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09 ¿Quién eres tú para juzgar - Erwin W. Lutzer

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frente al público de la televisión nacional sin juicios morales y objetivos,

excepto por supuesto, de la “derecha religiosa radical”. Todos están de

maravilla y ninguna conducta es mejor que cualquier otra. Es difícil

exagerar en la denuncia del daño que esa clase de pensamiento ocasiona

cada vez que hace borrosas ciertas distinciones importantes.

Así como los programas de opinión hacen normal la conducta excéntrica

y anómala, muchos profetas falsos y los que se llaman sanadores por fe

han hecho normales ciertas doctrinas y experiencias extrañas. En la

actualidad se expresan ideas de todo tipo sin reprensión alguna o el

reconocimiento mínimo de que podrían ser falsas. Si Dios quiere sanar a

una mujer por medio de sacudir su cabeza durante veinte minutos,

¿quiénes somos nosotros para juzgar? Cualquier revelación hablada es

creída como procedente de Dios, sin importar que sea contraria a las

Escrituras o absurda por completo.

Las Escrituras advierten en contra de los maestros falsos y sus doctrinas.

“Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que

teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias

concupiscencias” (2 Ti. 4:3). Los maestros falsos son motivados por sus

deseos y su avaricia. Las personas quieren oír lo que le agrada y no

quieren que su pecado sea expuesto, sino que solo tienen disposición para

escuchar a los que están de acuerdo con sus propios deseos. Siempre que

puedan se pondrán a sí mismos como su propio parámetro y buscarán a

alguien que valide su aprobación de ellos mismos.

Sin sumisión rigurosa a la Palabra de Dios, el pueblo siempre desarrolla

una teología que: (1) le permita justificar su acumulación de riqueza; (2)

alimente su orgullo como portavoces especiales de Dios; y (3) suministre

un contexto en el que se condena la inmoralidad. Así un profeta falso

quede expuesto como un fraude, podrá continuar por esta simple razón:

“Dios lo ha perdonado, ¿por qué no lo haremos nosotros?” En pocas

palabras, no se permitirá todo aquello que tenga el propósito de impedir la

enseñanza falsa, un estilo de vida dudoso y el hambre de poder.

¡No sorprende que el discernimiento escasee tanto! Hastiados de algunos

de los excesos de los conflictos doctrinales del pasado y absorbidos en la

pasión presente por la unidad a cualquier costo, hemos sucumbido al

espíritu de la época. En nuestro temor de ser llamados faltos de amor,

hemos permitido que se desarrolle un clima en el que toda opinión es tan

válida como cualquier otra. Tenemos tanto temor de ser acusados de

discriminación que hemos olvidado nuestro deber básico de discriminar

sobre cuestiones fundamentales. Ahora se dice que el amor nos prohíbe

levantarnos y decir: “Esto es falso”. Por eso tenemos que aceptar con

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