09.05.2013 Views

Descargar libro en PDF - Biblioteca Digital Leonesa

Descargar libro en PDF - Biblioteca Digital Leonesa

Descargar libro en PDF - Biblioteca Digital Leonesa

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

JESÚS MARÍA CANTALAPIEDRA<br />

Jesús María Cantalapiedra Moro, leonés<br />

ejerci<strong>en</strong>te desde que un bu<strong>en</strong> día apareció <strong>en</strong> la casona<br />

de su abuelo materno, médico <strong>en</strong> el riberano Turcia,<br />

durante muchos años <strong>en</strong>tretuvo su dev<strong>en</strong>ir <strong>en</strong> sectores<br />

informáticos y financieros. Las verdaderas aficiones, <strong>en</strong><br />

su mom<strong>en</strong>to, fueron la pintura, la fotografía, la música,<br />

la gastronomía y, siempre, el periodismo, actividad ésta<br />

heredada de sus mayores. También, int<strong>en</strong>ta tocar el<br />

saxofón. Más bi<strong>en</strong>, “ejecuta” a B<strong>en</strong> Webster. Durante<br />

más de dos lustros colaboró con distintas emisoras de<br />

radio y periódicos locales. En la actualidad escribe para<br />

varias publicaciones vinculadas al sector turístico. No<br />

se considera guiri, sino viajero con Europa como<br />

refer<strong>en</strong>cia y punto de mira. Este es su quinto <strong>libro</strong>.<br />

Desde 1986 es miembro activo de las federaciones<br />

Regional, Nacional e Internacional de Periodistas y Escritores de<br />

Turismo. Al tiempo, fundó la “Cofradía de la Bu<strong>en</strong>a Mesa de<br />

León” y la “Academia del Vino y la Gastronomía de León”, hoy<br />

<strong>en</strong> gran medida aparcadas <strong>en</strong> espera de disfrutar más tiempo libre.<br />

A partir de 1991 preside el Casino de León y desde hace dos años<br />

la Federación Regional de Casinos y Sociedades Recreativas de<br />

Castilla y León. En 1995, casi por casualidad o causalidad, se<br />

convirtió <strong>en</strong> concejal del Ayuntami<strong>en</strong>to de León y <strong>en</strong> el apasionante<br />

afán sigue apasionado aunque, ahora, insertando su efigie<br />

<strong>en</strong> el otro lado de la moneda.<br />

Los veintidós capítulos de esta segunda aparición de Wolf<br />

(la primera fue hace un año y hoy, traducida al ruso por Nicolai<br />

Volkov, se <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tra <strong>en</strong> trámites de publicación por una editorial<br />

de Voronezh, ciudad con la que el autor de “La vuelta de Wolf”<br />

manti<strong>en</strong>e perman<strong>en</strong>tes lazos afectivos) están concebidos <strong>en</strong>tre el<br />

artículo de opinión y el relato corto. Quizás más crítico y<br />

autocrítico que <strong>en</strong> la primera muestra, “La Vuelta de Wolf” utiliza<br />

el humor como arma arrojadiza y es el producto de experi<strong>en</strong>cias y<br />

anécdotas personales debidam<strong>en</strong>te condim<strong>en</strong>tadas o salpim<strong>en</strong>tadas.<br />

Algunos episodios ti<strong>en</strong><strong>en</strong> como orig<strong>en</strong> cal<strong>en</strong>turones de estío<br />

u otros estados de ánimo patológicos.<br />

J ESÚS M ARÍA C ANTALAPIEDRA<br />

LA VUELTA DE WOLF<br />

la vuelta de<br />

Wolf<br />

Anecdotario de un observador de aquí (II)<br />

JESÚS MARÍA CANTALAPIEDRA


JESÚS MARÍA CANTALAPIEDRA<br />

la vuelta de<br />

Wolf<br />

Anecdotario de un observador de aquí (II)


Reservados todos los derechos.<br />

No está permitida la reproducción total o parcial de este <strong>libro</strong>, ni su<br />

tratami<strong>en</strong>to informático, ni la transmisión de ninguna forma o por<br />

cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por<br />

registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del<br />

titular del Copyrigtht.<br />

© Jesús María Cantalapiedra, 2003<br />

Edición: F.M. NUEVA COMUNICACIÓN, S.L.<br />

Joaquín Costa, 8 - 1º • 24002 León<br />

Teléf. 987 07 27 44. Fax: 987 07 27 43<br />

E-mail: nuevacom2000@empresas.retecal.es<br />

www.nuevacomunicacion.com<br />

Preimpresión: Nueva Comunicación<br />

Impreso <strong>en</strong> U.E.<br />

ISBN: 84-607-8614-5<br />

Depósito legal: LE-1328-2003


A mis amigos y colegas políticos, con el deseo de que utilic<strong>en</strong><br />

con más frecu<strong>en</strong>cia el s<strong>en</strong>tido del humor.


PRÓLOGO<br />

¡Que vuelve don Jesús María!<br />

9<br />

Jesús María Cantalapiedra<br />

“El mundo según Wolf” se abría como el escaparate pro-<br />

metedor de una ag<strong>en</strong>cia de viajes, y ahora, <strong>en</strong> “La vuelta de<br />

Wolf” el lector ve una maleta que intuimos como la del regreso,<br />

para completar el arraigo y lo cosmopolita. En la primera <strong>en</strong>tre-<br />

ga, el autor aparece de corbata variopinta con el inevitable fondo<br />

de <strong>libro</strong>s que les gusta a los fotógrafos; ahora, el personaje está<br />

algo más mayorcín y apersonado, y la corbata es de un azul claro<br />

y unánime que ya han sacado <strong>en</strong> la TV Aznar, Rajoy y otros man-<br />

dores de esas latitudes, quizá se la van prestando unos a otros y<br />

acaso el leonés deberá pasársela a doña Loyola del Palacio, pon-<br />

gamos por ejemplo honorable.<br />

Este producto segundo, “La vuelta de Wolf”, conserva, sí,<br />

la pot<strong>en</strong>cia humorística del primero, al servicio <strong>en</strong> uno y otro<br />

caso de una calidad literaria que ya quisieran cantidad de escri-


La vuelta de W olf <br />

bas situados por algunos críticos -“acomodadores del Parnaso”-<br />

<strong>en</strong> butacas de prefer<strong>en</strong>cia. Pero aquí mismo, transitando <strong>en</strong>tre<br />

nosotros, hay críticos lúcidos, por Miñambres lo digo, que han<br />

sabido ver <strong>en</strong> su día el ing<strong>en</strong>io de Jesús María Cantalapiedra,<br />

aunque el bi<strong>en</strong> int<strong>en</strong>cionado profesor haya concluido su rec<strong>en</strong>-<br />

sión con una invitación temeraria: “Uno pi<strong>en</strong>sa que le quedan<br />

cosas por contar, y debe hacerlo”.<br />

Ahora están corri<strong>en</strong>do voces de c<strong>en</strong>tinela alerta por los<br />

campam<strong>en</strong>tos de nuestra literatura. ¡Que vuelve “Canta”! Y la<br />

dedicatoria de esta nueva <strong>en</strong>trega, “A mis amigos y colegas polí-<br />

ticos...” le sugiere a uno el arma de def<strong>en</strong>sa. Todos los escritores<br />

leoneses (68,13 por ci<strong>en</strong>to del c<strong>en</strong>so electoral según los últimos<br />

recu<strong>en</strong>tos) a votar por Cantalapiedra don Jesús María para con-<br />

cejalías, autonomías, consejerías, alcaldías, portavocías. Que el<br />

temible competidor viva abrumado de canonjías, no sea que la<br />

demostrada musculatura del político siga también <strong>en</strong> lo literario<br />

hasta hacer peligrar el pan de nuestros hijos.<br />

1<br />

Antonio Pereira<br />

Verano 2003


“Si el hombre desci<strong>en</strong>de del mono, si con el hombre llega a su<br />

culm<strong>en</strong> la raza de los primates, habrá que colegir que el hombre –la<br />

mujer es otra cosa– es el último mono”.<br />

Ricardo Cantalapiedra<br />

(“Bestiario Urbano” 1987. Editorial Fondo de Cultura Económica)


NOTA DEL AUTOR<br />

“La vuelta de Wolf” es la continuación de “El mundo según<br />

Wolf”, publicado hace justam<strong>en</strong>te un año. Las consabidas prisas<br />

editoriales pr<strong>en</strong>avideñas no me permitieron <strong>en</strong>tonces volcar<br />

todos los episodios, reales o imaginarios, de mi archivo particu-<br />

lar situado allá, al fondo a la derecha del cerebelo.<br />

Sigui<strong>en</strong>do la misma línea, pues, “La vuelta de Wolf” no<br />

trata historias transc<strong>en</strong>d<strong>en</strong>tes. Sólo pret<strong>en</strong>de propiciar la sonrisa<br />

del lector bajo el cristal coloreado de una crítica blanca hacia<br />

ciertos comportami<strong>en</strong>tos sociales por todos conocidos. Por otra<br />

parte, personalm<strong>en</strong>te me ha servido para, <strong>en</strong> cierta medida, esca-<br />

par de las alteraciones de este año de gracia 2003 que, como casi<br />

todos, no la tuvo.<br />

13<br />

Jesús María Cantalapiedra


La vuelta de W olf <br />

14


1<br />

PEPITOS DE TERNURA<br />

Tal como el fiel lector recordará, <strong>en</strong> el último capítulo de El<br />

Mundo según Wolf, su protagonista, desesperado de la vida,<br />

int<strong>en</strong>ta acabarla <strong>en</strong> París a base de ostras podres. Cobardón él,<br />

las opciones clásicas le resultaban demasiado espeluznantes. La<br />

terrible decisión fue tomada por causa de una felonía laboral<br />

maquinada con premeditación por un alto ejecutivo de la New<br />

Web & Company, empresa <strong>en</strong> la que trabajaba a la sazón.<br />

Después de dos meses de internami<strong>en</strong>to parisino, no consiguió el<br />

funesto fin y fuese a Karlshamn (Suecia). Le habían hablado de<br />

una tabernilla <strong>en</strong> la que servían unos ar<strong>en</strong>ques repugnantes y se<br />

propuso int<strong>en</strong>tarlo con ellos, naturalm<strong>en</strong>te pasados de caducidad<br />

según los fúnebres consejos. Mas algo calmó su ánimo suicida y,<br />

hoy, para bi<strong>en</strong> o para mal, <strong>en</strong> vez de estar s<strong>en</strong>tado a la diestra o<br />

15<br />

Jesús María Cantalapiedra


La vuelta de W olf <br />

siniestra de Dios Padre, se <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tra de nuevo vivaqueando por<br />

este país de Dios nos libre. Y todo por Charlotte.<br />

La conoció <strong>en</strong> el mismo figón donde acudió para lograr<br />

escapar de su mundo cruel, vía intoxicación fulminante.<br />

Ocupaba la mesa cercana a la <strong>en</strong>trada, sobre la que reposaba una<br />

pequeña luminaria parpadeante. Bebía un zumo de algo. Wolf,<br />

ap<strong>en</strong>as sin verla (la vela no daba para mucho), se s<strong>en</strong>tó casi al<br />

lado <strong>en</strong>frascado <strong>en</strong> su decisión. Después de un bu<strong>en</strong> rato, acos-<br />

tumbrados los ojos a la p<strong>en</strong>umbra, pudo advertir que era una val-<br />

quiria rubísima, de cara afilada, pelín d<strong>en</strong>tona y vestida con un<br />

top sabiam<strong>en</strong>te semiapretado bajo el que se adivinaban carninas<br />

nórdicas con bu<strong>en</strong>a relación precio calidad. Y sin operar. “A mí,<br />

como si la operan”, p<strong>en</strong>só. No estaba el hombre para escarceos<br />

ni carninas blancas, por muy nórdicas que fuer<strong>en</strong>. Aunque, bi<strong>en</strong><br />

es cierto, <strong>en</strong> lo estético se planteaban adecuadam<strong>en</strong>te adheridas<br />

a la estructura ósea. Digamos que, <strong>en</strong> verdad, estaba bastante<br />

propia. Lo cual, que t<strong>en</strong>ía un saltín. Se pidió un snaps de alta gra-<br />

duación.<br />

Fue Charlotte, liberada, bi<strong>en</strong> alim<strong>en</strong>tada, mejor armada y<br />

ecologista ella, qui<strong>en</strong> tomó la iniciativa. Actuó con determina-<br />

16


ción. Cogió el zumo y se s<strong>en</strong>tó al lado de Wolf. “Te acompaño.<br />

Estás muy triste”, dijo. Mi amigo p<strong>en</strong>só: “Esta es una niña bi<strong>en</strong><br />

que está aburrida (las nórdicas siempre le parecieron que t<strong>en</strong>ían<br />

aspecto de niñas pijas), o un putón verb<strong>en</strong>ero que vi<strong>en</strong>e a nego-<br />

ciar”. Ninguna de las dos cosas. Charlotte trabajaba como ana-<br />

lista de sistemas <strong>en</strong> la AB Sv<strong>en</strong>ska Kullagerfabrik<strong>en</strong>, o sea, <strong>en</strong><br />

una fábrica de rodami<strong>en</strong>tos de bolas, y dedicaba todo su tiempo<br />

libre al ecologismo. Era vicepresid<strong>en</strong>ta de ADAPGÖ,<br />

Asociación para la def<strong>en</strong>sa de la abubilla paticorta de Götaland.<br />

No vean el ardor que ponía <strong>en</strong> la protección del insectívoro.<br />

Así, <strong>en</strong>tre zumos una y snaps otro, fueron contándose sus<br />

vidas al tiempo que Wolf iba intuy<strong>en</strong>do la orografía íntima de la<br />

rubísima y com<strong>en</strong>zaba a olvidarse del fin por el que llegó a la<br />

tabernilla. Principalm<strong>en</strong>te cuando le invitó a su apartam<strong>en</strong>to.<br />

Llegaron. Wolf atacó rápidam<strong>en</strong>te. Ella, sorpr<strong>en</strong>dida por la<br />

velocidad, le dijo que sosegara (las suecas, mucho, mucho, pero<br />

primero a lo suyo). “Antes t<strong>en</strong>go que explicarte bi<strong>en</strong> los propó-<br />

sitos de ADAPGÖ”. Y se los explicó. Un ladrillazo de dos horas<br />

y media iniciándole <strong>en</strong> los peligros que corrían las pobres abubi-<br />

llas y la desidia e inhibición gubernam<strong>en</strong>tal ante tal desgracia.<br />

17<br />

Jesús María Cantalapiedra


La vuelta de W olf <br />

Entre los snaps y el sermón ecologista, sin aparear, quedó dor-<br />

mido como un b<strong>en</strong>dito <strong>en</strong>cima del sofá de estilo nórdico.<br />

Despertó a las diez. “El diván lo compró <strong>en</strong> Ikea”, p<strong>en</strong>só medio<br />

<strong>en</strong> sueños. Encima de una mesita de la misma raza había un<br />

papel escrito.“Cariño, son las cinco y media (a.m.). Me voy a tra-<br />

bajar. Puedes trasladar tus cosas aquí. Fue una noche maravillo-<br />

sa. El sábado te llevaré a Malmö. T<strong>en</strong>emos manifestación <strong>en</strong><br />

contra del Ministerio. Besos. Charlotte. ¡VIVAN LAS ABUBI-<br />

LLAS LIBRES, YA !”.<br />

Durante el jueves y viernes casi no le vio el rubísimo pelo.<br />

Charlotte llegaba de trabajar a las 17,35 horas. Hecha trizas.<br />

C<strong>en</strong>aban un jodío huevo cocido y una hoja de lechuga, digo una<br />

hoja de lechuga, y a dormir. Digo a dormir. Y llegó el sábado y<br />

la anunciada manifestación antigubernam<strong>en</strong>tal <strong>en</strong> Malmö.<br />

Horroroso. Unos 500 manifestantes y alrededor de 1.000 anti-<br />

disturbios como armarios roperos. No se anduvieron con remil-<br />

gos. Desde el primer mom<strong>en</strong>to, sin previo aviso, com<strong>en</strong>zaron a<br />

dar porrazos de lo lindo. Wolf int<strong>en</strong>tó hacerse el sueco pero no<br />

lo consiguió. Uno de los guardias se <strong>en</strong>sañó especialm<strong>en</strong>te con<br />

él. Le arreó cerca de veinte viajes <strong>en</strong> los costillares. “Toma, por<br />

18


extranjero”, decía el def<strong>en</strong>sor del ord<strong>en</strong> mi<strong>en</strong>tras le sacudía con<br />

<strong>en</strong>tusiasmo.<br />

Llegó a Karlshamn con la fr<strong>en</strong>te marchita y aplastami<strong>en</strong>-<br />

to de una vértebra dorsal. Charlotte, exultante de ardor ecoló-<br />

gico. “Qué éxito, Wolf, qué éxito, de esta lo conseguimos”,<br />

decía la def<strong>en</strong>sora de abubillas paticortas. Él, lacerado e inhá-<br />

bil para otros m<strong>en</strong>esteres, c<strong>en</strong>ó el jodío huevo cocido y fuese al<br />

diván de estilo nórdico. “Duerme cariño, que mañana, para<br />

celebrarlo, te preparo smorsgasbord, el plato más típico de<br />

Suecia”, com<strong>en</strong>tó ella.<br />

Y lo preparó junto con su madre <strong>en</strong> visita dominical.<br />

Estuvieron cuatro horas <strong>en</strong> la cocina. La guarrada consistía <strong>en</strong> lo<br />

sigui<strong>en</strong>te: ar<strong>en</strong>ques avinagrados, patatas cocidas, crema agria,<br />

cebolletas, galletas de c<strong>en</strong>t<strong>en</strong>o, salmón curado, mejillones,<br />

jamón cocido ahumado, salchichas, albóndigas, setas y no sé<br />

cuántas cosas más. Parece m<strong>en</strong>tira pero cierto es.<br />

Soportó como pudo una semana más, por supuesto, sin ini-<br />

ciarse <strong>en</strong> el antiquísimo y saludable ejercicio amatorio. Entre las<br />

asambleas de Charlotte, la madre que la trajo al mundo (pasó<br />

unos días con ellos) y la quinta vértebra, no había posibilidad.<br />

19<br />

Jesús María Cantalapiedra


La vuelta de W olf <br />

Así que, una noche, tomó recado de escribir y dejó una nota <strong>en</strong><br />

la mesilla nórdica. Así decía:<br />

“Cariño, son las cuatro y media (a.m.). Que te d<strong>en</strong> tila, a ver<br />

si ser<strong>en</strong>as con el asunto de las abubillas. No te aguanto. Yo no<br />

puedo comer a las doce y c<strong>en</strong>ar a las seis. Soy español, casi na.<br />

Quiero tomarme unos vinos del Bierzo por las tascas antes del<br />

arroz. Quiero acostarme a la una o las dos, después de la pelí-<br />

cula de la tele. Quiero irme de bares con los amigos. Y luego<br />

están los seis grados bajo cero de media. Repugnante. Pero,<br />

sobre todo, necesito cariño; ese que tú nunca me podrás dar.<br />

Necesito pepitos de ternura y no la guarrada del smorsgasbord,<br />

por muy típico que sea por Navidad o <strong>en</strong> el solsticio de verano.<br />

En cuanto a tu madre, sí te diré que, impremeditadam<strong>en</strong>te, me<br />

ayudó mucho. Es igualita que María Teresa Campos. Que seas<br />

feliz, feliz, feliz. Es todo lo que pido <strong>en</strong> esta despedida.<br />

Además (es lo más importante), según vi ayer hurgando <strong>en</strong> tu<br />

pasaporte, no te llamas Charlotte. Tu nombre es Erik, hijo de<br />

Ingvar y Sigrid. O sea, que eres un tío operado de las partes. Y<br />

ahí, sí que no”.<br />

Y volvió a España. D<strong>en</strong>tro de su alma la lleva metida.<br />

2


2<br />

21<br />

Jesús María Cantalapiedra<br />

AZAFATA DE ALTOS VUELOS<br />

Hace muchos años, cuando <strong>en</strong> España se empezó a volar<br />

esporádicam<strong>en</strong>te, utilizar el avión era signo de distinción y esta-<br />

tus. O así lo p<strong>en</strong>saban los viajeros. Las familias, a la vuelta de<br />

vacaciones, se hacían fotos desc<strong>en</strong>di<strong>en</strong>do por las pequeñas esca-<br />

leras poni<strong>en</strong>do cara de g<strong>en</strong>te importante. El docum<strong>en</strong>to gráfico<br />

se colocaba <strong>en</strong> el álbum junto con las fotografías de la boda o la<br />

primera comunión de Paquitín. Arriba, la tripulación, g<strong>en</strong>te<br />

guapa muy sonri<strong>en</strong>te, sin cara de aburrimi<strong>en</strong>to, despedía a los<br />

viajeros. Ya <strong>en</strong> el interior del aeropuerto te recibían par<strong>en</strong>tela y<br />

amigos como si volvieras de otro mundo. Abrazos, alguna lagri-<br />

mina. “Cuidado con las maletas, que son nuevas”, se oía. Las<br />

reluci<strong>en</strong>tes maletas y el inevitable maletín fin de semana, se<br />

compraban para la ocasión. “Que sean bu<strong>en</strong>as. Vamos <strong>en</strong> avión


La vuelta de W olf <br />

a Málaga”. En alguna óptica llegué a ver un anuncio muy curio-<br />

so: “Gafas especiales para aeropuertos”. Horas antes de la llega-<br />

da, con mal disimulado orgullo, papá, mamá, suegras y cuñados<br />

habían com<strong>en</strong>tado a los vecinos: “Vamos a esperar a Pepe y<br />

Encarni. Vi<strong>en</strong><strong>en</strong> <strong>en</strong> avión”. En verdad, era muy distinto el trato<br />

recibido <strong>en</strong> los aviones que el del coche de línea de Veguellina o<br />

Alpedrete. Aún no se había com<strong>en</strong>zado a tratar a latigazos al via-<br />

jero. Todavía no se perdían los equipajes. Incluso, existía pun-<br />

tualidad. Otro tema era el de las azafatas. Medían 1,70, eran<br />

rubias, habían estudiado tres idiomas (español también, pero<br />

poco) <strong>en</strong> colegios privados para g<strong>en</strong>te bi<strong>en</strong>, muy bi<strong>en</strong>. Todas<br />

parecían hijas de cónsules o agregados de embajada (o lo eran).<br />

No sabían coger la bandeja con soltura, pero se les perdonaba.<br />

Las de hoy, con más formación que las pioneras, sin embargo, te<br />

dan tralla a modo. Actualm<strong>en</strong>te han cambiado las tornas. En los<br />

coches de línea te ofrec<strong>en</strong> café, refrescos, revistas del corazón,<br />

pr<strong>en</strong>sa diaria y el culebrón de las cuatro. Y te sonrí<strong>en</strong>, cosa que<br />

es de agradecer <strong>en</strong> los tiempos que corr<strong>en</strong>, cuando a todo el<br />

mundo parece que le duele el trigémino, lo cual, cada uno de los<br />

miembros del quinto par craneal.<br />

22


23<br />

Jesús María Cantalapiedra<br />

Pero, no quiero irme por las ramas. Quiero escribir sobre aza-<br />

fatas, sobre una azafata de aquellas y su relación con Wolf qui<strong>en</strong>,<br />

durante cuatro años y hace muchos, viajaba periódicam<strong>en</strong>te desde<br />

Galicia a Madrid y Barcelona. Y viceversa. Se llamaba Carmiña<br />

Vázquez-Folgueira y Cuixa da Fonte. La conoció <strong>en</strong> la cafetería<br />

de un pequeño aeropuerto gallego. El consabido 1,70 y su porte<br />

elegante a la par que distinguido, aparte de otras cuestiones estéti-<br />

cas que no vi<strong>en</strong><strong>en</strong> a cu<strong>en</strong>to, hicieron mella <strong>en</strong> él. Hablaron.<br />

Carmiña volaba todos los días a Madrid. “Un rollo, tú. A ver si<br />

papá me cambia y empiezo a hacer vuelos internacionales. Esto se<br />

está poni<strong>en</strong>do perdido de obreros y suizanos. ¡Qué horror!”.<br />

