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Numero 103 - Escuela de Psicología Social de Montevideo

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BARCELTA<br />

Luis Gruss<br />

Campo Grupal / 16<br />

lgruss@ciudad.com.ar<br />

Una cita ambigua en medio <strong>de</strong> una calle que podría ser un río o<br />

un <strong>de</strong>sierto sería como <strong>de</strong>cir ningún lado puesto que cualquiera<br />

<strong>de</strong> las dos orillas y tantísimas posibilida<strong>de</strong>s no conspiran -sin<br />

embargo- cuando oscurece y el hombre camina <strong>de</strong>rivando, o<br />

mejor, buscando en calma a la bailarina cuya figura se va <strong>de</strong>lineando<br />

entre las sombras.<br />

Ella es joven, un calificativo que en este caso no aporta <strong>de</strong>masiado,<br />

aunque en otras circunstancias <strong>de</strong>bería. El hombre <strong>de</strong> la<br />

chaqueta gris, en cambio, arrastra algún dolor <strong>de</strong> años, una ofensa<br />

quizás o una caída en un pozo <strong>de</strong>l cual no ha salido por más<br />

que haya aprendido a <strong>de</strong>ambular en huecos tremendos <strong>de</strong> seca felicidad.<br />

La bailarina espera sentada en un escalón tan alto como el<br />

nivel <strong>de</strong>l mar. Sus piernas están cubiertas por una pollera <strong>de</strong> los<br />

sesenta o los setenta, lo suficientemente amplia como para que<br />

no pudiera adivinarse mucho <strong>de</strong> sus nalgas africanas; el torso<br />

parece contenido por una blusa que difícilmente simula los<br />

pechos que al parecer buscan lo que está <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> sí misma; el<br />

pelo <strong>de</strong> perra lanuda, los aros largos como discursos, toda ella<br />

nimbada por cierta sonrisa que algunos, los menos ingeniosos,<br />

<strong>de</strong>nominan imborrable por cierta <strong>de</strong>gradante inclinación a la<br />

comodidad.<br />

Los dos van o iban a entrar en un bar tenue o <strong>de</strong> luz amortiguada<br />

como habría <strong>de</strong>tallado la bailarina en días menos feos y mojados;<br />

pero el lugar indicaba un abandono <strong>de</strong> vitalidad: persianas<br />

cerradas como párpados, ninguna luz <strong>de</strong> oposición, el <strong>de</strong>saliento<br />

<strong>de</strong> lo que pudo ser y quizás no volvería. La bailarina y el hombre<br />

<strong>de</strong> la chaqueta gris se miraron largamente con ganas tal vez<br />

<strong>de</strong> abandonar el plan que habían apurado pero dispuestos en fin<br />

a dar algún alivio a sus cuerpos cansados, quizás compartiendo<br />

una bebida extranjera, una broma, un beso dibujado con pinceladas<br />

gruesas como en ciertos cuadros mo<strong>de</strong>rnos, las manos buscándose<br />

el origen mismo <strong>de</strong> las uñas rotas a <strong>de</strong>ntelladas. Y no<br />

por casualidad este relato empieza a <strong>de</strong>splegarse ahora en pasado,<br />

forzando a sus verbos para que abandonen el puro presente hasta<br />

per<strong>de</strong>rse en la vana conjugación <strong>de</strong> un recuerdo.<br />

-Adón<strong>de</strong> vamos— dijo o preguntó el hombre <strong>de</strong> la chaqueta gris<br />

mientras la bailarina se levantaba <strong>de</strong> todo el día quizás para dar,<br />

como en el circo, un triple salto mortal.<br />

Ante la falta <strong>de</strong> respuesta caminaron unas cuadras hasta el sitio<br />

caratulado como Barcelta, un lugar <strong>de</strong> esos que invitan a besarse<br />

y a reír con cierta manía exhibicionista. No fue el caso <strong>de</strong> ellos<br />

que se <strong>de</strong>positaron (es un <strong>de</strong>cir) en unos sillones <strong>de</strong> cuerina blanca,<br />

próximos a la pared, y comenzaron a hablar distraídamente<br />

mientras en el fondo una pareja apretaba clavijas <strong>de</strong> hotel por<br />

horas y otra, más próxima, daba lugar a esas risas molestas que<br />

suelen rondar en carnavales <strong>de</strong> nylon. Nada especial. La conversación<br />

