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Revista de Buenos Aires, Argentina. Literatura, plástica, música, museos, cine, teatro

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cios entre párrafos, la disposición<br />

creativa y rítmica que<br />

adopta la narración; el relato<br />

que comienza in media res. Por<br />

ejemplo:<br />

Ya se acercaba el hombre con el<br />

cuchillo<br />

La niña hamacándose con todas<br />

sus fuerzas.<br />

Ya el hombre había alcanzado a<br />

la paloma<br />

La niña hamacándose con todas<br />

sus fuerzas creía haber alcanzado<br />

el cielo.<br />

Cogote cortado, sangre en el<br />

suelo, último aleteo de un cuerpo<br />

troceado. Aleteo como aplausos<br />

fervorosos. Aplausos a la muerte.<br />

La niña detuvo su hamaca. En su<br />

vestido había gotas de sangre.<br />

Sí. El mundo, en Susana Szwarc,<br />

es desborde. Y lo líquido merece<br />

especial atención. No solo<br />

por la terrible belleza y la crudeza<br />

de sus imágenes, sino por<br />

la manera intensa de trazar el<br />

diálogo (el flujo) entre el adentro<br />

y el afuera de un sí mismo. O<br />

mejor dicho: de difuminar ese<br />

interior y exterior. La porosidad<br />

del espacio y de los seres<br />

es un logro meditado de su escritura.<br />

Un fenómeno que encontramos,<br />

por ejemplo, en ese<br />

entrelazarse de la sangre, la lluvia<br />

y las lágrimas:<br />

La lluvia, el olor a podrido, los<br />

muertos tironeando. Y el tiempo.<br />

Cómo acordarse del tiempo con<br />

esta lluvia. Con este olor. (Agua<br />

incesante y malparida)<br />

Lo vi hacer diques contra<br />

el agua de las lluvias que, sin<br />

sentido, se instalaban en cualquier<br />

lugar. Mis paredes se hicieron<br />

líquidas. Y allí donde<br />

hacía tanto habían golpeado a la<br />

huérfana Stachka, creció una lágrima<br />

morada. (Apelación)<br />

La mujer se fue. De su boca<br />

salían quejidos a montones. La<br />

lluvia continuaba. (Una pequeña<br />

mujer y un pequeño<br />

juez)<br />

Susana Szwarc tiene la habilidad<br />

epifánica de mostrarnos –<br />

jugando con la forma y la<br />

alquimia– la manera en que lo<br />

real pierde su cauce y se fragmenta,<br />

arrastrándonos sin escalafones.<br />

Es decir, el agua como<br />

compuesto de un mundo que<br />

arrasa. Ya derramado el cauce,<br />

no hay lugar para la lógica convencional.<br />

Dos microficciones inéditas incluidas en<br />

La Resolana<br />

MUSICALES<br />

La guitarra se achica cuando<br />

llega el contrabajo. El guitarrista<br />

también. Después empieza a<br />

tocar y crece, crece. Entre las<br />

cuerdas de una y de otro parecen<br />

caer las gotas de saliva, de<br />

sudor. El bandoneonista baila<br />

con los dedos, el bandoneón se<br />

abre completamente. En el escenario<br />

garúa y las sílabas están a<br />

punto de chocar, yo de gritar.<br />

Acomodo la pollera larga y una<br />

parte cae sobre el tablado que<br />

enrojece, enrojece más. El cantante<br />

sangra, una nota se desfleca<br />

y entra en mi boca. Nos<br />

aclaramos.<br />

EL METRO<br />

Estoy, ahora, en el metro de Tirso<br />

de Molina en Madrid. Escucho<br />

una música, la reconozco, busco<br />

el vagón. Sí, el niño rumano es el<br />

mismo, un poco más alto, y la<br />

mujer que lo acompaña -su<br />

mamá supongo- está más arrugada,<br />

las canas más grises. Comienzo<br />

a seguirlo, por<br />

momentos me confundo con la<br />

madre. El niño rumano no descansa<br />

nunca; temo perderlo porque<br />

salto rápido del vagón en<br />

una estación para ir al sanitario<br />

pero veo que la otra mujer también.<br />

El niño rumano, que no<br />

deja de tocar, nos espera en la<br />

puerta de un nuevo metro y seguimos<br />

así, digamos, bajo la tierra.<br />

Pasan los días, a veces<br />

algunos pasajeros nos dan galletas,<br />

chicles, caramelos y hasta<br />

gaseosas. No nos detenemos<br />

nunca, sólo a veces, para tirarnos<br />

sobre un asiento completo cada<br />

uno. No somos sólo los tres, hay<br />

otros. Con el movimiento del<br />

vagón nos despertamos.<br />

Miro por la ventana, siempre andenes,<br />

paredes, carteles. De<br />

pronto reconozco una tonada,<br />

luego otra, hasta algunas facciones<br />

reconozco. Pregunto en qué<br />

estación estoy, Callao me dicen.<br />

Subamos un momento, les digo<br />

al niño rumano y a su madre con<br />

29 MiráBA

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