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Jesús María Cantalapiedra
Cuando escribo este capítulo la amenaza de guerra con
Irak está en su momento álgido y los niños de catorce años van
por el cuarto ordenador personal. Meses atrás, Wolf se encon-
traba en Madrid. En una tasquita de la calle Lagasca. “Casa
Peláez”, hoy desaparecida. Ocupó una pequeña mesa a la
izquierda de la entrada. Pidió vino, bacalao rebozado y un
periódico. A su lado, una pareja de jovenzuelos hablaban. Todo
el aspecto de niños del barrio Salamanca. Ella no se había qui-
tado aún la mochila de boutique fina. Él vestía chupa de cuero
de 1.000 euros. Se les notaba airados. Wolf, impremeditada-
mente, escuchaba mientras miraba el periódico.
El pollo de la chupa comenzó a levantar la voz. “Mira tía,
me tienes hasta los webs. Que no estás on line, oye. Yo no soy
ningún asistente que ayude a ripear. Vamos, que cada día hay
menos conexión USB. Parece que te ha atacado un virus. Yo creo
que necesitas tomar unas tabletPC, a ver si sosiegas, por muy
compact que tengas los displays pectorales, que más que dis-
plays parecen aglomeraciones. En cuanto a tus famosos 800 Mhz
con 256 Mb de RAM, de los que tanto presumes, te diré que me
recuerdan a una marca de leche envasada. Lista, que eres una