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09 ¿Quién eres tú para juzgar - Erwin W. Lutzer

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incapaz de cambiarlo.

En la actualidad existe el mito de que el mundo es más tolerante que

antes porque se aceptan “ambos puntos de vista”. Si usted se para en una

esquina en cualquier ciudad de los Estados Unidos y pregunta: “¿cuál es su

opinión acerca de Jesucristo?”, es probable que obtenga una respuesta

favorable. Las personas le describirían como un buen maestro o como una

persona que nos enseñó acerca del amor, pero podemos estar seguros de

que el mundo habla bien de Él porque no entiende quién es y por qué vino

a la tierra.

Escuche sus propias palabras: “Si el mundo os aborrece, sabed que a mí

me ha aborrecido antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo

amaría lo suyo; pero porque no sois del mundo, antes yo os elegí del

mundo, por eso el mundo os aborrece” (Jn. 15:18-19). El mundo en

general tiene una opinión favorable de Jesucristo por la simple razón de

que no sabe cómo interpretarlo.

Recuerde este axioma: cuanto mejor entienda el mundo el propósito de la

venida de Jesús, más lo aborrecerá. Lo que el mundo valora es despreciado

por Cristo, lo que Él ama es aborrecido por el mundo. Años atrás F. B.

Meyer escribió: “Entre cosas tan opuestas e irreconciliables como la

iglesia y el mundo, no puede haber más que antagonismo y contienda.

Cada uno está dedicado a fines que se oponen por completo a los intereses

más estimados del otro”.[1] Ahora considere lo siguiente: la mayoría de

los cristianos consideran que es posible seguir a Jesús ¡sin dar la espalda al

mundo!

Varias generaciones atrás escuchábamos sermones que aludían al tema

de la “separación bíblica”, es decir, sermones acerca de la creencia de que

debemos separarnos de todo aquello que desagrada a Dios y consagrarnos

a los valores y las convicciones de las Escrituras. Muchos de nosotros

oímos advertencias de cosas como las películas, el alcohol, el tabaco y un

puñado de otros pecados. Esta clase de instrucción tenía sus limitaciones

porque la piedad se definía con mucha frecuencia en términos de las cosas

que se suponía no debíamos hacer, pero por lo menos se nos enseñó que

algunas cosas eran correctas y otras eran erróneas. Así no haya sido

perfecto, se hizo el intento de distinguir a la iglesia del mundo.

Mi generación afirmó ser más sabia que la de nuestros padres. Dijimos

que la lista de “pecados mundanales” era de fabricación humana y que nos

tocaba tomar nuestras propias decisiones sobre estos asuntos. Los

cristianos de mayor edad que conocían su corazón mejor que nosotros el

nuestro, nos advirtieron que si comenzábamos a tolerar la mundanalidad,

como quisiera definirse, iniciaríamos una caída “en dominó” y llegaría el

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