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tratando de esclarecer el origen vegetal o mineral de la planta,
dadas, insisto, sus pétreas propiedades.
Reconvertidos y protagonizando lo que en la actualidad lla-
mamos cocido, sea madrileño o leonés, los garbanzos, por otra
parte, han representado el truco utilizado por los maridos hispa-
nos para mantener encerradas en casa a las sufridas mujeres
durante las largas mañanas de la historia patria. Era necesario
atender aquella especie de balines durante cuatro o cinco horas,
separando progresivamente del fuego la cantarina ebullición del
enemigo con forma de leguminosa. Ellos se dedicaban a gue-
rrear, actividad mucho más seria. Pero, malgrè moi, con la llega-
da de la olla express y otros artilugios perversos, la gloria
machista se fue al garete junto con las extraordinarias bondades
culinarias proporcionadas por horas de cocción tan eternas como
el altruismo y sacrificio demostrados por nuestras sumisas abue-
las durante dos mil años.
Hoy, aun preparados con la malévola olla, a Wolf le entu-
siasman los garbanzos, sin detrimento, en absoluto, de la alubia
en su versión asturiana; esa propuesta ventolera que ha ganado
el mundo con el nombre de fabada. La admite sin demasiado
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Jesús María Cantalapiedra