Com<strong>en</strong>zaron una bu<strong>en</strong>a, bu<strong>en</strong>ísima relación de amoriños,<br />

aunque nunca coincidieron <strong>en</strong> un viaje. Se veían con frecu<strong>en</strong>cia<br />

<strong>en</strong> Santiago y, de t<strong>en</strong>er tiempo, recorrían las Rías Baixas más<br />

cercanas. Nunca pudieron ir al pazo de papá <strong>en</strong> Mondoñedo pues<br />

llevaban de obras más de un año y lo que faltaba. Era una her<strong>en</strong>-<br />

cia del yayo y lo estaban remodelando <strong>en</strong> profundidad. A Wolf<br />

todo aquel oropel le inquietaba <strong>en</strong> alguna forma, pero la gallega<br />

estaba como un queso e int<strong>en</strong>taba olvidar el poderío de los<br />

Vazquez-Folgueira y Cuixa da Fonte. “Tampoco es cosa de hacer


La vuelta de W olf <br />

ascos a un pazo”, p<strong>en</strong>saba. Así que, <strong>en</strong>tre santiaguiños y ribei-<br />

ros, durante un par de meses prosiguió el come-come de cuerpo<br />

y alma. Carmiña le aceleraba los ad<strong>en</strong>tros <strong>en</strong> cuanto la veía. Era<br />

mucha Carmiña la azafata.<br />

Hasta que llegó el día infausto. Se despidieron por la maña-<br />

na. Wolf t<strong>en</strong>ía trabajo durante toda la jornada <strong>en</strong> la delegación de<br />

la empresa. Mas, a eso de las cuatro le llamó su jefe de Barcelona.<br />

“V<strong>en</strong> <strong>en</strong> el primer avión. Esta noche t<strong>en</strong>emos que c<strong>en</strong>ar <strong>en</strong> el Hotel<br />

Calderón con los de la Bull. A ver si lo conseguimos por fin”.<br />

Hacia las siete se fue al aeropuerto. Acomodose fr<strong>en</strong>te a unas<br />

cristaleras desde las que se veían las pistas. Acababa de aterrizar el<br />

avión que le llevaría a Barcelona. Lloviznaba. Bajaron los pasaje-<br />

ros. Subió el personal de limpieza. Transcurrida una media hora la<br />

brigadilla de trabajadoras bajó rápidam<strong>en</strong>te las escaleras. “Se ruega<br />

a los pasajeros del vuelo 4270 con destino a Barcelona, embarqu<strong>en</strong><br />

por la puerta número cuatro”, dijo una voz monocorde y metálica.<br />

De pronto, vio a Carmiña. Llevaba a la cadera un caldero de plás-<br />

tico, fregona de palo largo y bayetas color marrón. Vestía bata azul<br />

con una inserción <strong>en</strong> rojo situada <strong>en</strong> pecho y espalda. Así rezaba:<br />

“Limpiezas y Montajes la Or<strong>en</strong>sana”.<br />

24


3<br />

ON LINE<br />

25<br />

Jesús María Cantalapiedra<br />

Wolf se inició <strong>en</strong> el mundo de la informática hace muchos<br />

años. Cuando aún se utilizaba la palabra cerebro para referirse a<br />

la gran computadora; cuando se com<strong>en</strong>zaba a hablar tímidam<strong>en</strong>-<br />

te del ord<strong>en</strong>ador personal. Digo gran computadora, no por su<br />

capacidad, sino por el tamaño, imp<strong>en</strong>sable <strong>en</strong>tonces para uso<br />

doméstico. Ocupaban una habitación que se mant<strong>en</strong>ía a determi-<br />

nada temperatura y a la que se accedía <strong>en</strong> sil<strong>en</strong>cio, con mucho<br />

respeto y, casi, con miedo. En cierta ocasión visitó una empresa<br />

de su provincia, creo que una de las primeras <strong>en</strong> instalar el arti-<br />

lugio, y le ocurrió una simpática anécdota. Le <strong>en</strong>señaron con<br />

gran orgullo la cosa (parecía de ci<strong>en</strong>cia ficción) <strong>en</strong> pl<strong>en</strong>o funcio-<br />

nami<strong>en</strong>to. Grandes discos giraban <strong>en</strong> el s<strong>en</strong>tido de las agujas del<br />

reloj y viceversa. Luces rojas y verdes parpadeaban sobre asép-


La vuelta de W olf <br />

ticos paneles brillantones. “Está preparando las nóminas”, le<br />

dijeron. Y, <strong>en</strong>tre todo aquel conjunto tecnológico (parecía un<br />

laboratorio de la NASA), algo no le cuadró. Se trataba de una<br />

pequeña caja u hornacina artesanal trabajada <strong>en</strong> madera. Estaba<br />

fuera de lugar. “Y este cofrecillo, ¿para qué es?”, preguntó Wolf.<br />

Los impecables técnicos, vestidos con bata blanca, se sonrieron.<br />

Finalm<strong>en</strong>te uno de ellos se arrancó. “Ahí t<strong>en</strong>emos un rosario que<br />

compramos <strong>en</strong> Fátima. Es para cuando se estropea el inv<strong>en</strong>to.<br />

Nos ponemos todos a rezar. Las nóminas ti<strong>en</strong><strong>en</strong> que salir antes<br />

del día uno”.<br />

Pocos años más tarde, <strong>en</strong> Milán, asistió a un cursillo sobre<br />

el último modelo de teletipos (el fax aún estaba por descubrir)<br />

y allí, por primera vez, escuchó el concepto ord<strong>en</strong>ador perso-<br />

nal. Un ing<strong>en</strong>iero listísimo les dijo: “Serán pequeños. No ocu-<br />

parán más allá que un maletín. Se utilizarán <strong>en</strong> despachos de<br />

notarios, arquitectos y abogados”. Por supuesto, los asist<strong>en</strong>tes<br />

al cursillo, y Wolf <strong>en</strong> particular, no le creyeron una palabra.<br />

“Este tío se está quedando con nosotros. Los italianos, ya se<br />

sabe”, com<strong>en</strong>taron.<br />

Y, rapidísimam<strong>en</strong>te, pasó el tiempo.<br />

26


27<br />

Jesús María Cantalapiedra<br />

Cuando escribo este capítulo la am<strong>en</strong>aza de guerra con<br />

Irak está <strong>en</strong> su mom<strong>en</strong>to álgido y los niños de catorce años van<br />

por el cuarto ord<strong>en</strong>ador personal. Meses atrás, Wolf se <strong>en</strong>con-<br />

traba <strong>en</strong> Madrid. En una tasquita de la calle Lagasca. “Casa<br />

Peláez”, hoy desaparecida. Ocupó una pequeña mesa a la<br />

izquierda de la <strong>en</strong>trada. Pidió vino, bacalao rebozado y un<br />

periódico. A su lado, una pareja de jov<strong>en</strong>zuelos hablaban. Todo<br />

el aspecto de niños del barrio Salamanca. Ella no se había qui-<br />

tado aún la mochila de boutique fina. Él vestía chupa de cuero<br />

de 1.000 euros. Se les notaba airados. Wolf, impremeditada-<br />

m<strong>en</strong>te, escuchaba mi<strong>en</strong>tras miraba el periódico.<br />

El pollo de la chupa com<strong>en</strong>zó a levantar la voz. “Mira tía,<br />

me ti<strong>en</strong>es hasta los webs. Que no estás on line, oye. Yo no soy<br />

ningún asist<strong>en</strong>te que ayude a ripear. Vamos, que cada día hay<br />

m<strong>en</strong>os conexión USB. Parece que te ha atacado un virus. Yo creo<br />

que necesitas tomar unas tabletPC, a ver si sosiegas, por muy<br />

compact que t<strong>en</strong>gas los displays pectorales, que más que dis-<br />

plays parec<strong>en</strong> aglomeraciones. En cuanto a tus famosos 800 Mhz<br />

con 256 Mb de RAM, de los que tanto presumes, te diré que me<br />

recuerdan a una marca de leche <strong>en</strong>vasada. Lista, que eres una


La vuelta de W olf <br />

lista. Claro, qué vas a saber si tu padre era del PC. Aquí hay que<br />

buscar una gama de soluciones y dejarte <strong>en</strong> paz de servidores<br />

privados. Con todas estas cosas t<strong>en</strong>go el ratón que ni me lo<br />

<strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tro, y eso que es ergonómico. No me extraña. Se te ha<br />

puesto el software caído. Te puedo recom<strong>en</strong>dar un gimnasio”.<br />

Ella calló con la cabeza baja hasta que le m<strong>en</strong>cionó lo del<br />

software. Y le respondió, mi<strong>en</strong>tras una v<strong>en</strong>a del cuello parecía<br />

que le iba a explotar.<br />

“Hasta aquí hemos llegado. A ti lo que te va es el compu-<br />

ting. Vete a la calle La Ballesta a ver si te repon<strong>en</strong> el disco duro,<br />

que da verdadera p<strong>en</strong>a verlo. Y, punto.com”.<br />

Wolf, continuó chateando.<br />

28


4<br />

DE TODA LA VIDA<br />

29<br />

Jesús María Cantalapiedra<br />

Para Wolf la amistad y la lealtad siempre significaron<br />

mucho. Demasiado. Sobre todo <strong>en</strong> épocas de adolesc<strong>en</strong>cia. Hoy<br />

ya no tanto, ni mucho m<strong>en</strong>os, aunque sigue si<strong>en</strong>do un ing<strong>en</strong>uo.<br />

Hubiera sido capaz de dar la vida por un amigo (bu<strong>en</strong>o, no tanto).<br />

Además, les necesitaba. No es que fuera íntimo de todo el mundo,<br />

pero a los escogidos o a qui<strong>en</strong>es le escogieron, esos tres o cuatro<br />

que todo el mundo ha t<strong>en</strong>ido, se <strong>en</strong>tregaba con pasión.<br />

Normalm<strong>en</strong>te era correspondido. Eran tiempos de ilusiones com-<br />

partidas, de utopías y alguna que otra transgresión de lo cotidia-<br />

no, de la norma establecida. ¡Ah de los que no pecaron de jóve-<br />

nes! La corrieron de carrozones a destiempo, con perdón. O sea.<br />

Y la norma primera, aparte de las gubernam<strong>en</strong>tales (metidas <strong>en</strong> el<br />

mismo paquete que las de la curia), era cumplir a rajatabla el


La vuelta de W olf <br />

sexto mandami<strong>en</strong>to. Que no te viera un chiri apretando levem<strong>en</strong>-<br />

te a Encarni. La t<strong>en</strong>ías. ¡Qué obsesión! Si te sobrev<strong>en</strong>ía un p<strong>en</strong>-<br />

sami<strong>en</strong>to de los llamados impuros te caían <strong>en</strong>cima todas las p<strong>en</strong>as<br />

del infierno durante infinitos años; todo el tiempo que el ala de<br />

una golondrina tardara <strong>en</strong> desgastar una gran bola de acero del<br />

tamaño de la tierra, rozándola una vez por siglo. ¡Qué imagina-<br />

ción! A nuestros actuales veinteañeros toda esta historia les sona-<br />

rá a música <strong>en</strong> Pravia. Y no hago refer<strong>en</strong>cia a los pequeños revol-<br />

cones apresurados y baldíos. La p<strong>en</strong>it<strong>en</strong>cia era de aúpa. El Padre<br />

Fulg<strong>en</strong>cio te metía al cuerpo cinco rosarios y diez nov<strong>en</strong>as. La<br />

cosa había sido gravem<strong>en</strong>te peligrosa, como las pelis de Igman<br />

Bergman que se veían <strong>en</strong> cine forum. Pero ese es otro tema.<br />

Sin embargo Wolf, cándido como él solo, hace unos meses<br />

organizó un <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tro con ex alumnos de su promoción del<br />

Instituto Padre Damián. Le costó trabajo pero, después de<br />

muchas semanas, consiguió congregar a dieciocho condiscípulos<br />

calvos y barrigudos, proced<strong>en</strong>tes de diversas regiones del país.<br />

“¡Qué bonito!, <strong>en</strong>contrarnos los amigos de toda la vida, contar-<br />

nos nuestras cosas, recordar viejos tiempos, hablar de Don<br />

Gonzalo el de Historia…”<br />

3


31<br />

Jesús María Cantalapiedra<br />

Se reunieron <strong>en</strong> un mesón típico. Alguno había disculpado<br />

su aus<strong>en</strong>cia por causa de una hernia discal, otros por la reci<strong>en</strong>te<br />

operación de apéndice (no era apéndice, sino próstata). Otros no<br />

contestaron al llamado. Pero, cierto es que se juntaron dieciocho.<br />

Emoción. Abrazos. Lágrimas cont<strong>en</strong>idas después de, <strong>en</strong> muchos<br />

casos, pasar el exam<strong>en</strong> de reconocimi<strong>en</strong>to. “¿ Pero, Wolf, no me<br />

conoces?, soy Manuel”, dijo Lolo. El michelín circunvalatorio se<br />

le desparramaba colgón por <strong>en</strong>cima del cinto. Después de innu-<br />

merables abrazos múltiples, tomaron unos vinos previos a la<br />

comida. En camaradería. Rápidam<strong>en</strong>te se contaron sus vidas.<br />

Todos habían triunfado. Todos dirigían empresas. Todos eran<br />

prósperos comerciantes o reputados médicos. Todos t<strong>en</strong>ían hijos<br />

con masters obt<strong>en</strong>idos <strong>en</strong> Yale, Oxford o Massachussets. Nadie<br />

se creía las glorias del resto pero quedaba muy bi<strong>en</strong>. Sólo uno,<br />

Remigio, se sinceró <strong>en</strong> parte. “Bu<strong>en</strong>o, yo soy cura. Pero (no se<br />

aguantó), parece que se habla mucho de mí para el obispado de<br />

Astorga”. Quién lo diría. Había sido un golferas de cuidado.<br />

Tampoco se lo creyeron.<br />

Transcurridos los primeros minutos de euforia com<strong>en</strong>zaron<br />

a pasar ángeles. Sil<strong>en</strong>cios que parecían eternos. “Bu<strong>en</strong>o, bu<strong>en</strong>o,


La vuelta de W olf <br />

qué alegría”, se arrancó Wolf. El de los michelines dijo: “Parece<br />

m<strong>en</strong>tira, cuánto tiempo”. Más sil<strong>en</strong>cio. “Uf, la tira” , dijo uno de<br />

Reliegos mi<strong>en</strong>tras p<strong>en</strong>saba: “Lolo se ha puesto como un cetá-<br />

ceo”. Alguno miraba disimuladam<strong>en</strong>te el reloj. Todos, íntima-<br />

m<strong>en</strong>te, opinaban lo viejos que estaban los demás. “¿Qué os pare-<br />

ce si empezamos a comer ?” , propuso Paco, un concejal de<br />

Alpedrete. Y, todos a una, ocuparon sus asi<strong>en</strong>tos. Fue un alivio<br />

muy celebrado pues al segundo vino (Lolo tomaba mosto) se lo<br />

habían dicho casi todo.<br />

Engullidas las patatas con congrio, ya un poco colorados,<br />

com<strong>en</strong>zaron los problemas. El concejal, listo como él sólo, esta-<br />

ba un poco, bastante cocido y no tuvo mejor idea que com<strong>en</strong>tar<br />

lo p<strong>en</strong>donazo que por aquellos tiempos era Mari Pili. “Sí hom-<br />

bre, la rubia aquella que la andamos todo preu”.<br />

De pronto, una callada g<strong>en</strong>eral hizo auténtico ruido <strong>en</strong> el<br />

comedor. Wolf no sabía dónde meterse. Remigio, el cura, se puso<br />

como la grana. La mayoría de ex compañeros, como si hubieran<br />

recibido una ord<strong>en</strong>, al unísono, levantaron la cabeza hacia el<br />

techo para observar el hermoso artesonado. “Es una auténtica<br />

filigrana”. Tres se fueron a los servicios con urg<strong>en</strong>cias. Otros<br />

32


cuatro, a gatas, se dedicaron a buscar las servilletas debajo de la<br />

mesa. La explosión llegó cuando Alberto, uno de Veguellina al<br />

que también se le había apoderado el maldito Cariñ<strong>en</strong>a, soltó<br />

balbuceando: “Concegal t<strong>en</strong>íasss gue ser, Paco, so abimal. Mari<br />

Pili se gasó con Lolo cuando guedó preñá, lo gue passa es gue no<br />

sse sabía de quién. Güidao que eress burrro…”<br />

Y se armó. Lolo, cianótico de ira, cogió la paletilla de<br />

lechazo recién servida y le arreó a Alberto <strong>en</strong> el carrillo derecho.<br />

Inmediatam<strong>en</strong>te, a pesar del michelín, con increíble agilidad,<br />

saltó la mesa y le sacudió puñetazos sin fin. Hasta que lograron<br />

separarle. Marchó con las manos ll<strong>en</strong>as de manteca y pringue.<br />

Desaparecido el damnificado, Wolf se despidió de los ex<br />

compañeros. “Muchas gracias a todos. A ver si otro día nos<br />

vemos y tomamos unas copas”.<br />

33<br />

Jesús María Cantalapiedra


La vuelta de W olf <br />

34


5<br />

35<br />

Jesús María Cantalapiedra<br />

A PROPÓSITO DE GARBANZOS<br />

Conocido es por todo el universo mundo, que <strong>en</strong> Europa,<br />

que <strong>en</strong> España, durante c<strong>en</strong>turias, se pasaron hambrunas sin<br />

cu<strong>en</strong>to. Sin ningún cu<strong>en</strong>to. Y, hablando de gazuza, se puede<br />

asegurar que tal p<strong>en</strong>uria propició la imaginación gastronómico-<br />

familiar del Viejo Contin<strong>en</strong>te. ¿A quién se le hubiera ocurrido<br />

probar un caracol babosillo, una c<strong>en</strong>tolla gordona y peluda o un<br />

anca de rana saltarina y espernancada, cazada con pértiga y<br />

trapo rojo <strong>en</strong> una charca sospechosa? En verdad, <strong>en</strong> verdad me<br />

digo que no eran precisam<strong>en</strong>te epicúreos. La fame hizo y hace<br />

maravillas. Muchos de los platos hoy considerados como de<br />

alta cocina, no de la nouveau cuisine que Dios confunda, sino<br />

de la cocina moderna, han sido proporcionados por el ama de<br />

casa con su fantasía culinaria <strong>en</strong> un afán de agradar a la prole


La vuelta de W olf <br />

y emboscar la bajeza gastronómica de las materias primas.<br />

Después, <strong>en</strong> España, llegaron los Bulli, los Arzak, los Subijana<br />

y un ext<strong>en</strong>so etcétera de cocineros, alguno de ellos más o<br />

m<strong>en</strong>os creíbles.<br />

Pero, vamos con los garbanzos, con el cocido, que es lo de<br />

aquí, lo popular, aunque muchos se empeñ<strong>en</strong> <strong>en</strong> cobrar dieciocho<br />

euros por la famosa olla familiar. En Francia de trata del pot au<br />

feu, sin alcanzar el ing<strong>en</strong>ioso redondeo hispano a la hora de la<br />

cu<strong>en</strong>ta. El garbanzo fue traído a este curioso país de manos car-<br />

taginesas por expulsión, según ciertos expertos. Y no es de extra-<br />

ñar que quisieran largarlo fuera de su ámbito de influ<strong>en</strong>cia si<br />

t<strong>en</strong>emos <strong>en</strong> cu<strong>en</strong>ta que la planta leguminosa y pétrea, ya era<br />

causa de mofa <strong>en</strong> los circos romanos. Un hilarante espectáculo<br />

programado por los managers de la época para distraer los ocios<br />

de los ciudadanos del imperio, era pres<strong>en</strong>tar al Pultifagonides de<br />

Plauto, un señor llamado Pho<strong>en</strong>us, cuyo show consistía <strong>en</strong> la<br />

ingestión indiscriminada de garbanzos ante miles de contribu-<br />

y<strong>en</strong>tes congestionados por la risa que les producía tal aberración.<br />

Se los comía crudos. Convi<strong>en</strong>e destacar <strong>en</strong> este punto que hasta<br />

hace relativam<strong>en</strong>te pocos años hubo muy <strong>en</strong>c<strong>en</strong>didas discusiones<br />

36


tratando de esclarecer el orig<strong>en</strong> vegetal o mineral de la planta,<br />

dadas, insisto, sus pétreas propiedades.<br />

Reconvertidos y protagonizando lo que <strong>en</strong> la actualidad lla-<br />

mamos cocido, sea madrileño o leonés, los garbanzos, por otra<br />

parte, han repres<strong>en</strong>tado el truco utilizado por los maridos hispa-<br />

nos para mant<strong>en</strong>er <strong>en</strong>cerradas <strong>en</strong> casa a las sufridas mujeres<br />

durante las largas mañanas de la historia patria. Era necesario<br />

at<strong>en</strong>der aquella especie de balines durante cuatro o cinco horas,<br />

separando progresivam<strong>en</strong>te del fuego la cantarina ebullición del<br />

<strong>en</strong>emigo con forma de leguminosa. Ellos se dedicaban a gue-<br />

rrear, actividad mucho más seria. Pero, malgrè moi, con la llega-<br />

da de la olla express y otros artilugios perversos, la gloria<br />

machista se fue al garete junto con las extraordinarias bondades<br />

culinarias proporcionadas por horas de cocción tan eternas como<br />

el altruismo y sacrificio demostrados por nuestras sumisas abue-<br />

las durante dos mil años.<br />

Hoy, aun preparados con la malévola olla, a Wolf le <strong>en</strong>tu-<br />

siasman los garbanzos, sin detrim<strong>en</strong>to, <strong>en</strong> absoluto, de la alubia<br />

<strong>en</strong> su versión asturiana; esa propuesta v<strong>en</strong>tolera que ha ganado<br />

el mundo con el nombre de fabada. La admite sin demasiado<br />

37<br />

Jesús María Cantalapiedra


La vuelta de W olf <br />

riesgo, sin demasiada bronca. Otra cosa es la alubia <strong>en</strong> g<strong>en</strong>eral,<br />

la humilde alubia de padre desconocido y sin pedigrí que, acom-<br />

pañada o no de otros elem<strong>en</strong>tos, sobre toda de berza, vuélvese<br />

torm<strong>en</strong>tosa. Este tipo de papilionáceas nada ti<strong>en</strong><strong>en</strong> que ver con<br />

la gastronomía y mucho con la sinfonía. Todos ustedes son per-<br />

fectam<strong>en</strong>te consci<strong>en</strong>tes de ello. Como decía Eric Maria<br />

Remarque, “Toda alubia, por pequeña que sea, es musical…”.<br />

Los garbanzos, según Wolf, sólam<strong>en</strong>te ti<strong>en</strong><strong>en</strong> un grave pro-<br />

blema. Un estudio del prestigioso profesor Weg<strong>en</strong>er de la<br />

Universidad de Gre<strong>en</strong>ville, ha demostrado que, con el tiempo y<br />

el abuso, embrutec<strong>en</strong>.<br />

Y así está el país. Muchos han sido los garbanzos degusta-<br />

dos y asimilados por los hispanos desde antes de las guerras<br />

púnicas. Demasiado tiempo. Hemos de considerar que se comían<br />

todos los días del año, a excepción de domingos y fiestas de<br />

guardar, para los que se reservaba un arroz con m<strong>en</strong>udillos. En<br />

las casas grandes, pollastres tomateros.<br />

38


6<br />

CONTRA UNA SEBE<br />

39<br />

Jesús María Cantalapiedra<br />

El primer coche del español medio, allá por los ses<strong>en</strong>ta, fue<br />

el nunca bi<strong>en</strong> ponderado Seisci<strong>en</strong>tos. Un inv<strong>en</strong>to con cuatro rue-<br />

das que echaba mucho humo subi<strong>en</strong>do los puertos pero <strong>en</strong> el que<br />

se iba de vacaciones con Mari Puri, los niños, la suegra, un<br />

cochecito Jané, tres maletas y una bota “Tres Zetas” colgada de<br />

la baca. Para que le diera el fresco al tinto con gas.<br />

Pero, el Seisci<strong>en</strong>tos significó mucho más para algunos, para<br />

los jóv<strong>en</strong>es que pudieron t<strong>en</strong>er acceso a él antes de que llegara<br />

