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CONTRA UNA SEBE
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Jesús María Cantalapiedra
El primer coche del español medio, allá por los sesenta, fue
el nunca bien ponderado Seiscientos. Un invento con cuatro rue-
das que echaba mucho humo subiendo los puertos pero en el que
se iba de vacaciones con Mari Puri, los niños, la suegra, un
cochecito Jané, tres maletas y una bota “Tres Zetas” colgada de
la baca. Para que le diera el fresco al tinto con gas.
Pero, el Seiscientos significó mucho más para algunos, para
los jóvenes que pudieron tener acceso a él antes de que llegara
Mari Puri, la suegra y el Jané. Naturalmente, el escarceo amoro-
so sin el privilegio de la motorización, para el urbanita, sólo era
posible en cines de sesión continua o polígonos sin urbanizar. O
tras la sebe, si los protagonistas vivían en el medio rural. ¡Ah si
las sebes y las matas bajeras pudieran hablar! Pero Wolf sí puede