Descargar libro en PDF - Biblioteca Digital Leonesa
Descargar libro en PDF - Biblioteca Digital Leonesa
Descargar libro en PDF - Biblioteca Digital Leonesa
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
JESÚS MARÍA CANTALAPIEDRA<br />
Jesús María Cantalapiedra Moro, leonés<br />
ejerci<strong>en</strong>te desde que un bu<strong>en</strong> día apareció <strong>en</strong> la casona<br />
de su abuelo materno, médico <strong>en</strong> el riberano Turcia,<br />
durante muchos años <strong>en</strong>tretuvo su dev<strong>en</strong>ir <strong>en</strong> sectores<br />
informáticos y financieros. Las verdaderas aficiones, <strong>en</strong><br />
su mom<strong>en</strong>to, fueron la pintura, la fotografía, la música,<br />
la gastronomía y, siempre, el periodismo, actividad ésta<br />
heredada de sus mayores. También, int<strong>en</strong>ta tocar el<br />
saxofón. Más bi<strong>en</strong>, “ejecuta” a B<strong>en</strong> Webster. Durante<br />
más de dos lustros colaboró con distintas emisoras de<br />
radio y periódicos locales. En la actualidad escribe para<br />
varias publicaciones vinculadas al sector turístico. No<br />
se considera guiri, sino viajero con Europa como<br />
refer<strong>en</strong>cia y punto de mira. Este es su quinto <strong>libro</strong>.<br />
Desde 1986 es miembro activo de las federaciones<br />
Regional, Nacional e Internacional de Periodistas y Escritores de<br />
Turismo. Al tiempo, fundó la “Cofradía de la Bu<strong>en</strong>a Mesa de<br />
León” y la “Academia del Vino y la Gastronomía de León”, hoy<br />
<strong>en</strong> gran medida aparcadas <strong>en</strong> espera de disfrutar más tiempo libre.<br />
A partir de 1991 preside el Casino de León y desde hace dos años<br />
la Federación Regional de Casinos y Sociedades Recreativas de<br />
Castilla y León. En 1995, casi por casualidad o causalidad, se<br />
convirtió <strong>en</strong> concejal del Ayuntami<strong>en</strong>to de León y <strong>en</strong> el apasionante<br />
afán sigue apasionado aunque, ahora, insertando su efigie<br />
<strong>en</strong> el otro lado de la moneda.<br />
Los veintidós capítulos de esta segunda aparición de Wolf<br />
(la primera fue hace un año y hoy, traducida al ruso por Nicolai<br />
Volkov, se <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tra <strong>en</strong> trámites de publicación por una editorial<br />
de Voronezh, ciudad con la que el autor de “La vuelta de Wolf”<br />
manti<strong>en</strong>e perman<strong>en</strong>tes lazos afectivos) están concebidos <strong>en</strong>tre el<br />
artículo de opinión y el relato corto. Quizás más crítico y<br />
autocrítico que <strong>en</strong> la primera muestra, “La Vuelta de Wolf” utiliza<br />
el humor como arma arrojadiza y es el producto de experi<strong>en</strong>cias y<br />
anécdotas personales debidam<strong>en</strong>te condim<strong>en</strong>tadas o salpim<strong>en</strong>tadas.<br />
Algunos episodios ti<strong>en</strong><strong>en</strong> como orig<strong>en</strong> cal<strong>en</strong>turones de estío<br />
u otros estados de ánimo patológicos.<br />
J ESÚS M ARÍA C ANTALAPIEDRA<br />
LA VUELTA DE WOLF<br />
la vuelta de<br />
Wolf<br />
Anecdotario de un observador de aquí (II)<br />
JESÚS MARÍA CANTALAPIEDRA
JESÚS MARÍA CANTALAPIEDRA<br />
la vuelta de<br />
Wolf<br />
Anecdotario de un observador de aquí (II)
Reservados todos los derechos.<br />
No está permitida la reproducción total o parcial de este <strong>libro</strong>, ni su<br />
tratami<strong>en</strong>to informático, ni la transmisión de ninguna forma o por<br />
cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por<br />
registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del<br />
titular del Copyrigtht.<br />
© Jesús María Cantalapiedra, 2003<br />
Edición: F.M. NUEVA COMUNICACIÓN, S.L.<br />
Joaquín Costa, 8 - 1º • 24002 León<br />
Teléf. 987 07 27 44. Fax: 987 07 27 43<br />
E-mail: nuevacom2000@empresas.retecal.es<br />
www.nuevacomunicacion.com<br />
Preimpresión: Nueva Comunicación<br />
Impreso <strong>en</strong> U.E.<br />
ISBN: 84-607-8614-5<br />
Depósito legal: LE-1328-2003
A mis amigos y colegas políticos, con el deseo de que utilic<strong>en</strong><br />
con más frecu<strong>en</strong>cia el s<strong>en</strong>tido del humor.
PRÓLOGO<br />
¡Que vuelve don Jesús María!<br />
9<br />
Jesús María Cantalapiedra<br />
“El mundo según Wolf” se abría como el escaparate pro-<br />
metedor de una ag<strong>en</strong>cia de viajes, y ahora, <strong>en</strong> “La vuelta de<br />
Wolf” el lector ve una maleta que intuimos como la del regreso,<br />
para completar el arraigo y lo cosmopolita. En la primera <strong>en</strong>tre-<br />
ga, el autor aparece de corbata variopinta con el inevitable fondo<br />
de <strong>libro</strong>s que les gusta a los fotógrafos; ahora, el personaje está<br />
algo más mayorcín y apersonado, y la corbata es de un azul claro<br />
y unánime que ya han sacado <strong>en</strong> la TV Aznar, Rajoy y otros man-<br />
dores de esas latitudes, quizá se la van prestando unos a otros y<br />
acaso el leonés deberá pasársela a doña Loyola del Palacio, pon-<br />
gamos por ejemplo honorable.<br />
Este producto segundo, “La vuelta de Wolf”, conserva, sí,<br />
la pot<strong>en</strong>cia humorística del primero, al servicio <strong>en</strong> uno y otro<br />
caso de una calidad literaria que ya quisieran cantidad de escri-
La vuelta de W olf <br />
bas situados por algunos críticos -“acomodadores del Parnaso”-<br />
<strong>en</strong> butacas de prefer<strong>en</strong>cia. Pero aquí mismo, transitando <strong>en</strong>tre<br />
nosotros, hay críticos lúcidos, por Miñambres lo digo, que han<br />
sabido ver <strong>en</strong> su día el ing<strong>en</strong>io de Jesús María Cantalapiedra,<br />
aunque el bi<strong>en</strong> int<strong>en</strong>cionado profesor haya concluido su rec<strong>en</strong>-<br />
sión con una invitación temeraria: “Uno pi<strong>en</strong>sa que le quedan<br />
cosas por contar, y debe hacerlo”.<br />
Ahora están corri<strong>en</strong>do voces de c<strong>en</strong>tinela alerta por los<br />
campam<strong>en</strong>tos de nuestra literatura. ¡Que vuelve “Canta”! Y la<br />
dedicatoria de esta nueva <strong>en</strong>trega, “A mis amigos y colegas polí-<br />
ticos...” le sugiere a uno el arma de def<strong>en</strong>sa. Todos los escritores<br />
leoneses (68,13 por ci<strong>en</strong>to del c<strong>en</strong>so electoral según los últimos<br />
recu<strong>en</strong>tos) a votar por Cantalapiedra don Jesús María para con-<br />
cejalías, autonomías, consejerías, alcaldías, portavocías. Que el<br />
temible competidor viva abrumado de canonjías, no sea que la<br />
demostrada musculatura del político siga también <strong>en</strong> lo literario<br />
hasta hacer peligrar el pan de nuestros hijos.<br />
1<br />
Antonio Pereira<br />
Verano 2003
“Si el hombre desci<strong>en</strong>de del mono, si con el hombre llega a su<br />
culm<strong>en</strong> la raza de los primates, habrá que colegir que el hombre –la<br />
mujer es otra cosa– es el último mono”.<br />
Ricardo Cantalapiedra<br />
(“Bestiario Urbano” 1987. Editorial Fondo de Cultura Económica)
NOTA DEL AUTOR<br />
“La vuelta de Wolf” es la continuación de “El mundo según<br />
Wolf”, publicado hace justam<strong>en</strong>te un año. Las consabidas prisas<br />
editoriales pr<strong>en</strong>avideñas no me permitieron <strong>en</strong>tonces volcar<br />
todos los episodios, reales o imaginarios, de mi archivo particu-<br />
lar situado allá, al fondo a la derecha del cerebelo.<br />
Sigui<strong>en</strong>do la misma línea, pues, “La vuelta de Wolf” no<br />
trata historias transc<strong>en</strong>d<strong>en</strong>tes. Sólo pret<strong>en</strong>de propiciar la sonrisa<br />
del lector bajo el cristal coloreado de una crítica blanca hacia<br />
ciertos comportami<strong>en</strong>tos sociales por todos conocidos. Por otra<br />
parte, personalm<strong>en</strong>te me ha servido para, <strong>en</strong> cierta medida, esca-<br />
par de las alteraciones de este año de gracia 2003 que, como casi<br />
todos, no la tuvo.<br />
13<br />
Jesús María Cantalapiedra
La vuelta de W olf <br />
14
1<br />
PEPITOS DE TERNURA<br />
Tal como el fiel lector recordará, <strong>en</strong> el último capítulo de El<br />
Mundo según Wolf, su protagonista, desesperado de la vida,<br />
int<strong>en</strong>ta acabarla <strong>en</strong> París a base de ostras podres. Cobardón él,<br />
las opciones clásicas le resultaban demasiado espeluznantes. La<br />
terrible decisión fue tomada por causa de una felonía laboral<br />
maquinada con premeditación por un alto ejecutivo de la New<br />
Web & Company, empresa <strong>en</strong> la que trabajaba a la sazón.<br />
Después de dos meses de internami<strong>en</strong>to parisino, no consiguió el<br />
funesto fin y fuese a Karlshamn (Suecia). Le habían hablado de<br />
una tabernilla <strong>en</strong> la que servían unos ar<strong>en</strong>ques repugnantes y se<br />
propuso int<strong>en</strong>tarlo con ellos, naturalm<strong>en</strong>te pasados de caducidad<br />
según los fúnebres consejos. Mas algo calmó su ánimo suicida y,<br />
hoy, para bi<strong>en</strong> o para mal, <strong>en</strong> vez de estar s<strong>en</strong>tado a la diestra o<br />
15<br />
Jesús María Cantalapiedra
La vuelta de W olf <br />
siniestra de Dios Padre, se <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tra de nuevo vivaqueando por<br />
este país de Dios nos libre. Y todo por Charlotte.<br />
La conoció <strong>en</strong> el mismo figón donde acudió para lograr<br />
escapar de su mundo cruel, vía intoxicación fulminante.<br />
Ocupaba la mesa cercana a la <strong>en</strong>trada, sobre la que reposaba una<br />
pequeña luminaria parpadeante. Bebía un zumo de algo. Wolf,<br />
ap<strong>en</strong>as sin verla (la vela no daba para mucho), se s<strong>en</strong>tó casi al<br />
lado <strong>en</strong>frascado <strong>en</strong> su decisión. Después de un bu<strong>en</strong> rato, acos-<br />
tumbrados los ojos a la p<strong>en</strong>umbra, pudo advertir que era una val-<br />
quiria rubísima, de cara afilada, pelín d<strong>en</strong>tona y vestida con un<br />
top sabiam<strong>en</strong>te semiapretado bajo el que se adivinaban carninas<br />
nórdicas con bu<strong>en</strong>a relación precio calidad. Y sin operar. “A mí,<br />
como si la operan”, p<strong>en</strong>só. No estaba el hombre para escarceos<br />
ni carninas blancas, por muy nórdicas que fuer<strong>en</strong>. Aunque, bi<strong>en</strong><br />
es cierto, <strong>en</strong> lo estético se planteaban adecuadam<strong>en</strong>te adheridas<br />
a la estructura ósea. Digamos que, <strong>en</strong> verdad, estaba bastante<br />
propia. Lo cual, que t<strong>en</strong>ía un saltín. Se pidió un snaps de alta gra-<br />
duación.<br />
Fue Charlotte, liberada, bi<strong>en</strong> alim<strong>en</strong>tada, mejor armada y<br />
ecologista ella, qui<strong>en</strong> tomó la iniciativa. Actuó con determina-<br />
16
ción. Cogió el zumo y se s<strong>en</strong>tó al lado de Wolf. “Te acompaño.<br />
Estás muy triste”, dijo. Mi amigo p<strong>en</strong>só: “Esta es una niña bi<strong>en</strong><br />
que está aburrida (las nórdicas siempre le parecieron que t<strong>en</strong>ían<br />
aspecto de niñas pijas), o un putón verb<strong>en</strong>ero que vi<strong>en</strong>e a nego-<br />
ciar”. Ninguna de las dos cosas. Charlotte trabajaba como ana-<br />
lista de sistemas <strong>en</strong> la AB Sv<strong>en</strong>ska Kullagerfabrik<strong>en</strong>, o sea, <strong>en</strong><br />
una fábrica de rodami<strong>en</strong>tos de bolas, y dedicaba todo su tiempo<br />
libre al ecologismo. Era vicepresid<strong>en</strong>ta de ADAPGÖ,<br />
Asociación para la def<strong>en</strong>sa de la abubilla paticorta de Götaland.<br />
No vean el ardor que ponía <strong>en</strong> la protección del insectívoro.<br />
Así, <strong>en</strong>tre zumos una y snaps otro, fueron contándose sus<br />
vidas al tiempo que Wolf iba intuy<strong>en</strong>do la orografía íntima de la<br />
