Géneros musicales/procesos y problemáticas socioculturales ...
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El areíto antillano, como los versolaris vascos, representaba,<br />
según el historiador don Antonio Bachiller y<br />
Morales, los afectos y tradiciones de los primitivos pobladores<br />
de nuestra Isla.<br />
Según Herrera, el primer areíto celebrado por los indígenas<br />
en nuestro suelo, con argumento europeo, fue el que<br />
mandó a hacer el cacique “Comendador”, en obsequio de<br />
Nuestra Señora la Virgen Madre de Jesús.<br />
Variaban estos cantos de modalidades, de acuerdo con<br />
la naturaleza de las fiestas que celebraban, imponiéndose<br />
el baile y los distintos areítos como una necesidad de<br />
aquellas gentes, para exteriorizar su estado de ánimo, reafirmándose<br />
así, bajo este aspecto, en todos los pueblos<br />
de la tierra, particularmente este a que nos referiremos<br />
más adelante.<br />
Los siboneyes, a quienes se les reconoce por los historiadores<br />
facilidades para la improvisación, pues siempre<br />
había entre ellos quien se distinguiera por la sutileza de su<br />
ingenio o por su inventiva, componían diversos romances,<br />
que diferían luego en el tono melódico, según se tratase<br />
de celebrar una victoria sobre los caribes o los enemigos<br />
vecinos; de conmemorar sucesos tristes o alegres, o de<br />
expansionar, en fin, su espíritu, alcanzando en este caso, a<br />
las veces, sus cantos y bailes, los líderes de un tumultuoso<br />
desorden.<br />
Sentían gran predilección por la danza, que les era,<br />
en verdad, peculiar, y se exaltaban a su compás, haciendo<br />
exageradas contorsiones, ejercitándose en un continuo pataleo<br />
que seguía el monótono rimar de los tambores. Los<br />
incansables danzantes eran obsequiados por los espectadores<br />
con alcohol de maíz –chicha– que les brindaban,<br />
en jácaras de güiro, los concurrentes, en medio de una<br />
desenfrenada guasángara (algarabía), que hacía trocar la<br />
línea melódica de los areítos en una serie de alaridos y<br />
gritos descompasados.<br />
En estas fiestas peculiares predominaba, rítmicamente,<br />
el repique de los atabales y del mayohuacán, tambores<br />
de madera hueca, que medían, por lo general, dos<br />
pies de largo y de un diámetro, aproximadamente, de<br />
dos palmos en la parte superior, que disminuían gradualmente<br />
hacia su base, que a lo sumo tendría cuatro o seis<br />
pulgadas de ancho. Aunque carecían de parche estos originales<br />
instrumentos, aseguran los historiadores que su<br />
ruido se percibía “en una legua a la redonda”. Nosotros<br />
encontramos la supervivencia de estos tambores primitivos,<br />
no solo en las distintas variedades utilizadas por<br />
los afrocubanos, a que habremos de referirnos después,<br />
sino también y en cuanto a su poder vibrátil, en la denominada<br />
tumbadera o tumbandera, que aún encuentra el<br />
afanoso investigador, en los recodos de nuestra sinuosa<br />
región oriental.<br />
Utilizábase este raro instrumento para marcar el ritmo de<br />
la música, empleándose en las fiestas al aire libre, y consistía<br />
en una botija de barro enterrada en el suelo hasta la boca,<br />
cubierta con una piel, a manera de tambor. De dicha botijuela<br />
salía un largo bejuco que se fijaba en un árbol cercano. Golpeado<br />
este bejuco con otro, en el centro de su extensión, obte-<br />
C l a v e<br />
Musicología y Género<br />
Figura 1<br />
níase un sonido vibrante que marcaba determinadamente los<br />
acentos rítmicos de aquella música de nuestros antepasados,<br />
que se escuchaba también desde muy lejos.<br />
Los siboneyes utilizaban como instrumentos <strong>musicales</strong><br />
caramillos o flautas, que fabricaban con bejucos y cañas de<br />
madera hueca. Empleaban, asimismo, los guamos, hechos<br />
con caracoles marinos, a los que cercenaban un extremo,<br />
dándoles forma de bocina, y completaban sus orquestas<br />
rudimentarias con las maracas, que también poseían los<br />
indios de Puerto Rico, instrumento hecho del güiro o calabazo,<br />
en el que introducían unas pequeñas piedras, sujetándolo<br />
luego a una mano, para agitarlo a voluntad, produciendo<br />
un ruido característico.<br />
Algunos especialistas en estudios precolombinos afirman<br />
que el siboney utilizó en sus fiestas y ceremonias la<br />
marimba, consistente en un tronco hueco, en cuyo centro<br />
abrían una boca y, sobre esta, colocaban juncos y láminas<br />
delgadas de carey, obteniendo dulces y melancólicos<br />
sonidos, con los que acompañaban sus cantares o areítos.<br />
Este instrumento era, según se dice, patrimonio de los<br />
haitianos, y en la provincia de Pinar del Río ha existido<br />
desde muy lejanas fechas.<br />
Finalmente, podemos citar también el habao, especie de<br />
rabel, que representaba entre los siboneyes la más complicada<br />
muestra de sus adelantos <strong>musicales</strong>. Afectaba la forma<br />
de una Guzla, con tres cuerdas, y era utilizado también por<br />
los indios de Borinquen.<br />
El areíto compuesto con referencia a Anacaona, reina de<br />
la Maguana, hermana de Mayobanex, rey de los Ciguayos,<br />
y de Behequio, cacique de Xaraguá y mujer de Canoabo,<br />
“la inteligencia más clara y la más bien dispuesta de la Isla”,<br />
según Delmonte, presenta la siguiente letra: