MAQUETACION DICIEMBRE 2005 - Diverdi

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Monográfico de Witold Lutoslawski en DUX Vendavales orquestales Con este monográfico Witold Lutoslawski (1913-1994) a cargo del director Antoni Wit y la Orquesta Filarmónica de Varsovia nos adentramos en una de las regiones más interiores y centrales de la música polaca del siglo XX, ciertamente agitada por los disturbios y tumultos de la época. El Concierto para orquesta acusa en cierto modo el enfrentamiento con los comunistas de su país, a quienes no había convencido demasiado una composición anterior, la Sinfonía nº 1, juzgada opuesta a los criterios del realismo socialista. El autor se propuso entonces escribir una obra para amplios efectivos orquestales inspirada en el folklore polaco, idea que cristalizaría en este Concierto estrenado con gran éxito en 1954. Es verdad que más tarde veremos a Lutoslawski consolidar una gramática armónica y tonal más personal, más avanzada si se quiere, pero no es menos cierto tampoco que esta obra de influencia bartokiana supone una extraordinaria lección de exploración tímbrica, colorido orquestal y despliegue temático. Sus tres movimientos, que asignan sucesivamente a cada sección orquestal funciones concertantes, se articulan a partir de dinámicas estructuras de tensiones basadas en el constante juego de acumulación y liberación de energía. Anton Wit demuestra una profunda comprensión de esta pieza y contrasta con decisión dinámicas, ritmos y texturas, atacando por ejemplo el último movimiento, Passacaglia, Toccata e Corale, con un tiempo inusualmente lento y majestuoso, de enorme impacto emocional. Y como complemento de lujo el Concierto para violonchelo y orquesta (1970) creado a instancias de Mstislav Rostropovich, que les supondría a ambos más de un quebradero de cabeza con sus respectivos gobiernos. Ilustración del conflicto individuo-sociedad, esta iriscente y abrupta fantasía en un solo movimiento dividido en cuatro escenas comienza con un monólogo del instrumento solista que los metales intentan, sin conseguirlo, interrumpir; el violonchelo pretende dialogar en cuatro ocasiones con las demás secciones, que le responden siempre con aspereza, hasta la culminación de la pieza con un doloroso estallido. La presente versión de uno de los conciertos más significativos de la segunda mitad del siglo pasado pone de manifiesto la versatilidad y buena comunicación entre atriles de una Filarmónica de Varsovia en plena forma; el solista, Rafal Kwiatkovski, se defiende con dignidad de los vendavales orquestales que no dejan de sacudirle. WITOLD LUTOSLAWSKI (1913-1994): Concierto para orquesta (1954); Concierto para violonchelo (1970) / Rafat Kwiatkowski, violonchelo / Warsaw Philharmonic Symphony Orchestra. Dir.: Antoni Wit / DUX / Ref.: DUX 0499 (1 CD) D2 Obras para dúo de piano de Gershwin, Copland y Bernstein América, América George Gershwin, Aaron Copland y Leonard Bernstein: ¿los tres compositores americanos más populares del siglo XX? Seguramente. En cualquier caso, son los elegidos para conducirnos a un vibrante viaje al corazón musical norteamericano propuesto por el dúo pianístico Genova & Dimitrov (Aglika Genova y Liuben Dimitrov), cuyas grabaciones para el sello CPO de obras de Poulenc, Martinu, Schnittke o Shostakovich, entre otros autores, han sido recibidas con entusiástica algarabía por la crítica internacional. America for Two es un buen ejemplo de sus capacidades. Ambos teclistas demuestran una muy feliz compenetración -conseguida tras una década de constante colaboración-, una emocionante expresividad melódica y al mismo tiempo el más electrizante sentido rítmico. El programa, por otra parte, resulta ciertamente animado y placentero: en estos arreglos para dos pianos varias de las piezas reunidas, convertidas en dinámicas versiones camerísticas, parecen ganar en frescura