rubísima y com<strong>en</strong>zaba a olvidarse del fin por el que llegó a la<br />
tabernilla. Principalm<strong>en</strong>te cuando le invitó a su apartam<strong>en</strong>to.<br />
Llegaron. Wolf atacó rápidam<strong>en</strong>te. Ella, sorpr<strong>en</strong>dida por la<br />
velocidad, le dijo que sosegara (las suecas, mucho, mucho, pero<br />
primero a lo suyo). “Antes t<strong>en</strong>go que explicarte bi<strong>en</strong> los propó-<br />
sitos de ADAPGÖ”. Y se los explicó. Un ladrillazo de dos horas<br />
y media iniciándole <strong>en</strong> los peligros que corrían las pobres abubi-<br />
llas y la desidia e inhibición gubernam<strong>en</strong>tal ante tal desgracia.<br />
17<br />
Jesús María Cantalapiedra
La vuelta de W olf <br />
Entre los snaps y el sermón ecologista, sin aparear, quedó dor-<br />
mido como un b<strong>en</strong>dito <strong>en</strong>cima del sofá de estilo nórdico.<br />
Despertó a las diez. “El diván lo compró <strong>en</strong> Ikea”, p<strong>en</strong>só medio<br />
<strong>en</strong> sueños. Encima de una mesita de la misma raza había un<br />
papel escrito.“Cariño, son las cinco y media (a.m.). Me voy a tra-<br />
bajar. Puedes trasladar tus cosas aquí. Fue una noche maravillo-<br />
sa. El sábado te llevaré a Malmö. T<strong>en</strong>emos manifestación <strong>en</strong><br />
contra del Ministerio. Besos. Charlotte. ¡VIVAN LAS ABUBI-<br />
LLAS LIBRES, YA !”.<br />
Durante el jueves y viernes casi no le vio el rubísimo pelo.<br />
Charlotte llegaba de trabajar a las 17,35 horas. Hecha trizas.<br />
C<strong>en</strong>aban un jodío huevo cocido y una hoja de lechuga, digo una<br />
hoja de lechuga, y a dormir. Digo a dormir. Y llegó el sábado y<br />
la anunciada manifestación antigubernam<strong>en</strong>tal <strong>en</strong> Malmö.<br />
Horroroso. Unos 500 manifestantes y alrededor de 1.000 anti-<br />
disturbios como armarios roperos. No se anduvieron con remil-<br />
gos. Desde el primer mom<strong>en</strong>to, sin previo aviso, com<strong>en</strong>zaron a<br />
dar porrazos de lo lindo. Wolf int<strong>en</strong>tó hacerse el sueco pero no<br />
lo consiguió. Uno de los guardias se <strong>en</strong>sañó especialm<strong>en</strong>te con<br />
él. Le arreó cerca de veinte viajes <strong>en</strong> los costillares. “Toma, por<br />
18
extranjero”, decía el def<strong>en</strong>sor del ord<strong>en</strong> mi<strong>en</strong>tras le sacudía con<br />
<strong>en</strong>tusiasmo.<br />
Llegó a Karlshamn con la fr<strong>en</strong>te marchita y aplastami<strong>en</strong>-<br />
to de una vértebra dorsal. Charlotte, exultante de ardor ecoló-<br />
gico. “Qué éxito, Wolf, qué éxito, de esta lo conseguimos”,<br />
decía la def<strong>en</strong>sora de abubillas paticortas. Él, lacerado e inhá-<br />
bil para otros m<strong>en</strong>esteres, c<strong>en</strong>ó el jodío huevo cocido y fuese al<br />
diván de estilo nórdico. “Duerme cariño, que mañana, para<br />
celebrarlo, te preparo smorsgasbord, el plato más típico de<br />
Suecia”, com<strong>en</strong>tó ella.<br />
Y lo preparó junto con su madre <strong>en</strong> visita dominical.<br />
Estuvieron cuatro horas <strong>en</strong> la cocina. La guarrada consistía <strong>en</strong> lo<br />
sigui<strong>en</strong>te: ar<strong>en</strong>ques avinagrados, patatas cocidas, crema agria,<br />
cebolletas, galletas de c<strong>en</strong>t<strong>en</strong>o, salmón curado, mejillones,<br />
jamón cocido ahumado, salchichas, albóndigas, setas y no sé<br />
cuántas cosas más. Parece m<strong>en</strong>tira pero cierto es.<br />
Soportó como pudo una semana más, por supuesto, sin ini-<br />
ciarse <strong>en</strong> el antiquísimo y saludable ejercicio amatorio. Entre las<br />
asambleas de Charlotte, la madre que la trajo al mundo (pasó<br />
unos días con ellos) y la quinta vértebra, no había posibilidad.<br />
19<br />
Jesús María Cantalapiedra
La vuelta de W olf <br />
Así que, una noche, tomó recado de escribir y dejó una nota <strong>en</strong><br />
la mesilla nórdica. Así decía:<br />
“Cariño, son las cuatro y media (a.m.). Que te d<strong>en</strong> tila, a ver<br />
si ser<strong>en</strong>as con el asunto de las abubillas. No te aguanto. Yo no<br />
puedo comer a las doce y c<strong>en</strong>ar a las seis. Soy español, casi na.<br />
Quiero tomarme unos vinos del Bierzo por las tascas antes del<br />
arroz. Quiero acostarme a la una o las dos, después de la pelí-<br />
cula de la tele. Quiero irme de bares con los amigos. Y luego<br />
están los seis grados bajo cero de media. Repugnante. Pero,<br />
sobre todo, necesito cariño; ese que tú nunca me podrás dar.<br />
Necesito pepitos de ternura y no la guarrada del smorsgasbord,<br />
por muy típico que sea por Navidad o <strong>en</strong> el solsticio de verano.<br />
En cuanto a tu madre, sí te diré que, impremeditadam<strong>en</strong>te, me<br />
ayudó mucho. Es igualita que María Teresa Campos. Que seas<br />
feliz, feliz, feliz. Es todo lo que pido <strong>en</strong> esta despedida.<br />
Además (es lo más importante), según vi ayer hurgando <strong>en</strong> tu<br />
pasaporte, no te llamas Charlotte. Tu nombre es Erik, hijo de<br />
Ingvar y Sigrid. O sea, que eres un tío operado de las partes. Y<br />
ahí, sí que no”.<br />
Y volvió a España. D<strong>en</strong>tro de su alma la lleva metida.<br />
2
2<br />
21<br />
Jesús María Cantalapiedra<br />
AZAFATA DE ALTOS VUELOS<br />
Hace muchos años, cuando <strong>en</strong> España se empezó a volar<br />
esporádicam<strong>en</strong>te, utilizar el avión era signo de distinción y esta-<br />
tus. O así lo p<strong>en</strong>saban los viajeros. Las familias, a la vuelta de<br />
vacaciones, se hacían fotos desc<strong>en</strong>di<strong>en</strong>do por las pequeñas esca-<br />
leras poni<strong>en</strong>do cara de g<strong>en</strong>te importante. El docum<strong>en</strong>to gráfico<br />
se colocaba <strong>en</strong> el álbum junto con las fotografías de la boda o la<br />
primera comunión de Paquitín. Arriba, la tripulación, g<strong>en</strong>te<br />
guapa muy sonri<strong>en</strong>te, sin cara de aburrimi<strong>en</strong>to, despedía a los<br />
viajeros. Ya <strong>en</strong> el interior del aeropuerto te recibían par<strong>en</strong>tela y<br />
amigos como si volvieras de otro mundo. Abrazos, alguna lagri-<br />
mina. “Cuidado con las maletas, que son nuevas”, se oía. Las<br />
reluci<strong>en</strong>tes maletas y el inevitable maletín fin de semana, se<br />
compraban para la ocasión. “Que sean bu<strong>en</strong>as. Vamos <strong>en</strong> avión
La vuelta de W olf <br />
a Málaga”. En alguna óptica llegué a ver un anuncio muy curio-<br />
so: “Gafas especiales para aeropuertos”. Horas antes de la llega-<br />
da, con mal disimulado orgullo, papá, mamá, suegras y cuñados<br />
habían com<strong>en</strong>tado a los vecinos: “Vamos a esperar a Pepe y<br />
Encarni. Vi<strong>en</strong><strong>en</strong> <strong>en</strong> avión”. En verdad, era muy distinto el trato<br />
recibido <strong>en</strong> los aviones que el del coche de línea de Veguellina o<br />
Alpedrete. Aún no se había com<strong>en</strong>zado a tratar a latigazos al via-<br />
jero. Todavía no se perdían los equipajes. Incluso, existía pun-<br />
tualidad. Otro tema era el de las azafatas. Medían 1,70, eran<br />
rubias, habían estudiado tres idiomas (español también, pero<br />
poco) <strong>en</strong> colegios privados para g<strong>en</strong>te bi<strong>en</strong>, muy bi<strong>en</strong>. Todas<br />
parecían hijas de cónsules o agregados de embajada (o lo eran).<br />
No sabían coger la bandeja con soltura, pero se les perdonaba.<br />
Las de hoy, con más formación que las pioneras, sin embargo, te<br />
dan tralla a modo. Actualm<strong>en</strong>te han cambiado las tornas. En los<br />
coches de línea te ofrec<strong>en</strong> café, refrescos, revistas del corazón,<br />
pr<strong>en</strong>sa diaria y el culebrón de las cuatro. Y te sonrí<strong>en</strong>, cosa que<br />
es de agradecer <strong>en</strong> los tiempos que corr<strong>en</strong>, cuando a todo el<br />
mundo parece que le duele el trigémino, lo cual, cada uno de los<br />
miembros del quinto par craneal.<br />
22
23<br />
Jesús María Cantalapiedra<br />
Pero, no quiero irme por las ramas. Quiero escribir sobre aza-<br />
fatas, sobre una azafata de aquellas y su relación con Wolf qui<strong>en</strong>,<br />
durante cuatro años y hace muchos, viajaba periódicam<strong>en</strong>te desde<br />
Galicia a Madrid y Barcelona. Y viceversa. Se llamaba Carmiña<br />
Vázquez-Folgueira y Cuixa da Fonte. La conoció <strong>en</strong> la cafetería<br />
de un pequeño aeropuerto gallego. El consabido 1,70 y su porte<br />
elegante a la par que distinguido, aparte de otras cuestiones estéti-<br />
cas que no vi<strong>en</strong><strong>en</strong> a cu<strong>en</strong>to, hicieron mella <strong>en</strong> él. Hablaron.<br />
Carmiña volaba todos los días a Madrid. “Un rollo, tú. A ver si<br />
papá me cambia y empiezo a hacer vuelos internacionales. Esto se<br />
está poni<strong>en</strong>do perdido de obreros y suizanos. ¡Qué horror!”.<br />
Com<strong>en</strong>zaron una bu<strong>en</strong>a, bu<strong>en</strong>ísima relación de amoriños,<br />
aunque nunca coincidieron <strong>en</strong> un viaje. Se veían con frecu<strong>en</strong>cia<br />
<strong>en</strong> Santiago y, de t<strong>en</strong>er tiempo, recorrían las Rías Baixas más<br />
cercanas. Nunca pudieron ir al pazo de papá <strong>en</strong> Mondoñedo pues<br />
llevaban de obras más de un año y lo que faltaba. Era una her<strong>en</strong>-<br />
cia del yayo y lo estaban remodelando <strong>en</strong> profundidad. A Wolf<br />
todo aquel oropel le inquietaba <strong>en</strong> alguna forma, pero la gallega<br />
estaba como un queso e int<strong>en</strong>taba olvidar el poderío de los<br />
Vazquez-Folgueira y Cuixa da Fonte. “Tampoco es cosa de hacer
La vuelta de W olf <br />
ascos a un pazo”, p<strong>en</strong>saba. Así que, <strong>en</strong>tre santiaguiños y ribei-<br />
ros, durante un par de meses prosiguió el come-come de cuerpo<br />
y alma. Carmiña le aceleraba los ad<strong>en</strong>tros <strong>en</strong> cuanto la veía. Era<br />
mucha Carmiña la azafata.<br />
Hasta que llegó el día infausto. Se despidieron por la maña-<br />
na. Wolf t<strong>en</strong>ía trabajo durante toda la jornada <strong>en</strong> la delegación de<br />
la empresa. Mas, a eso de las cuatro le llamó su jefe de Barcelona.<br />
“V<strong>en</strong> <strong>en</strong> el primer avión. Esta noche t<strong>en</strong>emos que c<strong>en</strong>ar <strong>en</strong> el Hotel<br />
Calderón con los de la Bull. A ver si lo conseguimos por fin”.<br />
Hacia las siete se fue al aeropuerto. Acomodose fr<strong>en</strong>te a unas<br />
cristaleras desde las que se veían las pistas. Acababa de aterrizar el<br />
avión que le llevaría a Barcelona. Lloviznaba. Bajaron los pasaje-<br />
ros. Subió el personal de limpieza. Transcurrida una media hora la<br />
brigadilla de trabajadoras bajó rápidam<strong>en</strong>te las escaleras. “Se ruega<br />
a los pasajeros del vuelo 4270 con destino a Barcelona, embarqu<strong>en</strong><br />
por la puerta número cuatro”, dijo una voz monocorde y metálica.<br />
De pronto, vio a Carmiña. Llevaba a la cadera un caldero de plás-<br />
tico, fregona de palo largo y bayetas color marrón. Vestía bata azul<br />
con una inserción <strong>en</strong> rojo situada <strong>en</strong> pecho y espalda. Así rezaba:<br />
“Limpiezas y Montajes la Or<strong>en</strong>sana”.<br />
24
3<br />
ON LINE<br />
25<br />
Jesús María Cantalapiedra<br />
Wolf se inició <strong>en</strong> el mundo de la informática hace muchos<br />
años. Cuando aún se utilizaba la palabra cerebro para referirse a<br />
la gran computadora; cuando se com<strong>en</strong>zaba a hablar tímidam<strong>en</strong>-<br />
te del ord<strong>en</strong>ador personal. Digo gran computadora, no por su<br />
capacidad, sino por el tamaño, imp<strong>en</strong>sable <strong>en</strong>tonces para uso<br />
doméstico. Ocupaban una habitación que se mant<strong>en</strong>ía a determi-<br />