Mari Puri, la suegra y el Jané. Naturalm<strong>en</strong>te, el escarceo amoro-<br />

so sin el privilegio de la motorización, para el urbanita, sólo era<br />

posible <strong>en</strong> cines de sesión continua o polígonos sin urbanizar. O<br />

tras la sebe, si los protagonistas vivían <strong>en</strong> el medio rural. ¡Ah si<br />

las sebes y las matas bajeras pudieran hablar! Pero Wolf sí puede


La vuelta de W olf <br />

hacerlo o al m<strong>en</strong>os así me lo contó un atardecer dedicado a<br />

recuerdos.<br />

Como el lector sabe por su primera aparición <strong>en</strong> esc<strong>en</strong>a<br />

escrita, Wolf com<strong>en</strong>zó a trabajar a la temprana edad de dieciocho<br />

años. En Alemania. A los veinte, no s<strong>en</strong>tada la cabeza después de<br />

cooperar duram<strong>en</strong>te <strong>en</strong> la puesta <strong>en</strong> marcha del milagro alemán,<br />

volvió a su ciudad y, previa milicia, inició su andadura laboral <strong>en</strong><br />

una compañía de seguros de muy europeo y grandilocu<strong>en</strong>te nom-<br />

bre. Presumía de su alemán reci<strong>en</strong>tín pero la labor aseguradora<br />

no era precisam<strong>en</strong>te la traducción. Le asignaron dos provincias y<br />

el trabajo consistía, lógico es, <strong>en</strong> hacer seguros. Lo cual, ordina-<br />

rio. No quiero decir que fuera basto, sino corri<strong>en</strong>te. La ordinariez<br />

era el sueldo. Así que, previa compra de un Seisci<strong>en</strong>tos y consi-<br />

gui<strong>en</strong>te firma de tropeci<strong>en</strong>tas letras de cambio, se inició <strong>en</strong> las<br />

assurances. También, ufano, se dedicaba a pasear a cuatro novie-<br />

tas impresionadas por tan alto standing. No es que practicara<br />

mucho escarceo pero, al m<strong>en</strong>os, el utilitario era un refugio más<br />

íntimo que la sebe o la última fila del cine-maratón.<br />

Pero, vamos con el trabajo. Avispado él, se hizo amigo de<br />

un v<strong>en</strong>dedor de maquinaria agrícola, Antonio, al que acompaña-<br />

4


41<br />

Jesús María Cantalapiedra<br />

ba cada vez que se desplazaba a algún pueblo para rematar la<br />

operación de v<strong>en</strong>ta de una cosechadora, por ejemplo. Wolf, pre-<br />

via recom<strong>en</strong>dación del amigo, ofrecía sus assurances y el nego-<br />

cio solía funcionar.<br />

Un bu<strong>en</strong> día sonó el teléfono. “Wolf, que t<strong>en</strong>go una cose-<br />

chadora al caer <strong>en</strong> el Páramo”, escuchó a Antonio. “Vale, voy<br />

contigo, pero <strong>en</strong> mi coche. Me acaban de hacer la segunda revi-<br />

sión”. Y fueron. Les salieron bi<strong>en</strong> <strong>en</strong>trambas operaciones. Wolf,<br />

al volante del flamante seisci<strong>en</strong>tos, volvía <strong>en</strong>tusiasmado.<br />

Cantaba una de los Beatles. A nov<strong>en</strong>ta por hora. La comisión de<br />

la cosechadora era considerable. Antonio, más baqueteado por la<br />

profesión, miraba at<strong>en</strong>to a la carretera. “Cuidado, antes de llegar<br />

a Villacañán hay una curva muy mala”, com<strong>en</strong>tó dos veces. Tres<br />

veces. Wolf, a lo suyo, pisaba el acelerador al son de los de<br />

Liverpool. Como era de esperar, se la dieron contra una sebe de<br />

la derecha poco antes de <strong>en</strong>trar <strong>en</strong> el pueblo. El Seisci<strong>en</strong>tos<br />

quedó empotrado <strong>en</strong> el zarzal que les sirvió de amortiguador.<br />

Salieron del coche como exhalación, aunque las puertas abrían<br />

con dificultad. El episodio duró un minuto escaso. “Mira que te<br />

lo dije”, amonestó Antonio.


La vuelta de W olf <br />

En esto, oyeron voces que v<strong>en</strong>ían del otro lado de la <strong>en</strong>ra-<br />

mada de moras. Separaron el follaje (nunca mejor dicho) y vie-<br />

ron el espectáculo. Un hijo de Villacañán corría cual liebre pati-<br />

zamba mi<strong>en</strong>tras int<strong>en</strong>taba subirse la pernera izquierda del panta-<br />

lón. El slip lo había perdido con las prisas. Se le se podía adver-<br />

tir la nalguilla del mismo lado. Por cierto, peluda. Detrás, una<br />

hija del mismo lugar, le seguía como podía mi<strong>en</strong>tras trataba de<br />

ponerse la floreada falda, resist<strong>en</strong>te a la int<strong>en</strong>ción pudorosa de su<br />

dueña. La más íntima pr<strong>en</strong>da había quedado <strong>en</strong>ganchada <strong>en</strong> unos<br />

espinos. Y allí quedó. Se le advertían las dos nalguillas. Por cier-<br />

to, sonrosadas. A unos ci<strong>en</strong> metros, se perdieron detrás de un<br />

tapial y no hubo nada, que Wolf sepa. Como la vida misma.<br />

Y todo por no t<strong>en</strong>er Seisci<strong>en</strong>tos ni, <strong>en</strong> Villacañán, cine de<br />

sesión continua.<br />

42


7<br />

43<br />

Jesús María Cantalapiedra<br />

PRESIDENTE DE ESCALERA<br />

Un primo de Wolf, bastante memo, Casimiro se llama, casó<br />

con señorita <strong>en</strong>gañosa. Angelines. Parecía un querubín de bon-<br />

dad y prud<strong>en</strong>cia. Estaba equivocado. Con el paso de los años el<br />

ángel se convirtió <strong>en</strong> una señora de manos regordetas, desagra-<br />

dable, intolerante, bruja, algo guarra, mandona, petulante, <strong>en</strong>vi-<br />

diosa y con aires de grandeza. Desde que a Casimiro le nombra-<br />

ron jefecillo de algo <strong>en</strong> Española de Montajes, empresa <strong>en</strong> la que<br />

trabajaba de aquella, a la oronda le dio por montarse un árbol<br />

g<strong>en</strong>ealógico que nada t<strong>en</strong>ía que ver con sus inciertos oríg<strong>en</strong>es.<br />

Com<strong>en</strong>zó a insinuar a las comadres del Bloque II (escalera 14),<br />

la muy alta estirpe militar de papá (q.e.d.). La verdad es que papá<br />

había sido sarg<strong>en</strong>to chusquero y trapicheaba con Winston allá,<br />

cerca de Huelva.


La vuelta de W olf <br />

Así, con estas ínfulas, presionaba fuertem<strong>en</strong>te a Casimiro.<br />

“Cuidao que ti<strong>en</strong>es poca sangre. Fíjate <strong>en</strong> Ramón, el marido de<br />

Reme, presid<strong>en</strong>te de escalera y tú como un lelo, que eres un lelo”,<br />

le repetía constantem<strong>en</strong>te, <strong>en</strong>tre otras agresiones. Casimiro, hom-<br />

bre tranquilo que jamás buscó ni quiso complicaciones, aguantaba<br />

callado las andanadas de Angelines. Pero, pasados unos meses,<br />

cedió. “Bu<strong>en</strong>o mujer, para las próximas me pres<strong>en</strong>to”.<br />

Angelines se <strong>en</strong>cargó de la campaña junto con una cuñada<br />

que vivía <strong>en</strong> el quinto. Y ganó. Sólo se pres<strong>en</strong>tó él. La escalera 14<br />

era un avispero más que repugnante. En los primeros pisos se asa-<br />

ban de calor. En los últimos, a los que con frecu<strong>en</strong>cia no llegaba<br />

el asc<strong>en</strong>sor, de frío. Goteras aparte. En la primera junta o asamblea<br />

m<strong>en</strong>sual todo el mundo gritaba e insultaba. Repetitivam<strong>en</strong>te se<br />

escuchaban frases airadas como, por ejemplo: “A ver si el tonto el<br />

haba de tu niño deja de patinar por el pasillo a las doce de la<br />

noche”. El del tercero B, bastante duro de oído reclamó: “Eso, que<br />

aparque bi<strong>en</strong> el coche, que nunca puedo salir del garaje”. El padre<br />

del patinador de noche dijo: “Mira quién fue a hablar, que os<br />

pasáis de tres a cuatro de la mañana dale que te pego al asunto.<br />

“¿Es que no p<strong>en</strong>sáis cambiar de somier o qué?”<br />

44


45<br />

Jesús María Cantalapiedra<br />

A Casimiro, el hombre, sin <strong>en</strong>ergía sufici<strong>en</strong>te, le resultaba<br />

imposible controlar aquello. Una vez finalizadas las trifulcas, lo<br />

malo era la c<strong>en</strong>a. Angelines le ponía a caldo. “Que no ti<strong>en</strong>es lo<br />

que ti<strong>en</strong>es que t<strong>en</strong>er, calzonazos. No hago vida de ti. Ahora me<br />

explico lo de Española de Montajes. Veintidós años <strong>en</strong> la empre-<br />

sa y sólo has llegado a subjefe de sección. El próximo día me<br />

pongo los pantalones de cuadros y se van a <strong>en</strong>terar de quién es<br />

Angelines, so memo”. El, callaba. Callaba y se iba a la cama para<br />

tratar de soñar otros mundos más gratos. Alguno, <strong>en</strong> realidad,<br />

cercano.<br />

Y, <strong>en</strong> esas, pasaron unos meses. El asc<strong>en</strong>sor, cada vez con<br />

más frecu<strong>en</strong>cia, no subía hasta el sexto. Los vecinos de los pri-<br />

meros pisos se afogaban y del cuarto para arriba t<strong>en</strong>ían que dor-<br />

mir con tres edredones y bufanda de cuadros. Dejaron de pagar<br />

la cuota de escalera. Por cierto, las plantas del pequeño jardín<br />

interior del bloque se secaron y el timbre del portero automático<br />

dejó de funcionar.<br />

Soportó cuatro o cinco asambleas y, <strong>en</strong>tre abucheos, <strong>en</strong> la<br />

última dimitió o le dimitieron. La bu<strong>en</strong>a educación me impide<br />

reflejar los improperios de Angelines una vez <strong>en</strong> casa. Después


La vuelta de W olf <br />

de gritarle casi dos horas, la malvada se fue a la cama y com<strong>en</strong>-<br />

zó a roncar. Casimiro, con los ojos muy abiertos, quedó s<strong>en</strong>tado<br />

<strong>en</strong> el sofá mirando al techo. Tomó la decisión a eso de las cuatro<br />

de la mañana.<br />

El único mundo grato que había conocido desde el mal día<br />

que llegó al Bloque II (escalera 14), era la asist<strong>en</strong>ta gallega del<br />

segundo. Se llamaba Maruxa. Solía sonreírle al paso, martes,<br />

jueves y sábados. En alguna ocasión, cada vez con más frecu<strong>en</strong>-<br />

cia, él provocaba aquellos fugaces saludos <strong>en</strong> el portal, princi-<br />

palm<strong>en</strong>te durante su mandato como presid<strong>en</strong>te de escalera. Se<br />

trataba del único mom<strong>en</strong>to amable del día. Maruxa parecía un<br />

querubín de bondad y prud<strong>en</strong>cia. Ella le miraba dulcem<strong>en</strong>te. Con<br />

cierta picardía cómplice, eso sí.<br />

Todo se desarrolló a velocidad de vértigo. Transcurridos dos<br />

o tres días más de infierno, se escapó con Maruxa a Monforte.<br />

Alquilaron una pequeña casita de planta baja <strong>en</strong> la afueras y mon-<br />

taron una mercería. Y son felices. Aunque la última noticia que<br />

tuve de ellos fue que Maruxa com<strong>en</strong>zaba a hablarle de un bloque<br />

que estaban construy<strong>en</strong>do cerca de la mercería. “Nos v<strong>en</strong>dría más<br />

cómodo y además creo que ti<strong>en</strong>e living room”.<br />

46


8<br />

47<br />

Jesús María Cantalapiedra<br />

SE NECESITAN VENDEDORES<br />

AGRESIVOS<br />

Como casi todo el personal, un primo hermano de Wolf,<br />

Constancio, apareció <strong>en</strong> este mundo sin haberse ganado la vida.<br />

Y, como sus colegas, tuvo que hacerlo después. A lo largo de<br />

muchos años. Además, de listo t<strong>en</strong>ía poco, no le quedó más<br />

remedio que emplearse a fondo. O sea, escribir muchos, muchí-<br />

mos curriculums vitae a las demandas de empleo insertadas con<br />

gran aparato editorial <strong>en</strong> periódicos locales o nacionales. “Se<br />

necesita v<strong>en</strong>dedor agresivo”; “Magnífico porv<strong>en</strong>ir”; “Grandes<br />

inc<strong>en</strong>tivos”; “Oportunidad de promoción inmediata”; “Reserva<br />

absoluta”, y distintos señuelos embaucadores de incautos, para<br />

los que no existía otra oportunidad laboral. Muchas de las lla-<br />

madas multinacionales, se aprovechaban de la situación. Algún


La vuelta de W olf <br />

día, algui<strong>en</strong>, debiera escribir un elogio del v<strong>en</strong>dedor. O yo<br />

mismo. Jetas aparte, el v<strong>en</strong>dedor colaboró y colabora activa-<br />

m<strong>en</strong>te <strong>en</strong> el desarrollo de la mayor parte de empresas comercia-<br />

les, industriales y financieras, o un largo etcétera de actividades<br />

dedicadas a ofrecer-imponer consumo puro y duro al ciudadano.<br />

Otros terrícolas, más avispados, aún sigu<strong>en</strong> alim<strong>en</strong>tándose a<br />

exp<strong>en</strong>sas de la teta izquierda de mamá, de los posibles de papá o<br />

de su cara pétrea o alicatada, según el caso. Que también haylos.<br />

Cantidad. O eso parece. Se han pasado la vida <strong>en</strong> paradero labo-<br />

ral desconocido y continúan vivi<strong>en</strong>do como curas (de los de<br />

antes) gracias a sus privilegiados cerebelos o m<strong>en</strong>inges. Suerte<br />

que ti<strong>en</strong><strong>en</strong>. ¡Viva! Nadie se explica cómo lo hac<strong>en</strong> pero ahí están,<br />

subsisti<strong>en</strong>do con gran despliegue de estatus social, económico o<br />

automovilístico. Bu<strong>en</strong>o, eso es otra historia.<br />

Constancio picó el obligado anzuelo y se comió el cebo<br />

<strong>en</strong>gañoso hasta bi<strong>en</strong> mayorzón. Después de dos o tres expe-<br />

ri<strong>en</strong>cias preparatorias, ciertam<strong>en</strong>te p<strong>en</strong>osas, <strong>en</strong>contró lo que<br />

parecía iba a funcionar. Fue admitido inmediatam<strong>en</strong>te y <strong>en</strong>via-<br />

do a hacer el obligado cursillo de formación e iniciación al<br />

marketing.<br />

48


49<br />

Jesús María Cantalapiedra<br />

Junto con otros legos, fue recibido por un director g<strong>en</strong>eral<br />

o algo así. Y así se expresó:<br />

“Queridos amigos, esta empresa es una gran familia. Mas,<br />

la consecución de objetivos, nos lleva a un exhaustivo análisis<br />

de los parámetros comerciales por los que el país discurre<br />

coyunturalm<strong>en</strong>te. Por otra parte, y dados los condicionami<strong>en</strong>-<br />

tos pres<strong>en</strong>tes, la complejidad de estrategias cumpl<strong>en</strong>, o deb<strong>en</strong><br />

cumplir, un rol dinámico y es<strong>en</strong>cial <strong>en</strong> la formación de los dis-<br />

tintos equipos de trabajo con vistas al desarrollo del futuro.<br />

Asimismo, el aum<strong>en</strong>to constante, <strong>en</strong> cantidad y calidad, de<br />

nuestra actividad, exige precisión y determinación del sistema<br />

participativo g<strong>en</strong>eral…”.<br />

Constancio salió <strong>en</strong>cantado de la reunión. No había <strong>en</strong>t<strong>en</strong>-<br />

dido una palabra pero p<strong>en</strong>só para sí: “M<strong>en</strong>os mal, esta g<strong>en</strong>te es<br />

seria”. Y transcurrió el tiempo. Tanto, que la cartera que le había<br />

regalado su señora para estr<strong>en</strong>ar el trabajo <strong>en</strong> cuestión tuvo que<br />

tirarla por descosida y desgastada. Había portado ci<strong>en</strong>tos de kilos<br />

de folletos y ofertas de temporada.<br />

Un día se decidió. Fue a ver al director g<strong>en</strong>eral o algo así.<br />

“Querido Constancio…”, dijo don José. “Pues mire”, contestó el


La vuelta de W olf <br />

primo de Wolf con tembladera de piernas, “con todo el respeto.<br />

Es que va pasando el tiempo y, aparte del premio de un viaje a<br />

Toledo que gané <strong>en</strong> la otra campaña, no acaban de aparecer los<br />

inc<strong>en</strong>tivos y, claro, desde lo del euro, es que a mi señora no le<br />

alcanza”.<br />

Don José, conmovido, se levantó del sillón giratorio de<br />

cuero negro, rodeo la mesa y le abrazó como a un hijo. “Querido<br />

Constancio, como usted bi<strong>en</strong> sabe, esta empresa es una gran<br />

familia y yo un compon<strong>en</strong>te más de ella. ¡Qué digo uno más¡,<br />

soy como un padre para todos. Y como padre, le pido un esfuer-<br />

zo más. Un empujón más, precisam<strong>en</strong>te a usted, Constancio, que<br />

es un ejemplo para todos. Ya sabe, querido amigo, que los pará-<br />

metros comerciales por los que el país discurre coyunturalm<strong>en</strong>-<br />

te, exig<strong>en</strong> precisión y determinación <strong>en</strong> el sistema participativo.<br />

¡Animo Constancio¡, un esfuerzo más. Recuerde siempre que es<br />

mi preferido. Y tome este habano, se lo merece”.<br />

Transcurrido un año volvió a hablar con Don José. “Don<br />

José, con todo el respeto, que a mi señora no le alcanza. Y no<br />

será porque no empujo”. El director g<strong>en</strong>eral o algo, le recibió<br />

afectuoso. “Querido Constancio, cuánto me alegra. Sincera-<br />

5


m<strong>en</strong>te, de padre a hijo, de hombre a hombre, le pido un esfuerzo<br />

más. Recuerde, como definitivo elem<strong>en</strong>to esclarecedor, que el<br />

proceso dinámico de la empresa es el producto de aplicación de<br />

una indirecta implem<strong>en</strong>tación superadora con criterios sistemati-<br />

zados <strong>en</strong> un fr<strong>en</strong>te común de actuación. ¡Contamos con usted,<br />

Constancio¡ Recuerdos a su señora y adelante. Usted puede”.<br />

Salió conv<strong>en</strong>cido. “En el fondo ti<strong>en</strong>e razón”, p<strong>en</strong>só. Las<br />

sigui<strong>en</strong>tes semanas trabajó como un tigre. Empujó todo cuanto<br />

pudo. Se esforzó lo indecible. Hasta que un viernes, a eso de las<br />

nueve de la noche, después de tanto esfuerzo, se hizo caca. Tan<br />

grande fue la caca que su señora tuvo que ingresarle <strong>en</strong> la<br />

Resid<strong>en</strong>cia Virg<strong>en</strong> del Amparo. Se había quedado <strong>en</strong> nada.<br />

51<br />

Jesús María Cantalapiedra


La vuelta de W olf <br />

52


9<br />

SERIO PREGÓN<br />

53<br />

Jesús María Cantalapiedra<br />

A un contrapari<strong>en</strong>te de Wolf, pert<strong>en</strong>eci<strong>en</strong>te a la rama espi-<br />

ritada de la familia según un conocido escritor-p<strong>en</strong>sador de la<br />

tierra, <strong>en</strong> tiempos le dio por las confer<strong>en</strong>cias metafísicas.<br />

Dedicaba parte de su tiempo a preparar pregones de Semana<br />

Santa y diversas apologías, previa promoción de su actividad <strong>en</strong><br />

casas regionales y otros c<strong>en</strong>tros cívicos normalm<strong>en</strong>te alejados de<br />

la tierra que le vio nacer. No muy ducho <strong>en</strong> la materia, le resul-<br />

taba más fácil dar confer<strong>en</strong>cias costumbristas ante paisanos emi-<br />

grados a quini<strong>en</strong>tos kilómetros de su propia ciudad, donde no<br />

podía permitirse morcillas literarias y errores cronológicos o his-<br />

tóricos. La mayoría de las asist<strong>en</strong>cias, nietos o biznietos de quie-<br />

nes muchos años atrás se instalaron laboralm<strong>en</strong>te <strong>en</strong> Extre-<br />

madura, por ejemplo, no suel<strong>en</strong> t<strong>en</strong>er ni idea de lo que se guisa


La vuelta de W olf <br />

ni se guisó <strong>en</strong> los predios de sus mayores. Con los pregoneros,<br />

<strong>en</strong> estas circunstancias, hay que andar con mucho ojo pues los<br />

embolados que met<strong>en</strong> suel<strong>en</strong> ser de consideración. Los ing<strong>en</strong>uos<br />

acud<strong>en</strong> <strong>en</strong> masa porque el parlam<strong>en</strong>to lo imparte un señor que<br />

vi<strong>en</strong>e de su lejana tierra (a la que acud<strong>en</strong> cada cinco años con<br />

motivo de la boda de un primo) y tragan lo que les ech<strong>en</strong>.<br />

Algunos lloran de emoción. ¡Oh las morcillas¡, ¡Oh la Calle<br />

Real¡, ¡Oh la Catedral¡ Nunca vieron su museo pero <strong>en</strong> lonta-<br />

nanza lloran. No le<strong>en</strong> la pr<strong>en</strong>sa de allí. Viv<strong>en</strong> virtualm<strong>en</strong>te los<br />

recuerdos del abuelo y no sab<strong>en</strong> qué tipos de habas se cuec<strong>en</strong><br />

allá. Algún nostálgico familiar, incluso, colabora con el periodi-<br />

quín del pueblo extremeño o de otro norte, contando las virtudes<br />

antañonas de sus ancestros poni<strong>en</strong>do a parir, eso sí, a los políti-<br />

cos de turno; a los que jamás votó por empadronami<strong>en</strong>to aj<strong>en</strong>o o<br />

desidia geográfica. Escribo g<strong>en</strong>eralizando. Gracias a ciudadanos<br />

<strong>en</strong> verdad amantes de su tierra, se sigue mant<strong>en</strong>i<strong>en</strong>do el espíritu<br />

patriochico de un paisanaje desarraigado que mira quini<strong>en</strong>tos<br />

kilómetros atrás con cariño sincero. Los otros sólo recuerdan<br />

vagam<strong>en</strong>te, si es que las conocieron, tascas y tabernillas popula-<br />

res. ¡Ah¡ , y el famoso bacalao al ajo arriero que, normalm<strong>en</strong>te,<br />

54


55<br />

Jesús María Cantalapiedra<br />

confund<strong>en</strong> con congrio de la misma calaña. Por cierto, la afición<br />

del español por el ajo merecería un sesudo <strong>en</strong>sayo. Ya lo dijo<br />

Julio Camba: “La cocina española está ll<strong>en</strong>a de ajo y preocupa-<br />

ciones religiosas”.<br />

Pero no quiero irme por las ramas. El caso es que el con-<br />

trapari<strong>en</strong>te de Wolf, el espiritado, dio con su pregón <strong>en</strong> una<br />

población extremeña poco antes de Semana Santa, invitado por<br />

la correspondi<strong>en</strong>te casa regional. Lo preparó a fondo. Consultó<br />