y gallardía, en gracia sinuosa y aleteante. A este respecto, cabe señalar el vuelo lírico que atraviesa aquí la Porgy and Bess Fantasy de Gershwin, la expansiva impetuosidad que se apodera de El Salón México de Copland o el mundo de contrastes y denso cromatismo cristalizado en la presente lectura de West Side History de Bernstein. En cierto modo, las interpretaciones de Genova y Dimitrov sitúan estas conocidas obras en un interesante terreno, a mitad de camino de lo culto y lo popular, de lo clásico y lo moderno, haciendo circular por ellas una enérgica vitalidad. Un disco, por lo tanto, disfrutable no sólo por los aficionados a este repertorio, sino por cualquier oyente que quiera recordar algunas de las más conocidas páginas musicales del pasado siglo en intensas interpretaciones. A.P.T. AMERICA FOR TWO: Obras de Gershwin, Copland, Bernstein / Duo Genova & Dimitrov / CPO / Ref.: 777039-2 (1 CD) D5 ( 24 ) Regresa el trombonista Christian Lindberg Mezclas sin complejos C.F. El carismático trombonista Christian Lindberg, para quien han compuesto obras autores de la envergadura de Xenakis, Berio o Gubaidulina, presenta un programa dominado en gran medida por el concepto de cross-over, por el cruce de géneros musicales diferentes. No puede ocultarse que las tres obras recogidas en esta grabación resultan bastante ligeras, lo cual no supone por supuesto ningún demérito. Se trata de composiciones dinámicas y vibrantes, alejadas de complejidades y resueltas con más o menos acierto. La primera y más convincente del lote tiene algo de insólita recuperación por cuanto se trata del Concierto para trombón y orquesta que Nathaniel Shilkret (quien dirigió la primera grabación de la Rhapsody in Blue de Gershwin) escribiera en 1945 para ser interpretado por Tommy Dorsey, estrella popular en aquel entonces, y Leopold Stokowski, al frente de la Orquesta Sinfónica de Nueva York. Lindberg ostenta sus amplios recursos trombonísticos en esta partitura que mezcla jazz y clásica sin complejos, de rica instrumentación y evocadoras atmósferas. Por su parte, Concierto nº 1 para trombón y orquesta. El retorno de Kit Bones (2001) de Fredrik Högberg se inspira en los spaghetti-westerns de Sergio Leone, manejando con soltura un lenguaje, empalagosamente romántico a veces, tan cinematográfico como variado. Para finalizar, Helikon Wasp (2003), del propio Lindberg, que aquí dirige a una Orquesta Sinfónica de Sao Paulo muy bien engrasada y poseedora de una lujuriante tímbrica, versa sobre un personaje que «sólo confía en su instinto y que detesta la menor pretensión intelectual»... aunque lo cierto es que el autor recurre a la mitología griega para bautizar a su héroe: ¿quién entiende a los trombonistas modernos? En cualquier caso la pieza, un divertimento poliestilístico, convierte las sonoridades del trombón y de la orquesta en su mayor atractivo. A.P.T. CHRISTIAN LINDBERG interpreta NATHANIEL SHILKRET (1889-1992): Concierto para trombón y orquesta (1945); FREDRIK HÖGBERG (n. 1971): Concierto para trombón y orquesta No. 1 (The Return of Kit Bones); CHRISTIAN LINDBERG (n. 1958): Helikon Wasp (2003) para trombón director y orquesta / Christian Lindberg, trombón y dirección. Sao Paulo Symphony Orchestra. John Neschling, dirección / BIS / Ref.: BIS SACD 1448 (1 SACD) D2
Eliahu Inbal nos propone la impresionante Sinfonía Alemana de uno de los grandes «comprometidos» del siglo XX Eisler, creyente No tiene que sorprendernos que a Eliahu Inbal le haya interesado tanto esta sinfonía como para tocarla con una orquesta en principio tan inadecuada como la Filarmónica de Radio France, y con el coro de la misma radio (y es cosa reciente, de noviembre de 2004, Cité de la Musique). No ha de sorprendernos porque aquí hay mucho de ese mundo sinfónico acaso crepuscular o quién sabe si «de crisis» que es el mahleriano. Y fue Inbal el gran renovador de las