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La Maquina de Ajedrez - Robert Lohr

Novela sobre ajedrez

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turbante. Eso bastó para provocar un ligero murmullo. El pregonero se <strong>de</strong>tuvo ante<br />

la emperatriz, que ocupaba un sitial en el centro <strong>de</strong> la sala, esperó hasta que los<br />

hombres que se encontraban tras él siguieran su ejemplo y anunció con voz potente:<br />

— Votre honorée majesté, mesdames et messieurs: Johann Wolfgang Chevalier <strong>de</strong><br />

Kempelen <strong>de</strong> Pázmánd y su experimento.<br />

Kempelen hizo una reverencia larga y profunda. Por <strong>de</strong>trás, dos lacayos trajeron<br />

una mesa pequeña sobre la que Jakob <strong>de</strong>jó la caja, mientras otros dos volvían a cerrar<br />

la puerta <strong>de</strong>l Gabinete Chino. Cuando Kempelen levantó la mirada, María Teresa<br />

sonrió, y él le <strong>de</strong>volvió la sonrisa. <strong>La</strong> emperatriz había ganado en corpulencia <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />

su último encuentro, pero aquello contribuía a aumentar su autoridad y su dignidad<br />

en lugar <strong>de</strong> reducirla. María Teresa llevaba un vestido negro —expresión <strong>de</strong>l duelo<br />

perpetuo por su difunto esposo—, en cuyas mangas y escote brillaba un poco <strong>de</strong><br />

encaje blanco. De su cuello colgaba una ca<strong>de</strong>na <strong>de</strong> ónice negro, y sobre los rizos<br />

blancos <strong>de</strong> su peluca, para no exagerar la mo<strong>de</strong>stia, llevaba encajada una minúscula<br />

dia<strong>de</strong>ma signo <strong>de</strong> realeza. Cuando espiraba, en su escote se formaban arrugas, pero<br />

cuando sonreía parecía no tener edad.<br />

—Cher Kempelen —empezó—, hace ahora medio año estabais en este mismo<br />

lugar y nos prometíais que conseguiríais asombrarnos con un experimento. Ahora<br />

estáis <strong>de</strong> nuevo aquí para <strong>de</strong>mostrárnoslo.<br />

—Doy las gracias a vuestra majestad por este acogedor recibimiento y por haber<br />

tenido la bondad <strong>de</strong> conce<strong>de</strong>rme vuestro precioso tiempo —replicó Kempelen con<br />

voz potente—. Mi experimento, que presento aquí por primera vez en público, es<br />

solo una bagatela, un mo<strong>de</strong>sto ejercicio comparado con los logros <strong>de</strong> la ciencia<br />

actual, y particularmente <strong>de</strong> los numerosos y excelentes sabios que, gracias al<br />

generoso apoyo <strong>de</strong> vuestra majestad, trabajan aquí en la corte y admiran al mundo<br />

con sus <strong>de</strong>scubrimientos e inventos.<br />

Llegado a este punto, Kempelen giró sobre sus talones y señaló, con un gesto<br />

hacia la sala, a Gerhard van Swieten, director <strong>de</strong> la Escuela <strong>de</strong> Medicina <strong>de</strong> Viena,<br />

Friedrich Knaus, mecánico <strong>de</strong> la corte, el abate Marcy, director <strong>de</strong>l Gabinete <strong>de</strong> Física<br />

<strong>de</strong> la corte, y el padre Maximilian Hell, profesor <strong>de</strong> astronomía. Los cuatro hombres<br />

agra<strong>de</strong>cieron la halagadora mención con una inclinación <strong>de</strong> cabeza apenas<br />

perceptible.<br />

—Pero si vuestra majestad tuviera a bien conce<strong>de</strong>rme, al final <strong>de</strong> mi presentación,<br />

su aplauso o una palabra amable, se borrarían <strong>de</strong> mi recuerdo todos los meses <strong>de</strong><br />

trabajo con sus retrocesos y sus <strong>de</strong>cepciones. Si mi experimento contribuyera,<br />

aunque fuera solo mínimamente, a ampliar la fama <strong>de</strong> vuestra regencia y <strong>de</strong> vuestro<br />

imperio, por Dios que sería el hombre más feliz <strong>de</strong>l mundo.<br />

—Y seríais cien souverains dʹor más rico, si recuerdo bien nuestro acuerdo.<br />

María Teresa recorrió con la mirada a los invitados, y una risa cortés se extendió<br />

por la sala hasta llegar a los espejos y las ventanas.<br />

—Aunque fueran mil soberanos —dijo Kempelen—, mi <strong>de</strong>seo más ansiado es<br />

conseguir el impagable aplauso <strong>de</strong> vuestra majestad.<br />

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