Diciembre Nº 85 - Biblioteca Virtual El Dorado

JeJúJ, Smtofo !Jnmorfaf
por Ricardo J. Alfaro
Cualesquiera que sean las ideas que cada cual profese acerca Je la
personalidad de Jesús; sea que se le adore como al propio Dios hecho
hombre o que se le admire como filósofo y como mártir no divino, aunque
sí superhumano, lo cierto es que el Rabí de Galilea es, y seguirá
siendo, el símbolo inmortal de una humanidad perfecta que no ha llegado
todavía a su meta, a pesar de que marcha hacia ella hace veinte
centurias.
Si la historia del género humano hubiera de dividirse únicamente
en dos épocas sería Jesús de Nazareth quien con sus enseñanzas y JUS
anhelos pudiera marcar el fin de la primera y la alborada de la segun-
da. Fue él quien reveló al mundo la existencia de nuevas
fuerzas que
han de moverlo con más eficacia que la mera fuerza bruta. A los antiguos
dioses que como Moloch devoraban víctimas irracionales o humanas
para aplacar sus iras o que como Jehovah degollaban a los hombres
o los hacían parecer en horribles catástrofes, sustituyó ese Dios de bondad
y de dulzura que cuida de los paj arilos del campo y que reserva a
los niños el reino de los cielos. A la religión envilecedora del temor opuso
al culto inefable del amor; a la hipocresía, la verdad; al egoísmo, el altruísmo;
al fariseismo, la tolerancia; a la esclavitud de los cuerpos y
de las almas, el espiritu de la libertad. De ese modo asentó el funciQnamiento
de las sociedades sobre bases nuevas cuyos cimientos arraigan
en el mismo corazón, y no sólo llevó a cabo con sus principios la más formidable
revolución que hayan presenciado las edades, sino que sigue
inspirando las revoluciones contemporáneas y las del porvenir, JesÚs se
adelanta diez y ocho siglos a los padres de la revolución Francesa para
proclamar el triple dogma de la libertad la Igualdad, y la Fraternidad.
Al través de mil novecientos años se estrecha las manos con Tolstol; y
los tiempos futuros, en que se vislumbran destellos de socialismos y radicalismos
fundados en una caridad más universal que la de nuestros
dias, servirán tamb'ién para demostrar que las mejores relaciones de los
hombres entre sí son aquellas que se rigen por las reglas de oro del
Evangelio.
Por eso es la Pascua fiesta tan llena de prestigios y alegrías para
todos: para la criatura inocente que aguarda los dones ansiados del
iliño JesÚs; para el creyente que le adora como la Divinidad encarnada
y para el fiósofo que admira y ama su obra de Reformador. Por eso escuchamos
con deleite la melodía de los vilancicos y nos embelesamos
con las dulces leyendas de Navidad: porque se nos antoja que esa estrella
que acompañó a los reyes magos hasta el pesebre de Belén, es
la misma luz del Ideal que conduce a los hombres al reinado venturoso
de la Justicia y del amor.
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25, Diciembre, 1920
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