<strong>libro</strong>s prestados por un primo canónigo. Más que un pregón<br />

aquello parecía sermón o triduo. Teología pura. Misticismo puro.<br />

Drama de Pasión. Incluso hizo un soneto fúnebre titulado “Están<br />

matando a Dios”. El fondo de los catorce <strong>en</strong>decasílabos quería<br />

expresar lo poco que había servido la tragedia divina. La huma-<br />

nidad seguía <strong>en</strong> las mismas. Una lágrima se le escapó mi<strong>en</strong>tras<br />

lo leía emocionado. O dos. Era el mes de abril y la guerra de Irak<br />

estaba <strong>en</strong> su punto álgido.<br />

Los escuchantes, no muy iniciados <strong>en</strong> teologías o sin ganas<br />

de ellas, bostezaban. Faltaba lo mejor de la tarde y se s<strong>en</strong>tían<br />

inquietos. Muchos miraban el reloj. Otros, removían las posade-<br />

ras sobre el asi<strong>en</strong>to de plástico verdoso. Así que el contrapari<strong>en</strong>-


La vuelta de W olf <br />

te de Wolf finalizó como pudo el pregón pasional y apasionado.<br />

Leves aplausos.<br />

Y com<strong>en</strong>zó el esperado mom<strong>en</strong>to de la jornada: el baile. Sí,<br />

señoras y señores, el baile. Una orquestina del Jerte atacó la<br />

bonita melodía que lleva por título: “Me gusta la pachanga, seño-<br />

res, qué pachanga”. La segunda pieza, cantada por vocalista<br />

extremeña muy suelta de carnes ella, fue el precioso pasodoble:<br />

“Que no te puedo querer… apártate de mi p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>to”.<br />

Así fue.<br />

56


10<br />

ELOGIO DE LA SIESTA<br />

57<br />

Jesús María Cantalapiedra<br />

Wolf, por comparación con el paisanaje de otros países<br />

europeos (si es que pert<strong>en</strong>ecemos íntimam<strong>en</strong>te al Viejo<br />

Mundo, cuestiones administrativas aparte), siempre opinó y<br />

opina que el español es embustero por naturaleza. Niega sus<br />

gustos ocultos; niega a su cuñada si resultó casquivana; niega,<br />

al m<strong>en</strong>os por omisión, sus oríg<strong>en</strong>es rurales o m<strong>en</strong>estrales;<br />

niega que <strong>en</strong> invierno lleva camiseta de felpa. Y lo dice con<br />

altanería. Cinco grados bajo cero. Cuando a un amigo le ope-<br />

ran de fístula bajera, pregunta: “¿Qué es eso?”. Y padece una<br />

que le ti<strong>en</strong>e <strong>en</strong> un grito.<br />

En tiempos, dedicado a su afición por el periodismo, cuan-<br />

do Wolf <strong>en</strong>trevistaba a algún triunfador y le preguntaba: “¿Así<br />

que su abuelo era arriero?” (o fontanero, o destripaterrones, o


La vuelta de W olf <br />

peluquero), el riquísimo <strong>en</strong>trevistado solía sugerir: “Oye, ese<br />

tema no lo m<strong>en</strong>ciones, eran otros tiempos y, a quién le intere-<br />

sa…”. Estaba r<strong>en</strong>unciando al gran orgullo que significa salir de<br />

la nada y alcanzar la gloria, principalm<strong>en</strong>te intelectual o econó-<br />

mica, a base de esfuerzo, trabajo y sacrificios sin cu<strong>en</strong>to. Mas, el<br />

personal no se aguanta y, dep<strong>en</strong>de las circunstancias, puede lle-<br />

gar a negar a su padre y el dev<strong>en</strong>ir familiar de sus asc<strong>en</strong>di<strong>en</strong>tes.<br />

En la misma forma que San Pedro negó a Jesucristo. Y mira<br />

quién era. Dep<strong>en</strong>de del ambi<strong>en</strong>te social o político del mom<strong>en</strong>to,<br />

llega a negar que hace la nov<strong>en</strong>a de la Amargura. O todo lo con-<br />

trario si la tortilla ha dado la vuelta.<br />

Pero la negación que más le <strong>en</strong>corajina a Wolf, aparte de la<br />

camiseta de felpa (<strong>en</strong> qué cabeza cabe no llevarla con cinco bajo<br />

cero), es la repulsa a reconocer que se duerme siesta; uno de los<br />

más agradecidos inv<strong>en</strong>tos de la humanidad. Casi superior a la<br />

rueda. La idea de muchos sobre la siesta es la del peladito meji-<br />

cano s<strong>en</strong>tado <strong>en</strong> una esquina con un gran sombrerón a modo de<br />

cobijo bajo el sol. Aunque, bi<strong>en</strong> es cierto, la p<strong>en</strong>umbra de la paja<br />

propicia el <strong>en</strong>soñami<strong>en</strong>to. “Y luego se quejan. Más les valiera<br />

estar trabajando”. Wolf se pregunta: “¿Dónde?”.<br />

58


59<br />

Jesús María Cantalapiedra<br />

La siesta, sin embargo, a pesar de sus detractores, de su<br />

repulsa hipócrita, hay que t<strong>en</strong>erla <strong>en</strong> mucha consideración aun <strong>en</strong><br />

contra de la clase médica. Ellos, los médicos, son culpables de su<br />

mala pr<strong>en</strong>sa junto con la antigua medicina doméstica. “La comi-<br />

da paseada y la c<strong>en</strong>a reposada”. ¿En qué cabeza cabe pasear una<br />

fabada o un cocido maragato? Para el intelig<strong>en</strong>te, los dos condu-<br />

mios pid<strong>en</strong> a gritos una siesta de las de hacer época; de las de<br />

persiana abajo y orinal.<br />

Creo <strong>en</strong>t<strong>en</strong>der que fueron los romanos sus inv<strong>en</strong>tores. La<br />

jornada com<strong>en</strong>zaba cuando salía el sol y finalizaba al anochecer,<br />

dividi<strong>en</strong>do las horas de luz <strong>en</strong> cuatro partes. A saber: prima, ter-<br />

cia, sexta y nona. La hora sexta (siesta por derivación) se situaba<br />

<strong>en</strong>tre las dos y las cinco de la tarde. Es decir, cuando más cal<strong>en</strong>-<br />

taba el sol y llegaba la modorra después de abandonar el triclinio<br />

ciegos de potajes y merluza a la romana. En la actualidad, aun <strong>en</strong><br />

invierno, las calefacciones igualm<strong>en</strong>te propician soñera. A modo<br />

de recordatorio para detractores: ¿A dónde llegó el Imperio<br />

Romano practicando tan d<strong>en</strong>ostado ejercicio? Consiguieron ser<br />

los dueños del mundo. ¿Cuándo com<strong>en</strong>zó el declive de Roma? En<br />

el mom<strong>en</strong>to <strong>en</strong> que Diocleciano dividió el imperio <strong>en</strong> dos partes


La vuelta de W olf <br />

y, más tarde, Constantino trasladó la capitalidad ori<strong>en</strong>tal a<br />

Bizancio. ¿Qué ocurrió? Que los bizantinos no computaban las<br />

horas del día como los romanos y, consigui<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te, no cono-<br />

cían la hora sexta. Y pasó lo que t<strong>en</strong>ía que pasar. Que llegó<br />

Odocrao, rey de los hérulos, y el Imperio Romano se fue al gare-<br />

te. O algo así. ¡Ay infelices! Y todo por falta de siesta.<br />

Si hacemos comparaciones, ¿por qué ahora los norteameri-<br />

canos son los amos? Muy simple. A fuerza de tesón. Hace bi<strong>en</strong><br />

pocos años la descubrieron y desde <strong>en</strong>tonces se <strong>en</strong>tregan a ella<br />

con fervor patrio. Y así les va de bi<strong>en</strong>. Ya no se mofan de quie-<br />

nes durante c<strong>en</strong>turias la practicamos. Algunos de ellos exclaman:<br />

¡El tiempo que perdimos con la guerra de Secesión! ¡Si <strong>en</strong> vez<br />

de andar guerreando con los del Sur hubiéramos descubierto la<br />

hora sexta, habíamos ganado más de ci<strong>en</strong>to treinta años!<br />

Otro importante argum<strong>en</strong>to <strong>en</strong> def<strong>en</strong>sa y elogio de la sies-<br />

ta, es la tesis del profesor Kropotkin de la Universidad de<br />

Voroniezh (Rusia). Según el señor Kropotkin, la siesta, la hora<br />

sexta, es el más adecuado mom<strong>en</strong>to para t<strong>en</strong>er familia. Bu<strong>en</strong>o,<br />

para int<strong>en</strong>tarlo.<br />

No la neguemos.<br />

6


11<br />

LUCHA PERIODÍSTICA<br />

61<br />

Jesús María Cantalapiedra<br />

Este capítulo está inspirado <strong>en</strong> una pequeña columna que<br />

escribí hace muchos años. Wolf aún no había aparecido <strong>en</strong> mi<br />

paisaje. El motivo de sacar hoy a colación esta variación sobre el<br />

tema, es transcribir la idea de mi amigo sobre la peculiar lucha.<br />

Coincidimos exactam<strong>en</strong>te <strong>en</strong> el cont<strong>en</strong>ido de aquella gacetilla<br />

con título <strong>en</strong>gañoso.<br />

A lo que voy. La señora María tuvo que cerrar su diminuta<br />

ti<strong>en</strong>da de ultramarinos. Una multinacional de alim<strong>en</strong>tación<br />

holandesa o francesa o de no sé qué país, acabó con el negocio<br />

familiar de toda la vida. Y con otros muchos. Desapareció la<br />

libretina donde los t<strong>en</strong>deros apuntaban las deudas de su cli<strong>en</strong>te-<br />

la. “Anótamelo, te lo pago a primeros de mes”. Fue sustituida<br />

por tarjetas de crédito. La libretina, aun mucho m<strong>en</strong>os sofistica-


La vuelta de W olf <br />

da, fue su precursora de andar por casa. Además, siempre estaba<br />

on line.<br />

En la misma medida, hace pocos años, desapareció la banca<br />

Fernández Felgueroso. La había fundado un molinero, bisabue-<br />

lo del último propietario. Los molineros fueron los primeros ban-<br />

queros del país. “Don Manuel, présteme quini<strong>en</strong>tos reales, que se<br />

los devuelvo para la siega”. Don Manuel, como un padre, se los<br />

prestaba. Después, por culpa de una pedriza, se quedaba con las<br />

heminas de c<strong>en</strong>t<strong>en</strong>o. Igual que ahora. Pero llegaron los grandes<br />

bancos europeos o americanos o de no sé dónde y se adueñaron<br />

del próspero negocio familiar de toda la vida. Ahora se llama<br />

Money & Money Corporation.<br />

La vieja cantina de B<strong>en</strong>ito dio paso a un MacRonals o algo<br />

así. Ofrec<strong>en</strong> platos de desconocido orig<strong>en</strong> y <strong>en</strong>diablados nom-<br />

bres, mostrándolos <strong>en</strong> <strong>en</strong>ormes cartas de colorines. El escabeche<br />

de tino y la conversación del señor B<strong>en</strong>ito quedaron <strong>en</strong> el olvi-<br />

do. Lo mismo ocurrió con el señor Julián, el panadero. Tuvo que<br />

apagar el horno y bajar la trapa. No aguantó el tirón de Plasta<br />

Pans & Company. Se acabó el amasado artesanal y amoroso. El<br />

olor a leña quemada. Tra<strong>en</strong> las baguettes congeladas desde el<br />

62


63<br />

Jesús María Cantalapiedra<br />

P<strong>en</strong>edés. Ahora vive con su nieto, su vieja perrilla Linda y su<br />

p<strong>en</strong>sión de autónomo <strong>en</strong> Astorga.<br />

La lista es interminable.<br />

Los viejos periódicos El P<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>to Ilicitano o La Aurora<br />

Paramesa, por ejemplo, fueron absorbidos por un grupo editorial<br />

poderoso. Con mucho poder. En este país, y <strong>en</strong> todos, hay varios.<br />

La lucha es a muerte pues también todos quier<strong>en</strong> hacerse más<br />

grandes, comerse al pequeño. T<strong>en</strong>er más y más poderío, ejercer<br />

más presión allá donde haga falta. Lobby. Adiós a las letras de<br />

plomo salidas de ruidosas linotipias. Adiós a los cajistas.<br />

Bi<strong>en</strong>v<strong>en</strong>idos ord<strong>en</strong>adores, técnicas digitales, lic<strong>en</strong>ciados <strong>en</strong> ci<strong>en</strong>-<br />

cias de la información y becarias de verano.<br />

Insisto, la lucha periodística es a muerte. Pero no es esa<br />

batalla la protagonista del capítulo. Quiero <strong>en</strong>sayar sobre la con-<br />

ti<strong>en</strong>da, la pelea que significa conseguir un periódico a la hora de<br />

desayunar <strong>en</strong> la cafetería de la esquina. Coincidi<strong>en</strong>do con mi<br />

experi<strong>en</strong>cia sobre el asunto, así me lo cu<strong>en</strong>ta Wolf.<br />

Como todo el mundo sabe, <strong>en</strong> este pueblo son muy pocos<br />

los que ejercitan el derecho de comprar el periódico. Se lee (es<br />

un decir) junto con el café con leche y la <strong>en</strong>saimada. Por el


La vuelta de W olf <br />

mismo precio. Primeras o segundas horas de la mañana. Siete u<br />

ocho personas bostezan <strong>en</strong> la barra de un café. Sólam<strong>en</strong>te un<br />

caballero de larga edad ti<strong>en</strong>e el privilegio de t<strong>en</strong>er <strong>en</strong> sus manos<br />

la pr<strong>en</strong>sa del lugar. Unos cuantos pares de ojos le miran con<br />

<strong>en</strong>vidia. El afortunado se pone parsimoniosam<strong>en</strong>te las gafas de<br />

présbita. Mira la foto de portada. Lee las letras gordas c<strong>en</strong>trales.<br />

Pasa rápidam<strong>en</strong>te las tres o cuatro primeras páginas. Wolf, a su<br />

lado, espera impaci<strong>en</strong>te. “Si sigue a esa velocidad, <strong>en</strong> tres minu-<br />

tos lo t<strong>en</strong>go”, pi<strong>en</strong>sa. Pero no. Se moja el dedo corazón derecho<br />

y avanza dos. El privilegiado, por <strong>en</strong>ésima vez, limpia las gafas<br />

conci<strong>en</strong>zudam<strong>en</strong>te. Las mira al trasluz. Lee, <strong>en</strong>terita, una infor-<br />

mación sobre el campo. Prosigue. Se moja el dedo pulgar y<br />

retrocede. Prosigue. Se salta la información internacional. La<br />

guerra de Irak parece que ha acabado. Los que esperan, desespe-<br />

ran. Wolf se pone nervioso. “Le faltan las esquelas”, adivinó.<br />

Llegaron las esquelas. Las leyó todas, muchas. Aquel mes había<br />

una gripe muy mala. Llega a las páginas de televisión. Las mira<br />

de arriba abajo. ¡Por fin, la última! Se extasía con una maciza del<br />

famoseo, ligera, muy ligera de l<strong>en</strong>cería. Resopla. Recuerda a la<br />

pari<strong>en</strong>ta. Resopla. Apura el resto de café con leche frío y una<br />

64


miga de <strong>en</strong>saimada que captura apretándola con el mismo dedo<br />

corazón derecho. Al fin, dobla el periódico por la mitad y se va.<br />

Ocho manos nerviosas <strong>en</strong> lucha se abalanzan sobre el papelín.<br />

Entre ellas, una de porcelana con mucho anillo áureo a la que se<br />

intuía bastante crema hidratante de calidad. Se había acercado al<br />

tesoro por detrás. “Perdon<strong>en</strong> señores”, dijo la dama recién llega-<br />

da. Y lo cogió. Wolf y los otros siete u ocho sufridores, educadí-<br />

simos, consintieron. Se acordaron de su madre, de la de dama y,<br />

desconsolados, más bi<strong>en</strong> cabreados, pagaron el café y la <strong>en</strong>sai-<br />

mada. Marcharon. Vaya usted a saber dónde.<br />

65<br />

Jesús María Cantalapiedra


La vuelta de W olf <br />

66


12<br />

VIVIR ADOSADOS<br />

67<br />

Jesús María Cantalapiedra<br />

A Wolf siempre le tiró el campo, digo siempre que lo hubie-<br />

ran puesto <strong>en</strong> montaña o ribera. La paramera le resultaba pelín<br />

plana, demasiado marrón o excesivam<strong>en</strong>te cantada por los poe-<br />

tas. Quizás el motivo de su inclinación hacia lo rural era, preci-<br />

sam<strong>en</strong>te, que no t<strong>en</strong>ía casa <strong>en</strong> el pueblo como todo el mundo. Por<br />

no t<strong>en</strong>er, no t<strong>en</strong>ía ni pueblo. “¿Por qué yo no t<strong>en</strong>go pueblo?”, se<br />

preguntaba. Simple. El abuelo materno, médico, boticario o algo<br />

así, hace mil años, un día se murió y desapareció de la heredad<br />

la casona ribereña con huerta, manzanos y perales. Algui<strong>en</strong> la<br />

compraría. La rama paterna había abandonado la campiña varias<br />

g<strong>en</strong>eraciones atrás y se dedicó a pisar asfalto. Wolf, pues, siem-<br />

pre <strong>en</strong>vidió a los amigos que <strong>en</strong> verano o los fines de semana se<br />

iban al pueblo. T<strong>en</strong>ían bodega y, aparte de arreglar la cerca, se


La vuelta de W olf <br />

preparaban mer<strong>en</strong>dolas muy com<strong>en</strong>tadas de lunes a viernes. Un<br />

vecino les mataba el gocho y curaba los chorizos. Los hacían a<br />

la brasa.<br />

Así que, no pudi<strong>en</strong>do disfrutar de casa <strong>en</strong> el pueblo, desde<br />

muy jov<strong>en</strong> los domingos se iba de campo junto con otros desa-<br />

fortunados faltos de huerta y adobe. Lo cierto es que la cosa no<br />

era de mucho disfrutar pero él, erre que erre. Nunca apr<strong>en</strong>dió a<br />

s<strong>en</strong>tarse <strong>en</strong> el suelo. Le dolía todo. Hasta que se inv<strong>en</strong>taron las<br />

mesitas y las sillas plegables, éstas a rayas verdes y blancas,<br />

aquello era un suplicio. Y qué decir de la obligada hoguera y<br />

búsqueda previa de palos. Había que recogerlos <strong>en</strong> casa el de-<br />

monio y la fogata siempre se apagaba cuando el arroz estaba a<br />

medio cocer. Para qué hablar del olor a humo impregnado <strong>en</strong> el<br />

jersey (gordo, pues normalm<strong>en</strong>te hacía frío). Y luego fregar <strong>en</strong><br />

un riachuelo de sospechosa asepsia. Y los mosquitos. Y los tába-<br />

nos. Y las boñigas. Y el botijo. Y la bota de vino cal<strong>en</strong>torro. Y<br />

sacudir la manta de cuadros a la anochecida. Y, a voces, buscar<br />

a Manolín, el sobrino tonto de un amigo. Siempre se perdía el<br />

cabroncete. La reunión campestre más parecía campo de refu-<br />

giados de Ori<strong>en</strong>te Medio que picnic peliculero. Y llegar a casa<br />

68


hecho un cirineo dolorido y oloroso. No obstante, insistió duran-<br />

te muchos años. Hasta bi<strong>en</strong> <strong>en</strong>trada la modernidad y el s<strong>en</strong>tido<br />

común.<br />

De tal fortuna, casi al mismo tiempo que los dolores reu-<br />

máticos com<strong>en</strong>zaban a atacar, empecinado con el jodío campo,<br />

tomó la decisión de instalarse fuera de la ciudad. Trabajo le costó<br />

pues su señora, Angelines, era urbanita pura y dura. “Qué vamos<br />

a hacer <strong>en</strong> Villalambre si no hay Corte Escocés ni Hojaldres<br />

Alfonso…”. Al fin, con la inestimable ayuda de una cuñada a la<br />

que también iba la marcha campestre (<strong>en</strong> el fondo lo que quería<br />

era t<strong>en</strong>er casa <strong>en</strong> el campo por la cara), logró su objetivo no sin<br />

antes buscar y buscar <strong>en</strong> los alrededores de su ciudad. Vio todo<br />

tipo de señuelos hasta que <strong>en</strong>contró una urbanización muy apa-<br />

ñada <strong>en</strong> avanzado estado de construcción. El adosado era pre-<br />

cioso. “Garaje, salón, coquetona salita, cocina monísima, dos<br />

dormitorios, baños, buhardilla, terraza y calefacción de gasóleo”,<br />

rezaba el anuncio de la inmobiliaria. “Fíjate, Angelines, aquí<br />

ponemos el taquillón con la lámpara de pergamino”. Ni le preo-<br />

cupó que desde el garaje hasta la buhardilla hubiera cincu<strong>en</strong>ta y<br />

tantas escaleras. Se cegó sin p<strong>en</strong>sar <strong>en</strong> sus algias lumbares.<br />

69<br />

Jesús María Cantalapiedra


La vuelta de W olf <br />

Firmó una hipoteca de tropeci<strong>en</strong>tos años de largura y…al campo.<br />

Al campo, campo. Los dosci<strong>en</strong>tos cincu<strong>en</strong>ta metros de jardín<br />

eran un pedregal con el que hubo de emplearse a fondo. Pero él,<br />

aunque nunca había cogido pico y pala, ya lo veía tan verde<br />

como <strong>en</strong> la foto virtual que le había <strong>en</strong>señado el ag<strong>en</strong>te de la pro-<br />

piedad inmobiliaria. Siempre fue muy optimista. “Fíjate,<br />

Angelines, aquí pondremos un rodod<strong>en</strong>dro”.<br />

Se suscribió a una revista para profesionales. “El jardín de<br />

tus sueños”. No <strong>en</strong>t<strong>en</strong>día una palabra y así se demostró con el<br />

tiempo. Después de picar conci<strong>en</strong>zudam<strong>en</strong>te el pedregal y cos-<br />

tarle un riñón los camiones de tierra vegetal, consiguió sembrar<br />

el verde que después de un año se tornaría <strong>en</strong> marrón. Plantó hie-<br />

dras <strong>en</strong> el lugar inadecuado, coníferas (a cualquier árbol le lla-<br />

maba pino), fotíneas, laureles reales, rosales, romero, hebes y<br />

tulipanes a destiempo. Al cabo de un año y consigui<strong>en</strong>tes hernias<br />

discales, el edén se puso mustio. Primero el rodod<strong>en</strong>dro. No<br />

quiero hablar de sus riñones. Le t<strong>en</strong>ían <strong>en</strong> un grito. Y todavía, el<br />

memo de él cantaba aquello de “¡Ay, ay, ay, ay, qué trabajos nos<br />

manda el Señooor… agacharse y volverse a agachaaar…!”<br />

Siempre le gustó la zarzuela.<br />

7


Angelines observaba como se partía los riñones desde la<br />

galería, mi<strong>en</strong>tras tomaba refrescos bios. “Toma campo, so<br />

necio…”, p<strong>en</strong>saba la ingrata. Y se tomaba otro de piña.<br />

Lo malo fue cuando empezó a aparecer el pulgón. Y la<br />

cochinilla y la araña roja y la mosca blanca y la oruga verde y<br />

la clorosis del hierro y los hongos y el oídio y miles de depre-<br />

dadores o patologías varias. Pero, sobre todo el pulgón. El pul-<br />

gón le traía a mal traer. De nada sirvieron insecticidas, acarici-<br />

das, fungicidas biosistemáticos, fertilizantes ni abonos. No<br />

<strong>en</strong>t<strong>en</strong>día los prospectos. No aplicaba las dosis oportunas. Y<br />

mira que preguntaba a los vecinos, más duchos <strong>en</strong> la materia.<br />

