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Junio 2012 <strong>narrativa</strong><br />
20<br />
ALACIEL VERGARA CASTILLO<br />
A Juan Martín, con amor<br />
Me lo presentaron en Acapulco un jueves de Semana<br />
Santa. “Este es el mar”. No era una de las fotos de los<br />
calendarios que nos regalaba el carnicero del mercado,<br />
no eran los paisajes que se veían en una película<br />
del cine Venustiano Carranza y que no le decían a uno<br />
el tamaño verdadero del mar ni cómo se oían las toneladas<br />
de agua chocando contra la arena. “Este es el<br />
mar”. Tiene mucha agua azul marino, muchísima<br />
agua junta, como me decían. Ni tantito podía parecer<br />
Chapala, que había visto de reojo y de noche en un<br />
viaje a Guadalajara. “Este es el mar”, la mar de los<br />
marineros, el mar de las leyendas, el escenario de las<br />
batallas, el paseo de la gente, la fuente de trabajo, el<br />
sitio que me habían mentado como si fuera algo sin<br />
chiste. “Este es el mar y este es Acapulco”, le dije a<br />
Juan Martín como si yo lo hubiera visto antes, como si<br />
conociera mucho del mar y sus detalles. “El mar, el<br />
mar”. Los ojos de mi Juan Martín brillaron más hermosos<br />
que nunca mientras tomados de las manos nos<br />
metimos en el agua. Sentí cómo sus piernas querían<br />
retozar en esa playa, probar ya las suaves olas de<br />
Caleta.<br />
DE LA MANO<br />
LO LLEVÉ AL MAR* MAR<br />
Fue en 1972 cuando conocí el mar (el 30 de junio de<br />
1972, para ser precisa). Me invitó Adán, un vecino<br />
gordo que me enamoraba y que vivía en la misma<br />
vecindad que estaba en el 112 de Ramón Aldana, en<br />
la Paulina Navarro. Me las arreglaba como podía para<br />
vivir con mis hijos en unos cuartitos de doscientos<br />
pesos. Fue uno de los muchos lugares en los que estuvimos<br />
luego de que me quedé viuda y abandonamos<br />
San José de Gracia, Michoacán, el pueblo donde<br />
yo había nacido, donde me había casado, donde tuve<br />
a mis nueve hijos y donde me mataron a Jesús. Si<br />
hubiera sabido que viviríamos con tantos apuros no<br />
me salgo del pueblo para venirme al Distrito Federal.<br />
Pero mi tío José me convenció de que tendría un<br />
buen trabajo y tiempo para ver a mis hijos. Ai vengo<br />
con mi ejército. Muchos apuros y muchos dolores de<br />
cabeza que otro día les contaré.<br />
A ese vecino gordo lo había dejado la mujer no sé<br />
bien por qué, si porque se había ido con otro o si porque<br />
ya no lo había aguantado. <strong>Le</strong> había dejado una<br />
hija y un hijo que le cuidaba su mamá, Toñita, que<br />
era ciega.