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Puesto que la guarida del pecado es la "carne"--la naturaleza caída del
hombre--es imposible que el auténtico Día de la Expiación pueda significar
el final del reino del pecado entretanto no se resuelve el problema del pecado
continuado entre aquellos que creen en el evangelio. Una declaración de
justificación pura y exclusivamente legal, no acompañada de una
justificación por la fe que reconcilie el corazón del creyente con la justicia de
Dios, echaría por tierra todo el ministerio del santuario.
Recurriendo al símil del ajedrez, es como si se estuviera disputando una
gran partida cósmica en el torneo de la salvación. Satanás procura encontrar
el movimiento que le permita hacer jaque mate a Cristo, y lograría tal cosa si
puede asegurarse de que el pecado se perpetúa. Pablo lo expresa claramente:
"Lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios,
enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado,
condenó al pecado en la carne para que la justicia de la ley se cumpliera en
nosotros, que no andamos conforme a la carne sino conforme al Espíritu"
(Romanos 8:3-4).
La fuerza de las circunstancias puede llevar a Satanás a reconocer que en
su encarnación, Cristo "condenó al pecado en la carne", pero su estrategia de
jaque mate consiste en impedir que "la justicia de la ley" "se cumpla en
nosotros". Su recurso para lograr tal cosa es una versión falsificada de la
justificación por la fe.
El Día de Expiación celestial y la purificación del santuario de la que
escribió Daniel (Daniel 8:14) son una y la misma cosa. Así como los pecados
de los antiguos israelitas eran simbólicamente-- en el tipo--transferidos al
santuario, en la realidad representada por esos símbolos, los pecados de
todos quienes profesan tener fe en Cristo son cargados al gobierno de Dios.
Él asume la culpabilidad por todos ellos. Satanás desafía a Cristo a que
resuelva el problema. Ninguna ficción legal podría jamás poner fin al gran
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