<strong>de</strong>rivó por asuntos <strong>de</strong> infancia, música inci<strong>de</strong>ntal, un<br />

padre <strong>de</strong>sinteresado y ya con otros hijos, una madre esperando<br />

algo in<strong>de</strong>finido en algún punto <strong>de</strong>l norte cercano y cosas así<br />

como ir al baño, reír o sonreír por cualquier cosa, esperar que la<br />

jarra <strong>de</strong> cerveza produjera efectos que posibilitaran un beso o<br />

algún acercamiento <strong>de</strong> otro or<strong>de</strong>n. Nada <strong>de</strong> eso ocurrió si bien la<br />

nada no alcanza para abarcar las sutilezas; lo que hubo, si es que<br />

el verbo haber tiene peso en el contexto, fue una escena incomprensible<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> cerca y previsiblemente íntima a la distancia que<br />

los hechos ofrecían. La bailarina habló <strong>de</strong> sus manos y las mostró<br />

a la manera <strong>de</strong> los magos. Ni por aquí ni por allá. Son chicas,<br />

dijo como quejándose y estirándolas hacia <strong>de</strong>lante como para<br />

que el hombre <strong>de</strong> la chaqueta gris las tomara y extendiera la<br />

acción hacia los brazos <strong>de</strong>lgados y, luego, hasta el cuello que se<br />

<strong>de</strong>jó caer con armonía <strong>de</strong> gran cabellera para que la mano velluda<br />

<strong>de</strong>l hombre pudiera <strong>de</strong>slizarse en un sitio invisible pero cierto,<br />

es <strong>de</strong>cir, el cuerpo real <strong>de</strong> una mujer expuesto en su mayor<br />

carencia y entregado a lo que fuera en una situación <strong>de</strong> luz baja<br />

y por completo fuera <strong>de</strong> programa.<br />

Aún así la bailarina se endureció <strong>de</strong> pronto, dijo vamos, el hombre<br />

pagó a velocidad cansina y los dos salieron <strong>de</strong> ahí como<br />

sonámbulos a una calle ingrata y más bien <strong>de</strong>spoblada.<br />

-Quiero fumar- resumió ella y fue en busca <strong>de</strong> fuego, algo que<br />

raramente falta en los tugurios. El hombre <strong>de</strong> la chaqueta gris<br />

aprovechó la escena para tomar a la dama por atrás y acariciarla<br />

obscenamente como lo habría hecho en otras ocasiones más o<br />

menos similares e igualmente improductivas. La bailarina no<br />

puso reparos pero empezó a andar a gran<strong>de</strong>s zancadas hasta que<br />

la llegada <strong>de</strong> un auto la hizo dispararse o disiparse luego <strong>de</strong> intentar<br />

unos besos piadosos en la comisura <strong>de</strong> los labios <strong>de</strong>l varón<br />

<strong>de</strong>sconcertado, casi indiferente a lo que ocurría, viéndola extin-<br />

guirse <strong>de</strong> pronto con la misma facilidad con que hasta hace un<br />

instante la observara estirar sus manos, sus brazos y el cuello en<br />

una entrega no tan común hacia un <strong>de</strong>sconocido que ahora había<br />

quedado a la intemperie como siempre, tratando vanamente <strong>de</strong><br />

reconstruir los momentos esenciales <strong>de</strong> lo que acababa <strong>de</strong> pasar<br />

con su mente poco fértil, más bien apagada, diluida en luces <strong>de</strong><br />