El jardín de los vecinos era como el de Adán y Eva. El césped,<br />

británico, como tupida alfombra. Pero los vecinos callaban.<br />

Wolf pedía consejos mas, los canallas, con una especie de<br />

malévola competitividad, no se los daban. “Pues yo creo que lo<br />

ti<strong>en</strong>es muy bi<strong>en</strong>”, le decía el de la izquierda, cínico como el<br />

sólo. El de la derecha, otro bribón con una parcela tipo Miami<br />

Beach, le com<strong>en</strong>taba al atardecer: “Tú, tranquilo. Yo lo t<strong>en</strong>ía<br />

mucho peor y ya ves. Es cuestión de paci<strong>en</strong>cia”. Pero los ladi-<br />

nos no daban explicaciones técnicas.<br />

71<br />

Jesús María Cantalapiedra


La vuelta de W olf <br />

Lo peor de todo era Angelines. Cuando subía a casa, deses-<br />

perado del pulgón, la cochinilla, la araña roja, la mosca blanca,<br />

la oruga verde, el oídio y las cuñadas (pasaban las tardes con su<br />

hermana bebi<strong>en</strong>do refrescos a costa aj<strong>en</strong>a), t<strong>en</strong>ía que escuchar:<br />

“¿Disfrutas, vida? No hay nada como el campo. Por cierto, a ver<br />

si llamas a los del gasóleo. Y al fontanero, que el bidé de arriba<br />

pierde. Y al electricista, que llevo esperando dos semanas. Y al<br />

de las goteras, que está bu<strong>en</strong>a la buhardilla. Y al escayolista y<br />

a…”. Así, día a día. Hasta que una tarde Wolf respondió: “Y a la<br />

madre que te parió”.<br />

Y, naturalm<strong>en</strong>te, hoy vive <strong>en</strong> pequeño apartam<strong>en</strong>to de la<br />

calle Sanpiro, cerca de un ambulatorio de la Seguridad Social. Se<br />

compró un geranio y cuando vuelve del bar, borracho, lo riega.<br />

72


13<br />

UNA DE TRISTURA<br />

73<br />

Jesús María Cantalapiedra<br />

Nunca hay que mirar ni volver atrás. Los recuerdos gratos<br />

normalm<strong>en</strong>te suel<strong>en</strong> distorsionarse, bi<strong>en</strong> por el tiempo transcu-<br />

rrido (<strong>en</strong> la distancia todo se ve más amable) o por cambio de las<br />

circunstancias. En la mayoría de los casos no se debe visitar el<br />

pasado, so p<strong>en</strong>a de <strong>en</strong>contrarse con lo que no debieras. Wolf se<br />

ha llevado muchos disgustos por culpa de esa su afición a revi-<br />

vir remembranzas.<br />

Inquieto <strong>en</strong> su adolesc<strong>en</strong>cia-juv<strong>en</strong>tud (y aún le dura el baile<br />

de San Vito), un bu<strong>en</strong> día decidió que debería salir del país y<br />

conocer otras g<strong>en</strong>tes. Andaba el chaval por los dieciocho años y<br />

su <strong>en</strong>torno estaba empezando a aburrirle. La resolución viajera<br />

fue tomada por culpa de la manipulación de un globo terráqueo.<br />

Se s<strong>en</strong>tó <strong>en</strong>fr<strong>en</strong>te y lo hizo girar unas cuantas veces con el ánimo<br />

de <strong>en</strong>contrar su ciudad y situarse <strong>en</strong> el mundo. A duras p<strong>en</strong>as


La vuelta de W olf <br />

<strong>en</strong>contró España. Ocupaba, más o m<strong>en</strong>os, un c<strong>en</strong>tímetro cuadra-<br />

do. El primer efecto fue de decepción. “Pero, si somos una mier-<br />

dilla…”, p<strong>en</strong>só. En segunda instancia se dijo: “¿ Y por qué t<strong>en</strong>go<br />

que vivir precisam<strong>en</strong>te aquí, con lo grande que es la bola?”<br />

Así que, después de algún rifirrafe familiar, hizo el petate<br />

y se fue a Alemania. De aquella, la vieja República Federal era<br />

un país lejano, casi exótico para él, sólo practicado por emi-<br />

grantes españoles, italianos, griegos y turcos, que llegaban a<br />

c<strong>en</strong>troeuropa <strong>en</strong> una especie de pateras con forma de tr<strong>en</strong> ati-<br />

borrado de maletas de madera y cuerda de seguridad deshila-<br />

chada. De esparto.<br />

¿Por qué a Alemania? Un amigo suyo, hoy conocido<br />

médico <strong>en</strong> Madrid, había pasado un par de meses <strong>en</strong><br />

Düsseldorf y le contó maravillas. Además, había leído novelu-<br />

chas ambi<strong>en</strong>tadas <strong>en</strong> la baja Babiera con castillos <strong>en</strong>cantados<br />

como fondo. Com<strong>en</strong>zó a soñar. La verdad es que Düsseldorf<br />

estaba mucho más al norte, <strong>en</strong> Westfalia, era el c<strong>en</strong>tro indus-<br />

trial del Ruhr y de castillos nada. Chim<strong>en</strong>eas. Era una ciudad<br />

casi finalizada su reconstrucción (había quedado como un<br />

solar después de la Segunda Burrada Mundial), con incipi<strong>en</strong>te<br />

74


75<br />

Jesús María Cantalapiedra<br />

pres<strong>en</strong>cia de españoles, italianos, griegos y turcos. Todos baji-<br />

tos. Algunos, r<strong>en</strong>egríos.<br />

Encontró trabajo (sobraba) <strong>en</strong> una fábrica metalúrgica con<br />

nueve mil señores laborando a toque de sir<strong>en</strong>a, la mayoría ale-<br />

manotes <strong>en</strong>ormes. Unos cuantos, bajitos, cantaban tarantelas o<br />

tocaban el sirtaki. Pocos españoles y, naturalm<strong>en</strong>te, mal av<strong>en</strong>i-<br />

dos. Wolf, algo pijín, no alternaba mucho con ellos.<br />

Se dedicaba, sin premeditación, a tratar de retrasar el mila-<br />

gro alemán. Le situaron <strong>en</strong> una sección <strong>en</strong> verdad peligrosa y el<br />

hombre, cada dos por tres, visitaba la krank<strong>en</strong>hause. Lo cual, el<br />

hospital. Llegó a ser muy popular <strong>en</strong> traumatología. Incluso inti-<br />

mó, poco, con una fräulein de blanquísima bata a la que cayó<br />

simpático. Era la <strong>en</strong>cargada de cortar a tijera los pantalones de<br />

los accid<strong>en</strong>tados para observar rápidam<strong>en</strong>te el destrozo, normal-<br />

m<strong>en</strong>te producido por hierro cand<strong>en</strong>te. Wolf lo pasaba muy mal al<br />

verse <strong>en</strong> calzoncillos delante de la fraülein. Ella, sonreía.<br />

Burla burlando, pasaron los meses. Vivía o habitaba <strong>en</strong> una<br />

resid<strong>en</strong>cia para jóv<strong>en</strong>es estudiantes y trabajadores regida por<br />

ord<strong>en</strong> religiosa internacional. Don Bosco Hause era el nombre y<br />

estaba situada <strong>en</strong> el número 12 de la Schütz<strong>en</strong>strasse, o algo así.


La vuelta de W olf <br />

Al mismo tiempo, se finalizaba de construir el famoso muro de<br />

Berlín. Lo pudo comprobar <strong>en</strong> unas cortas vacaciones. No <strong>en</strong>t<strong>en</strong>-<br />

dió nada. Muchos, muchísimos años más tarde, ya sin muro, vol-<br />

vió. Siguió sin compr<strong>en</strong>der. Delante del conservado Check Point<br />

Charlie, antigua frontera urbana <strong>en</strong>tre la zona americana y rusa,<br />

echó una lagrimina. A lo tonto.<br />

Ciertam<strong>en</strong>te molesto el gobierno federal por causa de la<br />

intermit<strong>en</strong>te actividad laboral de Wolf y su costo para la<br />

Seguridad Social, antes de que la cosa fuera a mayores, retor-<br />

nó a España. Nunca le gustó permanecer allá donde no se le<br />

valoraba. Había transcurrido casi un año desde su llegada a<br />

Düsseldorf. No pudo comprarse un piso <strong>en</strong> su pueblo como<br />

todos los ahorradores bajitos, pero regresó con un maletón car-<br />

gado de experi<strong>en</strong>cias.<br />

Transcurrieron los años y, poco a poco, le fue <strong>en</strong>trando<br />

morriña alemana. “T<strong>en</strong>go que volver”, p<strong>en</strong>saba añorante. Era su<br />

maldita afición a revivir remembranzas. En varias ocasiones, con<br />

motivo de viajes a Bruselas, relativam<strong>en</strong>te cercana a Düsseldorf,<br />

estuvo a punto de conseguirlo pero, nunca tuvo tiempo. De pron-<br />

to, cuar<strong>en</strong>ta y dos años más tarde, lo consiguió. Una reunión de<br />

76


trabajo <strong>en</strong> Colonia propició el <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tro. Estaba a media hora de<br />

su destino. Tomó un tr<strong>en</strong> a las 9 de la mañana. Llegó a la esta-<br />

ción. Desconocida. Nueva. Atravesó dec<strong>en</strong>as de corredores de la<br />

bahnhof y, ya <strong>en</strong> la calle, emocionado, com<strong>en</strong>zó a recordar lige-<br />

ram<strong>en</strong>te. “Seguro que era a la derecha”, se dijo. Buscaba la resi-<br />

d<strong>en</strong>cia donde había vivido, mejor, habitado. Solam<strong>en</strong>te tuvo que<br />

preguntar una vez por la Schütz<strong>en</strong>strasse. Dos manzanas y apa-<br />

reció. Estaba lo mismo que hacía cuatro décadas. Limpia, estre-<br />

cha, larga y con muchas flores <strong>en</strong> las v<strong>en</strong>tanas.<br />

Máquina de fotos <strong>en</strong> ristre, de las de usar y tirar, con el alma<br />

un poco <strong>en</strong>cogida o emocionada o vaya usted a saber qué,<br />

<strong>en</strong>marcó puerta y fachada y plasmó el mom<strong>en</strong>to para su historia<br />

íntima. Y com<strong>en</strong>zaron los problemas. En un escalón de <strong>en</strong>trada<br />

se s<strong>en</strong>taba (botellón de algo a su izquierda) un hombre vapulea-<br />

do por la vida que le increpó bastante viol<strong>en</strong>to: “No fotos. Nicht,<br />

nicht”, dijo el s<strong>en</strong>tado. T<strong>en</strong>dría la misma edad que Wolf. Aguantó<br />

como pudo la agresiva def<strong>en</strong>sa y accedió al edificio. Igual que<br />

hacía cuar<strong>en</strong>ta y dos años. La acristalada recepción a la derecha.<br />

Sólam<strong>en</strong>te había un cambio. Cinco o seis marginales de línea<br />

dura, con la cara marcada por un dev<strong>en</strong>ir áspero, se situaban <strong>en</strong><br />

77<br />

Jesús María Cantalapiedra


La vuelta de W olf <br />

el rellano antes de la escalera de acceso a las habitaciones.<br />

“¡Polizei, polizei”, gritó uno de ellos. Y desaparecieron hacia un<br />

patio interior que Wolf recordaba con nostalgia. Se sorpr<strong>en</strong>dió.<br />

Vestía arreglado pero informal y, bi<strong>en</strong> cierto, sin aspecto de guar-<br />

dador del ord<strong>en</strong>. O eso p<strong>en</strong>saba. No así los huidos.<br />

En recepción, una frau <strong>en</strong>trada <strong>en</strong> años miraba expectante.<br />

Wolf se dirigió a ella <strong>en</strong> macarrónico alemán: “Señora, yo vivir<br />

aquí hacer cuar<strong>en</strong>ta años. Mi querer ver casa y recordar tiem-<br />

pos”. La individua, seca como un erial, le respondió: “Váyase.<br />

Hie´r no querrrer forrrasterrros..”. Salió rápido y desconsolado.<br />

Cruzó la acera y volvió a afanarse con la Kodak de usar y tirar.<br />

El s<strong>en</strong>tado <strong>en</strong> el escalón de <strong>en</strong>trada le tiró el botellón con ganas<br />

de darle <strong>en</strong> la cabeza. Corrió y al doblar la esquina echó una<br />

lagrimina. A lo tonto. Llegó a p<strong>en</strong>sar si el del botellón no era<br />

alguno de sus antiguos compañeros al que la vida había aparca-<br />

do. Y, a lo tonto, volvió a pingar el moco.<br />

78


14<br />

MÓVILES<br />

79<br />

Jesús María Cantalapiedra<br />

Supongo que el primer móvil, nunca mejor dicho, fue la<br />

piedra lanzada por una honda bíblica. Pero t<strong>en</strong>ía un gran incon-<br />

v<strong>en</strong>i<strong>en</strong>te: sólo servía para recibir malas noticias. Es decir, mace-<br />

raciones causadas por pequeños y veloces morrillos al golpear<br />

cabeza, tronco o extremidades. O partes medias.<br />

Como ya es sabido, Wolf siempre fue amigo de periodistas,<br />

escritores, pintores, fotógrafos y otras g<strong>en</strong>tes de mal vivir. Uno<br />

de ellos, periodista, claro, fue compañero de mesa durante los<br />

dos últimos años del bachiller <strong>en</strong> el Instituto Padre Insula de su<br />

ciudad. No había por dónde cogerle. Era, es, montañés. De aque-<br />

lla, gamberrón, simpático, insol<strong>en</strong>te, indisciplinado, viol<strong>en</strong>to,<br />

cariñoso a ratos y siempre controvertido. Pero t<strong>en</strong>ía corazón. “El<br />

montaraz”, se le llamaba. Desde el primer mom<strong>en</strong>to fue un líder,


La vuelta de W olf <br />

para bi<strong>en</strong> o para mal. Nadie lo hubiera p<strong>en</strong>sado pero llegó a ser<br />

un afamado periodista que <strong>en</strong> su mom<strong>en</strong>to mandó mucho <strong>en</strong> la<br />

España indecisa de principios del nov<strong>en</strong>ta.<br />

El caso es que un bu<strong>en</strong> día, <strong>en</strong> pl<strong>en</strong>a efervesc<strong>en</strong>cia de “El<br />

Montaraz”, Wolf se vio con él <strong>en</strong> Madrid. Creo, afirmo, que fue <strong>en</strong><br />

el desaparecido “Bocaccio”, al lado de Colón, una recidiva sin con-<br />

valec<strong>en</strong>cia del punto de <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tro de la divine gauche barcelonesa<br />

dos décadas atrás. El Bocaccio madrileño, durante un tiempo, se<br />

convirtió <strong>en</strong> el c<strong>en</strong>tro de la horterade gauche del foro. Tomaron las<br />

copas de rigor, le pres<strong>en</strong>tó a g<strong>en</strong>te muy glamourosa y después de la<br />

arrancadera, “El Montaraz” le acercó hasta el hotel <strong>en</strong> su coche.<br />

Entre asi<strong>en</strong>to de conductor y acompañante había un artilugio muy<br />

raro. Grandón. Extraño. Una cosa a la que se intuía gran standing.<br />

Era un teléfono. No podía ser. ¡Un teléfono <strong>en</strong> el coche!, ¡Qué<br />

nivel! Al día sigui<strong>en</strong>te, <strong>en</strong> cuanto pudo, llamó a sus amigos. “Que<br />

“El Montaraz” ti<strong>en</strong>e teléfono <strong>en</strong> el coche, tú”. “No me digas”, le<br />

respondían incrédulos. Aquello sólo se veía <strong>en</strong> pelis americanas.<br />

“Joer con el montañés, cómo se lo ha montado…”.<br />

No era para m<strong>en</strong>os el asombro. Wolf aún recordaba aquella<br />

conocida petición temerosa <strong>en</strong> demanda de confer<strong>en</strong>cia telefóni-<br />

8


81<br />

Jesús María Cantalapiedra<br />

ca: “Señorita, quiero hablar con Barcelona, ¿qué demora ti<strong>en</strong>e?”.<br />

Una voz impersonal, de nariz, contestaba: “Barcelona ti<strong>en</strong>e una<br />

hora de demora, señor”. Y colgaba. O sea, sacaba la clavija del<br />

agujereado panel, una especie de ávido panal receptor de pilili-<br />

nas metálicas conectadas a un cable negro que salía de la parte<br />

de abajo, al lado del brasero.<br />

Pasó el tiempo. Hace unos diez años, aproximadam<strong>en</strong>te, los<br />

móviles com<strong>en</strong>zaron a hacerse populares con timidez, aunque<br />

(que me rompa una vértebra si no es cierto), se llamaba pijos a<br />

sus usuarios urbanos y semovi<strong>en</strong>tes. “Mira ese gilipuertas. A<br />

quién querrá impresionar…”. Hoy, <strong>en</strong> una comida de cinco ami-<br />

gos pued<strong>en</strong> sonar, su<strong>en</strong>an, seis a la vez. Inmediatam<strong>en</strong>te todos se<br />

levantan buscando intimidad o cobertura y el lechazo se queda<br />

tan frío como gazpacho andaluz.<br />

Otra interesante situación se puede observar <strong>en</strong> las playas.<br />

Seis amigas, o más, están de cháchara bajo las sombrillas. Los<br />

niños incordian alrededor. “Para con la pelota que te estrello…”.<br />

Su<strong>en</strong>a un móvil. Como locas, la media doc<strong>en</strong>a se lanza a sus res-<br />

pectivas bolsas repletas de bronceadores, hidratantes, potitos y<br />

piruletas, buscando el Nokia. Nervios. Marujina lo <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tra.


La vuelta de W olf <br />

Era para ella la llamada. El pequeño de la casa, Borja Mari.<br />

“Mamá, que no puedo ir a comer. Me voy con Ainhoa y Vanessa<br />

al McRonals. ¡Ah!, ti<strong>en</strong>es que cargarme el móvil, la tarjeta se me<br />

está acabando. No da para nada. A ver cuándo me compras uno<br />

de contrato. A las ocho t<strong>en</strong>me preparado el Lacoste verde. Es el<br />

cumpleaños de Jonatan y c<strong>en</strong>amos <strong>en</strong> Vip´s King. Te dejo, que<br />

t<strong>en</strong>go que llamar a Josua”. Mamá com<strong>en</strong>ta: “Hijo, por Dios, que<br />

hace dos días que no apareces”. Borja Mari, un poco <strong>en</strong>fadado a<br />

la par que reivindicativo, responde: “¿Qué pasa?, pret<strong>en</strong>des<br />

manipular mi vida o qué”. Marujina vuelve al corro de amigas y<br />

sigue dándole a la l<strong>en</strong>gua.<br />

Pero lo que más molesta a Wolf, es una de sus últimas pres-<br />

taciones. Cabe la posibilidad de poner m<strong>en</strong>sajes a distintas tele-<br />

visiones (lat o algo así), para transmitir que la Yola Berrocal está<br />

operada de los morros, llamar petarda a Tamara o nominar a<br />

algui<strong>en</strong> de Operación Glamour u Hotel Triunfo, mi<strong>en</strong>tras una<br />

pres<strong>en</strong>tadora de muy bu<strong>en</strong> ver prosigue con el espacio. Y lo malo<br />

es que el recado se sitúa <strong>en</strong> la parte baja del televisor, justo donde<br />

la pres<strong>en</strong>tadora de muy bu<strong>en</strong> ver muestra su canalillo pectoral.<br />

Total, que te quedas sin disfrutar de tan suger<strong>en</strong>tes estribaciones.<br />

82


El artilugio <strong>en</strong> cuestión, como tantos otros aparatejos pro-<br />

ductos de la técnica y el progreso, han llegado a ser absoluta-<br />

m<strong>en</strong>te imprescindibles. Incluso para la señora María <strong>en</strong> sus pa-<br />

seos urbanos. Bi<strong>en</strong>v<strong>en</strong>idos sean si es que los sabemos utilizar.<br />

Resulta imp<strong>en</strong>sable no t<strong>en</strong>er un móvil y se convierte <strong>en</strong> catástro-<br />

fe su olvido <strong>en</strong>cima de la mesilla de noche. Te quedas huérfano<br />

y abandonado <strong>en</strong> el mundo. Y Wolf se pregunta: “¿Cómo podía-<br />

mos vivir sin móvil? (o sin fax o sin Internet, por ejemplo). Y<br />

una amiga suya, muy peleona ella, le responde: “Como Dios,<br />

Wolf, como Dios. Las únicas cosas verdaderam<strong>en</strong>te prácticas<br />

que inv<strong>en</strong>tó el hombre blanco han sido la fregona y la lavadora,<br />

macho”.<br />

Bu<strong>en</strong>o, también ti<strong>en</strong><strong>en</strong> alguna v<strong>en</strong>taja. La más apreciable es<br />

que, por esos extraños misterios de los chips, la informática, la<br />

cibernética, la robótica o la magnesia, ti<strong>en</strong>es oportunidad de<br />

saber quién es el plasta que te llama y, por omisión, mandar al<br />

carallo al pesado de turno. ¡Viva!<br />

83<br />

Jesús María Cantalapiedra


La vuelta de W olf <br />

84


15<br />

MARINERO EN APUROS<br />

85<br />

Jesús María Cantalapiedra<br />

Un primo de Wolf, Herm<strong>en</strong>egildo, con el que siempre man-<br />

tuvo una bu<strong>en</strong>a relación de amistad a pesar del controvertido<br />

par<strong>en</strong>tesco (aún persist<strong>en</strong> <strong>en</strong> romper la norma), de jov<strong>en</strong> era la<br />

inquietud personificada. Recorrió todo tipo de oficios y trabajos<br />

temporeros <strong>en</strong> busca de su Norte que, s<strong>en</strong>tada la cabeza, <strong>en</strong>con-<br />

tró donde m<strong>en</strong>os esperaba después de tan ajetreados y fugaces<br />

periplos laborales. No permanecía más allá de dos o tres meses<br />

<strong>en</strong> cada ocupación, bi<strong>en</strong> por incompr<strong>en</strong>sión de sus negreros (lo<br />

fueron todos), o porque era un patoso. Todo se le caía, todo se le<br />

olvidada, todo lo confundía. Mas, qué iba a hacer él si le habían<br />

nacido tal cual. Eso sí, era muy educado.<br />

Bu<strong>en</strong>o, patoso y, <strong>en</strong> ocasiones, desde pequeño, dado al mal-<br />

dito Cariñ<strong>en</strong>a. Se apoderaba de él <strong>en</strong> los mom<strong>en</strong>tos más inopor-


La vuelta de W olf <br />

tunos. La primera vez si<strong>en</strong>do monaguillo <strong>en</strong> la iglesia de San<br />

Palatino del Rey. El párroco le había prometido que si no rompía<br />

cosas, ayudaría <strong>en</strong> la gran misa de pontifical del Patrono. Se pre-<br />

paró a fondo, no rompió nada durante dos meses e incluso apr<strong>en</strong>-<br />

dió a contestar al cura <strong>en</strong> latín. Llegó el gran día. Pero poco antes<br />

de salir al altar cerrando una larga fila de curas solemnes presi-<br />

dida por el obispo investido con mucho oropel, se trincó una<br />

botella de vino de consumir <strong>en</strong> un pequeño almac<strong>en</strong>illo situado<br />

al fondo de la sacristía. El vinillo sacro estaba dulce y la progre-<br />

siva libación le resultó ciertam<strong>en</strong>te grata. Com<strong>en</strong>zó la misa.<br />

