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narrativa - Le chasseur abstrait

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<strong>narrativa</strong><br />

Junio 2012<br />

22<br />

ALACIEL VERGARA CASTILLO<br />

–Martín es un nombre de mar. Mar–tín. ¿Entiendes? –<br />

se me ocurrió decir cuando conocimos el mar.<br />

–¿De veras, mamá?<br />

–Sí, hijo. Así se llamaba un príncipe tan guapo como<br />

tú que vivía en una ciudad que estaba dentro del<br />

agua. Un día el príncipe se enamoró de una muchacha<br />

muy bonita que miraba lo grande del mar desde<br />

el barandal de un barco. Ella no lo veía pero sentía su<br />

presencia, por eso se mantenía mucho tiempo en el<br />

barandal buscando algo entre el agua. El príncipe lo<br />

sabía y por eso siguió el barco para seguir viendo a la<br />

muchacha. Pero era muy tímido y no se atrevió a presentarse.<br />

La muchacha nunca se dio cuenta del amor<br />

que había inspirado. Cuando llegó a tierra, muy triste<br />

el príncipe Martín la vio cómo pisaba el muelle y se<br />

alejaba para siempre. Fue un amor imposible que lo<br />

puso tan triste que después el príncipe ya no quiso<br />

comer ni hablar con nadie. Con el tiempo murió sin<br />

que nada pudiera hacerse.<br />

–¿Y dónde lo enterraron?<br />

–A las personas que vivían adentro del mar, cuando<br />

morían las llevaban a unas enormes cuevas que<br />

están en las profundidades y que tienen fuego.<br />

–¿Fuego? ¿Pero no lo apaga el agua?<br />

–No, es un fuego especial que siempre está encendido.<br />

–Era su costumbre depositarlos en el fuego para<br />

que su alma se purificara y estuviera en paz en el otro<br />

mundo.<br />

–Y por eso me pusiste Martín ¿Y lo de Juan?<br />

Sin miedo, como la primera vez que lo conocí, nos<br />

adentramos en el mar para despedirlo. Íbamos los<br />

seis casi callados, y como el lanchero no era platicador<br />

el recorrido se hizo más largo.<br />

Uno quiere a todos sus hijos y es difícil reconocer<br />

que tiene un consentido. Juan Martín era uno de mis<br />

consentidos porque tenía un corazón muy noble y era<br />

muy listo, además, es cierto, de que era muy guapo.<br />

Era de esos chicos que si uno le ponía un vestido se<br />

confundía con una niña. Por eso cuando creció mujeres<br />

y hombres se le acercaban con la esperanza de<br />

conquistarlo. Pero nunca aprovechó mi Juan Martín<br />

esos dones que Dios le dio. Ni se casó con una mujer<br />

que realmente lo amara, ni aprovechó su inteligencia<br />

para hacer algo que lo sacara de pobre, ni tampoco<br />

encontró en su físico ni en su mente la seguridad para<br />

alejarse del vicio que lo persiguió desde muy chico.<br />

Alguno de los amigos con los que se juntaba en Neza<br />

le enseñó a beber y a fumar mariguana, y desde entonces<br />

buscó cualquier oportunidad para perderse en<br />

esas cosas.<br />

Recuerdo que el Sábado de Gloria la gente andaba<br />

mojándose por todas partes. Era una travesura que<br />

daba gusto. Desde que salimos de la casa de la her-

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