nada temperatura y a la que se accedía <strong>en</strong> sil<strong>en</strong>cio, con mucho<br />
respeto y, casi, con miedo. En cierta ocasión visitó una empresa<br />
de su provincia, creo que una de las primeras <strong>en</strong> instalar el arti-<br />
lugio, y le ocurrió una simpática anécdota. Le <strong>en</strong>señaron con<br />
gran orgullo la cosa (parecía de ci<strong>en</strong>cia ficción) <strong>en</strong> pl<strong>en</strong>o funcio-<br />
nami<strong>en</strong>to. Grandes discos giraban <strong>en</strong> el s<strong>en</strong>tido de las agujas del<br />
reloj y viceversa. Luces rojas y verdes parpadeaban sobre asép-
La vuelta de W olf <br />
ticos paneles brillantones. “Está preparando las nóminas”, le<br />
dijeron. Y, <strong>en</strong>tre todo aquel conjunto tecnológico (parecía un<br />
laboratorio de la NASA), algo no le cuadró. Se trataba de una<br />
pequeña caja u hornacina artesanal trabajada <strong>en</strong> madera. Estaba<br />
fuera de lugar. “Y este cofrecillo, ¿para qué es?”, preguntó Wolf.<br />
Los impecables técnicos, vestidos con bata blanca, se sonrieron.<br />
Finalm<strong>en</strong>te uno de ellos se arrancó. “Ahí t<strong>en</strong>emos un rosario que<br />
compramos <strong>en</strong> Fátima. Es para cuando se estropea el inv<strong>en</strong>to.<br />
Nos ponemos todos a rezar. Las nóminas ti<strong>en</strong><strong>en</strong> que salir antes<br />
del día uno”.<br />
Pocos años más tarde, <strong>en</strong> Milán, asistió a un cursillo sobre<br />
el último modelo de teletipos (el fax aún estaba por descubrir)<br />
y allí, por primera vez, escuchó el concepto ord<strong>en</strong>ador perso-<br />
nal. Un ing<strong>en</strong>iero listísimo les dijo: “Serán pequeños. No ocu-<br />
parán más allá que un maletín. Se utilizarán <strong>en</strong> despachos de<br />
notarios, arquitectos y abogados”. Por supuesto, los asist<strong>en</strong>tes<br />
al cursillo, y Wolf <strong>en</strong> particular, no le creyeron una palabra.<br />
“Este tío se está quedando con nosotros. Los italianos, ya se<br />
sabe”, com<strong>en</strong>taron.<br />
Y, rapidísimam<strong>en</strong>te, pasó el tiempo.<br />
26
27<br />
Jesús María Cantalapiedra<br />
Cuando escribo este capítulo la am<strong>en</strong>aza de guerra con<br />
Irak está <strong>en</strong> su mom<strong>en</strong>to álgido y los niños de catorce años van<br />
por el cuarto ord<strong>en</strong>ador personal. Meses atrás, Wolf se <strong>en</strong>con-<br />
traba <strong>en</strong> Madrid. En una tasquita de la calle Lagasca. “Casa<br />
Peláez”, hoy desaparecida. Ocupó una pequeña mesa a la<br />
izquierda de la <strong>en</strong>trada. Pidió vino, bacalao rebozado y un<br />
periódico. A su lado, una pareja de jov<strong>en</strong>zuelos hablaban. Todo<br />
el aspecto de niños del barrio Salamanca. Ella no se había qui-<br />
tado aún la mochila de boutique fina. Él vestía chupa de cuero<br />
de 1.000 euros. Se les notaba airados. Wolf, impremeditada-<br />
m<strong>en</strong>te, escuchaba mi<strong>en</strong>tras miraba el periódico.<br />
El pollo de la chupa com<strong>en</strong>zó a levantar la voz. “Mira tía,<br />
me ti<strong>en</strong>es hasta los webs. Que no estás on line, oye. Yo no soy<br />
ningún asist<strong>en</strong>te que ayude a ripear. Vamos, que cada día hay<br />
m<strong>en</strong>os conexión USB. Parece que te ha atacado un virus. Yo creo<br />
que necesitas tomar unas tabletPC, a ver si sosiegas, por muy<br />
compact que t<strong>en</strong>gas los displays pectorales, que más que dis-<br />
plays parec<strong>en</strong> aglomeraciones. En cuanto a tus famosos 800 Mhz<br />
con 256 Mb de RAM, de los que tanto presumes, te diré que me<br />
recuerdan a una marca de leche <strong>en</strong>vasada. Lista, que eres una
La vuelta de W olf <br />
lista. Claro, qué vas a saber si tu padre era del PC. Aquí hay que<br />
buscar una gama de soluciones y dejarte <strong>en</strong> paz de servidores<br />
privados. Con todas estas cosas t<strong>en</strong>go el ratón que ni me lo<br />
<strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tro, y eso que es ergonómico. No me extraña. Se te ha<br />
puesto el software caído. Te puedo recom<strong>en</strong>dar un gimnasio”.<br />
Ella calló con la cabeza baja hasta que le m<strong>en</strong>cionó lo del<br />
software. Y le respondió, mi<strong>en</strong>tras una v<strong>en</strong>a del cuello parecía<br />
que le iba a explotar.<br />
“Hasta aquí hemos llegado. A ti lo que te va es el compu-<br />
ting. Vete a la calle La Ballesta a ver si te repon<strong>en</strong> el disco duro,<br />
que da verdadera p<strong>en</strong>a verlo. Y, punto.com”.<br />
Wolf, continuó chateando.<br />
28
4<br />
DE TODA LA VIDA<br />
29<br />
Jesús María Cantalapiedra<br />
Para Wolf la amistad y la lealtad siempre significaron<br />
mucho. Demasiado. Sobre todo <strong>en</strong> épocas de adolesc<strong>en</strong>cia. Hoy<br />
ya no tanto, ni mucho m<strong>en</strong>os, aunque sigue si<strong>en</strong>do un ing<strong>en</strong>uo.<br />
Hubiera sido capaz de dar la vida por un amigo (bu<strong>en</strong>o, no tanto).<br />
Además, les necesitaba. No es que fuera íntimo de todo el mundo,<br />
pero a los escogidos o a qui<strong>en</strong>es le escogieron, esos tres o cuatro<br />
que todo el mundo ha t<strong>en</strong>ido, se <strong>en</strong>tregaba con pasión.<br />
Normalm<strong>en</strong>te era correspondido. Eran tiempos de ilusiones com-<br />
partidas, de utopías y alguna que otra transgresión de lo cotidia-<br />
no, de la norma establecida. ¡Ah de los que no pecaron de jóve-<br />
nes! La corrieron de carrozones a destiempo, con perdón. O sea.<br />
Y la norma primera, aparte de las gubernam<strong>en</strong>tales (metidas <strong>en</strong> el<br />
mismo paquete que las de la curia), era cumplir a rajatabla el
La vuelta de W olf <br />
sexto mandami<strong>en</strong>to. Que no te viera un chiri apretando levem<strong>en</strong>-<br />
te a Encarni. La t<strong>en</strong>ías. ¡Qué obsesión! Si te sobrev<strong>en</strong>ía un p<strong>en</strong>-<br />
sami<strong>en</strong>to de los llamados impuros te caían <strong>en</strong>cima todas las p<strong>en</strong>as<br />
del infierno durante infinitos años; todo el tiempo que el ala de<br />
una golondrina tardara <strong>en</strong> desgastar una gran bola de acero del<br />
tamaño de la tierra, rozándola una vez por siglo. ¡Qué imagina-<br />
ción! A nuestros actuales veinteañeros toda esta historia les sona-<br />
rá a música <strong>en</strong> Pravia. Y no hago refer<strong>en</strong>cia a los pequeños revol-<br />
cones apresurados y baldíos. La p<strong>en</strong>it<strong>en</strong>cia era de aúpa. El Padre<br />
Fulg<strong>en</strong>cio te metía al cuerpo cinco rosarios y diez nov<strong>en</strong>as. La<br />
cosa había sido gravem<strong>en</strong>te peligrosa, como las pelis de Igman<br />
Bergman que se veían <strong>en</strong> cine forum. Pero ese es otro tema.<br />
Sin embargo Wolf, cándido como él solo, hace unos meses<br />
organizó un <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tro con ex alumnos de su promoción del<br />
Instituto Padre Damián. Le costó trabajo pero, después de<br />
muchas semanas, consiguió congregar a dieciocho condiscípulos<br />
calvos y barrigudos, proced<strong>en</strong>tes de diversas regiones del país.<br />
“¡Qué bonito!, <strong>en</strong>contrarnos los amigos de toda la vida, contar-<br />
nos nuestras cosas, recordar viejos tiempos, hablar de Don<br />
Gonzalo el de Historia…”<br />
3
31<br />
Jesús María Cantalapiedra<br />
Se reunieron <strong>en</strong> un mesón típico. Alguno había disculpado<br />
su aus<strong>en</strong>cia por causa de una hernia discal, otros por la reci<strong>en</strong>te<br />
operación de apéndice (no era apéndice, sino próstata). Otros no<br />
contestaron al llamado. Pero, cierto es que se juntaron dieciocho.<br />
Emoción. Abrazos. Lágrimas cont<strong>en</strong>idas después de, <strong>en</strong> muchos<br />
casos, pasar el exam<strong>en</strong> de reconocimi<strong>en</strong>to. “¿ Pero, Wolf, no me<br />
conoces?, soy Manuel”, dijo Lolo. El michelín circunvalatorio se<br />
le desparramaba colgón por <strong>en</strong>cima del cinto. Después de innu-<br />
merables abrazos múltiples, tomaron unos vinos previos a la<br />
comida. En camaradería. Rápidam<strong>en</strong>te se contaron sus vidas.<br />
Todos habían triunfado. Todos dirigían empresas. Todos eran<br />
prósperos comerciantes o reputados médicos. Todos t<strong>en</strong>ían hijos<br />
con masters obt<strong>en</strong>idos <strong>en</strong> Yale, Oxford o Massachussets. Nadie<br />
se creía las glorias del resto pero quedaba muy bi<strong>en</strong>. Sólo uno,<br />
Remigio, se sinceró <strong>en</strong> parte. “Bu<strong>en</strong>o, yo soy cura. Pero (no se<br />
aguantó), parece que se habla mucho de mí para el obispado de<br />
Astorga”. Quién lo diría. Había sido un golferas de cuidado.<br />
Tampoco se lo creyeron.<br />
Transcurridos los primeros minutos de euforia com<strong>en</strong>zaron<br />
a pasar ángeles. Sil<strong>en</strong>cios que parecían eternos. “Bu<strong>en</strong>o, bu<strong>en</strong>o,
La vuelta de W olf <br />
qué alegría”, se arrancó Wolf. El de los michelines dijo: “Parece<br />
m<strong>en</strong>tira, cuánto tiempo”. Más sil<strong>en</strong>cio. “Uf, la tira” , dijo uno de<br />
Reliegos mi<strong>en</strong>tras p<strong>en</strong>saba: “Lolo se ha puesto como un cetá-<br />
ceo”. Alguno miraba disimuladam<strong>en</strong>te el reloj. Todos, íntima-<br />
m<strong>en</strong>te, opinaban lo viejos que estaban los demás. “¿Qué os pare-<br />
ce si empezamos a comer ?” , propuso Paco, un concejal de<br />
Alpedrete. Y, todos a una, ocuparon sus asi<strong>en</strong>tos. Fue un alivio<br />
muy celebrado pues al segundo vino (Lolo tomaba mosto) se lo<br />
habían dicho casi todo.<br />
Engullidas las patatas con congrio, ya un poco colorados,<br />
com<strong>en</strong>zaron los problemas. El concejal, listo como él sólo, esta-<br />
ba un poco, bastante cocido y no tuvo mejor idea que com<strong>en</strong>tar<br />
lo p<strong>en</strong>donazo que por aquellos tiempos era Mari Pili. “Sí hom-<br />
bre, la rubia aquella que la andamos todo preu”.<br />
De pronto, una callada g<strong>en</strong>eral hizo auténtico ruido <strong>en</strong> el<br />
comedor. Wolf no sabía dónde meterse. Remigio, el cura, se puso<br />
como la grana. La mayoría de ex compañeros, como si hubieran<br />
recibido una ord<strong>en</strong>, al unísono, levantaron la cabeza hacia el<br />
techo para observar el hermoso artesonado. “Es una auténtica<br />
filigrana”. Tres se fueron a los servicios con urg<strong>en</strong>cias. Otros<br />
32
cuatro, a gatas, se dedicaron a buscar las servilletas debajo de la<br />
mesa. La explosión llegó cuando Alberto, uno de Veguellina al<br />
que también se le había apoderado el maldito Cariñ<strong>en</strong>a, soltó<br />
balbuceando: “Concegal t<strong>en</strong>íasss gue ser, Paco, so abimal. Mari<br />
Pili se gasó con Lolo cuando guedó preñá, lo gue passa es gue no<br />
sse sabía de quién. Güidao que eress burrro…”<br />
Y se armó. Lolo, cianótico de ira, cogió la paletilla de<br />
lechazo recién servida y le arreó a Alberto <strong>en</strong> el carrillo derecho.<br />
Inmediatam<strong>en</strong>te, a pesar del michelín, con increíble agilidad,<br />
saltó la mesa y le sacudió puñetazos sin fin. Hasta que lograron<br />
separarle. Marchó con las manos ll<strong>en</strong>as de manteca y pringue.<br />
Desaparecido el damnificado, Wolf se despidió de los ex<br />
compañeros. “Muchas gracias a todos. A ver si otro día nos<br />
vemos y tomamos unas copas”.<br />
33<br />
Jesús María Cantalapiedra
La vuelta de W olf <br />
34
5<br />
35<br />
Jesús María Cantalapiedra<br />
A PROPÓSITO DE GARBANZOS<br />
Conocido es por todo el universo mundo, que <strong>en</strong> Europa,<br />
que <strong>en</strong> España, durante c<strong>en</strong>turias, se pasaron hambrunas sin<br />
