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Dragón Dorado

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Armé la ballesta por tercera vez y tras respirar profundamente, me icé dispuesto a<br />

disparar. ¡ Por los Dioses!, le tenia justo enfrente, con su bocota abierta y dispuesta a<br />

tragarse mi escudo de roca y a un servidor de un solo bocado. Dispare instintivamente la<br />

ballesta mientras retrocedía. La saeta esta vez, desapareció dentro de la carne rosácea del<br />

paladar, al instante siguiente, los ojos del dragón se quedaron en blanco y se desplomo<br />

encima de mi. Me salve de nuevo gracias a la piedra.<br />

Efectivamente, tú si que sabes elegir refugios. Se oyó la voz de Diatros mientras, me<br />

arrastraba como podía por debajo de los ahora flojos pliegues de dragón. Me desgarré las<br />

vestiduras y mi propia carnes con los bordes afilados de sus escamas, dando a mi aspecto un<br />

tono de maltrecho y ensangrentado.<br />

Con una sonrisa, le contesté. La próxima vez haces tu la compra, ¿ De acuerdo? y reí<br />

tan a gusto como hacia mucho tiempo que no me reía, con tantas ganas que… bueno a no ser<br />

que estuviera borracho, claro.<br />

Un grito histérico, cortó mi risa de golpe, era Candy, que con la cara desencajada y<br />

pálida como la luna, venia corriendo hacia mí. ¿ Que te ha pasado, estas bien?. Mientras me<br />

miraba y tocaba por todos los lados de mi cuerpo. Tranquila mujer, que es más aparatoso de<br />

lo que en realidad es. Solo mis ropas has sufrido más daño que Yo, pero me alegra ver que te<br />

preocupas por mi. En las mejillas que antes estaban pálidas, apareció un color rojizo, que<br />

lleno su cara y sus ojos con un brillo asesino me miraron, degollándome en el acto.<br />

Salió en dirección al fuego. Diatros me miró, la miró y en voz baja me susurró, ¡ Cómo<br />

se te ocurre!, ¡ Estas loco!, ¿ O es que tu, la quieres también?. Ahora fui Yo el que enrojeció.<br />

Me arranqué las maltrechas vestiduras y observé mi pecho, estaba cubierto de sangre<br />

proveniente de los cortes ocasionados por las afiladas escamas. No eran profundas pero sí<br />

abundantes.<br />

Una vez muerto el dragón y en su flacidez, era fácil de despellejar. Conservaría la<br />

cabeza y las garras, por si acaso, siempre podría presentar ante mi Rey un cráneo pelado y<br />

unas garras huesudas y decirle que eran los restos del <strong>Dragón</strong> <strong>Dorado</strong>.<br />

Comencé a descuartizar al dragón. La sangre saltaba con cada golpe de mandoble,<br />

mezclándose su sangre con la mía. Había oído de ciertos países del Norte, que tenían la<br />

creencia de que al mezclar tu sangre con la de tu enemigo muerto, le robabas su valor y<br />

fuerza y a mí su sangre ya me cubría por todos los lados, goteando, cubriendo el suelo que<br />

pisaba. Por fin termine y la verdad no me sentía ni más valiente, ni más fuerte. Pero toda esta<br />

carne nos daría fuerzas, nos alimentaría por unos cuantos días.<br />

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