MAYOMBE - Marxistarkiv
MAYOMBE - Marxistarkiv
MAYOMBE - Marxistarkiv
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
– Este tipo... – Sólo tuvo tiempo de exclamar Sin Miedo.<br />
Repentinamente se dobló en una carcajada que atronó sobre el Mayombe. La carcajada de Sin<br />
Miedo era una ofensa inconmensurable al Dios vegetal que obligaba a las voces a salir<br />
susurradas. Los guerrilleros, al principio pensaron que la bazuka disparada de cerca, le había<br />
dado vuelta la cabeza a Sin Miedo. Pero después volvieron su mirada y vieron al obrero de<br />
pie, con una mueca de bestia en éxtasis y las heces chorreandole por las piernas, cayendo en<br />
goterones al suelo.<br />
El Comandante, terminó dominándose y con cara de disgusto ordenó que se prendiera fuego<br />
al bulldozer, ya que nada se podía recuperar. Juntaron leña seca, la apilaron sobre la máquina<br />
regándola con gasolina y le prendieron fuego. La llamas se elevaron en una rápida<br />
lengueteada hasta las ramas más próximas de los árboles. Dos guerrilleros llevaron a los<br />
cuatro trabajadores a un sitio más apartado, donde no pudiesen ver nada mientras Ingratitud<br />
del Tuga colocaba tres minas anti-personal cerca del buldozer. Cuando estas estuvieron bien<br />
camufladas, Sin Miedo escribió en un papel.<br />
¡COLONIALISTAS CABRONES.<br />
VAYANSE A LA MIERDA. VUELVANSE A SU CASA.<br />
MIENTRAS USTEDES ESTAN AQUÍ, EL PATRÓN, EN PORTUGAL, SE ESTA<br />
COGIENDO A SUS MUJERES Y HERMANAS!<br />
Y dejó el papel bien a la vista en medio del terreno minado. Los guerrilleros sonreían.<br />
– El cabrón que lo quiera leer, va a volar por el aire – Dijo el de las Operaciones.<br />
– Es una pena no reforzar las minas con dinamita – Agregó Ingratitud del Tuga – Pero no<br />
tenemos tiempo.<br />
– Vamos – Dijo Sin Miedo.<br />
El grupo avanzó por el Mayombe, en camino al punto de reencuentro, con los trabajadores<br />
prisioneros en el medio.<br />
Una vez allí, los contaron, eran diez. Sin Miedo reparó en el mecánico, que tenía más<br />
instrucción que los otros, y le pregunto:<br />
– ¿A dónde va a dar la picada?<br />
– A la ruta.<br />
– ¿Cuál ruta?<br />
– La que va entre Sanga y Cayo Nguembo. La ruta está a unos cinco kilómetros.<br />
– ¿Cuántos soldados hay en el cuartel?<br />
El mecánico hesitó. Miró a sus compañeros. De estos no obtuvo ninguna idea.<br />
– No sé. Tal vez cien...<br />
– ¿Tugas?<br />
– Y angolanos. Tropas especiales...<br />
El interrogatorio se prolongó a los otros prisioneros. El muchacho capturado tenía sólo<br />
catorce años y se llamaba Antonio. Hablaba más despreocupadamente que los otros. El<br />
mecánico desconfiadamente miraba a unos y otros, sus ojos inquietos pasaban de uno a otro,<br />
fijándose más en Sin Miedo. Luchamos pidió autorización para hablar con ellos en confianza,<br />
pero el Jefe de Operaciones dijo que no valía la pena. El Comisario iba a intervenir. Sin<br />
14