cu<strong>en</strong>to. Sin ningún cu<strong>en</strong>to. Y, hablando de gazuza, se puede<br />
asegurar que tal p<strong>en</strong>uria propició la imaginación gastronómico-<br />
familiar del Viejo Contin<strong>en</strong>te. ¿A quién se le hubiera ocurrido<br />
probar un caracol babosillo, una c<strong>en</strong>tolla gordona y peluda o un<br />
anca de rana saltarina y espernancada, cazada con pértiga y<br />
trapo rojo <strong>en</strong> una charca sospechosa? En verdad, <strong>en</strong> verdad me<br />
digo que no eran precisam<strong>en</strong>te epicúreos. La fame hizo y hace<br />
maravillas. Muchos de los platos hoy considerados como de<br />
alta cocina, no de la nouveau cuisine que Dios confunda, sino<br />
de la cocina moderna, han sido proporcionados por el ama de<br />
casa con su fantasía culinaria <strong>en</strong> un afán de agradar a la prole
La vuelta de W olf <br />
y emboscar la bajeza gastronómica de las materias primas.<br />
Después, <strong>en</strong> España, llegaron los Bulli, los Arzak, los Subijana<br />
y un ext<strong>en</strong>so etcétera de cocineros, alguno de ellos más o<br />
m<strong>en</strong>os creíbles.<br />
Pero, vamos con los garbanzos, con el cocido, que es lo de<br />
aquí, lo popular, aunque muchos se empeñ<strong>en</strong> <strong>en</strong> cobrar dieciocho<br />
euros por la famosa olla familiar. En Francia de trata del pot au<br />
feu, sin alcanzar el ing<strong>en</strong>ioso redondeo hispano a la hora de la<br />
cu<strong>en</strong>ta. El garbanzo fue traído a este curioso país de manos car-<br />
taginesas por expulsión, según ciertos expertos. Y no es de extra-<br />
ñar que quisieran largarlo fuera de su ámbito de influ<strong>en</strong>cia si<br />
t<strong>en</strong>emos <strong>en</strong> cu<strong>en</strong>ta que la planta leguminosa y pétrea, ya era<br />
causa de mofa <strong>en</strong> los circos romanos. Un hilarante espectáculo<br />
programado por los managers de la época para distraer los ocios<br />
de los ciudadanos del imperio, era pres<strong>en</strong>tar al Pultifagonides de<br />
Plauto, un señor llamado Pho<strong>en</strong>us, cuyo show consistía <strong>en</strong> la<br />
ingestión indiscriminada de garbanzos ante miles de contribu-<br />
y<strong>en</strong>tes congestionados por la risa que les producía tal aberración.<br />
Se los comía crudos. Convi<strong>en</strong>e destacar <strong>en</strong> este punto que hasta<br />
hace relativam<strong>en</strong>te pocos años hubo muy <strong>en</strong>c<strong>en</strong>didas discusiones<br />
36
tratando de esclarecer el orig<strong>en</strong> vegetal o mineral de la planta,<br />
dadas, insisto, sus pétreas propiedades.<br />
Reconvertidos y protagonizando lo que <strong>en</strong> la actualidad lla-<br />
mamos cocido, sea madrileño o leonés, los garbanzos, por otra<br />
parte, han repres<strong>en</strong>tado el truco utilizado por los maridos hispa-<br />
nos para mant<strong>en</strong>er <strong>en</strong>cerradas <strong>en</strong> casa a las sufridas mujeres<br />
durante las largas mañanas de la historia patria. Era necesario<br />
at<strong>en</strong>der aquella especie de balines durante cuatro o cinco horas,<br />
separando progresivam<strong>en</strong>te del fuego la cantarina ebullición del<br />
<strong>en</strong>emigo con forma de leguminosa. Ellos se dedicaban a gue-<br />
rrear, actividad mucho más seria. Pero, malgrè moi, con la llega-<br />
da de la olla express y otros artilugios perversos, la gloria<br />
machista se fue al garete junto con las extraordinarias bondades<br />
culinarias proporcionadas por horas de cocción tan eternas como<br />
el altruismo y sacrificio demostrados por nuestras sumisas abue-<br />
las durante dos mil años.<br />
Hoy, aun preparados con la malévola olla, a Wolf le <strong>en</strong>tu-<br />
siasman los garbanzos, sin detrim<strong>en</strong>to, <strong>en</strong> absoluto, de la alubia<br />
<strong>en</strong> su versión asturiana; esa propuesta v<strong>en</strong>tolera que ha ganado<br />
el mundo con el nombre de fabada. La admite sin demasiado<br />
37<br />
Jesús María Cantalapiedra
La vuelta de W olf <br />
riesgo, sin demasiada bronca. Otra cosa es la alubia <strong>en</strong> g<strong>en</strong>eral,<br />
la humilde alubia de padre desconocido y sin pedigrí que, acom-<br />
pañada o no de otros elem<strong>en</strong>tos, sobre toda de berza, vuélvese<br />
torm<strong>en</strong>tosa. Este tipo de papilionáceas nada ti<strong>en</strong><strong>en</strong> que ver con<br />
la gastronomía y mucho con la sinfonía. Todos ustedes son per-<br />
fectam<strong>en</strong>te consci<strong>en</strong>tes de ello. Como decía Eric Maria<br />
Remarque, “Toda alubia, por pequeña que sea, es musical…”.<br />
Los garbanzos, según Wolf, sólam<strong>en</strong>te ti<strong>en</strong><strong>en</strong> un grave pro-<br />
blema. Un estudio del prestigioso profesor Weg<strong>en</strong>er de la<br />
Universidad de Gre<strong>en</strong>ville, ha demostrado que, con el tiempo y<br />
el abuso, embrutec<strong>en</strong>.<br />
Y así está el país. Muchos han sido los garbanzos degusta-<br />
dos y asimilados por los hispanos desde antes de las guerras<br />
púnicas. Demasiado tiempo. Hemos de considerar que se comían<br />
todos los días del año, a excepción de domingos y fiestas de<br />
guardar, para los que se reservaba un arroz con m<strong>en</strong>udillos. En<br />
las casas grandes, pollastres tomateros.<br />
38
6<br />
CONTRA UNA SEBE<br />
39<br />
Jesús María Cantalapiedra<br />
El primer coche del español medio, allá por los ses<strong>en</strong>ta, fue<br />
el nunca bi<strong>en</strong> ponderado Seisci<strong>en</strong>tos. Un inv<strong>en</strong>to con cuatro rue-<br />
das que echaba mucho humo subi<strong>en</strong>do los puertos pero <strong>en</strong> el que<br />
se iba de vacaciones con Mari Puri, los niños, la suegra, un<br />
cochecito Jané, tres maletas y una bota “Tres Zetas” colgada de<br />
la baca. Para que le diera el fresco al tinto con gas.<br />
Pero, el Seisci<strong>en</strong>tos significó mucho más para algunos, para<br />
los jóv<strong>en</strong>es que pudieron t<strong>en</strong>er acceso a él antes de que llegara<br />
Mari Puri, la suegra y el Jané. Naturalm<strong>en</strong>te, el escarceo amoro-<br />
so sin el privilegio de la motorización, para el urbanita, sólo era<br />
posible <strong>en</strong> cines de sesión continua o polígonos sin urbanizar. O<br />
tras la sebe, si los protagonistas vivían <strong>en</strong> el medio rural. ¡Ah si<br />
las sebes y las matas bajeras pudieran hablar! Pero Wolf sí puede
La vuelta de W olf <br />
hacerlo o al m<strong>en</strong>os así me lo contó un atardecer dedicado a<br />
recuerdos.<br />
Como el lector sabe por su primera aparición <strong>en</strong> esc<strong>en</strong>a<br />
escrita, Wolf com<strong>en</strong>zó a trabajar a la temprana edad de dieciocho<br />
años. En Alemania. A los veinte, no s<strong>en</strong>tada la cabeza después de<br />
cooperar duram<strong>en</strong>te <strong>en</strong> la puesta <strong>en</strong> marcha del milagro alemán,<br />
volvió a su ciudad y, previa milicia, inició su andadura laboral <strong>en</strong><br />
una compañía de seguros de muy europeo y grandilocu<strong>en</strong>te nom-<br />
bre. Presumía de su alemán reci<strong>en</strong>tín pero la labor aseguradora<br />
no era precisam<strong>en</strong>te la traducción. Le asignaron dos provincias y<br />
el trabajo consistía, lógico es, <strong>en</strong> hacer seguros. Lo cual, ordina-<br />
rio. No quiero decir que fuera basto, sino corri<strong>en</strong>te. La ordinariez<br />
era el sueldo. Así que, previa compra de un Seisci<strong>en</strong>tos y consi-<br />
gui<strong>en</strong>te firma de tropeci<strong>en</strong>tas letras de cambio, se inició <strong>en</strong> las<br />
assurances. También, ufano, se dedicaba a pasear a cuatro novie-<br />
tas impresionadas por tan alto standing. No es que practicara<br />
mucho escarceo pero, al m<strong>en</strong>os, el utilitario era un refugio más<br />
íntimo que la sebe o la última fila del cine-maratón.<br />
Pero, vamos con el trabajo. Avispado él, se hizo amigo de<br />
un v<strong>en</strong>dedor de maquinaria agrícola, Antonio, al que acompaña-<br />
4
41<br />
Jesús María Cantalapiedra<br />
ba cada vez que se desplazaba a algún pueblo para rematar la<br />
operación de v<strong>en</strong>ta de una cosechadora, por ejemplo. Wolf, pre-<br />
via recom<strong>en</strong>dación del amigo, ofrecía sus assurances y el nego-<br />
cio solía funcionar.<br />
Un bu<strong>en</strong> día sonó el teléfono. “Wolf, que t<strong>en</strong>go una cose-<br />
chadora al caer <strong>en</strong> el Páramo”, escuchó a Antonio. “Vale, voy<br />
contigo, pero <strong>en</strong> mi coche. Me acaban de hacer la segunda revi-<br />
sión”. Y fueron. Les salieron bi<strong>en</strong> <strong>en</strong>trambas operaciones. Wolf,<br />
al volante del flamante seisci<strong>en</strong>tos, volvía <strong>en</strong>tusiasmado.<br />
Cantaba una de los Beatles. A nov<strong>en</strong>ta por hora. La comisión de<br />
la cosechadora era considerable. Antonio, más baqueteado por la<br />
profesión, miraba at<strong>en</strong>to a la carretera. “Cuidado, antes de llegar<br />
a Villacañán hay una curva muy mala”, com<strong>en</strong>tó dos veces. Tres<br />
veces. Wolf, a lo suyo, pisaba el acelerador al son de los de<br />
Liverpool. Como era de esperar, se la dieron contra una sebe de<br />
la derecha poco antes de <strong>en</strong>trar <strong>en</strong> el pueblo. El Seisci<strong>en</strong>tos<br />
quedó empotrado <strong>en</strong> el zarzal que les sirvió de amortiguador.<br />
Salieron del coche como exhalación, aunque las puertas abrían<br />
con dificultad. El episodio duró un minuto escaso. “Mira que te<br />
lo dije”, amonestó Antonio.
La vuelta de W olf <br />
En esto, oyeron voces que v<strong>en</strong>ían del otro lado de la <strong>en</strong>ra-<br />
mada de moras. Separaron el follaje (nunca mejor dicho) y vie-<br />
ron el espectáculo. Un hijo de Villacañán corría cual liebre pati-<br />
zamba mi<strong>en</strong>tras int<strong>en</strong>taba subirse la pernera izquierda del panta-<br />
lón. El slip lo había perdido con las prisas. Se le se podía adver-<br />
tir la nalguilla del mismo lado. Por cierto, peluda. Detrás, una<br />
hija del mismo lugar, le seguía como podía mi<strong>en</strong>tras trataba de<br />
ponerse la floreada falda, resist<strong>en</strong>te a la int<strong>en</strong>ción pudorosa de su<br />
dueña. La más íntima pr<strong>en</strong>da había quedado <strong>en</strong>ganchada <strong>en</strong> unos<br />
espinos. Y allí quedó. Se le advertían las dos nalguillas. Por cier-<br />
to, sonrosadas. A unos ci<strong>en</strong> metros, se perdieron detrás de un<br />
tapial y no hubo nada, que Wolf sepa. Como la vida misma.<br />
Y todo por no t<strong>en</strong>er Seisci<strong>en</strong>tos ni, <strong>en</strong> Villacañán, cine de<br />
sesión continua.<br />
42
7<br />
43<br />
Jesús María Cantalapiedra<br />
PRESIDENTE DE ESCALERA<br />
Un primo de Wolf, bastante memo, Casimiro se llama, casó<br />
con señorita <strong>en</strong>gañosa. Angelines. Parecía un querubín de bon-<br />
dad y prud<strong>en</strong>cia. Estaba equivocado. Con el paso de los años el<br />
ángel se convirtió <strong>en</strong> una señora de manos regordetas, desagra-<br />
dable, intolerante, bruja, algo guarra, mandona, petulante, <strong>en</strong>vi-<br />
diosa y con aires de grandeza. Desde que a Casimiro le nombra-<br />
ron jefecillo de algo <strong>en</strong> Española de Montajes, empresa <strong>en</strong> la que<br />
trabajaba de aquella, a la oronda le dio por montarse un árbol<br />
g<strong>en</strong>ealógico que nada t<strong>en</strong>ía que ver con sus inciertos oríg<strong>en</strong>es.<br />
Com<strong>en</strong>zó a insinuar a las comadres del Bloque II (escalera 14),<br />
la muy alta estirpe militar de papá (q.e.d.). La verdad es que papá<br />
había sido sarg<strong>en</strong>to chusquero y trapicheaba con Winston allá,<br />
cerca de Huelva.
