Los disidentes del universo - Biblioteca Mexiquense del Bicentenario
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a que Richter sabía que mediante una descarga eléctrica en el<br />
músculo cigomático podía obtener algo parecido a una sonrisa,<br />
a una mueca de beatitud o cuando menos de conformismo, no<br />
condescendió a aplicar esa técnica.<br />
Decisiones tan enfáticas y en apariencia insensibles, en una<br />
profesión acostumbrada al cumplimiento de últimas voluntades,<br />
son una muestra de la quisquillosidad con que encaraba el<br />
simulacro en todo lo relacionado a su papel de Caronte. De qué<br />
manera esa consigna profesional se extendió al campo no tan<br />
alejado de la retórica fúnebre, cómo es que el hecho de advertir<br />
una pizca de engolamiento o falsedad en las palabras de la<br />
última hora devino en prurito y luego en franca exasperación y<br />
creció hasta convertirse en el monstruo de una cruzada infatigable,<br />
es algo que nadie sabe, aunque está de más decir que no<br />
es difícil hurgar un poco, con el dedo de la conjetura, en algunas<br />
de sus motivaciones.<br />
En cuanto desmentidos, esto es, en cuanto precisiones que<br />
apuntan a revertir una anécdota aleccionadora, las investigaciones<br />
de Richter quizá tenían la intención de ocasionar, como<br />
corresponde a su apellido, un auténtico terremoto en la estima<br />
general y en la leyenda asociada a esos grandes hombres, a pesar<br />
de que, como manifestó uno de los editores que rechazó su obra,<br />
en muchos casos no pasaban de ser “tormentas en un vaso de<br />
agua y, para colmo, un vaso que todo el mundo quiere cristalino”,<br />
no sólo porque en esas frases famosas se pretende recoger<br />
la esencia <strong>del</strong> difunto —y en esa medida se convierten en su cifra y<br />
testamento—, sino también porque frente a los ritos de pasaje, y en<br />
particular frente al trance supremo de la muerte, el cerebro opta<br />
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