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nosotros, a "todos los hombres": todos deben absolutamente todo a Dios, sea
que quieran o que no quieran tener tratos con él. Todos han recibido un
inmenso salario y han "comprado" de Dios una increíble cantidad de bienes.
Están obligados hacia él de la forma más definida que quepa imaginar. Y esa
realidad significa buenas nuevas. ¿Cómo es posible?
Si la administración de hacienda pública nos comunicara que tenemos
una deuda con el gobierno equivalente a todo lo que poseemos, incluyendo
hasta la última moneda que podamos llevar en el bolsillo, ¿le llamaríamos a
eso buenas nuevas? Esa es precisamente la situación de nuestro libro de
cuentas con Dios. Así lo afirma la enseñanza neotestamentaria de la
justificación por la fe. ¡Y son buenas nuevas! No se trata de que le debamos
lo que él nos daría--las mansiones celestiales, la vida eterna--tras haber
pasado por la muerte. Le debemos todo lo que ahora poseemos, todo lo que
hace agradable nuestra vida en esta tierra.
¿Buenas nuevas?
Expresado de forma muy simple, el evangelio revela el hecho de que
todos y cada uno yacerían ahora en el sepulcro--un sepulcro sin esperanza
posible--si Cristo no hubiera pasado justamente por ese proceso, poniéndose
en el lugar de cada uno. Nuestra propia vida actual (olvida el cielo por un
momento) es un dividendo inmerecido: es el "salario" que hemos recibido
ya, y cada porción de comida de la que hayamos disfrutado está incluida en
los bienes que hemos "comprado". La Escritura insiste en que "todos
pecaron", lo que implica que todos habrían sufrido ya la paga del pecado, y
"la paga del pecado es muerte" (Romanos 3:23; 6:23): la segunda muerte o la
muerte eterna.
El hecho de que estemos vivos es evidencia de que se nos ha librado
temporalmente de la paga del pecado. Algún otro ha recibido esa "paga" que
merecíamos, dándonos vida en su lugar. Se ha cuadrado ya el libro de
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