La vuelta de W olf <br />
Así, con estas ínfulas, presionaba fuertem<strong>en</strong>te a Casimiro.<br />
“Cuidao que ti<strong>en</strong>es poca sangre. Fíjate <strong>en</strong> Ramón, el marido de<br />
Reme, presid<strong>en</strong>te de escalera y tú como un lelo, que eres un lelo”,<br />
le repetía constantem<strong>en</strong>te, <strong>en</strong>tre otras agresiones. Casimiro, hom-<br />
bre tranquilo que jamás buscó ni quiso complicaciones, aguantaba<br />
callado las andanadas de Angelines. Pero, pasados unos meses,<br />
cedió. “Bu<strong>en</strong>o mujer, para las próximas me pres<strong>en</strong>to”.<br />
Angelines se <strong>en</strong>cargó de la campaña junto con una cuñada<br />
que vivía <strong>en</strong> el quinto. Y ganó. Sólo se pres<strong>en</strong>tó él. La escalera 14<br />
era un avispero más que repugnante. En los primeros pisos se asa-<br />
ban de calor. En los últimos, a los que con frecu<strong>en</strong>cia no llegaba<br />
el asc<strong>en</strong>sor, de frío. Goteras aparte. En la primera junta o asamblea<br />
m<strong>en</strong>sual todo el mundo gritaba e insultaba. Repetitivam<strong>en</strong>te se<br />
escuchaban frases airadas como, por ejemplo: “A ver si el tonto el<br />
haba de tu niño deja de patinar por el pasillo a las doce de la<br />
noche”. El del tercero B, bastante duro de oído reclamó: “Eso, que<br />
aparque bi<strong>en</strong> el coche, que nunca puedo salir del garaje”. El padre<br />
del patinador de noche dijo: “Mira quién fue a hablar, que os<br />
pasáis de tres a cuatro de la mañana dale que te pego al asunto.<br />
“¿Es que no p<strong>en</strong>sáis cambiar de somier o qué?”<br />
44
45<br />
Jesús María Cantalapiedra<br />
A Casimiro, el hombre, sin <strong>en</strong>ergía sufici<strong>en</strong>te, le resultaba<br />
imposible controlar aquello. Una vez finalizadas las trifulcas, lo<br />
malo era la c<strong>en</strong>a. Angelines le ponía a caldo. “Que no ti<strong>en</strong>es lo<br />
que ti<strong>en</strong>es que t<strong>en</strong>er, calzonazos. No hago vida de ti. Ahora me<br />
explico lo de Española de Montajes. Veintidós años <strong>en</strong> la empre-<br />
sa y sólo has llegado a subjefe de sección. El próximo día me<br />
pongo los pantalones de cuadros y se van a <strong>en</strong>terar de quién es<br />
Angelines, so memo”. El, callaba. Callaba y se iba a la cama para<br />
tratar de soñar otros mundos más gratos. Alguno, <strong>en</strong> realidad,<br />
cercano.<br />
Y, <strong>en</strong> esas, pasaron unos meses. El asc<strong>en</strong>sor, cada vez con<br />
más frecu<strong>en</strong>cia, no subía hasta el sexto. Los vecinos de los pri-<br />
meros pisos se afogaban y del cuarto para arriba t<strong>en</strong>ían que dor-<br />
mir con tres edredones y bufanda de cuadros. Dejaron de pagar<br />
la cuota de escalera. Por cierto, las plantas del pequeño jardín<br />
interior del bloque se secaron y el timbre del portero automático<br />
dejó de funcionar.<br />
Soportó cuatro o cinco asambleas y, <strong>en</strong>tre abucheos, <strong>en</strong> la<br />
última dimitió o le dimitieron. La bu<strong>en</strong>a educación me impide<br />
reflejar los improperios de Angelines una vez <strong>en</strong> casa. Después
La vuelta de W olf <br />
de gritarle casi dos horas, la malvada se fue a la cama y com<strong>en</strong>-<br />
zó a roncar. Casimiro, con los ojos muy abiertos, quedó s<strong>en</strong>tado<br />
<strong>en</strong> el sofá mirando al techo. Tomó la decisión a eso de las cuatro<br />
de la mañana.<br />
El único mundo grato que había conocido desde el mal día<br />
que llegó al Bloque II (escalera 14), era la asist<strong>en</strong>ta gallega del<br />
segundo. Se llamaba Maruxa. Solía sonreírle al paso, martes,<br />
jueves y sábados. En alguna ocasión, cada vez con más frecu<strong>en</strong>-<br />
cia, él provocaba aquellos fugaces saludos <strong>en</strong> el portal, princi-<br />
palm<strong>en</strong>te durante su mandato como presid<strong>en</strong>te de escalera. Se<br />
trataba del único mom<strong>en</strong>to amable del día. Maruxa parecía un<br />
querubín de bondad y prud<strong>en</strong>cia. Ella le miraba dulcem<strong>en</strong>te. Con<br />
cierta picardía cómplice, eso sí.<br />
Todo se desarrolló a velocidad de vértigo. Transcurridos dos<br />
o tres días más de infierno, se escapó con Maruxa a Monforte.<br />
Alquilaron una pequeña casita de planta baja <strong>en</strong> la afueras y mon-<br />
taron una mercería. Y son felices. Aunque la última noticia que<br />
tuve de ellos fue que Maruxa com<strong>en</strong>zaba a hablarle de un bloque<br />
que estaban construy<strong>en</strong>do cerca de la mercería. “Nos v<strong>en</strong>dría más<br />
cómodo y además creo que ti<strong>en</strong>e living room”.<br />
46
8<br />
47<br />
Jesús María Cantalapiedra<br />
SE NECESITAN VENDEDORES<br />
AGRESIVOS<br />
Como casi todo el personal, un primo hermano de Wolf,<br />
Constancio, apareció <strong>en</strong> este mundo sin haberse ganado la vida.<br />
Y, como sus colegas, tuvo que hacerlo después. A lo largo de<br />
muchos años. Además, de listo t<strong>en</strong>ía poco, no le quedó más<br />
remedio que emplearse a fondo. O sea, escribir muchos, muchí-<br />
mos curriculums vitae a las demandas de empleo insertadas con<br />
gran aparato editorial <strong>en</strong> periódicos locales o nacionales. “Se<br />
necesita v<strong>en</strong>dedor agresivo”; “Magnífico porv<strong>en</strong>ir”; “Grandes<br />
inc<strong>en</strong>tivos”; “Oportunidad de promoción inmediata”; “Reserva<br />
absoluta”, y distintos señuelos embaucadores de incautos, para<br />
los que no existía otra oportunidad laboral. Muchas de las lla-<br />
madas multinacionales, se aprovechaban de la situación. Algún
La vuelta de W olf <br />
día, algui<strong>en</strong>, debiera escribir un elogio del v<strong>en</strong>dedor. O yo<br />
mismo. Jetas aparte, el v<strong>en</strong>dedor colaboró y colabora activa-<br />
m<strong>en</strong>te <strong>en</strong> el desarrollo de la mayor parte de empresas comercia-<br />
les, industriales y financieras, o un largo etcétera de actividades<br />
dedicadas a ofrecer-imponer consumo puro y duro al ciudadano.<br />
Otros terrícolas, más avispados, aún sigu<strong>en</strong> alim<strong>en</strong>tándose a<br />
exp<strong>en</strong>sas de la teta izquierda de mamá, de los posibles de papá o<br />
de su cara pétrea o alicatada, según el caso. Que también haylos.<br />
Cantidad. O eso parece. Se han pasado la vida <strong>en</strong> paradero labo-<br />
ral desconocido y continúan vivi<strong>en</strong>do como curas (de los de<br />
antes) gracias a sus privilegiados cerebelos o m<strong>en</strong>inges. Suerte<br />
que ti<strong>en</strong><strong>en</strong>. ¡Viva! Nadie se explica cómo lo hac<strong>en</strong> pero ahí están,<br />
subsisti<strong>en</strong>do con gran despliegue de estatus social, económico o<br />
automovilístico. Bu<strong>en</strong>o, eso es otra historia.<br />
Constancio picó el obligado anzuelo y se comió el cebo<br />
<strong>en</strong>gañoso hasta bi<strong>en</strong> mayorzón. Después de dos o tres expe-<br />
ri<strong>en</strong>cias preparatorias, ciertam<strong>en</strong>te p<strong>en</strong>osas, <strong>en</strong>contró lo que<br />
parecía iba a funcionar. Fue admitido inmediatam<strong>en</strong>te y <strong>en</strong>via-<br />
do a hacer el obligado cursillo de formación e iniciación al<br />
marketing.<br />
48
49<br />
Jesús María Cantalapiedra<br />
Junto con otros legos, fue recibido por un director g<strong>en</strong>eral<br />
o algo así. Y así se expresó:<br />
“Queridos amigos, esta empresa es una gran familia. Mas,<br />
la consecución de objetivos, nos lleva a un exhaustivo análisis<br />
de los parámetros comerciales por los que el país discurre<br />
coyunturalm<strong>en</strong>te. Por otra parte, y dados los condicionami<strong>en</strong>-<br />
tos pres<strong>en</strong>tes, la complejidad de estrategias cumpl<strong>en</strong>, o deb<strong>en</strong><br />
cumplir, un rol dinámico y es<strong>en</strong>cial <strong>en</strong> la formación de los dis-<br />
tintos equipos de trabajo con vistas al desarrollo del futuro.<br />
Asimismo, el aum<strong>en</strong>to constante, <strong>en</strong> cantidad y calidad, de<br />
nuestra actividad, exige precisión y determinación del sistema<br />
participativo g<strong>en</strong>eral…”.<br />
Constancio salió <strong>en</strong>cantado de la reunión. No había <strong>en</strong>t<strong>en</strong>-<br />
dido una palabra pero p<strong>en</strong>só para sí: “M<strong>en</strong>os mal, esta g<strong>en</strong>te es<br />
seria”. Y transcurrió el tiempo. Tanto, que la cartera que le había<br />
regalado su señora para estr<strong>en</strong>ar el trabajo <strong>en</strong> cuestión tuvo que<br />
tirarla por descosida y desgastada. Había portado ci<strong>en</strong>tos de kilos<br />
de folletos y ofertas de temporada.<br />
Un día se decidió. Fue a ver al director g<strong>en</strong>eral o algo así.<br />
“Querido Constancio…”, dijo don José. “Pues mire”, contestó el
La vuelta de W olf <br />
primo de Wolf con tembladera de piernas, “con todo el respeto.<br />
Es que va pasando el tiempo y, aparte del premio de un viaje a<br />
Toledo que gané <strong>en</strong> la otra campaña, no acaban de aparecer los<br />
inc<strong>en</strong>tivos y, claro, desde lo del euro, es que a mi señora no le<br />
alcanza”.<br />
Don José, conmovido, se levantó del sillón giratorio de<br />
cuero negro, rodeo la mesa y le abrazó como a un hijo. “Querido<br />
Constancio, como usted bi<strong>en</strong> sabe, esta empresa es una gran<br />
familia y yo un compon<strong>en</strong>te más de ella. ¡Qué digo uno más¡,<br />
soy como un padre para todos. Y como padre, le pido un esfuer-<br />
zo más. Un empujón más, precisam<strong>en</strong>te a usted, Constancio, que<br />
es un ejemplo para todos. Ya sabe, querido amigo, que los pará-<br />
metros comerciales por los que el país discurre coyunturalm<strong>en</strong>-<br />
te, exig<strong>en</strong> precisión y determinación <strong>en</strong> el sistema participativo.<br />
¡Animo Constancio¡, un esfuerzo más. Recuerde siempre que es<br />
mi preferido. Y tome este habano, se lo merece”.<br />
Transcurrido un año volvió a hablar con Don José. “Don<br />
José, con todo el respeto, que a mi señora no le alcanza. Y no<br />
será porque no empujo”. El director g<strong>en</strong>eral o algo, le recibió<br />
afectuoso. “Querido Constancio, cuánto me alegra. Sincera-<br />
5
m<strong>en</strong>te, de padre a hijo, de hombre a hombre, le pido un esfuerzo<br />
más. Recuerde, como definitivo elem<strong>en</strong>to esclarecedor, que el<br />
proceso dinámico de la empresa es el producto de aplicación de<br />
una indirecta implem<strong>en</strong>tación superadora con criterios sistemati-<br />
zados <strong>en</strong> un fr<strong>en</strong>te común de actuación. ¡Contamos con usted,<br />
Constancio¡ Recuerdos a su señora y adelante. Usted puede”.<br />
Salió conv<strong>en</strong>cido. “En el fondo ti<strong>en</strong>e razón”, p<strong>en</strong>só. Las<br />
sigui<strong>en</strong>tes semanas trabajó como un tigre. Empujó todo cuanto<br />
pudo. Se esforzó lo indecible. Hasta que un viernes, a eso de las<br />
nueve de la noche, después de tanto esfuerzo, se hizo caca. Tan<br />
grande fue la caca que su señora tuvo que ingresarle <strong>en</strong> la<br />
Resid<strong>en</strong>cia Virg<strong>en</strong> del Amparo. Se había quedado <strong>en</strong> nada.<br />
51<br />
Jesús María Cantalapiedra
La vuelta de W olf <br />
52
9<br />
SERIO PREGÓN<br />
53<br />
Jesús María Cantalapiedra<br />
A un contrapari<strong>en</strong>te de Wolf, pert<strong>en</strong>eci<strong>en</strong>te a la rama espi-<br />
ritada de la familia según un conocido escritor-p<strong>en</strong>sador de la<br />
tierra, <strong>en</strong> tiempos le dio por las confer<strong>en</strong>cias metafísicas.<br />
Dedicaba parte de su tiempo a preparar pregones de Semana<br />
Santa y diversas apologías, previa promoción de su actividad <strong>en</strong><br />
casas regionales y otros c<strong>en</strong>tros cívicos normalm<strong>en</strong>te alejados de<br />
la tierra que le vio nacer. No muy ducho <strong>en</strong> la materia, le resul-<br />
taba más fácil dar confer<strong>en</strong>cias costumbristas ante paisanos emi-<br />
grados a quini<strong>en</strong>tos kilómetros de su propia ciudad, donde no<br />