autos o vidrieras mientras consi<strong>de</strong>raba su situación. Alcanzó a<br />

meditar apenas en las tantísimas posibilida<strong>de</strong>s que ofrece la<br />

noche a los que han muerto <strong>de</strong> verdad hace ya tiempo y con<br />

pocas ganas <strong>de</strong> resucitar, más a esa hora tan inconveniente <strong>de</strong> la<br />

noche extrañamente amortiguada.<br />

RINCÓN DE LUZ<br />

Marcelo Miceli<br />

LA CITA<br />

La palabra cita tiene por lo menos dos significados<br />

posibles: encuentro entre personas, referencia<br />

a algún autor que se reproduce textualmente<br />

en un escrito. Pero quienes trabajan con<br />

el lenguaje (y los peces banana forman parte <strong>de</strong><br />

esa extraña legión) no se hacen <strong>de</strong>masiados<br />

problemas con el sentido último <strong>de</strong> las palabras<br />

que usan. En todos los casos una cita es resultado<br />

<strong>de</strong> una invitación colectiva o individual que<br />

produce algún efecto inesperado y singular. Y si<br />

no esperamos lo inesperado -<strong>de</strong>cía Heráclito<br />

con razón- jamás lo encontraremos.<br />

marcelo.miceli@yahoo.com.ar<br />

La mesa <strong>de</strong>l bar está ocupada. La elegí por estar estaba alejada<br />

<strong>de</strong>l resto, en un rincón que permite ver la calle. Un morocho<br />

toma café con leche y piensa en algo que solo le incumbe a él.<br />

No está sentado en mi mesa sino al lado, pero su presencia me<br />

impediría estar tranquilo, que para eso vengo. Más tar<strong>de</strong> una<br />

mujer le hará compañía. No es el tipo <strong>de</strong> mujer con quien lo asociaría.<br />

Cada pareja es un mundo.<br />

Entre el morocho y yo hay tres coreanas y un coreano. Son coreanos<br />

porque tienen la nariz metida para a<strong>de</strong>ntro. Caras aplastadas.<br />

Así me explicó un amigo que eran los coreanos, a diferencia <strong>de</strong><br />

los chinos, que no recuerdo que me dijo.<br />

No entiendo lo que dicen, aunque hay risitas cada tanto. Por la<br />

distancia tampoco entiendo qué es lo que habla el morocho con<br />

la mujer (ya llegó), así que el resultado es el mismo.<br />

Nadie pue<strong>de</strong> explicar el clima caluroso <strong>de</strong> estos días <strong>de</strong> invierno.<br />

La moza me indica que los tapaventanas están rotos y que por<br />

eso hace calor. La moza siempre tarda en venir por mi pedido y<br />

cuando viene dice siempre lo mismo: "disculpá pero no te vi<br />

subir". Ponen un solo mozo para planta baja y para arriba. Es<br />

lógico que no me vea ni me quiera ver. Sube y baja las escaleras<br />

en una rutina a la que nadie podría acostumbrarse. ¿Merece<br />

propina por eso?<br />

Ahora la mujer <strong>de</strong>l morocho parece más acor<strong>de</strong>. Usa un pulover<br />

rojo y se sube los lentes a la cabeza. Tiene rulos. El morocho<br />

usa campera ver<strong>de</strong> militar. Discuten civilizados. Ninguno interrumpe<br />

su <strong>de</strong>sayuno.<br />

La televisión está en Hallmark, sin volumen. Parece un policial.<br />

Hay movimientos rápidos <strong>de</strong> cámara y una rubia platinada con<br />

un ojo tapado por el peinado. Otra escena: una pareja discute. No<br />

dura tanto como para un Oscar dramático, pero va en esa tónica.<br />

Parece que ella se automedica porque él <strong>de</strong>scubre un cajón con<br />

pastillas. Ahora pelean: gana él cuando le aprieta el cuello.<br />

La radio <strong>de</strong>l bar es Kabul. Pasa mejor rock que la mayoría <strong>de</strong> las<br />

