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frente al público de la televisión nacional sin juicios morales y objetivos,
excepto por supuesto, de la “derecha religiosa radical”. Todos están de
maravilla y ninguna conducta es mejor que cualquier otra. Es difícil
exagerar en la denuncia del daño que esa clase de pensamiento ocasiona
cada vez que hace borrosas ciertas distinciones importantes.
Así como los programas de opinión hacen normal la conducta excéntrica
y anómala, muchos profetas falsos y los que se llaman sanadores por fe
han hecho normales ciertas doctrinas y experiencias extrañas. En la
actualidad se expresan ideas de todo tipo sin reprensión alguna o el
reconocimiento mínimo de que podrían ser falsas. Si Dios quiere sanar a
una mujer por medio de sacudir su cabeza durante veinte minutos,
¿quiénes somos nosotros para juzgar? Cualquier revelación hablada es
creída como procedente de Dios, sin importar que sea contraria a las
Escrituras o absurda por completo.
Las Escrituras advierten en contra de los maestros falsos y sus doctrinas.
“Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que
teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias
concupiscencias” (2 Ti. 4:3). Los maestros falsos son motivados por sus
deseos y su avaricia. Las personas quieren oír lo que le agrada y no
quieren que su pecado sea expuesto, sino que solo tienen disposición para
escuchar a los que están de acuerdo con sus propios deseos. Siempre que
puedan se pondrán a sí mismos como su propio parámetro y buscarán a
alguien que valide su aprobación de ellos mismos.
Sin sumisión rigurosa a la Palabra de Dios, el pueblo siempre desarrolla
una teología que: (1) le permita justificar su acumulación de riqueza; (2)
alimente su orgullo como portavoces especiales de Dios; y (3) suministre
un contexto en el que se condena la inmoralidad. Así un profeta falso
quede expuesto como un fraude, podrá continuar por esta simple razón:
“Dios lo ha perdonado, ¿por qué no lo haremos nosotros?” En pocas
palabras, no se permitirá todo aquello que tenga el propósito de impedir la
enseñanza falsa, un estilo de vida dudoso y el hambre de poder.
¡No sorprende que el discernimiento escasee tanto! Hastiados de algunos
de los excesos de los conflictos doctrinales del pasado y absorbidos en la
pasión presente por la unidad a cualquier costo, hemos sucumbido al
espíritu de la época. En nuestro temor de ser llamados faltos de amor,
hemos permitido que se desarrolle un clima en el que toda opinión es tan
válida como cualquier otra. Tenemos tanto temor de ser acusados de
discriminación que hemos olvidado nuestro deber básico de discriminar
sobre cuestiones fundamentales. Ahora se dice que el amor nos prohíbe
levantarnos y decir: “Esto es falso”. Por eso tenemos que aceptar con
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