podía permitirse morcillas literarias y errores cronológicos o his-<br />
tóricos. La mayoría de las asist<strong>en</strong>cias, nietos o biznietos de quie-<br />
nes muchos años atrás se instalaron laboralm<strong>en</strong>te <strong>en</strong> Extre-<br />
madura, por ejemplo, no suel<strong>en</strong> t<strong>en</strong>er ni idea de lo que se guisa
La vuelta de W olf <br />
ni se guisó <strong>en</strong> los predios de sus mayores. Con los pregoneros,<br />
<strong>en</strong> estas circunstancias, hay que andar con mucho ojo pues los<br />
embolados que met<strong>en</strong> suel<strong>en</strong> ser de consideración. Los ing<strong>en</strong>uos<br />
acud<strong>en</strong> <strong>en</strong> masa porque el parlam<strong>en</strong>to lo imparte un señor que<br />
vi<strong>en</strong>e de su lejana tierra (a la que acud<strong>en</strong> cada cinco años con<br />
motivo de la boda de un primo) y tragan lo que les ech<strong>en</strong>.<br />
Algunos lloran de emoción. ¡Oh las morcillas¡, ¡Oh la Calle<br />
Real¡, ¡Oh la Catedral¡ Nunca vieron su museo pero <strong>en</strong> lonta-<br />
nanza lloran. No le<strong>en</strong> la pr<strong>en</strong>sa de allí. Viv<strong>en</strong> virtualm<strong>en</strong>te los<br />
recuerdos del abuelo y no sab<strong>en</strong> qué tipos de habas se cuec<strong>en</strong><br />
allá. Algún nostálgico familiar, incluso, colabora con el periodi-<br />
quín del pueblo extremeño o de otro norte, contando las virtudes<br />
antañonas de sus ancestros poni<strong>en</strong>do a parir, eso sí, a los políti-<br />
cos de turno; a los que jamás votó por empadronami<strong>en</strong>to aj<strong>en</strong>o o<br />
desidia geográfica. Escribo g<strong>en</strong>eralizando. Gracias a ciudadanos<br />
<strong>en</strong> verdad amantes de su tierra, se sigue mant<strong>en</strong>i<strong>en</strong>do el espíritu<br />
patriochico de un paisanaje desarraigado que mira quini<strong>en</strong>tos<br />
kilómetros atrás con cariño sincero. Los otros sólo recuerdan<br />
vagam<strong>en</strong>te, si es que las conocieron, tascas y tabernillas popula-<br />
res. ¡Ah¡ , y el famoso bacalao al ajo arriero que, normalm<strong>en</strong>te,<br />
54
55<br />
Jesús María Cantalapiedra<br />
confund<strong>en</strong> con congrio de la misma calaña. Por cierto, la afición<br />
del español por el ajo merecería un sesudo <strong>en</strong>sayo. Ya lo dijo<br />
Julio Camba: “La cocina española está ll<strong>en</strong>a de ajo y preocupa-<br />
ciones religiosas”.<br />
Pero no quiero irme por las ramas. El caso es que el con-<br />
trapari<strong>en</strong>te de Wolf, el espiritado, dio con su pregón <strong>en</strong> una<br />
población extremeña poco antes de Semana Santa, invitado por<br />
la correspondi<strong>en</strong>te casa regional. Lo preparó a fondo. Consultó<br />
<strong>libro</strong>s prestados por un primo canónigo. Más que un pregón<br />
aquello parecía sermón o triduo. Teología pura. Misticismo puro.<br />
Drama de Pasión. Incluso hizo un soneto fúnebre titulado “Están<br />
matando a Dios”. El fondo de los catorce <strong>en</strong>decasílabos quería<br />
expresar lo poco que había servido la tragedia divina. La huma-<br />
nidad seguía <strong>en</strong> las mismas. Una lágrima se le escapó mi<strong>en</strong>tras<br />
lo leía emocionado. O dos. Era el mes de abril y la guerra de Irak<br />
estaba <strong>en</strong> su punto álgido.<br />
Los escuchantes, no muy iniciados <strong>en</strong> teologías o sin ganas<br />
de ellas, bostezaban. Faltaba lo mejor de la tarde y se s<strong>en</strong>tían<br />
inquietos. Muchos miraban el reloj. Otros, removían las posade-<br />
ras sobre el asi<strong>en</strong>to de plástico verdoso. Así que el contrapari<strong>en</strong>-
La vuelta de W olf <br />
te de Wolf finalizó como pudo el pregón pasional y apasionado.<br />
Leves aplausos.<br />
Y com<strong>en</strong>zó el esperado mom<strong>en</strong>to de la jornada: el baile. Sí,<br />
señoras y señores, el baile. Una orquestina del Jerte atacó la<br />
bonita melodía que lleva por título: “Me gusta la pachanga, seño-<br />
res, qué pachanga”. La segunda pieza, cantada por vocalista<br />
extremeña muy suelta de carnes ella, fue el precioso pasodoble:<br />
“Que no te puedo querer… apártate de mi p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>to”.<br />
Así fue.<br />
56
10<br />
ELOGIO DE LA SIESTA<br />
57<br />
Jesús María Cantalapiedra<br />
Wolf, por comparación con el paisanaje de otros países<br />
europeos (si es que pert<strong>en</strong>ecemos íntimam<strong>en</strong>te al Viejo<br />
Mundo, cuestiones administrativas aparte), siempre opinó y<br />
opina que el español es embustero por naturaleza. Niega sus<br />
gustos ocultos; niega a su cuñada si resultó casquivana; niega,<br />
al m<strong>en</strong>os por omisión, sus oríg<strong>en</strong>es rurales o m<strong>en</strong>estrales;<br />
niega que <strong>en</strong> invierno lleva camiseta de felpa. Y lo dice con<br />
altanería. Cinco grados bajo cero. Cuando a un amigo le ope-<br />
ran de fístula bajera, pregunta: “¿Qué es eso?”. Y padece una<br />
que le ti<strong>en</strong>e <strong>en</strong> un grito.<br />
En tiempos, dedicado a su afición por el periodismo, cuan-<br />
do Wolf <strong>en</strong>trevistaba a algún triunfador y le preguntaba: “¿Así<br />
que su abuelo era arriero?” (o fontanero, o destripaterrones, o
La vuelta de W olf <br />
peluquero), el riquísimo <strong>en</strong>trevistado solía sugerir: “Oye, ese<br />
tema no lo m<strong>en</strong>ciones, eran otros tiempos y, a quién le intere-<br />
sa…”. Estaba r<strong>en</strong>unciando al gran orgullo que significa salir de<br />
la nada y alcanzar la gloria, principalm<strong>en</strong>te intelectual o econó-<br />
mica, a base de esfuerzo, trabajo y sacrificios sin cu<strong>en</strong>to. Mas, el<br />
personal no se aguanta y, dep<strong>en</strong>de las circunstancias, puede lle-<br />
gar a negar a su padre y el dev<strong>en</strong>ir familiar de sus asc<strong>en</strong>di<strong>en</strong>tes.<br />
En la misma forma que San Pedro negó a Jesucristo. Y mira<br />
quién era. Dep<strong>en</strong>de del ambi<strong>en</strong>te social o político del mom<strong>en</strong>to,<br />
llega a negar que hace la nov<strong>en</strong>a de la Amargura. O todo lo con-<br />
trario si la tortilla ha dado la vuelta.<br />
Pero la negación que más le <strong>en</strong>corajina a Wolf, aparte de la<br />
camiseta de felpa (<strong>en</strong> qué cabeza cabe no llevarla con cinco bajo<br />
cero), es la repulsa a reconocer que se duerme siesta; uno de los<br />
más agradecidos inv<strong>en</strong>tos de la humanidad. Casi superior a la<br />
rueda. La idea de muchos sobre la siesta es la del peladito meji-<br />
cano s<strong>en</strong>tado <strong>en</strong> una esquina con un gran sombrerón a modo de<br />
cobijo bajo el sol. Aunque, bi<strong>en</strong> es cierto, la p<strong>en</strong>umbra de la paja<br />
propicia el <strong>en</strong>soñami<strong>en</strong>to. “Y luego se quejan. Más les valiera<br />
estar trabajando”. Wolf se pregunta: “¿Dónde?”.<br />
58
59<br />
Jesús María Cantalapiedra<br />
La siesta, sin embargo, a pesar de sus detractores, de su<br />
repulsa hipócrita, hay que t<strong>en</strong>erla <strong>en</strong> mucha consideración aun <strong>en</strong><br />
contra de la clase médica. Ellos, los médicos, son culpables de su<br />
mala pr<strong>en</strong>sa junto con la antigua medicina doméstica. “La comi-<br />
da paseada y la c<strong>en</strong>a reposada”. ¿En qué cabeza cabe pasear una<br />
fabada o un cocido maragato? Para el intelig<strong>en</strong>te, los dos condu-<br />
mios pid<strong>en</strong> a gritos una siesta de las de hacer época; de las de<br />
persiana abajo y orinal.<br />
Creo <strong>en</strong>t<strong>en</strong>der que fueron los romanos sus inv<strong>en</strong>tores. La<br />
jornada com<strong>en</strong>zaba cuando salía el sol y finalizaba al anochecer,<br />
dividi<strong>en</strong>do las horas de luz <strong>en</strong> cuatro partes. A saber: prima, ter-<br />
cia, sexta y nona. La hora sexta (siesta por derivación) se situaba<br />
<strong>en</strong>tre las dos y las cinco de la tarde. Es decir, cuando más cal<strong>en</strong>-<br />
taba el sol y llegaba la modorra después de abandonar el triclinio<br />
ciegos de potajes y merluza a la romana. En la actualidad, aun <strong>en</strong><br />
invierno, las calefacciones igualm<strong>en</strong>te propician soñera. A modo<br />
de recordatorio para detractores: ¿A dónde llegó el Imperio<br />
Romano practicando tan d<strong>en</strong>ostado ejercicio? Consiguieron ser<br />
los dueños del mundo. ¿Cuándo com<strong>en</strong>zó el declive de Roma? En<br />
el mom<strong>en</strong>to <strong>en</strong> que Diocleciano dividió el imperio <strong>en</strong> dos partes
La vuelta de W olf <br />
y, más tarde, Constantino trasladó la capitalidad ori<strong>en</strong>tal a<br />
Bizancio. ¿Qué ocurrió? Que los bizantinos no computaban las<br />
horas del día como los romanos y, consigui<strong>en</strong>tem<strong>en</strong>te, no cono-<br />
cían la hora sexta. Y pasó lo que t<strong>en</strong>ía que pasar. Que llegó<br />
Odocrao, rey de los hérulos, y el Imperio Romano se fue al gare-<br />
te. O algo así. ¡Ay infelices! Y todo por falta de siesta.<br />
Si hacemos comparaciones, ¿por qué ahora los norteameri-<br />
canos son los amos? Muy simple. A fuerza de tesón. Hace bi<strong>en</strong><br />
pocos años la descubrieron y desde <strong>en</strong>tonces se <strong>en</strong>tregan a ella<br />
con fervor patrio. Y así les va de bi<strong>en</strong>. Ya no se mofan de quie-<br />
nes durante c<strong>en</strong>turias la practicamos. Algunos de ellos exclaman:<br />
¡El tiempo que perdimos con la guerra de Secesión! ¡Si <strong>en</strong> vez<br />
de andar guerreando con los del Sur hubiéramos descubierto la<br />
hora sexta, habíamos ganado más de ci<strong>en</strong>to treinta años!<br />
Otro importante argum<strong>en</strong>to <strong>en</strong> def<strong>en</strong>sa y elogio de la sies-<br />
ta, es la tesis del profesor Kropotkin de la Universidad de<br />
Voroniezh (Rusia). Según el señor Kropotkin, la siesta, la hora<br />
sexta, es el más adecuado mom<strong>en</strong>to para t<strong>en</strong>er familia. Bu<strong>en</strong>o,<br />
para int<strong>en</strong>tarlo.<br />
No la neguemos.<br />
6
11<br />
LUCHA PERIODÍSTICA<br />
61<br />
Jesús María Cantalapiedra<br />
Este capítulo está inspirado <strong>en</strong> una pequeña columna que<br />
escribí hace muchos años. Wolf aún no había aparecido <strong>en</strong> mi<br />
paisaje. El motivo de sacar hoy a colación esta variación sobre el<br />
tema, es transcribir la idea de mi amigo sobre la peculiar lucha.<br />
Coincidimos exactam<strong>en</strong>te <strong>en</strong> el cont<strong>en</strong>ido de aquella gacetilla<br />
con título <strong>en</strong>gañoso.<br />
A lo que voy. La señora María tuvo que cerrar su diminuta<br />
ti<strong>en</strong>da de ultramarinos. Una multinacional de alim<strong>en</strong>tación<br />
holandesa o francesa o de no sé qué país, acabó con el negocio<br />
familiar de toda la vida. Y con otros muchos. Desapareció la<br />
libretina donde los t<strong>en</strong>deros apuntaban las deudas de su cli<strong>en</strong>te-<br />
la. “Anótamelo, te lo pago a primeros de mes”. Fue sustituida<br />
por tarjetas de crédito. La libretina, aun mucho m<strong>en</strong>os sofistica-
La vuelta de W olf <br />
da, fue su precursora de andar por casa. Además, siempre estaba<br />
on line.<br />
En la misma medida, hace pocos años, desapareció la banca<br />
Fernández Felgueroso. La había fundado un molinero, bisabue-<br />
lo del último propietario. Los molineros fueron los primeros ban-<br />
queros del país. “Don Manuel, présteme quini<strong>en</strong>tos reales, que se<br />
los devuelvo para la siega”. Don Manuel, como un padre, se los<br />
prestaba. Después, por culpa de una pedriza, se quedaba con las<br />
heminas de c<strong>en</strong>t<strong>en</strong>o. Igual que ahora. Pero llegaron los grandes<br />
bancos europeos o americanos o de no sé dónde y se adueñaron<br />
del próspero negocio familiar de toda la vida. Ahora se llama<br />
Money & Money Corporation.<br />
La vieja cantina de B<strong>en</strong>ito dio paso a un MacRonals o algo<br />
así. Ofrec<strong>en</strong> platos de desconocido orig<strong>en</strong> y <strong>en</strong>diablados nom-<br />
