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Cuando saciamos muestro apetito, nos retiramos a los aposentos que Leafar nos iba<br />
indicando a cada uno. Todos nos retiramos en silencio a descansar.<br />
La noche fue larga. Creo que en esta noche a todos nos traicionaron los nervios,<br />
retirándonos el merecido sueño. Las primeras luces aparecieron, descubriéndome sentado al<br />
borde de mi camastro. Con la mirada perdida en la belleza del amanecer intentando no<br />
pensar en Rosa ni en nada.<br />
Llaman a mi puerta y una voz anónima me comunica que el desayuno está preparado.<br />
Escuchó sus pasos pararse en la siguiente puerta, repitiendo su mensaje. Puerta tras<br />
puertas, para desaparecer en el silencio.<br />
Abrí mi puerta y cuando la estaba cerrando, Candy apareció y después Diatros. La<br />
sonrisa presente en los dos hermanos rivalizaba con el brillo de los primeros rayos del sol.<br />
Leafar nos esperaba. Terminándose su tazón de leche de un trago, dijo. Buenos días amigos,<br />
espero que os encontréis bien. Hoy es el gran día y dentro de poco será la hora. Esta mañana<br />
temprano mandé varios mensajes, uno al Rey, rogándole su presencia a las once en el Salón<br />
Real, a la misma hora he citado al Canciller y al resto de los personajes más o menos<br />
implicados. Tenéis tiempo suficiente para desayunar tranquilos antes de usar otra vez el<br />
manto.<br />
No comprendo por que no se ahorró el comentario del manto, pues logró quitarme<br />
toda gana de continuar desayunando. Los demás terminaron el gran tazón de leche, los hay<br />
que tienen estómago. Esperaríamos pacientemente la hora señalada para nuestra gran<br />
entrada en Palacio y como todo en esta vida, llegó.<br />
Otra vez formamos el círculo. Otra vez el manto cubrió nuestros cuerpos apiñados y<br />
otra vez el grupo, apareció a varios kilómetros de distancia de donde nos encontrábamos<br />
hacía tan solo unos instantes.<br />
El Gran Salón apareció ante nuestros ojos. El Rey no salía de su asombro, sentado<br />
boquiabierto en su Real Trono, agarrándose a los posabrazos de su trono. El Canciller no<br />
daba crédito alguno a lo que sus ojos le mostraban. Los dos hermanos miraban fijamente al<br />
acorralado y acongojado Canciller, que no dejaba de mentar a Dioses, pidiendo suplicante<br />
piedad.<br />
Leafar y Yo nos acercamos al soberano. Él muy digno en su asombro nos dio la<br />
bienvenida y ávido de respuestas empezó con su interrogatorio. Decidme algo, ¡ Por los<br />
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