho, pero no<br />
llegó a sujetar bien la pieza. <strong>La</strong> figura cayó <strong>de</strong> lado, mientras el brazo seguía<br />
moviéndose.<br />
—Detente —or<strong>de</strong>nó Kempelen—. No lo has cogido.<br />
Kempelen volvió a levantar la pieza, mientras en el interior <strong>de</strong> la máquina <strong>de</strong><br />
ajedrez se oía claramente cómo Tibor se movía.<br />
Anna Maria carraspeó para llamar la atención sobre ese <strong>de</strong>sliz. Pero Dorottya<br />
creyó simplemente que Kempelen hablaba con la máquina y que esta podía<br />
enten<strong>de</strong>rle; se santiguó y murmuró algo en su lengua materna. Tibor tampoco<br />
consiguió sujetar el caballo en su segundo intento, con lo que Kempelen interrumpió<br />
el juego.<br />
—Para. —El turco apoyó el brazo junto al tablero—. Dorottya, ya pue<strong>de</strong>s irte.<br />
Muchas gracias por tu ayuda.<br />
Dorottya asintió con la cabeza, abandonó el taller visiblemente aliviada y cerró la<br />
puerta tras <strong>de</strong> sí.<br />
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