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MAYOMBE - Marxistarkiv

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Juntaron a los prisioneros, los revisaron en busca de armas, les quitaron las navajas.<br />

– ¿Hay otros? Preguntó el Comisario.<br />

– Allí – Murmuró el mecánico, apuntando para el sitio donde se dirigía el Jefe de<br />

Operaciones.<br />

– ¿Soldados?<br />

– Solamente en el cuartel, a diez kilómetros de aquí.<br />

– ¿El blanco?<br />

– Está en el camión.<br />

– Vamos, no intenten huir, nadie les hará daño.<br />

El cortejo partió en dirección al punto de encuentro. Muatiánvua vigilaba al mecánico, que<br />

cargaba con la sierra. Los otros trabajadores temblaban.<br />

Cuando la sierra paró de zumbar, el grupo del jefe de Operaciones todavía no había<br />

completado el cerco a los trabajadores que, en grupos de dos, atacaban con sus machetes al<br />

coloso del Mayombe.<br />

Pangu-Akitina, que marchaba adelante, frenó; estaban a diez metros del primer grupo de<br />

trabajadores; los otros estaban distanciados los unos de los otros. El silencio llamó la atención<br />

de los operarios, que comenzaron a hacerse señales, esperando la caída del árbol. Los<br />

guerrilleros esperaban con el corazón apretado a que ellos retomasen el trabajo. Pero el fragor<br />

de la caída del árbol no se oía y el más viejo de los trabajadores dijo:<br />

– Debe haber pasado algo, el motor se ha parado de repente.<br />

Todos agudizaron los oídos. Los guerrilleros dejaron de respirar, enroscados en el verde de la<br />

selva. Uno de los trabajadores más apartados dejó su machete y se dirigió hacia el par que<br />

estaba más proximo de los guerrilleros. El Jefe de Operaciones estimó la situación: Tendría<br />

que accionar rápidamente.<br />

– ¡No se muevan! – Gritó, saltando al lado del trabajador más anciano.<br />

La sorpresa congeló a los que estaban más cerca. Pero los otros tiraron los machetes y<br />

corrieron hacia la selva. Algunos guerrilleros los persiguieron.<br />

– ¡No disparen! – Gritó Mundo Nuevo, corriendo detrás de los fugitivos.<br />

Más el Jefe de Operaciones para asustar a los trabajadores, disparó una rafaga hacia las hojas.<br />

Milagro, volando sobre los troncos caídos, se aproximó a un obrero. De repente, en una<br />

bajada y un remanso el trabajador se sumergió y fue nadando con el vientre pegado a las<br />

piedras del fondo del río poco profundo. Milagro llevaba la bazuka y dudó ¿Gastaría un obús<br />

para pararlo? Este desapareció en una curva del riachuelo, rasgándose el vientre contra las<br />

piedras, y Milagro volvió para atrás, trayendo como trofeo el machete que cayera de la cintura<br />

del hombre.<br />

Mundo Nuevo disparó al aire y el trabajador que corría adelante paró, temblándole las<br />

piernas. Era solo un muchacho, con cuidado, casi cariñosamente, Mundo Nuevo lo condujo<br />

hacia el grupo de los otros tres prisioneros.<br />

– ¿Dónde está el bulldozer? – Preguntó el de Operaciones.<br />

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