narrativa - Le chasseur abstrait

DE LA MANO...
–¿Quieres ir? – un día me preguntó Adán. Nos podemos
ir el miércoles por la tarde y regresarnos el
domingo. Vamos a la casa de mi tía Chavela, llevamos
a mi mamá y a los niños y si quieres tráete a uno de
tus hijos. A Martín, que se lleva muy bien con mis
hijos. Por las ventas no te preocupes, en estos días no
habrá muchas.
Desde que conocí el mar me di cuenta que era mágico,
que su brisa traía embrujos, que había cantos en
el movimiento permanente de sus olas. Nada más lo
conocí y olvidé el Distrito Federal como si no existiera,
y olvidé a mis hijos que se habían quedado, y olvidé
mis problemas, el hambre, los remordimientos, las
preocupaciones de qué estarían haciendo, las dos camitas
donde nos acomodábamos como podíamos Pati,
José Antonio, Lorenzo, Juan Martín, Magdalena y yo.
Socorro estaba con la señora Seyda. Chucho siempre
andaba de viaje. A Isidro y Federico los cuidaban en
Guadalajara. Eloísa ya tenía familia y vivía en la misma
vecindad. Magdalena me ayudaba con Pati, de
tres años, y los otros iban todavía a la escuela. Entonces
tenía más tiempo para verlos porque en lugar de
un trabajo de todo el día, vendía tortas y quesadillas a
unas cuadras de la vecindad, dentro de las oficinas de
la Bomba 12, la gasolinera donde despachaban a todos
los vehículos de la policía, en Balbuena, cerca de
la Cruz Verde. Los policías salían por la tarde a comer
y yo los esperaba desde las cuatro hasta la medianoche.
Las quesadillas las freía en la casa y las guardaba
bien para que estuvieran calientitas, las tortas las preparaba
en el lugar, llevaba frijoles, chile, jamón, queso.
Gustaban mucho. Como tenían hambre, a los policías
todo les sabía rico. En realidad yo trabajaba
siempre. En la mañana preparaba el almuerzo que
mis hijos se llevaban a la escuela, hacía el quehacer,
lavaba la ropa e iba al mercado. Para el mediodía
debía tener lista la comida y todo lo que llevaría a
vender.
narrativa
Junio 2012
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