Dragón Dorado

nosotros estaríamos casi al final de nuestro viaje. Entonces tendríamos tiempo para
descansar tranquilamente, hasta que regresaras con una la solución, pues si el Mago Leafar
no atiende a tus ruegos o no es capaz de disolver el encantamiento, solo quedaría una
solución al problema y esa solución solo me atañe solo a mí y al Canciller a nadie más, por lo
tanto y os lo digo, nadie me detendrá en mi venganza. ¡ NADIE!.
Otro silencio espeso nos rodeó, pero esté lo rompió Thor con un relincho de temor. Se
alertaron mis sentidos, los músculos se tensaron, miré a mi alrededor, girando sobre mi
mismo, llevando mis ojos hasta donde estaba Thor coceando el suelo muy nervioso, mirando
fijamente hacia unos de los muchos túneles que desembocaban en la cueva. Una sombra
empezaba a aparecer por una de las bocas de la derecha. Cargué mi ballesta y puse dos
saetas más en mi boca. Busqué una roca que me proporcionara coraza y escondite.
Con una señal le dije a Diatros, que se escondiera junto con su hermana, tras otro
enorme promontorio. Con la mirada ya fija en la boca del túnel, sintiendo la sangre recorrer mi
cuerpo a tal velocidad que los sudores empezaron a empapar mi frente. Sentí temblar el
suelo. Fuera lo que fuera era grande y por la cabeza me pasó la duda de sí seria suficiente mi
ballesta.
Asomó una grisácea cabezota. Era un dragón de tamaño medio. De su hocico
asomaban pequeñas columnas de humo, luego, su especialidad era el fuego y que su único
punto débil era el paladar, o el estómago, pero, no había tiempo para preparar una trampa
con la que reventarle el estomago a esté paticorto.
Tan solo había una oportunidad y Thor tendría que hacer de cebo en esta ocasión, no
había más remedio. El dragón olisqueó el aire sin asomar del todo su cuerpo, hasta que un
nuevo relincho de Thor, hizo que la localización de la víctima fuera inmediata. Se encamino
lentamente seguro de su triunfo, le vi abrir la boca en una especie de sonrisa y dispuesto a
cocinar y comerse de un solo golpe al buen Thor, el cual sabiendo lo que ocurría se quedó
quieto sin hacer ningún movimiento.
Grité todo lo fuerte que pude. El dragón con la boca aun abierta giró su cabeza,
sorprendido por el grito y cuándo sus ojos se centraron en los míos la primera flecha ya corría
hacia su destino. Un poco desviada por la premura del disparo, pero dio en el blanco.
Se produjo un gesto de sorpresa y dolor en la cara del dragón. Mientras la otra saeta
ya estaba dispuesta a volar y así lo hizo, dando otra vez en el blanco, una llamarada surgió
esta vez de la ensangrentada boca mezclado con el grito de dolor que produjo al clavarse la
segunda saeta. Tuve el tiempo justo para parapetarme de espaldas contra la roca y ver como
lenguas de fuego lamían toda la superficie de mi pétreo escudo, envolviéndome, pero sin
tocarme.
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