Herm<strong>en</strong>egildo portaba <strong>en</strong> su mano derecha una preciosa campa-<br />

nilla cuádruple de múltiples tonos que debería hacer sonar llega-<br />

da la consagración. No más allá del evangelio, com<strong>en</strong>zó a s<strong>en</strong>tir<br />

mareos y nauseas. Llegó la consagración. Ni <strong>en</strong>terarse. Un jov<strong>en</strong><br />

lego le dio una patada de lado conminándole a que moviera la<br />

campanilla. Y la movió. En tal modo, que escapose de su mano<br />

y salió lanzada hacia el pasillo c<strong>en</strong>tral del templo, tintineando a<br />

trompicones hasta la última fila del santo lugar. La dorada pluri-<br />

campanilla <strong>en</strong>tonó el último tilín, tilín viajero al lado de un recli-<br />

natorio ocupado por viuda <strong>en</strong>lutada, solitaria y devota.<br />

86


Pero las nauseas y los mareos iban a más. Tambaleándose,<br />

Herm<strong>en</strong>egildo, totalm<strong>en</strong>te cocido, lo cual, beodo, llegó hasta el<br />

obispo. Se agarró como pudo a la capa pluvial y, arrancándosela<br />

del hombro izquierdo, le vomitó <strong>en</strong>cima una mezcla de vino<br />

dulce y café con leche con algún resto de <strong>en</strong>saimada mañanera.<br />

O pan migado. No se sabía qué era aquello. Naturalm<strong>en</strong>te, per-<br />

dió su condición de monaguillo ipso facto, una vez pasada la<br />

cruel melopea. ¡Ah el maldito Cariñ<strong>en</strong>a!<br />

Ya <strong>en</strong> edad laboral, se dedicó a v<strong>en</strong>der <strong>libro</strong>s de una afa-<br />

mada editorial. En realidad sólo v<strong>en</strong>dió uno, “Clásicos<br />

Rusos”, a una tía suya que, aparte de sorda, contaba con vein-<br />

titantas dioptrías galopantes. La anciana colocó el libraco<br />

<strong>en</strong>cuadernado <strong>en</strong> curpiel sobre una alac<strong>en</strong>a, al lado de la foto<br />

sepia del abuelo (q.e.d.). Se abrió por vez primera unos meses<br />

más tarde, al día sigui<strong>en</strong>te de su óbito. Un catarro mal curado.<br />

En el capítulo dedicado a Dostoievski, doblada con primor,<br />

había una nota de puño y letra de la tía. “Y desheredo a<br />

Herm<strong>en</strong>egildo por haberme <strong>en</strong>gañado. Me dijo que el mamo-<br />

treto <strong>en</strong> curpiel era la historia de Lady Di y la familia real<br />

inglesa. Ni que una fuera boba”.<br />

87<br />

Jesús María Cantalapiedra


La vuelta de W olf <br />

Sigui<strong>en</strong>do consejos de Wolf (no hacía vida de él), ya tallu-<br />

dín, se fue a trabajar a c<strong>en</strong>troeuropa. Le tocó una fábrica <strong>en</strong> la<br />

que se trataba el hierro. Su labor consistía <strong>en</strong> pulir, con una <strong>en</strong>or-<br />

me piedra giratoria tipo afilador, barras ferruginosas con estrías<br />

poco estéticas, feuscas. Cada semana pasaban por la sección<br />

unos señores muy serios vestidos con bata blanca, a los que col-<br />

gaba del cuello una bandejilla de madera <strong>en</strong> la que, sobre pape-<br />

les con gráficos y muchas rayas, anotaban números, cosas mis-<br />

teriosas.<br />

Herm<strong>en</strong>egildo se dijo: “Esta es la mía. Vi<strong>en</strong><strong>en</strong> a ver quién<br />

pule más rápido”. Y, como loco, cada vez que los de la bata blan-<br />

ca aparecían, limaba a velocidad de vértigo. Como trastornado.<br />

Con ganas de asc<strong>en</strong>der. Pero no era esa la función de los contro-<br />

ladores. Computaban el tiempo para valorar la productividad<br />

global de la sección. Si había un gilipollas que iba rápido, la exi-<br />

g<strong>en</strong>cia de trabajo para el resto de currantes aum<strong>en</strong>taba <strong>en</strong> el<br />

correspondi<strong>en</strong>te porc<strong>en</strong>taje.<br />

El pobre había advertido, a veces, ciertos gestos crispados<br />

<strong>en</strong>tre los compañeros. Como queri<strong>en</strong>do decir: “Cabronazo, no<br />

corras tanto que nos hundes”. El último día de su demostración<br />

88


de efectividad ante los de la bata blanca, un turco le arreó <strong>en</strong> la<br />

cabeza con la barra de hierro que había pulido <strong>en</strong> 2´30´´.<br />

Cansado de incompr<strong>en</strong>sión se volvió a España.<br />

Más tarde fue apr<strong>en</strong>diz de hojalatero <strong>en</strong> Veguellina de<br />

Túrbigo. Pero nada. Con el martillo se machacaba las falanges.<br />

O sea, las falanges auténticas de verdad. El dedo corazón se le<br />

puso como un botijo, al revés que el órgano c<strong>en</strong>tral bombeador<br />

de sangre. Después de tanto fracaso lo t<strong>en</strong>ía <strong>en</strong>cogido cual breva<br />

pasada de caducidad.<br />

Abandonada la hojalata y los calderos por mediación de un<br />

pari<strong>en</strong>te a la sazón director del periódico “La Aurora Monta-<br />

ñesa”, se inició como fotógrafo meritorio <strong>en</strong> el decano de la<br />

pr<strong>en</strong>sa local. Siempre le había gustado la fotografía. El primer<br />

<strong>en</strong>cargo fue importante. Debía plasmar para la edición del<br />

domingo y la posteridad, un importante acto <strong>en</strong> la capitalidad<br />

regional. A codazos se situó <strong>en</strong> primera línea y buscando los<br />

mejores ángulos captó unos primeros planos preciosos del<br />

Presid<strong>en</strong>te, incluy<strong>en</strong>do profundidad de campo.<br />

¡Cagü<strong>en</strong>!, de vuelta al periódico se dio cu<strong>en</strong>ta de que se<br />

había olvidado poner carrete a la Nikon. Aún no existían las<br />

89<br />

Jesús María Cantalapiedra


La vuelta de W olf <br />

máquinas digitales. Su pari<strong>en</strong>te le pagó el kilometraje y cariño-<br />

sam<strong>en</strong>te díjole: “Herm<strong>en</strong>egildo, yo creo que lo tuyo es la mari-<br />

nería”.<br />

“¿Y por qué no?”, p<strong>en</strong>só. El mar siempre le había tirado<br />

mucho, dada su condición de hombre mesetario. Pasó la noche<br />

soñando suger<strong>en</strong>tes singladuras. A los dos o tres días se plantó <strong>en</strong><br />

Cariño (A Coruña) y consiguió <strong>en</strong>rolarse como grumete <strong>en</strong> un<br />

bacaladero. “Carmiña” era el nombre del barco. Hasta su parti-<br />

da, casi una semana más tarde por causa de burocracias y pape-<br />

leos, durmió <strong>en</strong> el pósito de pescadores sobre un jergón de paja<br />

abullonada con irregular saña. Se levantaba muy temprano. Los<br />

compañeros le preguntaban el motivo de madrugar tanto. “Para<br />

descansar”, contestaba Herm<strong>en</strong>egildo. Por fin, el “Carmiña” se<br />

hizo a la mar.<br />

No <strong>en</strong>t<strong>en</strong>día una palabra de lo que allí se hablaba. “Babor,<br />

cabo, popel, banda de estribor, cascarón, estanco, navicular,<br />

chinchorro, s<strong>en</strong>tina o popa”, eran las palabras más facilinas. Pero<br />

él, voluntarioso, hacía lo que le mandaban. “Vete a fregar el<br />

sollado”. Una vez averiguado dónde estaba aquello, bajó a una<br />

de las cubiertas inferiores y fregó todo lo que quiso y más. Una<br />

9


vez finalizada la jornada, agotado, c<strong>en</strong>ó bacalao. Restos cierta-<br />

m<strong>en</strong>te sospechosos del anterior viaje a Terranova. Como era de<br />

esperar le s<strong>en</strong>tó mal. A eso de media noche le <strong>en</strong>traron terribles<br />

retortijones de tripa. Muy educado, preguntó al compañero de la<br />

litera inferior: “¿Harías el favor de decirme dónde está el servi-<br />

cio?”. El tatuado marinero, semidormido y cabreado, le respon-<br />

dió bronco: “Non fodas rapaz. En o mar”. Rápidam<strong>en</strong>te subió a<br />

cubierta y agarrándose a un cabo sacó el culo hacia la mar sere-<br />

na. Pero no estaba ser<strong>en</strong>a. El barco se bamboleaba fuertem<strong>en</strong>te<br />

de babor a estribor y la caca, bastante fluida, le alcanzaba espal-<br />

da y cabeza, escurriéndosele por el cuello abajo. Por debajo de la<br />

camiseta.<br />

dura.<br />

Abandonó <strong>en</strong> la primera escala, no más allá de una singla-<br />

Hoy es feliz. Parece que va t<strong>en</strong>i<strong>en</strong>do más suerte. Casó con<br />

dueña de video-club y reg<strong>en</strong>ta el negocio sin demasiadas altera-<br />

ciones. Y yo me alegro. Se lo merece el bu<strong>en</strong>o de Herm<strong>en</strong>egildo.<br />

91<br />

Jesús María Cantalapiedra


La vuelta de W olf <br />

92


16<br />

A PROPÓSITO DEL VINO<br />

93<br />

Jesús María Cantalapiedra<br />

Wolf siempre fue degustador de vino y últimam<strong>en</strong>te disfru-<br />

ta de sus cualidades organolépticas (¡toma!) y de su concepto<br />

bíblico-ritual. Entre el tinto con gas juv<strong>en</strong>il a un gran reserva,<br />

exist<strong>en</strong> difer<strong>en</strong>cias sustanciales no valoradas <strong>en</strong> la adolesc<strong>en</strong>cia.<br />

Bu<strong>en</strong>o, <strong>en</strong> realidad com<strong>en</strong>zó a apreciar el vino, el bu<strong>en</strong> vino,<br />

cuando un poco harto de la horterada del cubata y el coco-loco<br />

se inició <strong>en</strong> el saboreo de los auténticos placeres que ofrece el<br />

universo mundo. Lo del coco-loco era mucho. Hoy, el amigo<br />

Wolf se <strong>en</strong>simisma <strong>en</strong> parecida medida con el vino y la pintura.<br />

La música es otra historia. Se quedó <strong>en</strong> los Beatles, Dylan, bole-<br />

ristas clásicos, Serrat, Mozart (el asequible Wolfgang Amadeus),<br />

y algún que otro nuevo aparecido con bu<strong>en</strong>as maneras. Desde<br />

luego, incluy<strong>en</strong>do el peñazo de música dodecafónica, ni le gus-


La vuelta de W olf <br />

tan los pintamonas, ni reconoce a instalacionistas recién llegados<br />

al desfasado inv<strong>en</strong>to con sospechosos aromas promocionales. O<br />

con int<strong>en</strong>ciones de camelo. Por decir algo.<br />

Pero, voy con el vino, protagonista de este capítulo y, prin-<br />

cipalm<strong>en</strong>te, con los catadores de la ambrosía y sus singulares<br />

explicaciones didácticas. Les compara con los críticos de arte.<br />

Dic<strong>en</strong> éstos, por ejemplo: “La pintura de X, <strong>en</strong>marcada d<strong>en</strong>tro de<br />

influ<strong>en</strong>cias estructuralistas no demasiado definidas, nos ad<strong>en</strong>tra<br />

<strong>en</strong> un mundo conceptual minimalista al que se añad<strong>en</strong> elem<strong>en</strong>tos<br />

plásticos objetivos de indudable valor. La última obra de X, dife-<br />

r<strong>en</strong>ciada de su anterior etapa <strong>en</strong>tre heterodoxa y formal, puede<br />

llegar a transmitir esa explícita conformación residual e hiperrea-<br />

lista de pintores como Wolfgang Kroke, Küremberg, Walbrzych o<br />

Zapata…”. Y, está claro ¿no? Pero Wolf ni se <strong>en</strong>tera.<br />

Algo similar le ocurre con los catadores de vino y las sesu-<br />

das explicaciones sobre sus propiedades organolépticas (¡toma!).<br />

Admite que los vinos tintos ti<strong>en</strong><strong>en</strong> un color que recuerda al de la<br />

cereza, los blancos al amarillo dorado y los rosados al rosáceo,<br />

como su propio nombre indica. Vale. Y para de contar. Pero, de<br />

ahí <strong>en</strong> adelante no pasa una. Se le suele partir de risa los costilla-<br />

94


es al leer la contraetiqueta de la botella o <strong>libro</strong>s especializados <strong>en</strong><br />

la vieja cultura. Entre la cursilada o la vesania, nos <strong>en</strong>dilgan <strong>en</strong> el<br />

cuerpo explicaciones tan sorpr<strong>en</strong>d<strong>en</strong>tes como las que Wolf, <strong>en</strong><br />

una larga madrugada, me com<strong>en</strong>tó. El asunto suele hacerse pal-<br />

mario <strong>en</strong> catas dirigidas por graves expertos. El personal, nor-<br />

malm<strong>en</strong>te sale del acto considerándose necio. “Será que no t<strong>en</strong>go<br />

gusto ni olfato”, com<strong>en</strong>ta. Otros asist<strong>en</strong>tes, más modulables, más<br />

crédulos, más mansos, aseguran al vecino de mesa: “Pues ti<strong>en</strong>e<br />

razón, la segunda copa me recordaba al tocino”.<br />

En qué cabeza cabe decir que tal vino tinto ti<strong>en</strong>e aromas<br />

con predominio de los factores de reducción <strong>en</strong> botella. Es decir,<br />

“fragancias de cuero, pimi<strong>en</strong>ta negra o tabaco de pipa, toques<br />

que recuerdan a mueble viejo…”. ¿Es que existe cristiano que<br />

pueda beber algo que sepa a vaca o a la alac<strong>en</strong>a de la abuela que,<br />

por cierto, olía a naftalina? No hago refer<strong>en</strong>cia a lo del tabaco de<br />

pipa pues me parece repugnante. Existe un Merlot al que se ha<br />

llegado a adjudicar “un aroma especiado con notas de pastelería<br />

muy agradables”. Y yo con estos pelos.<br />

De un vino, también tinto, mezcla de variedades Merlot y<br />

Cabernet Sauvignon, se asegura que posee un olor complejo <strong>en</strong><br />

95<br />

Jesús María Cantalapiedra


La vuelta de W olf <br />

la gama de los tostados. A saber, “fragancias de torrefacto, cho-<br />

colate (sí, chocolate) y confitura de grosellas y moras con mati-<br />

ces de roble curtido”. ¡Habrase visto tamaña guarrada! Sólo falta<br />

acompañarlo con churros o picatostes. ¿Y qué me dic<strong>en</strong> cuando<br />

se afirma que un vino recuerda al paladar el sabor del h<strong>en</strong>o con<br />

ciertos toques de hinojo? Y no quiero m<strong>en</strong>tar las s<strong>en</strong>saciones<br />

retronasales. Más seriedad, señores.<br />

Con los vinos gallegos ocurre más de lo mismo. Muchos,<br />

“frescos <strong>en</strong> boca, suel<strong>en</strong> t<strong>en</strong>er leves matices aromáticos de hier-<br />

babu<strong>en</strong>a y lavanda”. Como la Puig. Otros, “conceptos alimona-<br />

dos de fondo anisado”. ¡Toma ya!<br />

En fin, que Wolf está confundido. Entre los críticos de arte<br />

y los catadores, vive que no vive <strong>en</strong> sí. Se pasa muchas risas pero<br />

no vive. Según me ha contado, retornó al vino con gaseosa. Al<br />

peleón sin contraetiqueta. Sólo huele a vino con gaseosa. No<br />

quiere saber nada de olores a mueble viejo. O a h<strong>en</strong>o, que es cosa<br />

de vacas. Ni de sabor a pastelería fina. Ni a anís, que ya toma<br />

bastante <strong>en</strong> la fiesta de la patrona de Turcia, allá por septiembre.<br />

96


Capítulo-broma, cariñosam<strong>en</strong>te dedicado a mis amigos crí-<br />

ticos de arte, catadores y sumellieres. Wolf no sabe apreciar las<br />

s<strong>en</strong>saciones retronasales, ni las fragancias de torrefacto o cane-<br />

la. El se lo pierde.<br />

97<br />

Jesús María Cantalapiedra


La vuelta de W olf <br />

98


17<br />

UNA POSADA MUY REGIA<br />

99<br />

Jesús María Cantalapiedra<br />

(O el misterio de la patilla desaparecida)<br />

Decía un escritor irlandés del siglo XIX, bastante gay él, “Pue-<br />

do resistir todo m<strong>en</strong>os la t<strong>en</strong>tación”. Y eso es lo que me ocurre con<br />

este capítulo. No me aguanto y, <strong>en</strong> alguna forma, cambio su fiso-<br />

nomía con relación a los que le preced<strong>en</strong> <strong>en</strong> este segundo “Anec-<br />

dotario de un observador de aquí”. Y todo por culpa de Wolf (al<br />

final es qui<strong>en</strong> me ord<strong>en</strong>a), pues pret<strong>en</strong>de dedicar un hom<strong>en</strong>aje a mu-<br />

chos hosteleros leoneses <strong>en</strong> la figura de un amigo con el que lleva<br />

más de cuar<strong>en</strong>ta años de incombustible amistad. Convi<strong>en</strong>e recordar<br />

que estas líneas están escritas cuando la rectitud, el afecto, la lealtad,<br />

la nobleza, la amistad, el compañerismo y la ética, sobre todo la<br />

ética, se han convertido <strong>en</strong> una especie a extinguir, si es que no se<br />

han extinguido. Creo que sí. Seguro. Finales de junio de 2003.


La vuelta de W olf <br />

Es mesonero y posadero de alma, corazón y aspecto. Ti<strong>en</strong>e<br />

la voz atiplada pero no es manso. Cuando se <strong>en</strong>fada, ese agudí-<br />

simo tono con que le parieron hace temblar las piedras de su<br />

casona-hospedería varias veces c<strong>en</strong>t<strong>en</strong>aria. Se llama Angel<br />

Arcos, “Arquitos”. Su mujer, ¡qué mujer!, Ana Boñar, una ribe-<br />

reña del Porma con dos muy puestos. O sea, según la Real<br />

Academia Española, dos “glándulas fem<strong>en</strong>inas, pares y ovoide-<br />

as, situadas a cada lado del útero <strong>en</strong> los ligam<strong>en</strong>tos anchos”.<br />

Casó bi<strong>en</strong> el mozo hace muchos años. Pero ti<strong>en</strong>e un grave defec-<br />

to. Algún tiempo atrás perdió una patilla de sus pequeñas gafas<br />

de présbita (la derecha) y sigue sin reponerla. Digamos que se ha<br />

convertido <strong>en</strong> manco de patilla. Y aunque su desaparición era un<br />

misterio sin resolver hasta hace bi<strong>en</strong> poco, ¿por qué esa inquina<br />

o desprecio hacia ópticos, optometristas o farmacéuticos? Y lo<br />

más <strong>en</strong>ojoso es que son dos los l<strong>en</strong>tes faltos de apoyo <strong>en</strong> la oreja<br />

derecha. Dos. Podría, siquiera, recomponer uno de ellos. No es<br />

tan oneroso. Olvidémoslo.<br />

Wolf, con el ánimo de descubrir el <strong>en</strong>igma, durante algún<br />

tiempo se dedicó a ahondar <strong>en</strong> la historia de “Arquitos”. Vi<strong>en</strong>e de<br />

lejos. Con diez años ayudaba a su padre <strong>en</strong> una cantina-bodega del<br />

1


1 1<br />

Jesús María Cantalapiedra<br />

barrio más popular de la ciudad. Bandeja <strong>en</strong> ristre, subía y bajaba<br />

las escaleras de la vieja mazmorra mirando al t<strong>en</strong>dido, al cli<strong>en</strong>te <strong>en</strong><br />

horas de libación. Parece ser que asc<strong>en</strong>día <strong>en</strong> esta forma para vigi-<br />

lar a los truhanes que empinaban el porrón abajo, s<strong>en</strong>tados <strong>en</strong> ban-<br />

quetas de maderona vieja. O para observar a las francesas de los<br />

Cursos de Verano que cada día visitaban el lugar acompañadas de<br />

depredadores ávidos de carne gala. No se cayó jamás. Los vasos<br />

tintineaban <strong>en</strong> la bandejilla pero <strong>en</strong> precario equilibrio llegaban<br />

arriba. Escribiría más sobre la época niña de “Arquitos”, si no<br />

fuera el recuerdo de la patilla. Insisto, me <strong>en</strong>oja.<br />

Pasaron los años. La vieja cantina se convirtió <strong>en</strong> un clási-<br />

co mesón al que el futuro Mesonero (con mayúscula), si no lo era<br />

ya, imprimió el cuidado estilo personal que aún le adorna.<br />

Pasaron más años. Algui<strong>en</strong> quiso hundirle y lo consiguió. Pero<br />

Wolf no me transmite historias tristes. Sí, que una de las virtudes<br />

del género humano es la capacidad para, a base de tesón, afron-<br />

tar las dificultades y luchar contra los elem<strong>en</strong>tos. Los más fuer-<br />

tes, incluso, consigu<strong>en</strong> resurgir de sus propias c<strong>en</strong>izas cual fabu-<br />

losa Ave Fénix. Este es el caso del mesonero de voz atiplada.<br />

Una p<strong>en</strong>a lo de la patilla.


La vuelta de W olf <br />

Así que levantó el vuelo y persisti<strong>en</strong>do <strong>en</strong> su mismo estilo<br />

tradicional y respetuoso con la historia, tanto <strong>en</strong> param<strong>en</strong>to como<br />

<strong>en</strong> lo gastronómico, instaló otro c<strong>en</strong>tro cívico (los estableci-<br />

mi<strong>en</strong>tos de Angel Arcos, aparte de lo demás, suel<strong>en</strong> ser viveros<br />

sociales) <strong>en</strong> el que ha sabido y querido regalar el paladar y el<br />

ánimo de propios y foráneos durante muchos años. Pero, como<br />

parece que ti<strong>en</strong>e el síndrome del Baile de San Vito (no parece, lo<br />

ti<strong>en</strong>e) y además no se gasta un euro <strong>en</strong> patillas, aun continuando<br />

su labor como mesonero, convirtiose <strong>en</strong> posadero. El ya no tan<br />

rapaz apostó fuerte y montó un hotelito muy adecuado para<br />

noches románticas o locas. No le hace falta poner el marchamo<br />

de “Con <strong>en</strong>canto”. Sales <strong>en</strong>cantado. También <strong>en</strong> esas mañanas o<br />

tardes de la misma condición. O sea.<br />

Bajo la sombra protectora de una muralla que él mismo res-<br />

tauró, sigue ofreci<strong>en</strong>do “las croquetas más caras del mundo”, tal<br />

como, bromeando, aseguró Wolf <strong>en</strong> su época de crítico gastro-<br />

nómico zumbón. “Arquitos” dice que sí, pero que “están hechas<br />

con mucho amor”. M<strong>en</strong>os a las gafas, Angel Arcos rezuma cari-<br />

ño sincero hacia cualquier vertebrado, invertebrado o inmueble.<br />

Bu<strong>en</strong>o, la que <strong>en</strong> realidad pone el cariño culinario es Ana Boñar,<br />

1 2


1 3<br />

Jesús María Cantalapiedra<br />

su mujer, ¡qué mujer! Una p<strong>en</strong>a que no ponga ord<strong>en</strong> con el asun-<br />

to de la patilla. Qué vamos a hacerle.<br />

Pero la cosa no para ahí. Inquieto cual lagartija, a pesar de<br />

su <strong>en</strong>vergadura de mesonero cervantino, ya se ha inv<strong>en</strong>tado otro<br />

figón con el que proseguir una larga andadura iniciada poco des-<br />

pués de hacer la Primera Comunión.<br />

Al tiempo, Wolf continuó su labor detectivesca (llegó a tra-<br />

bajar el ADN de mucha g<strong>en</strong>te) hasta que hace bi<strong>en</strong> pocos días<br />

descubrió el misterio de la desaparición patillera. Después de<br />

innumerables pesquisas dio con la solución. Durante un tiempo<br />

el obispo de Astorga, <strong>en</strong> su mom<strong>en</strong>to asc<strong>en</strong>dido al cielo de la<br />

curia, visitaba con frecu<strong>en</strong>cia la “Posada Muy Regia”. T<strong>en</strong>ía<br />

sufici<strong>en</strong>te confianza y <strong>en</strong>traba <strong>en</strong> la cocina a levantar pucheros y<br />

marmitas. Angel Arcos siempre dejaba, deja las gafas <strong>en</strong> un<br />

pequeño bureau situado a la izquierda, antes del templo de gui-<br />

sos y asados. En realidad se trata de una especie de confesiona-<br />

rio que invita a arrodillarse <strong>en</strong> su frontis y decir: “Ave María<br />

Purísima”. Y allí, naturalm<strong>en</strong>te, no sin antes santiguarse y <strong>en</strong>co-<br />

m<strong>en</strong>darse a la Virg<strong>en</strong>, un día de pecado el obispo maragato le<br />

robó la patilla derecha de ambos l<strong>en</strong>tes. Comprobado.


