REVISTA OCTUBRE 2018
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Mundo Plural<br />
Disculpe Padre que no sea día de confesión,<br />
pero mi culpa es tan grande que me he tomado<br />
el atrevimiento de venir a verlo sin previo aviso.<br />
Sé que es una obviedad, pero Padre he pecado.<br />
Y no una vez, o dos, o quizás tres, he pecado<br />
siete veces en una noche.<br />
Antes de pasar a mi relato, necesito que usted<br />
sepa que he sido siempre un hombre de bien.<br />
Buen hijo, buen hermano, buen amigo y, por<br />
sobre todas las cosas, un buen “hijo de Dios”.<br />
Sí, como lo oyó. Yo era un buen hijo de Dios.<br />
Hasta ese día Padre. Hasta ese día…<br />
Era una mañana de domingo, y como todas las<br />
mañanas de domingo, mi familia y yo concurríamos<br />
a la iglesia del pueblo. Transcurría la ceremonia<br />
normalmente, sin nada que alterara el<br />
orden de los sucesos. Hasta ese momento en<br />
que ella apareció. No era una mujer cualquiera.<br />
Era diferente.<br />
Altiva, bella e inteligente, derrochaba sensualidad<br />
al caminar. Su mirada era tan penetrante<br />
que podía ser capaz de atravesar con sus ojos<br />
la mismísima muralla China de punta a punta,<br />
ida y vuelta y sin escala. Esa era Inés. Esa era<br />
“mi” Inés.<br />
Inés y yo comenzamos una relación a los pocos<br />
días de aquella mañana otoñal.<br />
Fue todo muy rápido. Con ella nada sucedía<br />
lentamente.<br />
Pero una noche pasó algo que cambiaría para<br />
siempre nuestra historia. Fui a su casa. Ella vivía<br />
sola. Recuerdo que llevé un buen vino tinto<br />
y me esperó con manjares afrodisíacos, como<br />
le gustaba llamarlos. Comimos y nos embriagamos<br />
hasta el cansancio. Seguido a eso, no se<br />
pudo esperar otra cosa que lo previsible. Nos<br />
sumergimos en un océano de pasión descontrolada<br />
y lo hicimos una y otra vez hasta el hartazgo.<br />
Ya cansados nos fundimos en un sillón y<br />
no quisimos levantarnos, ni para limpiar los<br />
desechos que habían quedado esparcidos por<br />
toda la habitación.<br />
CONFESIÓN<br />
Es ahí cuando le confesé mi deseo más profundo<br />
de conquistar los placeres materiales que<br />
logran tener los hombres poderosos, esos que<br />
tanto odiaban los devotos de la iglesia a la que<br />
yo asistía. Le enumeré las millones de razones<br />
por las cuales yo estaba capacitado para lograr<br />
tales sueños mundanos. Me sentí importante<br />
ante mi adorada mujer. Me sentí el mejor. Pero<br />
ella también me habló de esos anhelos Padre…<br />
Me desarrolló sus grandes cualidades para<br />
conseguir todo aquello. Y sabía que era mejor<br />
que yo. Mucho más. Siempre lo había sabido.<br />
Eso me carcomía la mente y el espíritu.<br />
Pero en un instante, porque fue solo eso Padre,<br />
tan solo un instante, sentí sonar su teléfono y la<br />
vi correr a la otra habitación para atenderlo. Sin<br />
que ella lo notara escuché como le decía a él,<br />
porque nunca supe ni sabré su nombre, lo mucho<br />
que lo extrañaba, como necesitaba tenerlo<br />
otra vez en su vida y que ya no soportaba estar<br />
al lado de un fracasado como yo. Me sentí morir.<br />
El corazón se me detuvo, pero la mente fue<br />
veloz y sin pensarlo, como una fiera desbocada,<br />
tomé un cuchillo de los que habíamos usado<br />
en aquella cena y como un demonio furioso,<br />
clavé ese látigo de metal en su corazón. La<br />
sangre se desprendía a borbotones de su cuerpo.<br />
La había matado Padre ¡Dios mío! ¡No puedo<br />
concebir que la maté!<br />
Es por eso Padre que le decía que había pecado<br />
siete veces en una noche. Siete pecados y<br />
capitales todos ellos…<br />
¿Qué sucede Padre? ¿A quién está llamando?<br />
Se supone que en el confesionario estaríamos<br />
sólo Usted y yo.