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¡Cristo peleó la batalla real, y la ganó! Pablo aclara más allá de toda
duda cuál fue el tipo de carne en el que Dios envió a su Hijo: "semejanza de
carne de pecado". El pecado no está atrincherado en los objetos materiales,
sino en la "carne" de la humanidad. Hay una guarida en la que el pecado
encontró su residencia, y es allí donde Cristo debía matar al dragón. Y el
suyo no fue un triunfo literario, puesto que "condenó al pecado en la carne",
en la carne en la que vino: nuestra naturaleza caída.
El término que Pablo empleó, semejanza, no puede significar diferencia.
Sería un fraude monstruoso el que Cristo hubiera pretendido condenar el
pecado en la carne, carne en la que Pablo afirma que estamos "vendidos al
pecado" (Romanos 7:14), carne en la que opera la "ley del pecado", si
hubiera falsificado su encarnación tomando sólo lo que tuviera la apariencia
de nuestra carne pecaminosa, pero sin serlo realmente. Habría dado toda la
razón para que Satanás exclamara: "¡Fraude!" ante el alto cielo, que es lo que
logra con su dogma de la inmaculada concepción. Pablo emplea la palabra
semejanza para señalar la realidad de la plena identificación de Cristo con
nosotros, dejando claro, no obstante, que de forma alguna participó de
nuestro pecado. La gloriosa victoria de Cristo se fundamenta en el hecho de
haber sido "tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado"
(Hebreos 4:15). Todos nosotros hemos cedido a las tentaciones; en contraste,
él "condenó al pecado en la carne" enfrentando y venciendo toda la
seducción de esta.
Todo el Nuevo Testamento confirma esas mismas buenas nuevas:
"Estábamos en esclavitud bajo los rudimentos del mundo … pero … Dios
envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley, para redimir a los que
estaban bajo la ley" (Gálatas 4:3-5). Ingresó en el refugio donde estaban
atrincherados esos espíritus de pecado, y tras saquear el territorio del
enemigo, lo derrotó.
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