La vuelta de W olf <br />

Todo ti<strong>en</strong>e su explicación. Monseñor g<strong>en</strong>eraba mucho ceru-<br />

m<strong>en</strong> <strong>en</strong> las orejas y aprovechaba las varillas de polivinilo para,<br />

con cuidadín, allá <strong>en</strong> Astorga, sacarse el sebo de los ad<strong>en</strong>tros<br />

auditivos. Escondido <strong>en</strong> una estancia de palacio, lo iba introdu-<br />

ci<strong>en</strong>do <strong>en</strong> una vieja lata de membrillo y pasados unos meses el<br />

canónigo ecónomo, muy mañoso, convertía el amasijo <strong>en</strong> cirio<br />

pascual. Con el resto, un monaguillo, a base de bayeta, sacaba<br />

brillo a los armariones de la sacristía.<br />

Wolf, g<strong>en</strong>eroso como el sólo, me ha com<strong>en</strong>tado reci<strong>en</strong>te-<br />

m<strong>en</strong>te que pi<strong>en</strong>sa promover una suscripción popular para com-<br />

prar a “Arquitos” unas gafas de verdad, como Dios manda, anti-<br />

vandálicas, antiobispos. La iniciará con un euro. Un hombre<br />

como Angel Arcos, un posadero regio, no puede andar por el<br />

mundo sin patilla. ¡Qué dirán nuestros turistas!<br />

1 4


18<br />

... SEGUIDO DE UN VINO<br />

ESPAÑOL<br />

Desde siempre, este país fue un gran aficionado al vino<br />

social. “Ir de vinos” con cuatro amigos hasta hace bi<strong>en</strong> poco<br />

tiempo era un rito de inexcusable cumplimi<strong>en</strong>to y devoción <strong>en</strong><br />

sesiones de mañana, tarde y noche.<br />

Se acabó la historia, al m<strong>en</strong>os con el disp<strong>en</strong>dio de antaño.<br />

De pronto, los españolines nos hemos tomado a pecho nuestra<br />

condición de europeos del Norte y aquí cada quisque ha de<br />

pagarse su vino. Ya casi no se escucha aquella grata frase:<br />

“Esta ronda es cosa mía” o, “Yo pago la arrancadera”. La<br />

broma de cinco vinos suele pasar de los siete euros (más de mil<br />

antiguas pesetas) y no hay cristiano viejo que aguante a diario<br />

la andanada multiplicada por cuatro, al m<strong>en</strong>os <strong>en</strong> lo doméstico.<br />

1 5<br />

Jesús María Cantalapiedra


La vuelta de W olf <br />

Lo empresarial, lo cultural y lo político es otra cosa; otra cosa<br />

desmadrada, fuera de lugar y tiempos de apreturas. Bi<strong>en</strong> es<br />

cierto que aquellas circunstancias han propiciado íntimas con-<br />

versaciones matrimoniales <strong>en</strong> tardes de asueto hostelero.<br />

Saludan de lejos a otra pareja, situados al fondo de la barra del<br />

bar, a otro par de temerosos seres recelosos de lo que puede<br />

caérseles <strong>en</strong>cima caso de <strong>en</strong>tablar conversación. “No te acer-<br />

ques a rajar con Puri que la liamos”, dice él, mi<strong>en</strong>tras que con<br />

una gran sonrisa, levantando la mano derecha, se da por <strong>en</strong>te-<br />

rado de su pres<strong>en</strong>cia. Y punto. Vuelve a hablar con su señora de<br />

las vacaciones o de las cuñadas.<br />

Como bi<strong>en</strong> sabe el lector de la primera aparición de Wolf,<br />

mi bu<strong>en</strong> amigo trabajó <strong>en</strong> la New Web & Company durante bas-<br />

tantes años. Hasta que un mal día se <strong>en</strong>teró <strong>en</strong> París de que le<br />

habían puesto de patitas <strong>en</strong> la calle. Es decir, <strong>en</strong> la calle de la<br />

regulación de empleo, la reestructuración orgánica, el reajuste de<br />

recursos humanos o cualquier otro camelo semántico. A Wolf no<br />

le <strong>en</strong>tusiasman los eufemismos.<br />

A lo que voy. Mi<strong>en</strong>tras permaneció <strong>en</strong> la New Web, aparte<br />

de su función laboral como ejecutivo de la multinacional, con<br />

1 6


temerosa continuidad debía asistir a numerosos actos sociales,<br />

culturales, empresariales y un largo etcétera de pres<strong>en</strong>taciones y<br />

saraos a los que le invitaban <strong>en</strong> función de su cargo como pro-<br />

duct manager de la citada compañía. No había semana <strong>en</strong> la que<br />

no recibiera, al m<strong>en</strong>os, cinco o seis tarjetones preciosos con el<br />

anuncio de inauguraciones, confer<strong>en</strong>cias, exposiciones u otros<br />

peligros para cuerpo y alma. Indefectiblem<strong>en</strong>te, <strong>en</strong> todos, al final<br />

se insertaba la maléfica frase: “Finalizado el acto, se servirá un<br />

vino español”. Pero claro, eran lugareños muy principales los<br />

organizadores y no había escapatoria.<br />

De tal malav<strong>en</strong>tura, después de diez horas de trabajo, con<br />

ganas feroces de tirarse <strong>en</strong>cima de un sofá y c<strong>en</strong>ar el jodío huevo<br />

frito, se ponía el uniforme de guateque (traje oscuro, camisa<br />

blanca -la de gemelos-, corbata azul) y con cara de cínico escu-<br />

chaba la plasta-pres<strong>en</strong>tación, rodeado de la misma g<strong>en</strong>te del<br />

miércoles u otras de desconocido orig<strong>en</strong>, a qui<strong>en</strong>es nadie intuía<br />

la justificación de su pres<strong>en</strong>cia <strong>en</strong> el acto. Entre los habituales,<br />

durante años, compartió canapé y vino español con dos señoras<br />

rubias, <strong>en</strong>tradas <strong>en</strong> edad, que no se perdían una. Les daba lo<br />

mismo confer<strong>en</strong>cia, exposición, pres<strong>en</strong>tación de <strong>libro</strong> o concier-<br />

1 7<br />

Jesús María Cantalapiedra


La vuelta de W olf <br />

to polifónico. Mi<strong>en</strong>tras el introductor iniciaba y desarrollaba el<br />

objeto del acto, dormían la siesta del carnero y después, con el<br />

gañote sequísimo, arrebataban todo tipo de bebidas (les daba lo<br />

mismo que fueran refrescos de naranja, limón, m<strong>en</strong>ta o vino<br />

peleón). Posteriorm<strong>en</strong>te <strong>en</strong>gullían como desaforadas, ayudándo-<br />

se de ambas manos, tortilla, queso, jamón (si lo hubiera o hubie-<br />

se), empanadillas, calamares y las omnipres<strong>en</strong>tes aceitunas. De<br />

vez <strong>en</strong> cuando una de ellas, la más m<strong>en</strong>uda, deslizaba hacia el<br />

bolso negro, abierto al efecto, cuatro raspas de salchichón y pas-<br />

telillos de crema. Unos cuantos. Les importaban un pepino las<br />

diarreas nocturnas. La m<strong>en</strong>udilla de carnes las cogía sonoras.<br />

Quiero decir sonoras, antes de la destemplanza o cólico.<br />

El sarao, como siempre, había salido gratis. De papo. T<strong>en</strong>ían<br />

un lema desde tiempo inmemorial: “De aquí salimos c<strong>en</strong>adas”. Y<br />

así lo vinieron haci<strong>en</strong>do a partir de que <strong>en</strong>traran <strong>en</strong> años.<br />

Pero los tiempos cambian. La política muda. Los mandata-<br />

rios se sustituy<strong>en</strong>. Todo se trasmuta a excepción del apetito de<br />

las dos señoras rubias con morro sexag<strong>en</strong>ario.<br />

Hace bi<strong>en</strong> pocos meses, <strong>en</strong>teradas de un fiestón de alto<br />

copete (Wolf nunca supo el mecanismo por el que conocían hora<br />

1 8


y lugar de los distintos ágapes) pres<strong>en</strong>táronse <strong>en</strong> el Salón<br />

Grandeza de un hotel capitalino dispuestas a todo. La m<strong>en</strong>uda ya<br />

había abierto el bolso, despr<strong>en</strong>di<strong>en</strong>do el cierre, una trabilla dora-<br />

da muy cómoda de manejo. Mas, hete aquí que, efectivam<strong>en</strong>te,<br />

el acto era de alto copete y a la <strong>en</strong>trada de la mayestática estan-<br />

cia se situaban unas azafatas de piernas largas y galgo corredor,<br />

monísimas ellas, pidi<strong>en</strong>do la invitación. Sonri<strong>en</strong>tes pero riguro-<br />

sas. “Bu<strong>en</strong>as noches. Bi<strong>en</strong>v<strong>en</strong>idas. ¿T<strong>en</strong>drían la amabilidad de<br />

<strong>en</strong>tregarnos la tarjeta?”, dijeron a las dos señoras rubias ávidas<br />

de pitanza. Las devoradoras de canapéscalamaresempanadillas-<br />

quesotortillaaceitunas, la normal y la m<strong>en</strong>uda, ni se inmutaron.<br />

Int<strong>en</strong>taron traspasar la puerta de doble hoja. “Por favor, la tarje-<br />

ta”, insistieron las piernas largas (vestidas de verde pistacho con<br />

interesante, a la par que g<strong>en</strong>erosa, abertura lateral <strong>en</strong> la faldilla).<br />

Las tragadoras continuaron su paso resueltas. Como qui<strong>en</strong><br />

oye llover. Las de la raja faldera, cortándoles el paso, insistieron.<br />

Por fin las rubias, ciertam<strong>en</strong>te molestas contestaron: “Oigan, so<br />

memas, llevamos más de treinta años vini<strong>en</strong>do al Salón<br />

Grandeza y a nadie se le ha ocurrido molestarnos con imperti-<br />

n<strong>en</strong>cias. Pues sólo faltaba. ¡Qué vergü<strong>en</strong>za! Y todo por culpa de<br />

1 9<br />

Jesús María Cantalapiedra


La vuelta de W olf <br />

las elecciones. Ustedes no sab<strong>en</strong> con quién están hablando. Esto<br />

con Franco no pasaba. Ni siquiera con Felipe. Y a ver si se cos<strong>en</strong><br />

la raja, so guarras”.<br />

Y of<strong>en</strong>didas pero dignas se fueron reburdiando.<br />

Wolf, at<strong>en</strong>to a todo el episodio, salió tras ellas y las invitó<br />

a un café con leche <strong>en</strong> la cafetería del hotel. “Me han caído sim-<br />

páticas, señoras”, com<strong>en</strong>tó. “Ti<strong>en</strong><strong>en</strong> razón. Ya no hay estilo ni<br />

formas desde que cambió el gobierno municipal. No hay con<br />

qui<strong>en</strong> tratar”, remató.<br />

La más m<strong>en</strong>uda le dijo: “Ya de puestas, ¿podríamos tomar<br />

un sandwich de jamón y queso?<br />

11


19<br />

ERES MIENTRAS ESTÁS<br />

Sabido es por una bu<strong>en</strong>a parte del mundo occid<strong>en</strong>tal, que<br />

Wolf es bastante memo. Desde pequeñín. Aún hoy, después de<br />

muchos avatares y tropezones, con lo mayorzón que es, sigue<br />

empecinado <strong>en</strong> la bondad del mundo y actúa <strong>en</strong> consecu<strong>en</strong>cia.<br />

Tan necio es, que aún cree <strong>en</strong> la paz de los sepulcros y <strong>en</strong> el res-<br />

peto de las personas. El hombre no se <strong>en</strong>tera de las pertinaces<br />

agresiones externas o, como máximo, es consci<strong>en</strong>te de ellas a<br />

toro pasado. Tardío de reflejos. Para más inri es algo duro de<br />

oído. De pequeño era el primero <strong>en</strong> recibir bofetadas, aunque no<br />

sabía de dónde ni por qué le v<strong>en</strong>ían. Siempre se situaba <strong>en</strong> el<br />

lugar más inoportuno y… ¡zas!<br />

Durante muchos años practicó el periodismo y, ¡válgame<br />

Dios!, escribía lo que le salía del alma. Craso error. T<strong>en</strong>ía más<br />

111<br />

Jesús María Cantalapiedra


La vuelta de W olf <br />

<strong>en</strong>tusiasmo que los caballos de carrera (que ya hace falta ser<br />

bobo, el caballo digo) y trabajaba cual fiera. Llegó a alcanzar <strong>en</strong><br />

su ciudad cierta notoriedad y p<strong>en</strong>saba que iba a pasar a la poste-<br />

ridad o que, al m<strong>en</strong>os, algui<strong>en</strong> le pondría una medallina por los<br />

méritos que creía estaba alcanzando. Mas, algo le inquietó. Un<br />

amigo periodista madrileño, hoy conocido columnista de pr<strong>en</strong>sa,<br />

al verle tan emocionado con sus cosas, le advirtió: “Wolf, cuida-<br />

do. T<strong>en</strong> <strong>en</strong> cu<strong>en</strong>ta que, hagas lo que hagas, Eres mi<strong>en</strong>tras estás.<br />

Después se acabó”.<br />

Efectivam<strong>en</strong>te, cuando dejó de ser, se olvidaron de él. Se<br />

acabó la pequeña notoriedad. Dejaron de <strong>en</strong>viarle invitaciones<br />

a cosas. Algunos, a su paso, miraban a los tejados para evitar-<br />

le. Sus paisanos, cierto es, gozaron y gozan de una sorpr<strong>en</strong>-<br />

d<strong>en</strong>te capacidad para la desmemoria (digo que gozan, que dis-<br />

frutan dejando de lado a sus g<strong>en</strong>tes). Han arrinconado <strong>en</strong> algún<br />

lugar de salva sea la parte, hasta sus oríg<strong>en</strong>es rurales. O los<br />

niegan. Han postergado a qui<strong>en</strong>es fueron sus padres históricos,<br />

por mucha gloria que alcanzaran o alcanzas<strong>en</strong>. Y no me refie-<br />

ro a Guzmán el Bu<strong>en</strong>o, que al final se portó bastante mal con<br />

su hijo.<br />

112


Erre que erre <strong>en</strong> sus principios, a lo largo de unos cuantos<br />

años se dedicó a la política. Por casualidad. Pero se <strong>en</strong>tregó con<br />

pasión, arrebatado con el recado. Y volvió a repetirse la historia.<br />

Cuando vinieron mal dadas, la mayor parte de qui<strong>en</strong>es le habían<br />

pasado la mano por el lomo, halagado, adulado, dado coba y<br />

hecho g<strong>en</strong>uflexiones ante su pres<strong>en</strong>cia (casi todos babosos),<br />

com<strong>en</strong>zaron a dirigirle miradas torvas. Como queri<strong>en</strong>do decir:<br />

“Jódete, Wolf”. Otros, también, dirigían la mirada hacia los ale-<br />

ros <strong>en</strong> busca de pajarcillos haci<strong>en</strong>do el amor. M<strong>en</strong>os mal que a<br />

algunos les caía <strong>en</strong>cima de un ojo la diminuta caca del pardal.<br />

Pero los peores eran qui<strong>en</strong>es le abrazaban con lágrimas <strong>en</strong> los<br />

ojos. “¡Cuánto lo si<strong>en</strong>to, Wolf. En casa nos acordamos mucho de<br />

ti”. Como queri<strong>en</strong>do decir: “Que te d<strong>en</strong> por las tronchas de<br />

bufandoles, mamón”.<br />

Y así fue pasando la vida hasta que un día tomó la determi-<br />

nación. Había estudiado <strong>en</strong> el seminario, aunque le faltaban dos<br />

asignaturas para cantar misa. Una de ellas “Teología III”. Y, lo<br />

que son las cosas, un antiguo compañero de latines fue nombra-<br />

do obispo de su ciudad. Se puso <strong>en</strong> contacto con él, le contó su<br />

vida y su Excel<strong>en</strong>cia Rever<strong>en</strong>dísima le instó a que terminara la<br />

113<br />

Jesús María Cantalapiedra


La vuelta de W olf <br />

carrera. “Yo te ayudaré. Te hago canónigo <strong>en</strong> un plis plas”. De<br />

tal suerte, conv<strong>en</strong>cido, aprobó “Teología III” y la otra, y previo<br />

cursillo <strong>en</strong> Roma, alcanzó la dignidad prometida. Igualm<strong>en</strong>te, se<br />

volcó <strong>en</strong> la Iglesia con devoción inusitada y convirtiose <strong>en</strong> la<br />

mano derecha de Monseñor. Todo fue muy rápido. Se hizo popu-<br />

lar <strong>en</strong>tre la feligresía y com<strong>en</strong>zaron los sombrerazos, los pases de<br />

mano por el lomo, los halagos y las g<strong>en</strong>uflexiones de babosos.<br />

Pero, volvi<strong>en</strong>do a la máxima Eres mi<strong>en</strong>tras estás, la gloria fina-<br />

lizó pronto. Por esas cosas de la política eclesial, su amigo el<br />

obispo cayó <strong>en</strong> desgracia y, naturalm<strong>en</strong>te, Wolf. Aquel fue <strong>en</strong>via-<br />

do a la reserva y mi amigo a Alpedrete. Se negó, dejó el clerman<br />

y com<strong>en</strong>zó a percibir miradas torvas y aus<strong>en</strong>cia de coba y pelo-<br />

tas. Algunos, al paso, dirigían la mirada hacia los aleros <strong>en</strong> busca<br />

de pajarcillos haci<strong>en</strong>do el amor. Llegado a casa, un día y otro,<br />

meditaba sobre la levedad del ser.<br />

Tuve que tomar cartas <strong>en</strong> el asunto pues observé que el<br />

pobre Wolf se me estaba quedando <strong>en</strong> nada. Al final, sigui<strong>en</strong>do<br />

mis consejos, se marcho a vivir a París. Saint Germain de Prés,<br />

12 rue du Seine. Pude conv<strong>en</strong>cerle. No para que disfrutara del<br />

anonimato, sino para permanecer aj<strong>en</strong>o a las miserias y cutrerío<br />

114


de los demás. Sin dar un ruido, bajar a comprar la baguette pre-<br />

ocupándole un güevo que la mujer del boulanger se escapó con<br />

un cubano de groso miembro; pasar olímpicam<strong>en</strong>te de que le<br />

situaran al lado de los váteres <strong>en</strong> un sarao, como le ocurrió una<br />

de las veces que dejó de ser; irse de excursión a La Baule <strong>en</strong> día<br />

de elecciones; no leer los periódicos ni ver la basurilla televisi-<br />

va. En definitiva, vivir. Caminar. Observar la lluvia por asper-<br />

sión de los parques; compartir un vino boijolai con el recupera-<br />

do amor de su vida. Reírse del mundo estúpido y de las malas<br />

g<strong>en</strong>tes que lo conforman. Unicam<strong>en</strong>te, vivir.<br />

Y allí le dejé. Hoy es feliz. Cogió el traspaso de la esquina<br />

izquierda de un pobre, ubicada al lado de la puerta principal de<br />

la iglesia de Saint Juli<strong>en</strong> (Le Pauvre, naturalm<strong>en</strong>te). La mujer de<br />

su vida, <strong>en</strong> la otra esquina, actúa como estatua vivi<strong>en</strong>te pintada<br />

de gris. Combina dos shows: La Dama de Elche y la Estatua de<br />

la Libertad, <strong>en</strong> sesiones de mañana y tarde, respectivam<strong>en</strong>te.<br />

Cuando el paseante g<strong>en</strong>eroso hace tintinear una moneda <strong>en</strong> el<br />

platillo colocado al efecto, mueve la antorcha con mucha gracia<br />

o se retoca el rodete alicantino, según el caso. Ti<strong>en</strong>e gran éxito.<br />

No se inmuta la tía. El negocio les da para pagar la habitación y<br />

115<br />

Jesús María Cantalapiedra


La vuelta de W olf <br />

comer le plat du jour <strong>en</strong> un bistro cercano. Y, sobre todo, para<br />

hacer muchas risas. Para reírse de lo lindo al observar su <strong>en</strong>tor-<br />

no y el coche GTI que se compró un vecino de <strong>en</strong>fr<strong>en</strong>te, v<strong>en</strong>ido<br />

a más, que vive <strong>en</strong> duplex recién restaurado por avispado con-<br />

tratista. Le costó un riñón pero decidió permanecer <strong>en</strong> el dete-<br />

riorado barrio para que se notara el poderío recién adquirido.<br />

Y, aunque no le va mal, ahora anda <strong>en</strong>zarzado con un nuevo<br />

proyecto. Aficionado a hacer versos, ha escrito lo que pi<strong>en</strong>sa va<br />

a ser la canción del verano y está que no vive <strong>en</strong> sí. Y así dice:<br />

“Jefe, ¿qué es lo que ti<strong>en</strong>e…?<br />

T<strong>en</strong>go gambas, t<strong>en</strong>go chopitos, t<strong>en</strong>go croquetas, t<strong>en</strong>go<br />

jamón. T<strong>en</strong>go morcillas, t<strong>en</strong>go <strong>en</strong>salá… y t<strong>en</strong>go una hueva muy<br />

bi<strong>en</strong> aliñá…<br />

No sé yo. Me parece un poco rara. El dice que puede forrar-<br />

se. ¡Ojalá!, vaya usted a saber. Wolf es así. De todas formas, a mí<br />

me su<strong>en</strong>a de algo.<br />

Y de mom<strong>en</strong>to, así están las cosas. Vive <strong>en</strong> La Ville, aunque<br />

con nostalgia política reflejada <strong>en</strong> una carta que recibí hace dos<br />

días. En el último capítulo, la transcribo. Es mi obligación.<br />

116


20<br />

ADVERTENCIA DE LEGALIDAD<br />

Wolf, <strong>en</strong> un afán de servicio al ciudadano, durante algún<br />

tiempo empolló Derecho Administrativo con int<strong>en</strong>ción de<br />

aclarar a las g<strong>en</strong>tes de su <strong>en</strong>torno ciertas expresiones y con-<br />

ceptos burocráticos desconocidos para la mayoría. Hizo un<br />

curso acelerado de la materia <strong>en</strong> antigua academia de la loca-<br />

lidad y, desde hace varios meses, se dedica a <strong>en</strong>señar al que no<br />

sabe o goza de pocas <strong>en</strong>t<strong>en</strong>dederas. Consideró necesario alec-<br />

cionar al contribuy<strong>en</strong>te sobre el significado de, por ejemplo:<br />

“advert<strong>en</strong>cia de ilegalidad”, “dación de cu<strong>en</strong>tas”, “contrac-<br />

tual”, “bi<strong>en</strong>es demaniales”, etc., etc,.<br />

El primer <strong>en</strong>sayo difundido fue precisam<strong>en</strong>te el referido<br />

a la llamada “advert<strong>en</strong>cia de ilegalidad”, sólo que al revés. El<br />

hombre de la calle no conoce bi<strong>en</strong> sus derechos y <strong>en</strong> ocasiones<br />

no los ejercita por miedo a det<strong>en</strong>ciones, multas, sanciones o<br />

