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espiritual son dadas a aquellos que son fieles al Señor, pero el evangelio no
incluye promesas de riqueza o salud. Todo lo contrario, nos garantiza
pobreza, persecución y pruebas, tal como Cristo lo experimentó en la
tierra.
Los predicadores de la salud y la riqueza pasan por alto estas distinciones
importantes y dicen a sus seguidores que tienen el derecho de esperar toda
clase de bendiciones materiales, en especial si envían una donación
considerable al evangelista como “semilla de fe”. De hecho, cierto
evangelista afirmó que si las personas le enviaban por correo los extractos
de sus tarjetas de crédito, ¡él las quemaría delante de Dios para que fueran
libradas de las deudas! Tras esta afirmación sorprendente se dieron varios
testimonios de personas que habían recibido cheques inesperados con
sumas grandes que iban destinadas al pago de sus hipotecas y otras deudas
de ese tipo. Según esas personas no es necesario tomar decisiones difíciles
sobre el presupuesto ni cambiar el automóvil nuevo por uno usado porque
Dios nos sacará de todas las deudas, si estamos dispuestos a enviar al
evangelista nuestra “promesa de fe”. Una de esas personas dijo: “Si usted
planta la semilla, su cosecha ya está lista para ser recogida”.
A cualquier persona que cuestione estas necedades se le dice: “¿Quién es
usted para decir qué puede o no puede hacer Dios?” Por supuesto, la
cuestión no es qué puede o no puede hacer Dios, sino determinar que esto
sea lo que Él ha prometido en realidad, y saber si tenemos o no el derecho
de insistir en que Él cumpla esa supuesta promesa.
Así, bajo el disfraz de unas cuantas porciones bíblicas como pretexto,
pero sin principios sanos de interpretación, todos los deseos de riqueza y
salud se encubren con las Escrituras. Las enseñanzas balanceadas del
Nuevo Testamento son ignoradas para favorecer a los que tienen el
síndrome de “Jesús quiere que seas rico”. Por supuesto, esta enseñanza
cuadra a perfección con las aspiraciones materialistas de un alto porcentaje
de la población norteamericana. Las palabras del falso profeta y los oídos
del de las personas que tienen comezón de oír están muy bien
sincronizados.
En los primeros siglos los cristianos tenían discusiones acerca de si una
persona rica podía siquiera salvarse. Los profetas contemporáneos no dan
respuesta afirmativa y entusiasta a la pregunta, sino que afirman además
que la voluntad de Dios es que todos sean ricos aquí en la tierra. De esta
manera dan la espalda a la pobreza de Jesús, y se despiden de generaciones
de fieles que “anduvieron de acá para allá cubiertos de pieles de ovejas y
de cabras, pobres, angustiados, maltratados” (He. 11:37). Adiós a la fe de
millones de cristianos que languidecen hoy en prisiones, incapaces de
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