radios. No pasa melódicos. Es raro que un bar tenga a Kabul<br />

como sonido <strong>de</strong> fondo. Quizá el bar me guste por esto.<br />

El morocho no toma café con leche sino cortado o café solo. No<br />

había visto el pocillo. Se lleva las manos sobre la cabeza. Casi<br />

enseguida mueve su brazo <strong>de</strong>recho frenéticamente, puntualizando<br />

algún reproche.<br />

Los coreanos empiezan a hablar en castellano. Después callan.<br />

Ahora en la película se besan, pero no son los mismos <strong>de</strong> antes.<br />

Aunque el reflejo <strong>de</strong>l sol me impi<strong>de</strong>, la verdad, distinguir bien<br />

lo que pasa. Tras el beso hay tiros. Los mismos que se abrazaban<br />

ahora quieren matarse.<br />

El sol baja hacia el morocho y la mujer. Kabul pasó a una canción<br />

frenética <strong>de</strong> las que pone cada tanto. Los coreanos o ya no<br />

hablan, o hablan bajito. El morocho alza la voz y dice No, no.<br />

¿Por qué no?, quisiera preguntarle.<br />

Dejo propina. Me siento en culpa porque ella trabaja y yo tomo<br />

café en un bar. Si todos pensaran así. Cuando yo trabajo no me<br />

<strong>de</strong>jan propinas. Me arrepiento: podría retirar las monedas. La<br />

medialuna era rica, con personalidad <strong>de</strong> medialuna.<br />

En la película hablan mucho por celular. Los coreanos mandan<br />

mensajitos por celular. El morocho <strong>de</strong> mi mesa habla. No tiene,<br />

no tienen, nada más entre las manos que sus gestos.<br />

Su actitud pasó a ser relajada. Vuelve a llevar las manos sobre<br />

la cabeza pero en una especie <strong>de</strong> bostezo. La mujer apoya su cara<br />

entre las manos, escucha, y lanza una palabra cada tanto. Pero al<br />

rato vuelven a discutir. La verdad, no sé. Para mí que hay cariño<br />

(el amor es más fuerte), pero sin vuelta atrás. Espero que lo<br />

resuelvan pronto, así puedo volver a mi rincón.<br />

OÍDO AL PASAR<br />

Darío Miranda<br />

A lo mejor, la alegría sólo la viven los que son incapaces <strong>de</strong> <strong>de</strong>finirla. Montserrat Roig<br />

damiranda@hotmail.com<br />

El 37 se sacudió y di la cabeza contra el vidrio <strong>de</strong> la ventanilla.<br />

Había logrado dormir casi toda la hora y pico <strong>de</strong> viaje. Con los<br />

ojos entrecerrados miré para afuera. La lluvia no había parado y<br />

la humedad <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong>l colectivo se hacía insoportable. Los problemas<br />

<strong>de</strong> trabajo vagaban por mi cabeza, pero yo solo tenía el<br />

objetivo <strong>de</strong> llegar a casa.<br />

-Hoy la mata – escuché <strong>de</strong>s<strong>de</strong> atrás.<br />

Todavía estaba entre dormida, pero me llamó la atención la voz<br />

<strong>de</strong> la chica. Tal vez ya había escuchado esa voz <strong>de</strong> fumadora en<br />

otro viaje. Oía que seguían hablando en ese tono confi<strong>de</strong>ncial.<br />

Pero yo no podía escuchar más que frases sueltas a causa <strong>de</strong> los<br />

ruidos <strong>de</strong> la calle. Intenté girar la cabeza, pero un hombre <strong>de</strong><br />

abdomen prominente estaba parado a mi lado, tapándome la<br />

visual. Entendí que las dos chicas venían en la misma posición<br />

que el gordo y yo. Una sentada en el asiento individual, la otra<br />

parada a su lado. Agudicé el oído para tratar <strong>de</strong> pescar algo.<br />