117<br />

Jesús María Cantalapiedra


La vuelta de W olf <br />

demás p<strong>en</strong>as pecuniarias. Pero el temor más acusado es el que<br />

le priv<strong>en</strong> de libertad, el del arresto <strong>en</strong> sórdidas mazmorras. Así<br />

que Wolf, con las mismas, publicó un folleto informativo titu-<br />

lado “ADVERTENCIA DE LEGALIDAD” con el fin de expli-<br />

car de una vez por todas a qué ti<strong>en</strong>e derecho el personal sin<br />

que caigan sobre él los servidores del ord<strong>en</strong> armados de maca-<br />

nas y porretas. Así decía el panfleto:<br />

1). Cualquier hombre, mujer, cura o militar con o sin gra-<br />

duación, d<strong>en</strong>tro de la calidad legal del hecho <strong>en</strong> cuestión,<br />

podrá com<strong>en</strong>tar <strong>en</strong> la cafetería de la esquina los amores de La<br />

Pantoja y su última adquisición, el alcalde de Marbella (agos-<br />

to de 2003), sin que puedan ser det<strong>en</strong>idos por las Fuerzas de<br />

Seguridad del Estado. Si el cuchicheo está referido a Tamara o<br />

a Pocholo, se corre algún peligro pero, al final, nada. Palabra.<br />

2). Es legal, igualm<strong>en</strong>te, la visión <strong>en</strong> el domicilio habitual<br />

de tertulias televisivas. Esas <strong>en</strong> las que todos los tertulianos<br />

sab<strong>en</strong> más que Dios b<strong>en</strong>dito y pontifican como lo hizo Angelo-<br />

Giuseppe Roncalli, Juan XXIII, desde 1958 a 1963. En la<br />

misma medida se advierte de legalidad el hecho de s<strong>en</strong>tarse<br />

fr<strong>en</strong>te a la televisión y deleitarse con “Tómbola”, “Salsa<br />

118


Rosa”, “Corazón de primeveraveranootoñoinvierno” o cual-<br />

quier bonito magazín con trifulca e improperios incluidos.<br />

Asimismo, es permisible la observación de m<strong>en</strong>udillos y char-<br />

cutería fina de la legión de guarras que adornan la pantalla <strong>en</strong><br />

sesiones infantil, tarde y noche, aunque es aconsejable <strong>en</strong>viar<br />

a los niños a casa de la abuela o arrearles <strong>en</strong> la cabeza con un<br />

calcetín ll<strong>en</strong>o de ar<strong>en</strong>a fina. Tampoco vi<strong>en</strong><strong>en</strong> mal unas gotitas<br />

de cloroformo por vía nasal. Duerm<strong>en</strong> como santines, los<br />

pobres. Pero por lo demás, no pasa nada, nada. Por no pasar,<br />

ni te deti<strong>en</strong><strong>en</strong> los Geos. O sea que tranquilos.<br />

3). Es permisible, d<strong>en</strong>tro de la más absoluta legalidad, lle-<br />

var a tres cuñadas y a la suegra de vacaciones a Gijón o a Sancti<br />

Petri <strong>en</strong> la provincia de Cádiz. Ahora todo el mundo va a Sancti<br />

Petri. Si usted no la hecho, calle. Quedaría fatal. A lo que voy, no<br />

interv<strong>en</strong>drá la Policía Nacional, ni tan siquiera los guardias jura-<br />

dos, ni la Cruz Roja del Mar, siempre que no ahogue a alguna de<br />

las hermanas de su señora. Por ahí no pasan. Si la inmersión defi-<br />

nitiva fuere a la suegra, suel<strong>en</strong> hacerse los locos.<br />

Caso de ser usted uno de los inconsci<strong>en</strong>tes de tal desas-<br />

tre vacacional, se aconseja que ingiera mucha cazalla durante<br />

119<br />

Jesús María Cantalapiedra


La vuelta de W olf <br />

esos ocho o diez días malignos o, <strong>en</strong> su defecto, cualquier<br />

bebida de alta graduación <strong>en</strong> sesiones de mañana, tarde y<br />

noche. A veces se olvida el torm<strong>en</strong>to.<br />

4). Con g<strong>en</strong>erosidad, <strong>en</strong>marcado el acto <strong>en</strong> terr<strong>en</strong>os<br />

estrictam<strong>en</strong>te legales, puede ceder una tarjeta de crédito a su<br />

señora (mejor la Oro), principalm<strong>en</strong>te durante las campañas<br />

comerciales sigui<strong>en</strong>tes: “Mes blanco del hogar”, “Días de oro<br />

de los complem<strong>en</strong>tos”, “Semana de la l<strong>en</strong>cería” o, también, al<br />

comi<strong>en</strong>zo de las rebajas de julio o <strong>en</strong>ero. Nadie le pedirá expli-<br />

caciones ni será interrogado por la Guardia Civil. Se trata de<br />

un derecho inali<strong>en</strong>able. Bu<strong>en</strong>o, puede surgir algún problemilla<br />

con el banco a final de mes. Pero ese es otro tema que nada<br />

ti<strong>en</strong>e que ver con lo punible. Ejercite su derecho y, al que Dios<br />

se la dé, San Pedro se la b<strong>en</strong>diga.<br />

5). ¿Ti<strong>en</strong>e usted <strong>en</strong>tre 45 y 70 años? ¿Está dispuesto a<br />

formar parte de la modernidad a pesar de la pila? ¿Quiere<br />

triunfar <strong>en</strong> sociedad y ser la <strong>en</strong>vidia de sus amigos? Pues pón-<br />

gase al día y haga uso de una acción tan simple como históri-<br />

ca, que no va a contrav<strong>en</strong>ir ninguna norma. ¡TATÚESE! Sí<br />

hombre, como los antiguos aguerridos piratas, como los legio-<br />

12


narios de cuando Franco, como las quinceañeras del mom<strong>en</strong>-<br />

to, que llevan tatuajes preciosos hasta <strong>en</strong> las tetillas.<br />

Permitiéndome un consejo, le sugiero que <strong>en</strong> cualquier<br />

establecimi<strong>en</strong>to del ramo se haga grabar los sigui<strong>en</strong>tes: uno a<br />

la altura de las gorjas que repres<strong>en</strong>te a una sir<strong>en</strong>ita de larga<br />

cola (<strong>en</strong> verano vi<strong>en</strong>e muy bi<strong>en</strong>); sobre los hombros la ley<strong>en</strong>-<br />

da “Turcia Sola”, si es que ha t<strong>en</strong>ido la suerte de nacer <strong>en</strong> el<br />

afamado pueblo. Quiero decir, “Turcia” <strong>en</strong> el derecho y “Sola”<br />

<strong>en</strong> el izquierdo, para que puedan observar la reivindicación<br />

panorámicam<strong>en</strong>te (<strong>en</strong> Sancti Petri queda de perlas); hacia las<br />

estribaciones superiores de la nalga derecha, un dragón multi-<br />

color que rodee la barriga y se meta por la parte delantera del<br />

bañador. Admirarán su arrojo.<br />

En ombligo, tetillas y otras zonas lúbricas, no. Es prefe-<br />

rible el piercing. Queda como más moderno a la par que gra-<br />

cioso. Y todo, vuelvo a insistir, sin que ninguna institución le<br />

remita a usted un oficio con la más mínima advert<strong>en</strong>cia de ile-<br />

galidad. No pasa nada, hombre.<br />

ce.<br />

Ejercite sus derechos ciudadanos y sea feliz. Se lo mere-<br />

121<br />

Jesús María Cantalapiedra


La vuelta de W olf <br />

122


21<br />

CAGADONAS OFICIALES<br />

Por razones que no vi<strong>en</strong><strong>en</strong> a cu<strong>en</strong>to, una bu<strong>en</strong>a parte de<br />

políticos <strong>en</strong> ejercicio siempre tuvo mala pr<strong>en</strong>sa. Y la ti<strong>en</strong><strong>en</strong><br />

muchos de ellos hasta que les llega el tránsito, mom<strong>en</strong>to <strong>en</strong> el<br />

que, como un torr<strong>en</strong>te, aparec<strong>en</strong> <strong>en</strong> la calle alabanzas y <strong>en</strong>co-<br />

mios. Si fueron malos se suele decir: “Ya, pero t<strong>en</strong>ía un gran<br />

corazón”. Si fueron bu<strong>en</strong>os se les hace hijos predilectos del<br />

lugar. Todos tan cont<strong>en</strong>tos y a otra cosa mariposa. Si pasaron<br />

desapercibidos, como casi todos, (el pueblo es olvidadizo) se<br />

com<strong>en</strong>ta: “Sí hombre, Zutano, uno que era calvo que una vez<br />

hizo no sé qué. No, ese era M<strong>en</strong>gano. Bu<strong>en</strong>o, uno que era<br />

calvo…”<br />

Mas, <strong>en</strong> vida, el problema es que el ciudadano suele globa-<br />

lizar y mete a todos <strong>en</strong> el mismo saco, sobre todo <strong>en</strong> lo referido<br />

123<br />

Jesús María Cantalapiedra


La vuelta de W olf <br />

a los aspectos negativos de su función, muchas veces tan ingra-<br />

ta como desconocida por el gran público. En tiempos ocurría lo<br />

mismo con los curas. Todos t<strong>en</strong>ían ama-novia, todos le daban al<br />

Cariñ<strong>en</strong>a con fruición, todos se pasaban las tardes jugando al<br />

julepe y, además, todos recibían diezmos y primicias g<strong>en</strong>erosas.<br />

Falso. Wolf conoció a muchos abates que no conocían señora,<br />

que eran abstemios, que no barajaban a Heraclio Fournier y que<br />

a partir del día 20 del mes t<strong>en</strong>ían que comer solitaria mortadela<br />

compartida con el gato famélico, única her<strong>en</strong>cia de la pobre<br />

mamá. La cosa no daba para más. En términos g<strong>en</strong>erales.<br />

El personal, mayorm<strong>en</strong>te, y no es por nada de nada ni cosa<br />

ninguna, sólo conoce al político por la foto o por los pertinaces,<br />

ladinos y perversos dimes y diretes. Y poco más, caso de no haber-<br />

las armado pardas, que también haylos. Nadie sabe de los mom<strong>en</strong>-<br />

tos amargos que han de sufrir; nadie se <strong>en</strong>tera de la cantidad de<br />

chorizos, fulleros, sinvergü<strong>en</strong>zas, sátrapas, marrulleros, jetas (can-<br />

tidad), pícaros (más cantidad), bribones, necios, m<strong>en</strong>tecatos, maja-<br />

deros, borregos, carteristas de burocrático guante y otros peligro-<br />

sos elem<strong>en</strong>tos que han de recibir <strong>en</strong> sus despachos con la sonrisa<br />

<strong>en</strong> los labios e impasible el ademán. Si no pon<strong>en</strong> impasible el ade-<br />

124


mán, se los com<strong>en</strong>. También han de escuchar a muchas g<strong>en</strong>tes de<br />

bu<strong>en</strong>a voluntad de la que apr<strong>en</strong>d<strong>en</strong>. Que falta hace.<br />

Otros aspectos de la actividad política, aparte por supuesto<br />

de las serias responsabilidades para las que el soberano pueblo<br />

les eligió e instaló <strong>en</strong> el hemiciclo, están referidas (lo cu<strong>en</strong>to<br />

como anécdota) a los innumerables actos oficiales, semioficia-<br />

les, oficiosos, cívicos, diocesanos, militares, etc. etc., <strong>en</strong> los que<br />

es obligada su pres<strong>en</strong>cia por “imperativo legal”. Bi<strong>en</strong> es cierto<br />

que muchos, escaqueadotes profesionales que apr<strong>en</strong>dieron los<br />

trucos de las aus<strong>en</strong>cias <strong>en</strong> la milicia, lo cual, <strong>en</strong> la mili, no apa-<br />

rec<strong>en</strong> <strong>en</strong> los actos ni aunque el invitado y protagonista sea el<br />

Santo Padre. Siempre ti<strong>en</strong><strong>en</strong> un compromiso familiar ineludible.<br />

Bodas, bautizos, sepelios. Ya se sabe. O sea. Algunos, <strong>en</strong> cuanto<br />

huel<strong>en</strong> una misa de doce curas o una confer<strong>en</strong>cia metafísica o<br />

una inauguración con palabras previas de varios pl<strong>en</strong>ipot<strong>en</strong>cia-<br />

rios, son capaces de escayolarse una pierna. Es fácil. Se compran<br />

<strong>en</strong> la farmacia de la esquina las oportunas v<strong>en</strong>das que, humede-<br />

cidas, te pon<strong>en</strong> la extremidad inferior más dura que adoquín pea-<br />

tonal de los caros. Unos días después del ev<strong>en</strong>to, se quita y san-<br />

tas pascuas.<br />

125<br />

Jesús María Cantalapiedra


La vuelta de W olf <br />

Wolf, temeroso de Dios y de los hombres, por s<strong>en</strong>tido del<br />

deber, <strong>en</strong> su época de edil <strong>en</strong> ejercicio solía acudir tan cont<strong>en</strong>-<br />

to a cualquier llamado por plasta que fuera o fuese. Misas de<br />

pontifical, conciertos de música japonesa, primeras piedras o<br />

procesiones con el codo incorrupto de San Remigio, eran su<br />

pan de cada día. Se lo tomaba muy <strong>en</strong> serio y, aun <strong>en</strong> segunda<br />

o tercera fila, participaba de la convocatoria con solemnidad<br />

digna de <strong>en</strong>comio. Llegó a hacer un cursillo para saber cuan-<br />

do había que levantarse o s<strong>en</strong>tarse <strong>en</strong> los oficios religiosos. Se<br />

le había olvidado.<br />

Sin embargo, uno de los actos tradicionales de cada año,<br />

allá por Octubre, le traía a mal traer. Se trataba de la Fiesta de las<br />

Cantachurras (posiblem<strong>en</strong>te la más pintoresca fiesta histórica de<br />

la ciudad) y posterior desfile de carros adornados con preciosas<br />

colchas de la abuela y mucho follaje. Mas, hete aquí que, natu-<br />

ralm<strong>en</strong>te, los carros <strong>en</strong> cuestión eran tirados por parejas de<br />

rumiantes vacas o bueyes, asimismo <strong>en</strong>galanados con motivos<br />

vegetales y roscas de pan <strong>en</strong>sartadas <strong>en</strong> la cornam<strong>en</strong>ta. Hasta ahí,<br />

bi<strong>en</strong>. Pero, malgré moi, a lo largo de todo el recorrido (no sé lo<br />

que les dan para desayunar), a todas las vacas, a todos los bue-<br />

126


yes, les <strong>en</strong>traban urg<strong>en</strong>cias producidas, creo yo, por haber inge-<br />

rido ciruelas pasadas de caducidad o algún otro producto que les<br />

hacía levantar el rabo y obrar, digo obrar <strong>en</strong> consecu<strong>en</strong>cia. No<br />

vean lo sueltonas que andaban. Del escatológico orificio, cual<br />

cascada, salía un chorro viscoso, casi líquido, que rompía sobre<br />

el suelo de la calle poniéndolo todo perdido. Una especie de<br />

<strong>en</strong>saimadas blandinas mezcladas con aguas m<strong>en</strong>ores. Un horror.<br />

Mas, el problema era para las autoridades que cerraban la<br />

comitiva. Como era habitual, iban al final delante de la banda de<br />

música. Habían de atravesar como podían el camino marrón<br />

señalado por los rumiantes (vacas y bueyes hac<strong>en</strong> camino al<br />

andar) y aquello parecía una repres<strong>en</strong>tación múltiple de Chiquito<br />

de la Calzada. Subiéndose la pernera de los pantalones, igual que<br />

el de Barbate, daban saltines laterales o <strong>en</strong> el s<strong>en</strong>tido de la mar-<br />

cha, <strong>en</strong> un siempre fallido int<strong>en</strong>to de no pringarse con la famosa<br />

caca de la vaca. De ahí el dicho. Wolf jamás lo consiguió.<br />

Llegaba a casa hecho un porquero. Antes de <strong>en</strong>trar, temi<strong>en</strong>do los<br />

aullidos de Marujina, se quitaba los zapatos, otrora impólutos.<br />

Lo malo era el olor y los residuos de cosa impregnados <strong>en</strong> los<br />

dobleces del pantalón de los domingos. Cuando Marujina<br />

127<br />

Jesús María Cantalapiedra


La vuelta de W olf <br />

com<strong>en</strong>zaba a chillar él respondía: “No te preocupes, el año que<br />

vi<strong>en</strong>e me escayolo”.<br />

Y para qué hablar de los músicos de la banda. Hace unos<br />

años resbaló el del bombo, cayósele el instrum<strong>en</strong>to al suelo y una<br />

vez reiniciada la marcha, cada vez que aporreaba con el mazo de<br />

cuero la vejiga de la derecha, el semilíquido, impelido por la per-<br />

cusión, salpicaba a los espectadores a modo de agua b<strong>en</strong>dita pas-<br />

cual. Así ocurrió.<br />

128


22<br />

TODO LO QUE SIEMPRE<br />

QUISO SABER<br />

DEL MUNICIPIO Y NUNCA<br />

LE CONTARON<br />

Cuando ya p<strong>en</strong>saba que no iba a saber nada de Wolf, me escri-<br />

bió una larga carta, una carta vali<strong>en</strong>te <strong>en</strong> la que no se dejó nada <strong>en</strong><br />

el tintero. La misiva recordaba nostálgica sus años dedicado a la<br />

política, junto con las controversias municipales de la ciudad que le<br />

vio nacer. Espero que nadie se escandalice. Es un deber y un dere-<br />

cho poner las cartas boca arriba de una vez por todas. Wolf así lo<br />

desea. Caiga qui<strong>en</strong> caiga. Dic<strong>en</strong> que la democracia es el mejor de<br />

los males, pero ti<strong>en</strong>e grandes virtudes y una de ellas es la posibili-<br />

dad de hablar claro y alto. En liberté, egalité y fraternité.<br />

129<br />

Jesús María Cantalapiedra


La vuelta de W olf <br />

Así decía la epístola:<br />

Lieb Jesús: Die Poridadm<strong>en</strong> von Amilivi<strong>en</strong> sie presste<br />

d<strong>en</strong> Arm auf ihr<strong>en</strong> bauch, sie war völlig zusamm<strong>en</strong>gekrümmt<br />

und wimmwerte vor sich hin. Mir war schwindlig die Picar<strong>en</strong><br />

Justin<strong>en</strong> Plaz<strong>en</strong>. Mein gesicht fühlte sich klebrig und heiss an,<br />

meine lipp<strong>en</strong> schmeckt<strong>en</strong> nach salz und blut. Einer der Beamt<strong>en</strong><br />

blätterte in Annas Pass. Sie Kämpfte nass geschwitz geg<strong>en</strong> ihr<strong>en</strong><br />

Schmerz an und schluchzte vor Wut. ¡Rioj<strong>en</strong>!, ¡Bierz<strong>en</strong>!,<br />

¡Riber<strong>en</strong> von Duer<strong>en</strong>! ¡Priet<strong>en</strong> Picud<strong>en</strong>! Und auch, pimi<strong>en</strong>-<br />

t<strong>en</strong> von Fresn<strong>en</strong> von Vegaring<strong>en</strong>. Und auch die botill<strong>en</strong> und<br />

mantecad<strong>en</strong> von Astorg<strong>en</strong> die Maragatering<strong>en</strong>.<br />

!Feiglinge erbärmliche feiglinge! Ich bin schwedische sta-<br />

atsbürgerin. Meine liebe ist paisan<strong>en</strong> von Turci<strong>en</strong>. Er wird pro-<br />

test einleg<strong>en</strong>! Wart<strong>en</strong> sie nur. Ich werde die medi<strong>en</strong> einschalt<strong>en</strong>,<br />

berichte schreib<strong>en</strong>. Sie werd<strong>en</strong> seh<strong>en</strong>, sie werd<strong>en</strong> seh<strong>en</strong>... ¿Was<br />

ist dieser? ¿Rodrigat<strong>en</strong> von Obispaling<strong>en</strong>?<br />

Die beamt<strong>en</strong> scharrt<strong>en</strong> mit d<strong>en</strong> füss<strong>en</strong>. Die chines<strong>en</strong> hatt<strong>en</strong><br />

angst davor, in verruf zu komm<strong>en</strong> die strass<strong>en</strong> Sant Pir<strong>en</strong>. Auf<br />

tourist<strong>en</strong> ausgeübte konnt<strong>en</strong> die sympathie für d<strong>en</strong> tibetisch<strong>en</strong><br />

von Peñ<strong>en</strong> die Pedring<strong>en</strong> freiheitswil<strong>en</strong> im ausland nur stär-<br />

13


k<strong>en</strong>. Dess<strong>en</strong> war<strong>en</strong> sie sich bewusst. ¿Wie heisst du und wo<br />

wohnst?, fragte mich der kleine... ¡Er<strong>en</strong> von R<strong>en</strong>uev<strong>en</strong> und<br />

Auditoring<strong>en</strong>!<br />

¿Ein<strong>en</strong> falsch<strong>en</strong> nam<strong>en</strong> angeb<strong>en</strong> von alubi<strong>en</strong> von die La<br />

Bañez<strong>en</strong> und Veguellin<strong>en</strong> von Orbirg<strong>en</strong>? Nein, sie würd<strong>en</strong><br />

einer unwahrheit sofort auf die spur komm<strong>en</strong>. Ich zog von<br />

strass<strong>en</strong> Anch<strong>en</strong> und Barri<strong>en</strong> Humedering<strong>en</strong>.<br />

Wir werd<strong>en</strong> noch frag<strong>en</strong> stell<strong>en</strong><br />

doch erts hier hielt<strong>en</strong> zu geh<strong>en</strong>.<br />

Der inn<strong>en</strong>hof haus<strong>en</strong> B<strong>en</strong>it<strong>en</strong><br />

in meine Plaz<strong>en</strong> Mayoring<strong>en</strong>.<br />

Sí puedo decir que me impresionó su val<strong>en</strong>tía. Por fin<br />

algui<strong>en</strong> había contado la verdad. Y verdad solam<strong>en</strong>te hay una.<br />

Como todo el mundo sabe, la coyuntura incid<strong>en</strong>te <strong>en</strong> los sistemas<br />

131<br />

Jesús María Cantalapiedra


La vuelta de W olf <br />

democráticos no debe ser óbice ni cortapisa para el desarrollo<br />

relativo a esos parámetros de conjunciones por todos deseados.<br />

Debemos poner <strong>en</strong> valor diametralm<strong>en</strong>te los legados que here-<br />

damos de qui<strong>en</strong>es nos precedieron <strong>en</strong> la historia de este país<br />

europeo donde los haya.<br />

Como posdata me com<strong>en</strong>taba cosas de carácter familiar que<br />

no vi<strong>en</strong><strong>en</strong> a cu<strong>en</strong>to.<br />

132


ÍNDICE<br />

133<br />

Jesús María Cantalapiedra<br />

Prólogo............................................................................................ 9<br />

Nota del autor .............................................................................. 13<br />

Pepitos de Ternura ........................................................................ 15<br />

Azafata de altos vuelos..................................................................21<br />

On Line ..........................................................................................25<br />

De toda la vida ..............................................................................29<br />

A propósito de garbanzos ..............................................................35<br />

Contra una sebe..............................................................................39<br />

Presid<strong>en</strong>te de escalera....................................................................43<br />

Se necesitan v<strong>en</strong>dedores agresivos................................................47<br />

Serio pregón ..................................................................................53<br />

Elogio de la siesta..........................................................................57<br />

Lucha periodística..........................................................................61<br />

Vivir adosados................................................................................67<br />

Una de tristura................................................................................73<br />

Móviles ..........................................................................................79<br />

Marinero <strong>en</strong> apuros........................................................................85<br />

A propósito del vino ......................................................................93<br />

Una posada muy regia<br />

(o el misterio de la patilla desaparecida) ......................................99<br />

... seguido de un vino español ....................................................105<br />

Eres mi<strong>en</strong>tras estás ......................................................................111<br />

Advert<strong>en</strong>cia de legalidad ............................................................117<br />

Cagadonas oficiales ....................................................................123<br />

Todo lo que siempre quiso saber<br />

del municipio y nunca le contaron ..............................................129

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!