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La sirena varada: Año 1, Número 2

El segundo número de La sirena varada: revista literaria bimestral

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Durante años, vendió cuerpos a<br />

hospitales, museos y universidades,<br />

según averiguó Moore.<br />

Entonces no era fácil conseguir osamentas<br />

y cadáveres, y la ciencia estaba<br />

orgullosa de pagar una suma decente a<br />

un tipo respetable y preparado, en vez<br />

de a cualquier profanador.<br />

El doctor se había distinguido desde<br />

niño por metódico y silencioso. Tenía<br />

una habilidad innata para la disección,<br />

que practicaba en secreto con pequeños<br />

animales. Sus manos delicadas<br />

ganaban una firmeza inesperada sosteniendo<br />

las ancas de un anfibio. Quizás<br />

por eso a la familia le pareció tan<br />

normal que se convirtiera en médico<br />

y prosperara rápidamente. Ejerció un<br />

tiempo la cátedra de anatomía y luego<br />

heredó una casona familiar, que acondicionó<br />

exhaustivamente como hotel.<br />

Chicago albergaba la Exposición Mundial<br />

y bullía de turistas. El doctor poseía el<br />

hospedaje más popular de aquellos años.<br />

<strong>La</strong> fachada gótica y los interiores lujosos<br />

le daban un porte distinguido. <strong>La</strong>s buenas<br />

rentas le permitieron comprar toda la<br />

manzana y abrió locales anexos que fascinaban<br />

a los huéspedes: cafeterías, una<br />

tienda de tabaco, otra de recuerdos, una<br />

boutique de ultramarinos. Por las tardes,<br />

el dueño se sentaba en el vestíbulo y saludaba<br />

muy correcto a los huéspedes que se<br />

divertían en su salón.<br />

Pero extrañas denuncias llegaron a<br />

la oficina del detective Moore. Muchos<br />

clientes del lugar no volvían a sus barcos<br />

cuando terminaban las fiestas citadinas.<br />

No se comunicaban más con sus<br />

familias, amigos o patrones; o escribían<br />

sólo para pedir nuevos giros de dinero,<br />

sin precisar su retorno. Lo mismo<br />

sucedía con gente de pueblos vecinos.<br />

Desaparecían de la faz de la tierra.<br />

Moore anotaba perfiles, entrevistaba<br />

a los trabajadores del lago y las<br />

carpas de diversiones, pero la gente no<br />

recordaba personas ni comportamientos<br />

sospechosos. Había demasiados<br />

rostros de lugares diversos. En esas<br />

fiestas, todos eran recién llegados, figuras<br />

efímeras. Los informantes estaban<br />

distraídos o alcoholizados cuando<br />

sucedían las ausencias, pensando en<br />

el ritmo salvaje del hoochie coochie o<br />

en las novedades de la feria. Entretanto,<br />

el médico se comprometía con más<br />

cuerpos y los entregaba a tiempo y en<br />

forma: osamentas limpias, pulidas, sin<br />

un gramo de piel o pellejo.<br />

<strong>La</strong> fábrica de huesos funcionó segura<br />

y eficiente hasta que el azar provocó un<br />

incendio en el depósito de carbón. Con<br />

la entrada de los bomberos, el laboratorio<br />

secreto se reveló ante el asombro<br />

general: planchas y mesas de disección,<br />

sierras, tinajas de ácido sulfúrico, vendas,<br />

botellas de sangre y pacas de cabello<br />

divididas por colores, frascos con<br />

órganos, alcohol y alcanfores.<br />

Moore formó parte de los investigadores<br />

y teorizó las primeras conexiones.<br />

Los cortes eran limpios y sin titubeos,<br />

obra de un especialista. Los instrumentos<br />

utilizados poseían un filo suave,<br />

preciso, quirúrgico. Buscó al doctor,<br />

pero el hombre había escapado entre el<br />

desconcierto, acusando inicialmente de<br />

los crímenes a los empleados de aquel<br />

sótano macabro. El detective entrevistó<br />

a los lejanos familiares. No había novia<br />

ni amigos íntimos. Toda la gente parecía<br />

conocer al médico, pero nadie tenía<br />

informes relevantes de su paradero o<br />

sus contactos. No había rastro. ¿Se había<br />

embarcado a Europa? ¿En un tren<br />

al sur? ¿Al desierto mexicano? ¿O acaso,<br />

avergonzado de sus crímenes, se había<br />

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