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VE-38 ENERO 2018

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Billetes de ida y vuelta<br />

Cuando facturó su maleta en el aeropuerto de Madrid, pensó si<br />

también debería facturar los sueños rotos; si, en caso de perderle el<br />

equipaje, al devolvérselo, recuperaría también las ilusiones. Sentía el<br />

peso de la decepción sobre los hombros como si cargara con un<br />

Airbus repleto de oportunidades perdidas.<br />

Durmió la mitad del vuelo y despertó surcando las nubes sobre<br />

el Atlántico mientras amanecía.<br />

Aquel océano parecía tener una obsesión de ida y vuelta con su<br />

familia. Primero con la tatarabuela, a la que embarcaron en un puerto<br />

africano para que sirviera como esclava en el nuevo continente; y su<br />

tatarabuelo, que hizo un recorrido similar buscando la tierra<br />

prometida desde un pueblecito de Galicia.<br />

Le habían contado muchas veces cómo se habían enamorado y<br />

cómo volvieron a la madre patria convertidos en indianos que<br />

nadaban en dinero. También cómo, tras una década de lluvias,<br />

miradas de soslayo de los vecinos y dos hijos mulatos, la tatarabuela<br />

se hartó y le dio un ultimátum a su marido: «O nos volvemos a Cuba,<br />

o me tiro por un acantilado.»<br />

Así que volvieron, con los dos nenes de la mano. El menor de<br />

ellos regresaría a Galicia tiempo después, para combatir en una guerra<br />

que creyó suya y de la que nunca volvió. Desde entonces, en la<br />

familia, se instaló un incómodo silencio cuando se mencionaba<br />

España.<br />

No es de extrañar que pusieran el grito en el cielo cuando él dijo<br />

que quería irse de la isla, que le habían contado que en el pueblo de<br />

los abuelos había trabajo y que los papeles no eran tan difíciles de<br />

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