sensibilidades y la conciencia mahlerianas allá por los años 80. Todavía recuerdo aquel día que vino aquí con Frankfurt, nos dio aquella Quinta, y ¡Dios mío! nos caímos del caballo. Los que nos habíamos subido a alguno, quiero decir. Hay en esta Deutsche Sinfonie de Hanns Eisler mucho Revelge, mucho de la marcha «Soldaten» de Marie en Wozzeck, muchas de esas danzas infernales que a Mahler le gustaba hacernos bailar porque sin duda sabía que el infierno es cosa de este mundo. Pero también hay otras cosas. Hay una poética explícita, la de Bertolt Brecht, más un texto arreglado por Eisler a partir de otro de Ignacio Silote. Se nos dice que esta obra es de 1935 a 1947; si tenemos en cuenta que el Tercer Reich duró de 1933 a 1945, nos salen las cuentas de manera exacta. 1933 fue un año nefasto en todos los sentidos. 1947 fue feliz en muchos, y especialmente en algunos que el tiempo irá aclarando cada vez mejor. Y hay atisbos de heroísmo sinfónico, de realismo socialista. En la medida de lo posible, de buena ley. No responde todavía a consignas. El artista ha asumido la consigna y se dice: caramba, hay que arrimar el hombro, los camaradas y la causa me necesitan, a mí y a los que son como yo, maldita sea, somos unos pequeños burgueses, o no tan pequeños, así que hay que hacerse perdonar el estigma, el origen, la cuna, la cepa. Bueno, más o menos eso. Se nos dice en el libreto de presentación que también hay alguna crítica al estalinismo, pero nos da la impresión de que no es cierto. Eisler supo del XX Congreso; no así Brecht, que murió ese mismo año. Pero de lo que supieron ambos, sobre todo Eisler, fue del error y del horror de su generación, de la anterior y de las siguientes. Es lógico también que Eisler se fije en Mahler para su propio sinfonismo. Eisler es el rebelde de entre los discípulos de Schoenberg. Para éste, el arte era algo así como sagrado, y su causa también lo era, de manera que el arte era una cosa compleja que había que preservar en tiempos de auge, mas también, y sobre todo, en tiempos «malos para la lírica», por decirlo así. Para Eisler, la música tenía que dirigirse a un público amplio, al pueblo, que no sabía de cosas virgueras como la suspensión tonal, la emancipación de la disonancia, el serialismo y todas esas cosas de artista «separado» de las masas. Vaya, de modo que vamos a descubrir las bondades del dos por dos, amigo Eisler, podría haber dicho Schoenberg, y creo que en rigor algo así dijo. No, maestro, pero es que en su torre de marfil hace mucho frío, prefiero calentarme un poco con el pueblo ahí abajo, podría haber respondido Eisler, que tenía salidas por el estilo (aunque sabemos que la lengua más rápida y golpeante de todo el exilio era la del gordo Korngold). Cuando Eisler termina esta sinfonía, todavía vive ese oscuro y siniestro personaje llamado Zdánov, que no morirá hasta 1948, pero que tiene tiempo de hacer la gran purga de músicos soviéticos ese mismo año. Sin saberlo, Eisler da argumentos para esa purga con una obra como ésta. Que, sin embargo, hay que escuchar como lo que es, un fresco sinfónico impresionante. Por cierto, lo estrenó Eisler en abril de 1959 en la Staatsoper unter den Linden. La obra se compone de once partes o movimientos, unos puramente sinfónicos y otros vocales, para solistas, para coro, o para ambos. Por cierto, el tercero de estos fragmentos, de poco más de tres minutos, es un añadido de 1958. Esto indica, de paso, en qué medida valoró Eisler esta obra suya, cuánto la mimó, cuánto le acompañó en sus asendereados exilios y hasta qué punto la cuidó desde que éstos empezaron. Por cierto, esos exilios le trajeron a España, en cuya guerra civil luchó a favor del bando republicano en virtud de su adscripción comunista. Como militante, como ( 25 ) hombre honesto, Eisler no podía saber que la ayuda soviética a la España republicana era un ensayo general de dominación