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JULIA CONDADO<br />
Al otro día salió mi madre del hospital, tomamos<br />
nuestras cosas y nos fuimos para Loma Bonita huyendo<br />
del contador.<br />
El mar nos había traicionado a las dos, y yo le<br />
guardo rencor desde entonces.<br />
Luego me casé y me fui a vivir a Paso del Macho,<br />
un pueblo cerca de Córdoba. Mi madre se metió en un<br />
grupo cristiano que odia las imágenes religiosas y se<br />
casó con un buen hombre que la llevó a vivir al puerto<br />
de Veracruz. Ahí tenían un departamento cerca de la<br />
casa de Agustín Lara y vendían agua de coco y pulpa<br />
preparada con limón y chile. Cuando la visitaba veía el<br />
mar de lejos, pero ya no me le acercaba.<br />
Después nos fuimos al norte buscando trabajo y<br />
comida, porque en Veracruz nos estábamos muriendo<br />
de hambre. Vivo en Mexicali desde 1960 y no conozco<br />
San Felipe, la playa que está a una hora y media de<br />
distancia. Hace algunos años, de mala gana, acepté<br />
que mis hijos, Cruz y Arturo, cada quien por su lado,<br />
me llevaran a Ensenada, y nada más para tener mutuas<br />
molestias, ellos buscando que estuviera contenta<br />
y yo oponiéndome a disfrutar, aburrida y sin ningún<br />
interés por los barcos ni por el famoso soplido de la<br />
Bufadora.<br />
Quizá hoy, con tanto años encima y segura de que<br />
uno de estos días Dios me recogerá en su gloria, sea<br />
tiempo de reconciliarme con el mar y tranquilizarme<br />
escuchando sus olas.<br />
*Texto ganador del segundo lugar del concurso El viejo y la Mar<br />
2012, Baja California.<br />
<strong>narrativa</strong><br />
Junio 2012<br />
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