VE-39 FEBRERO 2018
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Aquel día fui al Jardín Botánico, me senté en un banco y<br />
comencé a escribir su nombre: Pablo, Pablo, Pablo… Lo repetí tres<br />
veces sin saber por qué y me quedé mirando el viejo ombú que me<br />
daba sombra.<br />
—Hola, ¡qué sorpresa! —dijo una voz familiar a mi espalda. Me<br />
volví sobresaltada y allí estaba él, sonriente, con ropa informal y un<br />
libro en la mano.<br />
—Hola —me levanté algo nerviosa y avancé mi cara para besar<br />
sus mejillas.<br />
Él hizo lo mismo pero hubo una descoordinación en los<br />
movimientos y nuestros labios se rozaron levemente. Nos quedamos<br />
callados y sorprendidos, nos miramos a los ojos con timidez. Después<br />
no sé qué pasó. Nos abalanzamos con fuerza y nuestros labios se<br />
acariciaron con suavidad primero; con furia después, hasta quedar<br />
exhaustos.<br />
Han pasado los días, las semanas y los años, cincuenta desde<br />
aquel primer beso. Hoy el ombú sigue regalándonos su sombra y<br />
protegiendo nuestras heladas copas de cava de la mirada de los<br />
extraños…<br />
Lu Hoyos (València)<br />
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