de un gobierno a través de un partido «filial». Comunista era Eisler y comunista siguió siendo. Ahí está esa justísima portada. Volveremos en seguida sobre ella. En sus andanzas, acaba en Estados Unidos. En Hollywood tiene problemas con la Comisión de actividades antiamericanas. Por una vez, Mac Carthy tenía razón: Eisler sí era comunista. Consiguió que le defendiera mucha gente, entre ellos Stravinski, que nunca se mojaba por nadie, al menos así como así, y menos por un «rojeras». Al menos, quedó de todo aquello el Hollywood Songbook (1938-43). Volvió Eisler a la Europa destruida por la guerra y se instaló en la parte de Alemania ocupada por la Unión Soviética, la que se convertiría en la República Democrática Alemana. Hans no podía saber que aquello iba a ser uno de los estados más siniestros de todos los tiempos, y compuso su himno. Allí se instalaba también su amigo y colaborador Bertolt Brecht, para el que había escrito la música de algunas piezas teatrales de gran importancia, como dos adaptaciones nada serviles como La madre y Schweik en la Segunda Guerra Mundial. Ambos, sobre todo, habían escrito numerosas canciones comprometidas con la causa, a menudo realmente vitriólicas. No duraron mucho ni uno ni otro en el nuevo y flamante país que fue capital de la guerra fría. Brecht tuvo la suerte de morir en 1956 y no mancharse demasiado las manos; sólo un poco. Eisler murió en 1962: ¿del disgusto de ver que el camarada Walter Ulbricht y sus chicos levantaban un muro en Berlín? Vean la portada. Oigan la sinfonía. En ésta, Brecht y Eisler. En aquella, una militante del pueblo que une martillo y hoz para formar lo que ya sabemos. El comunismo tuvo mucha fuerza por eso, por la ingenuidad y generosidad del pueblo que lo defendió, por la ingenuidad y generosidad de los artistas e intelectuales que lucharon por él. El comunismo se diferencia del nazismo en que en éste tanto los intelectuales como los militantes de base, las juventudes y las senectudes están formadas por personas que son sacos inagotables de odio. En cambio, las élites, los dirigentes de un partido nazi y un partido comunista como aquellos dos que compadrearon en agosto y septiembre de 1939 y no se enfrentaron hasta la primavera de 1941; esas elites, digo, son más o menos intercambiables. Por eso hoy, pese a los males que el comunismo ha traido al mundo, se puede hacer una portada como ésta y entender su belleza. ¿Verdad que no se entendería lo mismo con una nena blonda que formara la cruz gamada? Si alguien quiere consultar las Memorias de Henze(1), encontrará allí el paisaje desolado en que se convirtió poco a poco y cada vez más deprisa la R.D.A., y lo que fue de algún que otro descendiente de Eisler. Y que conste que Henze ha sido de todo en esta vida, pero nunca agente de la CIA. Un bello disco. Hecho por franceses, curiosamente. Y por un israelí hierosolomitano, que es un artistazo, como saben bien los lectores de este insuperable boletín. Ya era hora de que esta obra saliera de las leyendas, de los archivos radiofónicos inaudibles (la verdad, no sé siquiera si se conserva algún registro de la vieja R.D.A.) y del ostracismo. Sí, del ostracismo de lo bienpensante. Es uno de esos interesantísimos discos a los que empieza a acostumbrarnos el tándem Radio France-Naïve. Santiago Martín Bermúdez NOTAS: (1) Hans Werner Henze: Canciones de viaje con quintas bohemias. Noticias biográficas. Antonio Amchado Libros. Fundación Scherzo. HANNS EISLER (1898-1962): Deutsche Sinfonie (Sinfonía alemana) / Koch, Masur, Schulte, Rydl. Jean-Louis Depoil & Pierre Roux, recitadores / Choeur de Radio France. Norbert Balatsch, director coral. Orchestre Philharmonique de Radio France. Myung- Whun Chung, dirección musical. Eliahu Inbal, dirección (Grabación en directo, 19.11.2004, París) / NAÏVE / Ref.: V 5031 (1 CD) D1
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