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MAYOMBE - Marxistarkiv

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– No estoy preocupado, ya lo sabía.<br />

Sin Miedo se levantó y caminó a lo largo de la ruta hasta donde estaba el puesto de avanzada<br />

colocado a doscientos metros. Ellos eran los encargados de dar la señal cuando las tropas<br />

portuguesas aparecieran.<br />

– ¿Nos vamos, camarada Comandante?<br />

– No, ellos van a aparecer.<br />

– Tengo hambre, camarada Comandante.<br />

– Y yo unas terribles ganas de fumar – Respondió Sin Miedo.<br />

Volvió al sitio de la emboscada colocándose en su lugar y esperó, con una leve soñolencia<br />

sólo interrumpida con el gesto de ver la hora. A las cuatro el sol estaba oculto por los árboles<br />

del otro costado de la ruta.<br />

La espera era lo peor. Cuando apareciera el enemigo, se acabarían los problemas, los<br />

fantasmas quedarían atrás y sólo la acción sería la que contara. Pero, en la espera, los<br />

recuerdos tristes de la niñez se mezclaban con la nostalgia de los amigos muertos en combate<br />

y hasta el rostro de Leli, ésto sobre todo. Sin Miedo se dio cuenta que habían pasado seis<br />

meses sin que pensara en Leli. Desde el último combate, al ir a atacar el Puesto de Miconje, la<br />

imagen de Leli se le apareció confundida con la lluvia que formaba torrentes de barro,<br />

mientras avanzaban por la cuesta hacia el enemigo. Habían avanzado durante la noche, bajo<br />

un aguacero constante para llegar al punto de ataque a las seis de la mañana. El barro y la<br />

lluvia los cegaban, los asfixiaban, jadeando por el esfuerzo de subir esa colina cubierta de<br />

selva espesa. Fue ahí, cegado por la selva y por la lluvia que Leli se le apareciera,<br />

imponiéndose de nuevo. La angustia lo persigió hasta que diera la orden de fuego. El grito de<br />

fuego le salió de adentro como una acto libertario,o como un berrido de animal huyendo de<br />

una trampa. El grito herido de Sin Miedo auyentó la imagen de Leli.<br />

Una y otra vez, Leli volvía imponiéndose. Los ojos de Leli lo acusaban de mil crímenes,<br />

vengativos y dulces; existía una soledad y abandono en los ojos de ella que Sin Miedo quiso<br />

gritar, para auyentar al fantasma. Pero era demasiado temprano y el enemigo no aparecía, y él<br />

no podía dar la orden de fuego. Las cuatro y cuarto. La angustia se le metía por el vientre,<br />

sentía cólicos. Olvidándose de donde estaba, su cuerpo se hacía sentir en los codos<br />

adormecidos, las manos aferradas en el AKA, con los ojos temerosos clavados en el camino,<br />

hacia el principio de la curva. Leli suplicaba y acusaba, muda, las palabras eran inútiles, él las<br />

conocía y no se le olvidaban. Esa fue tu venganza, reconquistarme para luego abandonarme,<br />

al saber que yo estaba nuevamente preso de tí. Tu orgullo, todo tu orgullo, un orgullo sin<br />

límites, que todo lo sacrifica. El conocía las palabras que mil veces martillaban su memoria,<br />

era por eso que ahora, sólo los ojos de Leli eran los que hablaban.<br />

Ella corría sobre una playa blanca. Los cocoteros se inclinaban para saludarla.<br />

Desnuda, resplandeciente a la luz de la Luna, su cuerpo castaño perlado de<br />

gotas de agua que reflejaban el brillo de la Luna. Ella corría por la playa<br />

blanca a su encuentro. Se abrazaban desnudos, bajo la sombra confidencial de<br />

los cocoteros, y se dejaban caer en la arena.<br />

El sudor le manchaba la camisa. Se sentía mal, la angustia subía desde su vientre hacia el<br />

pecho y la respiración se le hacía dificultosa. Tu orgullo, un orgullo sin límites... Sin Miedo se<br />

quiso levantar y echar a correr, correr hasta el lugar donde estaba el enemigo, vaciar todos los<br />

cargadores hasta apagar la imagen de Leli. Pero los de la avanzada hicieron la señal y la<br />

imagen de Leli desapareció.<br />

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