bres, mostrándolos <strong>en</strong> <strong>en</strong>ormes cartas de colorines. El escabeche<br />
de tino y la conversación del señor B<strong>en</strong>ito quedaron <strong>en</strong> el olvi-<br />
do. Lo mismo ocurrió con el señor Julián, el panadero. Tuvo que<br />
apagar el horno y bajar la trapa. No aguantó el tirón de Plasta<br />
Pans & Company. Se acabó el amasado artesanal y amoroso. El<br />
olor a leña quemada. Tra<strong>en</strong> las baguettes congeladas desde el<br />
62
63<br />
Jesús María Cantalapiedra<br />
P<strong>en</strong>edés. Ahora vive con su nieto, su vieja perrilla Linda y su<br />
p<strong>en</strong>sión de autónomo <strong>en</strong> Astorga.<br />
La lista es interminable.<br />
Los viejos periódicos El P<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>to Ilicitano o La Aurora<br />
Paramesa, por ejemplo, fueron absorbidos por un grupo editorial<br />
poderoso. Con mucho poder. En este país, y <strong>en</strong> todos, hay varios.<br />
La lucha es a muerte pues también todos quier<strong>en</strong> hacerse más<br />
grandes, comerse al pequeño. T<strong>en</strong>er más y más poderío, ejercer<br />
más presión allá donde haga falta. Lobby. Adiós a las letras de<br />
plomo salidas de ruidosas linotipias. Adiós a los cajistas.<br />
Bi<strong>en</strong>v<strong>en</strong>idos ord<strong>en</strong>adores, técnicas digitales, lic<strong>en</strong>ciados <strong>en</strong> ci<strong>en</strong>-<br />
cias de la información y becarias de verano.<br />
Insisto, la lucha periodística es a muerte. Pero no es esa<br />
batalla la protagonista del capítulo. Quiero <strong>en</strong>sayar sobre la con-<br />
ti<strong>en</strong>da, la pelea que significa conseguir un periódico a la hora de<br />
desayunar <strong>en</strong> la cafetería de la esquina. Coincidi<strong>en</strong>do con mi<br />
experi<strong>en</strong>cia sobre el asunto, así me lo cu<strong>en</strong>ta Wolf.<br />
Como todo el mundo sabe, <strong>en</strong> este pueblo son muy pocos<br />
los que ejercitan el derecho de comprar el periódico. Se lee (es<br />
un decir) junto con el café con leche y la <strong>en</strong>saimada. Por el
La vuelta de W olf <br />
mismo precio. Primeras o segundas horas de la mañana. Siete u<br />
ocho personas bostezan <strong>en</strong> la barra de un café. Sólam<strong>en</strong>te un<br />
caballero de larga edad ti<strong>en</strong>e el privilegio de t<strong>en</strong>er <strong>en</strong> sus manos<br />
la pr<strong>en</strong>sa del lugar. Unos cuantos pares de ojos le miran con<br />
<strong>en</strong>vidia. El afortunado se pone parsimoniosam<strong>en</strong>te las gafas de<br />
présbita. Mira la foto de portada. Lee las letras gordas c<strong>en</strong>trales.<br />
Pasa rápidam<strong>en</strong>te las tres o cuatro primeras páginas. Wolf, a su<br />
lado, espera impaci<strong>en</strong>te. “Si sigue a esa velocidad, <strong>en</strong> tres minu-<br />
tos lo t<strong>en</strong>go”, pi<strong>en</strong>sa. Pero no. Se moja el dedo corazón derecho<br />
y avanza dos. El privilegiado, por <strong>en</strong>ésima vez, limpia las gafas<br />
conci<strong>en</strong>zudam<strong>en</strong>te. Las mira al trasluz. Lee, <strong>en</strong>terita, una infor-<br />
mación sobre el campo. Prosigue. Se moja el dedo pulgar y<br />
retrocede. Prosigue. Se salta la información internacional. La<br />
guerra de Irak parece que ha acabado. Los que esperan, desespe-<br />
ran. Wolf se pone nervioso. “Le faltan las esquelas”, adivinó.<br />
Llegaron las esquelas. Las leyó todas, muchas. Aquel mes había<br />
una gripe muy mala. Llega a las páginas de televisión. Las mira<br />
de arriba abajo. ¡Por fin, la última! Se extasía con una maciza del<br />
famoseo, ligera, muy ligera de l<strong>en</strong>cería. Resopla. Recuerda a la<br />
pari<strong>en</strong>ta. Resopla. Apura el resto de café con leche frío y una<br />
64
miga de <strong>en</strong>saimada que captura apretándola con el mismo dedo<br />
corazón derecho. Al fin, dobla el periódico por la mitad y se va.<br />
Ocho manos nerviosas <strong>en</strong> lucha se abalanzan sobre el papelín.<br />
Entre ellas, una de porcelana con mucho anillo áureo a la que se<br />
intuía bastante crema hidratante de calidad. Se había acercado al<br />
tesoro por detrás. “Perdon<strong>en</strong> señores”, dijo la dama recién llega-<br />
da. Y lo cogió. Wolf y los otros siete u ocho sufridores, educadí-<br />
simos, consintieron. Se acordaron de su madre, de la de dama y,<br />
desconsolados, más bi<strong>en</strong> cabreados, pagaron el café y la <strong>en</strong>sai-<br />
mada. Marcharon. Vaya usted a saber dónde.<br />
65<br />
Jesús María Cantalapiedra
La vuelta de W olf <br />
66
12<br />
VIVIR ADOSADOS<br />
67<br />
Jesús María Cantalapiedra<br />
A Wolf siempre le tiró el campo, digo siempre que lo hubie-<br />
ran puesto <strong>en</strong> montaña o ribera. La paramera le resultaba pelín<br />
plana, demasiado marrón o excesivam<strong>en</strong>te cantada por los poe-<br />
tas. Quizás el motivo de su inclinación hacia lo rural era, preci-<br />
sam<strong>en</strong>te, que no t<strong>en</strong>ía casa <strong>en</strong> el pueblo como todo el mundo. Por<br />
no t<strong>en</strong>er, no t<strong>en</strong>ía ni pueblo. “¿Por qué yo no t<strong>en</strong>go pueblo?”, se<br />
preguntaba. Simple. El abuelo materno, médico, boticario o algo<br />
así, hace mil años, un día se murió y desapareció de la heredad<br />
la casona ribereña con huerta, manzanos y perales. Algui<strong>en</strong> la<br />
compraría. La rama paterna había abandonado la campiña varias<br />
g<strong>en</strong>eraciones atrás y se dedicó a pisar asfalto. Wolf, pues, siem-<br />
pre <strong>en</strong>vidió a los amigos que <strong>en</strong> verano o los fines de semana se<br />
iban al pueblo. T<strong>en</strong>ían bodega y, aparte de arreglar la cerca, se
La vuelta de W olf <br />
preparaban mer<strong>en</strong>dolas muy com<strong>en</strong>tadas de lunes a viernes. Un<br />
vecino les mataba el gocho y curaba los chorizos. Los hacían a<br />
la brasa.<br />
Así que, no pudi<strong>en</strong>do disfrutar de casa <strong>en</strong> el pueblo, desde<br />
muy jov<strong>en</strong> los domingos se iba de campo junto con otros desa-<br />
fortunados faltos de huerta y adobe. Lo cierto es que la cosa no<br />
era de mucho disfrutar pero él, erre que erre. Nunca apr<strong>en</strong>dió a<br />
s<strong>en</strong>tarse <strong>en</strong> el suelo. Le dolía todo. Hasta que se inv<strong>en</strong>taron las<br />
mesitas y las sillas plegables, éstas a rayas verdes y blancas,<br />
aquello era un suplicio. Y qué decir de la obligada hoguera y<br />
búsqueda previa de palos. Había que recogerlos <strong>en</strong> casa el de-<br />
monio y la fogata siempre se apagaba cuando el arroz estaba a<br />
medio cocer. Para qué hablar del olor a humo impregnado <strong>en</strong> el<br />
jersey (gordo, pues normalm<strong>en</strong>te hacía frío). Y luego fregar <strong>en</strong><br />
un riachuelo de sospechosa asepsia. Y los mosquitos. Y los tába-<br />
nos. Y las boñigas. Y el botijo. Y la bota de vino cal<strong>en</strong>torro. Y<br />
sacudir la manta de cuadros a la anochecida. Y, a voces, buscar<br />
a Manolín, el sobrino tonto de un amigo. Siempre se perdía el<br />
cabroncete. La reunión campestre más parecía campo de refu-<br />
giados de Ori<strong>en</strong>te Medio que picnic peliculero. Y llegar a casa<br />
68
hecho un cirineo dolorido y oloroso. No obstante, insistió duran-<br />
te muchos años. Hasta bi<strong>en</strong> <strong>en</strong>trada la modernidad y el s<strong>en</strong>tido<br />
común.<br />
De tal fortuna, casi al mismo tiempo que los dolores reu-<br />
máticos com<strong>en</strong>zaban a atacar, empecinado con el jodío campo,<br />
tomó la decisión de instalarse fuera de la ciudad. Trabajo le costó<br />
pues su señora, Angelines, era urbanita pura y dura. “Qué vamos<br />
a hacer <strong>en</strong> Villalambre si no hay Corte Escocés ni Hojaldres<br />
Alfonso…”. Al fin, con la inestimable ayuda de una cuñada a la<br />
que también iba la marcha campestre (<strong>en</strong> el fondo lo que quería<br />
era t<strong>en</strong>er casa <strong>en</strong> el campo por la cara), logró su objetivo no sin<br />
antes buscar y buscar <strong>en</strong> los alrededores de su ciudad. Vio todo<br />
tipo de señuelos hasta que <strong>en</strong>contró una urbanización muy apa-<br />
ñada <strong>en</strong> avanzado estado de construcción. El adosado era pre-<br />
cioso. “Garaje, salón, coquetona salita, cocina monísima, dos<br />
dormitorios, baños, buhardilla, terraza y calefacción de gasóleo”,<br />
rezaba el anuncio de la inmobiliaria. “Fíjate, Angelines, aquí<br />
ponemos el taquillón con la lámpara de pergamino”. Ni le preo-<br />
cupó que desde el garaje hasta la buhardilla hubiera cincu<strong>en</strong>ta y<br />
tantas escaleras. Se cegó sin p<strong>en</strong>sar <strong>en</strong> sus algias lumbares.<br />
69<br />
Jesús María Cantalapiedra
La vuelta de W olf <br />
Firmó una hipoteca de tropeci<strong>en</strong>tos años de largura y…al campo.<br />
Al campo, campo. Los dosci<strong>en</strong>tos cincu<strong>en</strong>ta metros de jardín<br />
eran un pedregal con el que hubo de emplearse a fondo. Pero él,<br />
aunque nunca había cogido pico y pala, ya lo veía tan verde<br />
como <strong>en</strong> la foto virtual que le había <strong>en</strong>señado el ag<strong>en</strong>te de la pro-<br />
piedad inmobiliaria. Siempre fue muy optimista. “Fíjate,<br />
Angelines, aquí pondremos un rodod<strong>en</strong>dro”.<br />
Se suscribió a una revista para profesionales. “El jardín de<br />
tus sueños”. No <strong>en</strong>t<strong>en</strong>día una palabra y así se demostró con el<br />
tiempo. Después de picar conci<strong>en</strong>zudam<strong>en</strong>te el pedregal y cos-<br />
tarle un riñón los camiones de tierra vegetal, consiguió sembrar<br />
el verde que después de un año se tornaría <strong>en</strong> marrón. Plantó hie-<br />
dras <strong>en</strong> el lugar inadecuado, coníferas (a cualquier árbol le lla-<br />
maba pino), fotíneas, laureles reales, rosales, romero, hebes y<br />
tulipanes a destiempo. Al cabo de un año y consigui<strong>en</strong>tes hernias<br />
discales, el edén se puso mustio. Primero el rodod<strong>en</strong>dro. No<br />
quiero hablar de sus riñones. Le t<strong>en</strong>ían <strong>en</strong> un grito. Y todavía, el<br />
memo de él cantaba aquello de “¡Ay, ay, ay, ay, qué trabajos nos<br />
manda el Señooor… agacharse y volverse a agachaaar…!”<br />
Siempre le gustó la zarzuela.<br />
7
Angelines observaba como se partía los riñones desde la<br />
galería, mi<strong>en</strong>tras tomaba refrescos bios. “Toma campo, so<br />
necio…”, p<strong>en</strong>saba la ingrata. Y se tomaba otro de piña.<br />
Lo malo fue cuando empezó a aparecer el pulgón. Y la<br />
cochinilla y la araña roja y la mosca blanca y la oruga verde y<br />
la clorosis del hierro y los hongos y el oídio y miles de depre-<br />
dadores o patologías varias. Pero, sobre todo el pulgón. El pul-<br />
gón le traía a mal traer. De nada sirvieron insecticidas, acarici-<br />
das, fungicidas biosistemáticos, fertilizantes ni abonos. No<br />
<strong>en</strong>t<strong>en</strong>día los prospectos. No aplicaba las dosis oportunas. Y<br />
mira que preguntaba a los vecinos, más duchos <strong>en</strong> la materia.<br />
El jardín de los vecinos era como el de Adán y Eva. El césped,<br />
británico, como tupida alfombra. Pero los vecinos callaban.<br />
Wolf pedía consejos mas, los canallas, con una especie de<br />
malévola competitividad, no se los daban. “Pues yo creo que lo<br />
ti<strong>en</strong>es muy bi<strong>en</strong>”, le decía el de la izquierda, cínico como el<br />
sólo. El de la derecha, otro bribón con una parcela tipo Miami<br />
Beach, le com<strong>en</strong>taba al atardecer: “Tú, tranquilo. Yo lo t<strong>en</strong>ía<br />
mucho peor y ya ves. Es cuestión de paci<strong>en</strong>cia”. Pero los ladi-<br />
nos no daban explicaciones técnicas.<br />
71<br />
Jesús María Cantalapiedra
La vuelta de W olf <br />
Lo peor de todo era Angelines. Cuando subía a casa, deses-<br />
perado del pulgón, la cochinilla, la araña roja, la mosca blanca,<br />
la oruga verde, el oídio y las cuñadas (pasaban las tardes con su<br />
hermana bebi<strong>en</strong>do refrescos a costa aj<strong>en</strong>a), t<strong>en</strong>ía que escuchar:<br />
“¿Disfrutas, vida? No hay nada como el campo. Por cierto, a ver<br />
