La sirena varada: Año 1, Número 2

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102 MURMULLO (PRIMERA PARTE) Por Aurora Ceres
Buenas noches, quiero alquilar una habitación por favor —dijo a la encargada de la recepción de manera amable. Ella vestía su delgado cuerpo con una playera blanca y pescadores y llevaba su largo cabello castaño en una coleta para tratar de contrarrestar el calor, el cual era evidente al mirar como el sudor escurría por su piel de miel. Tras asomarse por debajo del mostrador, ella sacó un juego de llaves y los colocó encima del mismo. —Pues… al parecer sólo me queda una —respondió ella, mirándolo a los ojos, de manera casi automática—. Tenemos todas las habitaciones reservadas por el carnaval, esta también lo estaba, pero los que hayan hecho la reservación no han llegado y sólo podemos reservarlas hasta mediodía, así que… —dudó un poco, mientras tomaba del mostrador la llave—. No tendrás problema con que la habitación dé hacia la avenida principal, ¿verdad? De todas formas imagino que también vienes al carnaval o a la peregrinación… —En realidad no, yo vengo más por negocios que por placer —respondió, sonriendo ligeramente—. Pero no tengo problema, sólo pasaré esta noche aquí para salir junto con el sol —respondió, tomando la llave de la mano de la joven—. Así que, si me lo permite, sólo quisiera alquilarlo por esta noche —ella lo miró fijamente por unos segundos y le devolvió la sonrisa, giró sobre si misma y abrió un pequeño gabinete muy gastado del cual sacó un jabón de tocador, un rollo de papel de baño, y una pequeña botella de champú, después dio media vuelta de forma cómica y colocó los tres objetos sobre el mostrador. —Son ciento cincuenta nuevos pesos, por favor —exclamó en tono juguetón, mientras abría la caja registradora y él le entregaba el dinero que había sacado de los bolsillos de su cazadora—. No es nuestra mejor habitación, pero tiene todos los servicios: televisión, agua caliente y sabanas limpias, las cuales están recién lavadas… así que no acepto quejas al respecto, ¿entendiste? —él no pudo evitar mirarla con cierto desconcierto al escuchar esa última frase, ella, al notarlo, soltó una carcajada—. ¿A nombre de quién pongo la habitación? —A mi nombre, por favor. Julio de León. —Julio… —susurró mientras lo escribía en la bitácora—. Alicia… —¿Perdón? —increpó Julio—. Mi nombre no es… —Qué yo me llamo Alicia, mucho gusto —intervino ella, estirando su mano para entregar un bolígrafo a Julio—. Solo firma aquí por favor y la habitación es tuya —él tomó el bolígrafo y mientras firmaba, ella continuó—. No olvides llevarte también esto —aclaró mientras señalaba los artículos sobre el mostrador—-. Antes los dejábamos en la habitación, pero a muchos de los huéspedes les gusta robarse todo lo que puedan así que ahora los entrego de esta forma —Julio intentó hablar pero ella no lo permitió al seguir hablando—. Tu habitación se encuentra subiendo las escaleras, detrás de la fuente, junto al vitral y a la izquierda del baño; habitación trece. Si necesitas algo solo marca el nueve desde el teléfono y yo le contesto. ¿Te ayudo a subir tus maletas. —Muchas gracias, pero no tengo maletas, sólo traigo esta mochila —respondió mostrándole una mochila negra, replicando su tono de voz. Ella sonrió y el caminó hacia las escaleras con pasos pesados. 103
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