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La sirena varada: Año 1, Número 2

El segundo número de La sirena varada: revista literaria bimestral

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Es difícil que lleguen a creerme,<br />

pero sé de primera mano que aún<br />

en momentos tan infames la mente<br />

mantiene impertérrito su proceso<br />

de producción. <strong>La</strong> parte frontal de la<br />

misma, lo evidente, puede quedar totalmente<br />

anulado. Los muchachos de<br />

más atrás, no obstante, los maquinistas,<br />

no paran de fraguar realidades. El<br />

sonido de engranajes y servomotores<br />

se oye aún, a lo lejos. En mi caso, por<br />

ejemplo, imaginé un planeta habitado<br />

por una especie avanzadísima. Cuando<br />

el sol se ponía en aquel planeta, existía<br />

la costumbre casi inherente de encender<br />

toda cantidad de luz artificial<br />

posible. Por eso era extraño, rallando<br />

en lo chocante, que en medio de una<br />

calle fuertemente iluminada hubiera<br />

una casa a oscuras. <strong>La</strong> casa era habitada<br />

por un glordio que en ese momento<br />

se agazapaba tras un grueso cortinaje<br />

y que utilizando una suerte de periscopio<br />

de fabricación propia, espiaba a su<br />

vecina: una givia que vivía cruzando la<br />

calle, que acababa de tomar un baño y<br />

que procuraba vestirse.<br />

En aquella especie existían dos géneros<br />

bien definidos: estaban los glordios,<br />

de mayor tamaño, más robustos y cubierto<br />

todo su cuerpo de vello. Y estaban<br />

las givias, más pequeñas, de piel<br />

lisa y sedosa, y unas protuberancias<br />

redondeadas, por delante y por detrás,<br />

que volvían locos a los glordios. <strong>La</strong> diferencia<br />

más marcada de los géneros era,<br />

sin embargo, que los glordios tenían un<br />

instrumento alargado, fálico; mientras<br />

que las givias tenían su instrumento a<br />

manera de receptáculo. <strong>La</strong>s givias tenían<br />

además una protuberancia en su<br />

nuca, un abultamiento que cuando se<br />

le ejercía presión hacía que entraran<br />

ellas en un estado de total indefensión<br />

y sometimiento de género. Se suponía<br />

que los que ejercían la presión eran los<br />

glordios, momentos previos al acto.<br />

Esto no era preciso del todo; algunas<br />

veces ellas se ejercían presión a sí mismas,<br />

o entre ellas. Cada vez que un<br />

glordio presionaba un abultamiento,<br />

estaba en todo el derecho y poder de<br />

acceder carnalmente a la givia en cuestión.<br />

Es por eso que ellas pasaban habitualmente<br />

con la nuca cubierta, sobre<br />

todo en lugares públicos o abiertos.<br />

Estamos hablando de una especie<br />

tan avanzada que cada casa poseía un<br />

aparato que ellos llamaban el Inductor<br />

Diádico, vaya a saber por qué. Tal<br />

aparato estaba ubicado generalmente<br />

a las afueras de la vivienda, y tenía la<br />

capacidad de convertir toda clase de<br />

desecho orgánico en un tipo de energía<br />

capaz de iluminar con suficiencia calles<br />

y casas, o encender aparatos tan estrafalarios<br />

como aquel que ellos llamaban<br />

el Deyector, vaya a saber por qué, que<br />

permitía acceder visual y auditivamente<br />

a cualquier clase de conocimiento.<br />

En un Deyector, nuestro glordio espía<br />

había dado —entre la satisfacción de<br />

unos gustos aberrantes y furtivos— con<br />

información que aseveraba que también<br />

ellos, los glordios, poseían en sus<br />

nucas una pequeñísima protuberancia<br />

con función similar a la de las givias,<br />

que la evolución se había encargado<br />

de atrofiar.<br />

Aunque otras veces había espiado a<br />

la givia y había alcanzado la cúspide<br />

con tocar su instrumento o presionar<br />

su propia protuberancia, esta vez había<br />

una carencia, una inconformidad solo<br />

refrenable con la posesión de aquello<br />

que, desde la noche más remota de<br />

cortinas y periscopios, asumía como<br />

propio. El glordio, que conocía bien la<br />

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