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La Maquina de Ajedrez - Robert Lohr

Novela sobre ajedrez

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—No. Nunca haría algo así. Le seguiré diciendo cuánto talento tienes y que por<br />

difícil que sea la tarea que te encomien<strong>de</strong>, siempre estará en buenas manos.<br />

<strong>La</strong> baronesa pasó las puntas <strong>de</strong> los <strong>de</strong>dos por su muslo, arriba y abajo, y luego los<br />

cerró como una garra, <strong>de</strong> modo que sus uñas quedaron prendidas en las pequeñas<br />

<strong>de</strong>presiones <strong>de</strong> la tela. Lo besó, y también el beso sabía aún a vino dulce. Kempelen<br />

<strong>de</strong>jó las manos sobre la mesa. Ibolya se soltó y le limpió el carmín <strong>de</strong> los labios con el<br />

pulgar.<br />

—Es tan triste... Te comprendo, ¿sabes? Somos como dos hijos <strong>de</strong> reyes: cuando tú<br />

estás casado, yo no lo estoy; luego enviudas, pero yo me he casado, y ahora ocurre al<br />

revés. Es para <strong>de</strong>sesperarse.<br />

Kempelen se limitó a asentir con la cabeza.<br />

—¿Alguna vez será como antes?<br />

—No. Eso seguro que no, pero volveré a tener más tiempo cuando la máquina <strong>de</strong><br />

ajedrez esté lista.<br />

—Más tiempo. Pero ¿también más tiempo para mí?<br />

—Nos veremos en Viena, Ibolya. Me alegro <strong>de</strong> que hayas venido.<br />

Kempelen la acompañó fuera a través <strong>de</strong>l taller y or<strong>de</strong>nó a Branislav que trajera<br />

sus pieles. Ibolya se <strong>de</strong>spidió <strong>de</strong> Jakob y observó <strong>de</strong> nuevo al turco con franca<br />

admiración. En la puerta <strong>de</strong> la casa, Kempelen se <strong>de</strong>spidió <strong>de</strong> ella con un besamanos<br />

y volvió al taller. Mientras tanto, Jakob había ayudado a Tibor a salir <strong>de</strong> la mesa <strong>de</strong><br />

ajedrez, y juntos observaban <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la ventana cómo la baronesa subía a su elegante<br />

carroza. Al ver allí a los dos mirones, Kempelen les dirigió una mirada <strong>de</strong> reproche.<br />

Pero si aquel inci<strong>de</strong>nte le había resultado incómodo, el caballero supo ocultarlo ante<br />

Tibor y Jakob.<br />

El ensayo general, la primera partida <strong>de</strong> la máquina <strong>de</strong> ajedrez, tuvo lugar poco<br />

<strong>de</strong>spués, y Dorottya, la criada eslovaca <strong>de</strong> la casa, tuvo el honor <strong>de</strong> ser la primera<br />

persona contra la que jugaba el autómata guiado por Tibor. Este ya estaba sentado<br />

en el interior <strong>de</strong> la mesa cuando Kempelen fue a la planta baja para buscar a<br />

Dorottya. El enano oyó cómo Jakob daba varias vueltas al autómata. Luego el<br />

ayudante se <strong>de</strong>tuvo y gritó unas palabras incomprensibles: «Shem hamephorasch!<br />

Aemaeth!». De pronto ya no parecía en absoluto Jakob.<br />

—¿Qué estás haciendo ahí fuera? —preguntó Tibor.<br />

—Aemaeth! Aemaeth! ¡Vive!<br />

—¡Deja <strong>de</strong> hacer eso!<br />

—No me interrumpas, mortal —lo previno Jakob con voz gutural—. Si<br />

interrumpes las siete fórmulas <strong>de</strong> la vida, el rabino Jakob nunca podrá <strong>de</strong>spertar a la<br />

vida al hombre <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra y tela.<br />

—¡Para ahora mismo, o saldré y haré que pares!<br />

—No pue<strong>de</strong>s salir, ¿lo has olvidado? Pue<strong>de</strong>s cantar, pajarito, pero no pue<strong>de</strong>s volar<br />

—dijo jakob con su voz habitual—. Bien, ya está. <strong>La</strong> materia vive.<br />

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