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incapaz de cambiarlo.
En la actualidad existe el mito de que el mundo es más tolerante que
antes porque se aceptan “ambos puntos de vista”. Si usted se para en una
esquina en cualquier ciudad de los Estados Unidos y pregunta: “¿cuál es su
opinión acerca de Jesucristo?”, es probable que obtenga una respuesta
favorable. Las personas le describirían como un buen maestro o como una
persona que nos enseñó acerca del amor, pero podemos estar seguros de
que el mundo habla bien de Él porque no entiende quién es y por qué vino
a la tierra.
Escuche sus propias palabras: “Si el mundo os aborrece, sabed que a mí
me ha aborrecido antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo
amaría lo suyo; pero porque no sois del mundo, antes yo os elegí del
mundo, por eso el mundo os aborrece” (Jn. 15:18-19). El mundo en
general tiene una opinión favorable de Jesucristo por la simple razón de
que no sabe cómo interpretarlo.
Recuerde este axioma: cuanto mejor entienda el mundo el propósito de la
venida de Jesús, más lo aborrecerá. Lo que el mundo valora es despreciado
por Cristo, lo que Él ama es aborrecido por el mundo. Años atrás F. B.
Meyer escribió: “Entre cosas tan opuestas e irreconciliables como la
iglesia y el mundo, no puede haber más que antagonismo y contienda.
Cada uno está dedicado a fines que se oponen por completo a los intereses
más estimados del otro”.[1] Ahora considere lo siguiente: la mayoría de
los cristianos consideran que es posible seguir a Jesús ¡sin dar la espalda al
mundo!
Varias generaciones atrás escuchábamos sermones que aludían al tema
de la “separación bíblica”, es decir, sermones acerca de la creencia de que
debemos separarnos de todo aquello que desagrada a Dios y consagrarnos
a los valores y las convicciones de las Escrituras. Muchos de nosotros
oímos advertencias de cosas como las películas, el alcohol, el tabaco y un
puñado de otros pecados. Esta clase de instrucción tenía sus limitaciones
porque la piedad se definía con mucha frecuencia en términos de las cosas
que se suponía no debíamos hacer, pero por lo menos se nos enseñó que
algunas cosas eran correctas y otras eran erróneas. Así no haya sido
perfecto, se hizo el intento de distinguir a la iglesia del mundo.
Mi generación afirmó ser más sabia que la de nuestros padres. Dijimos
que la lista de “pecados mundanales” era de fabricación humana y que nos
tocaba tomar nuestras propias decisiones sobre estos asuntos. Los
cristianos de mayor edad que conocían su corazón mejor que nosotros el
nuestro, nos advirtieron que si comenzábamos a tolerar la mundanalidad,
como quisiera definirse, iniciaríamos una caída “en dominó” y llegaría el
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