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09 ¿Quién eres tú para juzgar - Erwin W. Lutzer

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espiritual son dadas a aquellos que son fieles al Señor, pero el evangelio no

incluye promesas de riqueza o salud. Todo lo contrario, nos garantiza

pobreza, persecución y pruebas, tal como Cristo lo experimentó en la

tierra.

Los predicadores de la salud y la riqueza pasan por alto estas distinciones

importantes y dicen a sus seguidores que tienen el derecho de esperar toda

clase de bendiciones materiales, en especial si envían una donación

considerable al evangelista como “semilla de fe”. De hecho, cierto

evangelista afirmó que si las personas le enviaban por correo los extractos

de sus tarjetas de crédito, ¡él las quemaría delante de Dios para que fueran

libradas de las deudas! Tras esta afirmación sorprendente se dieron varios

testimonios de personas que habían recibido cheques inesperados con

sumas grandes que iban destinadas al pago de sus hipotecas y otras deudas

de ese tipo. Según esas personas no es necesario tomar decisiones difíciles

sobre el presupuesto ni cambiar el automóvil nuevo por uno usado porque

Dios nos sacará de todas las deudas, si estamos dispuestos a enviar al

evangelista nuestra “promesa de fe”. Una de esas personas dijo: “Si usted

planta la semilla, su cosecha ya está lista para ser recogida”.

A cualquier persona que cuestione estas necedades se le dice: “¿Quién es

usted para decir qué puede o no puede hacer Dios?” Por supuesto, la

cuestión no es qué puede o no puede hacer Dios, sino determinar que esto

sea lo que Él ha prometido en realidad, y saber si tenemos o no el derecho

de insistir en que Él cumpla esa supuesta promesa.

Así, bajo el disfraz de unas cuantas porciones bíblicas como pretexto,

pero sin principios sanos de interpretación, todos los deseos de riqueza y

salud se encubren con las Escrituras. Las enseñanzas balanceadas del

Nuevo Testamento son ignoradas para favorecer a los que tienen el

síndrome de “Jesús quiere que seas rico”. Por supuesto, esta enseñanza

cuadra a perfección con las aspiraciones materialistas de un alto porcentaje

de la población norteamericana. Las palabras del falso profeta y los oídos

del de las personas que tienen comezón de oír están muy bien

sincronizados.

En los primeros siglos los cristianos tenían discusiones acerca de si una

persona rica podía siquiera salvarse. Los profetas contemporáneos no dan

respuesta afirmativa y entusiasta a la pregunta, sino que afirman además

que la voluntad de Dios es que todos sean ricos aquí en la tierra. De esta

manera dan la espalda a la pobreza de Jesús, y se despiden de generaciones

de fieles que “anduvieron de acá para allá cubiertos de pieles de ovejas y

de cabras, pobres, angustiados, maltratados” (He. 11:37). Adiós a la fe de

millones de cristianos que languidecen hoy en prisiones, incapaces de

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