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Dragón Dorado

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¡ Pero dejaros de palabrerías!. Gritó Diatros. Es él. Es el Mago. Si, le contesté. Y he<br />

de decirte que ha sido toda una odisea el ir y venir hasta llegar a este lugar. Pero lo hemos<br />

conseguido. Me escuchas, lo logré.<br />

En la cueva, el Mago incorporaba a Candy, que ya reaccionaba ante el olor de un flor<br />

que no tenía ni idea de donde la había sacado el viejo Mago. Candy al vernos nos dedico una<br />

sonrisa y me alargó su mano, para que se la estrechara, lo hice presto, postrándome a su<br />

lado.<br />

Diatros asomaba la cabeza por la entrada de la cueva, sin atreverse a entrar,<br />

receloso, con una sensación en el pecho que no le dejaba respirar y encogía su vacío<br />

estómago.<br />

El Mago se incorporó y muy solemne pronunció. Es hora de empezar a administrar<br />

justicia, es hora de enderezar los entuertos y comenzar el nuevo camino. Diatros a mí.<br />

¡ Presto te digo!. Diatros acudió no sin un punto de orgullo herido. Si Mago, que queréis que<br />

así me requerís, decid.<br />

El Mago le miro fijamente y serenamente dijo. Se nota que ya hace tiempo que eres<br />

<strong>Dragón</strong> y que tu sangre ya no es la misma de la que con que nacisteis, pero no es tarde para<br />

poner las cosas en su sitio. Acércate a mi, por favor y Diatros así lo hizo. ¡ Rudolf!. Increpo el<br />

Mago. Trae una manta, presto. Diatros escucha las palabras que en la lengua primaria<br />

escribieron nuestros antepasados a los que conocí en otros tiempos, con otras caras, en otras<br />

vidas.<br />

Era un murmullo lánguido en un principio, aumentando la carencia en disonantes<br />

tonos que no comprendía, que hicieron que Diatros cerrara sus ojos y entrara en una especie<br />

de trance, tambaleándose de un lado a otro y de la misma forma que el canto antiguo nació,<br />

murió en un silencio, tan solo roto por el ruido del cristal al estrellarse contra el suelo a los<br />

pies del <strong>Dragón</strong> dormido.<br />

Una densa nube de un verde intenso, empezó a envolver, a recorrer el cuerpo de<br />

Diatros, ocultando todo lo que en sí nos rodeaba. Un largo espacio indeterminado de tiempo,<br />

quizás una eternidad y una brisa apareció del centro de la cueva, del lugar donde vi por última<br />

vez al Mago alzando sus brazos.<br />

En la misma postura se encontraba, cuando la brisa despejó la cueva, doblegó sus<br />

rodillas y se dejo caer al suelo, exhausto por el conjuro. A su lado un Diatros, desnudo, nos<br />

miraba sin darse cuenta de su propia desnudez, mostrando un cuerpo humano en su<br />

totalidad, tan solo marcado por las mismas cicatrices que portaba el <strong>Dragón</strong> <strong>Dorado</strong>.<br />

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