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<strong>narrativa</strong><br />
Junio 2012<br />
26<br />
ALACIEL VERGARA CASTILLO<br />
Volví al mar otras veces, casi siempre para visitar a<br />
Magdalena, su esposo se hizo militar y lo traían por<br />
todo el país. Fui a Puerto Escondido, a Tampico, a<br />
Ensenada y regresé varias veces a Boca del Río para<br />
ver a los muchachos. José Antonio se hizo policía municipal<br />
y Juan Martín dibujaba planos, oficio que le<br />
enseñó José, un ingeniero civil con el que terminé<br />
casándome.<br />
Juan Martín y yo nunca olvidamos el viaje a Acapulco.<br />
Él se divirtió mucho y se sintió privilegiado. Mis otros<br />
hijos lo envidiaron por un tiempo y creo que todos<br />
tienen un reproche escondido. Me lo ocultan porque<br />
piensan que ya no tiene ningún caso. La verdad es<br />
que en un tiempo también Martín se pasaba de la raya.<br />
“No, si vieran el tamaño del mar”. “Fuimos a ver a<br />
los clavadistas de La Quebrada y vieran cómo se tiran<br />
esos cabrones”. “Y el que se tapa los ojos…”. “Y luego<br />
las olas, sientes como que te jalan”. Y así se la pasaba<br />
presumiéndole a sus hermanos.<br />
––¿Se acuerda, mamá, cuando me llevó al mar<br />
nada más a mí? –me preguntó cuando ya estaba<br />
grande.<br />
––¿Cómo no me voy a acordar? Si esa vez también<br />
vi el mar por primera vez.<br />
––¿A poco? ¿Y yo que pensaba que antes ya lo<br />
había visto?<br />
––Me dio pena decírtelo.<br />
La televisión de segunda que compré antes del viaje<br />
del 72 sólo nos duró hasta el domingo de Pascua,<br />
después la pantalla se hizo negra y nada más funcionó<br />
el sonido. Todos nos pusimos muy tristes y por<br />
otro buen tiempo los niños y yo tuvimos que seguir<br />
viendo televisión en las casas de los vecinos, afuera<br />
de las mueblerías o en la Comercial Mexicana de la<br />
Asturias. Cuando ya andaba de amores con José, un<br />
día me armé de valor y saqué en abonos la más baratita<br />
que había, creo que era una ádmiral.<br />
A Juan Martín me lo mataron entre muchos que le<br />
hicieron pequeñas heridas por donde se fue desangrando.<br />
Lo mataron los malos gobiernos que nos tuvieron<br />
siempre en la pobreza y facilitaron sus adicciones,<br />
haciendo chiquitas sus esperanzas de una mejor<br />
vida. Sí, me lo mataron. Lo hizo también esa esposa<br />
que lo abandonó y se llevó sus hijas a Guatemala; y<br />
esos condenados amigos que siempre le convidaron<br />
un trago en lugar de comida; y ese desesperante calor<br />
de Boca del Río que le provocaba sed y lo hacía<br />
acercarse a la cerveza, al aguardiente y a otras bebidas<br />
alcohólicas. De veras que lo hicieron, que lo remataron<br />
en ese hospital público donde fue a parar en<br />
sus últimos días y al que los jodidos como él llegan<br />
para morir de inmediato. Lo mató su debilidad para<br />
sobreponerse a la desilusión, a la soledad, al vacío