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Dragón Dorado

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contrapeso. Con un movimiento tan rápido como el rayo, lanzó su hacha que describía<br />

círculos de muerte con el destino marcado hacia mi ser.<br />

Me dejé caer a mi derecha, para notar una ráfaga de aire frío y un tremendo golpe<br />

acompañado de una gran vibración. El hacha había mordido fuertemente en el tronco del viejo<br />

olmo, de haber estado dormido, me encontraría partido en dos, desde del omoplato hasta la<br />

cadera, limpiamente.<br />

De rodillas disparé una de las saetas, que voló hasta alcanzar el cuello del asombrado<br />

Montenegrés que en un grito ahogado por su propia sangre se desplomó hacia atrás como un<br />

tronco recién talado. A mi izquierda surgió un rugiente ser embutido en pieles con una espada<br />

corta y una alocada carrera. La segunda saeta voló hasta el pecho del intrépido, pero<br />

estúpido Montenegrés. Ya eran dos. ¿ Dónde está el tercero?.<br />

Desenvainé mi espada, cogiéndola con ambas manos, su punta al frente. Comencé a<br />

describir un círculo, despacio, mientras estudiaba mi entorno. ¡ A mi derecha!. Unos ojos de<br />

un rojizo odio, una cara desfigurada reclamando venganza, unos músculos en unos brazos<br />

que gritaban, que palpitaban. Que en ciega cólera se lanzó al ataque. Un giro de muñeca y<br />

desvió su estocada. Aprovecho la inercia de mi contrincante, para que se golpeé fuertemente<br />

con la cara plana de mi hoja en su nariz, rompiéndole su tabique nasal con el impacto.<br />

Llenando los ojos de enemigo de lágrimas, que siempre brotan de forma instintiva y ciegan los<br />

ojos al instante, aprovechándome otra vez para darle un fuerte golpe en la cabeza, con el<br />

mango de mi espada, para provocar su pérdida de sentido, no quería matar sin necesidad.<br />

Até fuertemente al prisionero, que continuaría sin sentido un buen rato a pesar de la<br />

dureza de su cráneo. Mientras intenté desincrustar el hacha, cosa que no logré hasta pasado<br />

un buen rato. La hermosura de sus líneas, el perfecto equilibrio, el gran filo que ni se inmutó<br />

con el impacto, su sencillez, la hacían una terrible herramienta de destrucción en manos<br />

expertas.<br />

Por desgracia los Montenegreses, no dejaban de ser un pueblo bárbaro. Cuya fuerza<br />

de combate, era sin duda, su valor injustificado, alocado y su gran número. Era como luchar<br />

contra oleadas humanas, que arrasaban, pero por separado o en pequeños grupos eran<br />

presa fácil de su propia estrategia de ataque para cualquier guerrero experimentado, o<br />

contra un Cazador Real. Despertó en ese instante, con movimientos bruscos en un intento de<br />

soltarse de sus ataduras. En el fondo eran como animales.<br />

Le miré fijamente a los ojos hasta que dejó de dar tumbos y saltos, convencido de la<br />

fortaleza de las ataduras que ya habían mordido la carne de sus muñecas en el forcejeo. Con<br />

la respiración acelerada, haciendo que sus pelos enmarañados se agitaran con cada<br />

resoplido o bufido, no lo sé.<br />

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