-Los encontró en el dormitorio…cuernos con el amigo – le contaba<br />

la <strong>de</strong> la voz rasposa.<br />

-¿Pero no era trolo? - contestaba la que estaba <strong>de</strong> pie.<br />

-Los encontró a los dos…violento…por el cogote.<br />

Me interesó la situación. En un momento me agaché como<br />

arreglándome la botamanga <strong>de</strong>l pantalón e intenté mirar hacia<br />

atrás. Pero el gordo a mi lado me lo impidió. Llegamos a una<br />

esquina y el colectivo se <strong>de</strong>tuvo en un semáforo. Ahora las<br />

escuchaban mejor, aunque seguían en tono confi<strong>de</strong>ncial. La que<br />

estaba <strong>de</strong> pie tenía una voz suave, casi como la <strong>de</strong> una nena.<br />

-¿Y vos cómo sabés? – preguntaba a su amiga.<br />

-Me contó mi hermana. Una noche lo agarró <strong>de</strong>l cogote a<br />

Andrés. Aparte tiene un revólver, ¿viste que tiene un revólver?<br />

-¿Quién? ¿Juan Manuel? – preguntó por lo bajo la <strong>de</strong> voz aniñada.<br />

-¿Y quién va a ser, boluda? – contestó el vozarrón.<br />

El micro arrancó otra vez y tomó Avenida Espora. Comenzó con<br />

su habitual recorrida <strong>de</strong> baches. Los barquinazos hacían que el<br />

gordo se apoyara cada vez más. Tuve que pegarle con el hombro<br />

porque se estaba pasando <strong>de</strong> vivo. En un momento recordé algo<br />

<strong>de</strong> una novela <strong>de</strong> Agatha Christie. Saqué <strong>de</strong>l porta cosméticos un<br />

espejito e intenté mirar hacia atrás. Sin que fuera muy evi<strong>de</strong>nte<br />

que estaba espiando, solo pu<strong>de</strong> ver el pelo largo y enrulado <strong>de</strong> la<br />

chica que iba sentada y tenía el vozarrón <strong>de</strong> fumadora.<br />

-¡Pobre Isabel! – <strong>de</strong>cía la <strong>de</strong> la voz aguda.<br />

-Bueno pero quien la mandó a meterse con un tipo que estuvo<br />

en cana- le contestó la <strong>de</strong>l vozarrón.<br />

Estuvieron unos minutos calladas. Después sentí movimientos<br />

a mi espalda y el gordo que se tiraba en el asiento vacío. Las<br />

escuché a las dos pidiendo permiso, mientras se perdían en el<br />

mar <strong>de</strong> gente. El colectivo se <strong>de</strong>tuvo y bajaron por la puerta<br />

trasera. Pero la esquina estaba oscura y solo pu<strong>de</strong> ver dos siluetas<br />

perdiéndose en la noche. Me quedé pensando en la calle don<strong>de</strong><br />

bajaron. Era solo dos paradas antes <strong>de</strong> la mía. Yo conocía esa<br />

calle, e intenté recordar a alguna Isabel. Tampoco ubicaba a un<br />

Juan Manuel o un Andrés. Aunque podía ser gente nueva en el<br />

barrio. Cuando llegué a mi esquina corrí como loca a mi casa.<br />

Tenía la sensación que el peligro estaba ahí nomás, a una pocas<br />

cuadras.<br />

Cuando entré, mi mamá ya había puesto la mesa. Me senté y le<br />

conté <strong>de</strong>sesperada la conversación <strong>de</strong>l colectivo. Asintió con la<br />

cabeza mientras seguía con sus cosas. Encendió el televisor y se<br />

sentó a comer conmigo. Sintonizó como siempre la novela <strong>de</strong><br />

las nueve. Para mi tranquilidad en una <strong>de</strong> las escenas centrales,<br />

Juan Manuel asesinó a Isabel por serle infiel con su amigo<br />

Andrés.

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