si llamas a los del gasóleo. Y al fontanero, que el bidé de arriba<br />
pierde. Y al electricista, que llevo esperando dos semanas. Y al<br />
de las goteras, que está bu<strong>en</strong>a la buhardilla. Y al escayolista y<br />
a…”. Así, día a día. Hasta que una tarde Wolf respondió: “Y a la<br />
madre que te parió”.<br />
Y, naturalm<strong>en</strong>te, hoy vive <strong>en</strong> pequeño apartam<strong>en</strong>to de la<br />
calle Sanpiro, cerca de un ambulatorio de la Seguridad Social. Se<br />
compró un geranio y cuando vuelve del bar, borracho, lo riega.<br />
72
13<br />
UNA DE TRISTURA<br />
73<br />
Jesús María Cantalapiedra<br />
Nunca hay que mirar ni volver atrás. Los recuerdos gratos<br />
normalm<strong>en</strong>te suel<strong>en</strong> distorsionarse, bi<strong>en</strong> por el tiempo transcu-<br />
rrido (<strong>en</strong> la distancia todo se ve más amable) o por cambio de las<br />
circunstancias. En la mayoría de los casos no se debe visitar el<br />
pasado, so p<strong>en</strong>a de <strong>en</strong>contrarse con lo que no debieras. Wolf se<br />
ha llevado muchos disgustos por culpa de esa su afición a revi-<br />
vir remembranzas.<br />
Inquieto <strong>en</strong> su adolesc<strong>en</strong>cia-juv<strong>en</strong>tud (y aún le dura el baile<br />
de San Vito), un bu<strong>en</strong> día decidió que debería salir del país y<br />
conocer otras g<strong>en</strong>tes. Andaba el chaval por los dieciocho años y<br />
su <strong>en</strong>torno estaba empezando a aburrirle. La resolución viajera<br />
fue tomada por culpa de la manipulación de un globo terráqueo.<br />
Se s<strong>en</strong>tó <strong>en</strong>fr<strong>en</strong>te y lo hizo girar unas cuantas veces con el ánimo<br />
de <strong>en</strong>contrar su ciudad y situarse <strong>en</strong> el mundo. A duras p<strong>en</strong>as
La vuelta de W olf <br />
<strong>en</strong>contró España. Ocupaba, más o m<strong>en</strong>os, un c<strong>en</strong>tímetro cuadra-<br />
do. El primer efecto fue de decepción. “Pero, si somos una mier-<br />
dilla…”, p<strong>en</strong>só. En segunda instancia se dijo: “¿ Y por qué t<strong>en</strong>go<br />
que vivir precisam<strong>en</strong>te aquí, con lo grande que es la bola?”<br />
Así que, después de algún rifirrafe familiar, hizo el petate<br />
y se fue a Alemania. De aquella, la vieja República Federal era<br />
un país lejano, casi exótico para él, sólo practicado por emi-<br />
grantes españoles, italianos, griegos y turcos, que llegaban a<br />
c<strong>en</strong>troeuropa <strong>en</strong> una especie de pateras con forma de tr<strong>en</strong> ati-<br />
borrado de maletas de madera y cuerda de seguridad deshila-<br />
chada. De esparto.<br />
¿Por qué a Alemania? Un amigo suyo, hoy conocido<br />
médico <strong>en</strong> Madrid, había pasado un par de meses <strong>en</strong><br />
Düsseldorf y le contó maravillas. Además, había leído novelu-<br />
chas ambi<strong>en</strong>tadas <strong>en</strong> la baja Babiera con castillos <strong>en</strong>cantados<br />
como fondo. Com<strong>en</strong>zó a soñar. La verdad es que Düsseldorf<br />
estaba mucho más al norte, <strong>en</strong> Westfalia, era el c<strong>en</strong>tro indus-<br />
trial del Ruhr y de castillos nada. Chim<strong>en</strong>eas. Era una ciudad<br />
casi finalizada su reconstrucción (había quedado como un<br />
solar después de la Segunda Burrada Mundial), con incipi<strong>en</strong>te<br />
74
75<br />
Jesús María Cantalapiedra<br />
pres<strong>en</strong>cia de españoles, italianos, griegos y turcos. Todos baji-<br />
tos. Algunos, r<strong>en</strong>egríos.<br />
Encontró trabajo (sobraba) <strong>en</strong> una fábrica metalúrgica con<br />
nueve mil señores laborando a toque de sir<strong>en</strong>a, la mayoría ale-<br />
manotes <strong>en</strong>ormes. Unos cuantos, bajitos, cantaban tarantelas o<br />
tocaban el sirtaki. Pocos españoles y, naturalm<strong>en</strong>te, mal av<strong>en</strong>i-<br />
dos. Wolf, algo pijín, no alternaba mucho con ellos.<br />
Se dedicaba, sin premeditación, a tratar de retrasar el mila-<br />
gro alemán. Le situaron <strong>en</strong> una sección <strong>en</strong> verdad peligrosa y el<br />
hombre, cada dos por tres, visitaba la krank<strong>en</strong>hause. Lo cual, el<br />
hospital. Llegó a ser muy popular <strong>en</strong> traumatología. Incluso inti-<br />
mó, poco, con una fräulein de blanquísima bata a la que cayó<br />
simpático. Era la <strong>en</strong>cargada de cortar a tijera los pantalones de<br />
los accid<strong>en</strong>tados para observar rápidam<strong>en</strong>te el destrozo, normal-<br />
m<strong>en</strong>te producido por hierro cand<strong>en</strong>te. Wolf lo pasaba muy mal al<br />
verse <strong>en</strong> calzoncillos delante de la fraülein. Ella, sonreía.<br />
Burla burlando, pasaron los meses. Vivía o habitaba <strong>en</strong> una<br />
resid<strong>en</strong>cia para jóv<strong>en</strong>es estudiantes y trabajadores regida por<br />
ord<strong>en</strong> religiosa internacional. Don Bosco Hause era el nombre y<br />
estaba situada <strong>en</strong> el número 12 de la Schütz<strong>en</strong>strasse, o algo así.
La vuelta de W olf <br />
Al mismo tiempo, se finalizaba de construir el famoso muro de<br />
Berlín. Lo pudo comprobar <strong>en</strong> unas cortas vacaciones. No <strong>en</strong>t<strong>en</strong>-<br />
dió nada. Muchos, muchísimos años más tarde, ya sin muro, vol-<br />
vió. Siguió sin compr<strong>en</strong>der. Delante del conservado Check Point<br />
Charlie, antigua frontera urbana <strong>en</strong>tre la zona americana y rusa,<br />
echó una lagrimina. A lo tonto.<br />
Ciertam<strong>en</strong>te molesto el gobierno federal por causa de la<br />
intermit<strong>en</strong>te actividad laboral de Wolf y su costo para la<br />
Seguridad Social, antes de que la cosa fuera a mayores, retor-<br />
nó a España. Nunca le gustó permanecer allá donde no se le<br />
valoraba. Había transcurrido casi un año desde su llegada a<br />
Düsseldorf. No pudo comprarse un piso <strong>en</strong> su pueblo como<br />
todos los ahorradores bajitos, pero regresó con un maletón car-<br />
gado de experi<strong>en</strong>cias.<br />
Transcurrieron los años y, poco a poco, le fue <strong>en</strong>trando<br />
morriña alemana. “T<strong>en</strong>go que volver”, p<strong>en</strong>saba añorante. Era su<br />
maldita afición a revivir remembranzas. En varias ocasiones, con<br />
motivo de viajes a Bruselas, relativam<strong>en</strong>te cercana a Düsseldorf,<br />
estuvo a punto de conseguirlo pero, nunca tuvo tiempo. De pron-<br />
to, cuar<strong>en</strong>ta y dos años más tarde, lo consiguió. Una reunión de<br />
76
trabajo <strong>en</strong> Colonia propició el <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tro. Estaba a media hora de<br />
su destino. Tomó un tr<strong>en</strong> a las 9 de la mañana. Llegó a la esta-<br />
ción. Desconocida. Nueva. Atravesó dec<strong>en</strong>as de corredores de la<br />
bahnhof y, ya <strong>en</strong> la calle, emocionado, com<strong>en</strong>zó a recordar lige-<br />
ram<strong>en</strong>te. “Seguro que era a la derecha”, se dijo. Buscaba la resi-<br />
d<strong>en</strong>cia donde había vivido, mejor, habitado. Solam<strong>en</strong>te tuvo que<br />
preguntar una vez por la Schütz<strong>en</strong>strasse. Dos manzanas y apa-<br />
reció. Estaba lo mismo que hacía cuatro décadas. Limpia, estre-<br />
cha, larga y con muchas flores <strong>en</strong> las v<strong>en</strong>tanas.<br />
Máquina de fotos <strong>en</strong> ristre, de las de usar y tirar, con el alma<br />
un poco <strong>en</strong>cogida o emocionada o vaya usted a saber qué,<br />
<strong>en</strong>marcó puerta y fachada y plasmó el mom<strong>en</strong>to para su historia<br />
íntima. Y com<strong>en</strong>zaron los problemas. En un escalón de <strong>en</strong>trada<br />
se s<strong>en</strong>taba (botellón de algo a su izquierda) un hombre vapulea-<br />
do por la vida que le increpó bastante viol<strong>en</strong>to: “No fotos. Nicht,<br />
nicht”, dijo el s<strong>en</strong>tado. T<strong>en</strong>dría la misma edad que Wolf. Aguantó<br />
como pudo la agresiva def<strong>en</strong>sa y accedió al edificio. Igual que<br />
hacía cuar<strong>en</strong>ta y dos años. La acristalada recepción a la derecha.<br />
Sólam<strong>en</strong>te había un cambio. Cinco o seis marginales de línea<br />
dura, con la cara marcada por un dev<strong>en</strong>ir áspero, se situaban <strong>en</strong><br />
77<br />
Jesús María Cantalapiedra
La vuelta de W olf <br />
el rellano antes de la escalera de acceso a las habitaciones.<br />
“¡Polizei, polizei”, gritó uno de ellos. Y desaparecieron hacia un<br />
patio interior que Wolf recordaba con nostalgia. Se sorpr<strong>en</strong>dió.<br />
Vestía arreglado pero informal y, bi<strong>en</strong> cierto, sin aspecto de guar-<br />
dador del ord<strong>en</strong>. O eso p<strong>en</strong>saba. No así los huidos.<br />
En recepción, una frau <strong>en</strong>trada <strong>en</strong> años miraba expectante.<br />
Wolf se dirigió a ella <strong>en</strong> macarrónico alemán: “Señora, yo vivir<br />
aquí hacer cuar<strong>en</strong>ta años. Mi querer ver casa y recordar tiem-<br />
pos”. La individua, seca como un erial, le respondió: “Váyase.<br />
Hie´r no querrrer forrrasterrros..”. Salió rápido y desconsolado.<br />
Cruzó la acera y volvió a afanarse con la Kodak de usar y tirar.<br />
El s<strong>en</strong>tado <strong>en</strong> el escalón de <strong>en</strong>trada le tiró el botellón con ganas<br />
de darle <strong>en</strong> la cabeza. Corrió y al doblar la esquina echó una<br />
lagrimina. A lo tonto. Llegó a p<strong>en</strong>sar si el del botellón no era<br />
alguno de sus antiguos compañeros al que la vida había aparca-<br />
do. Y, a lo tonto, volvió a pingar el moco.<br />
78
14<br />
MÓVILES<br />
79<br />
Jesús María Cantalapiedra<br />
Supongo que el primer móvil, nunca mejor dicho, fue la<br />
piedra lanzada por una honda bíblica. Pero t<strong>en</strong>ía un gran incon-<br />
v<strong>en</strong>i<strong>en</strong>te: sólo servía para recibir malas noticias. Es decir, mace-<br />
raciones causadas por pequeños y veloces morrillos al golpear<br />
cabeza, tronco o extremidades. O partes medias.<br />
Como ya es sabido, Wolf siempre fue amigo de periodistas,<br />
escritores, pintores, fotógrafos y otras g<strong>en</strong>tes de mal vivir. Uno<br />
de ellos, periodista, claro, fue compañero de mesa durante los<br />
dos últimos años del bachiller <strong>en</strong> el Instituto Padre Insula de su<br />
ciudad. No había por dónde cogerle. Era, es, montañés. De aque-<br />
lla, gamberrón, simpático, insol<strong>en</strong>te, indisciplinado, viol<strong>en</strong>to,<br />
cariñoso a ratos y siempre controvertido. Pero t<strong>en</strong>ía corazón. “El<br />
montaraz”, se le llamaba. Desde el primer mom<strong>en</strong>to fue un líder,
La vuelta de W olf <br />
para bi<strong>en</strong> o para mal. Nadie lo hubiera p<strong>en</strong>sado pero llegó a ser<br />
un afamado periodista que <strong>en</strong> su mom<strong>en</strong>to mandó mucho <strong>en</strong> la<br />
España indecisa de principios del nov<strong>en</strong>ta.<br />
El caso es que un bu<strong>en</strong> día, <strong>en</strong> pl<strong>en</strong>a efervesc<strong>en</strong>cia de “El<br />
Montaraz”, Wolf se vio con él <strong>en</strong> Madrid. Creo, afirmo, que fue <strong>en</strong><br />
el desaparecido “Bocaccio”, al lado de Colón, una recidiva sin con-<br />
valec<strong>en</strong>cia del punto de <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tro de la divine gauche barcelonesa<br />
dos décadas atrás. El Bocaccio madrileño, durante un tiempo, se<br />
convirtió <strong>en</strong> el c<strong>en</strong>tro de la horterade gauche del foro. Tomaron las<br />
copas de rigor, le pres<strong>en</strong>tó a g<strong>en</strong>te muy glamourosa y después de la<br />
arrancadera, “El Montaraz” le acercó hasta el hotel <strong>en</strong> su coche.<br />
Entre asi<strong>en</strong>to de conductor y acompañante había un artilugio muy<br />
raro. Grandón. Extraño. Una cosa a la que se intuía gran standing.<br />
Era un teléfono. No podía ser. ¡Un teléfono <strong>en</strong> el coche!, ¡Qué<br />
nivel! Al día sigui<strong>en</strong>te, <strong>en</strong> cuanto pudo, llamó a sus amigos. “Que<br />
“El Montaraz” ti<strong>en</strong>e teléfono <strong>en</strong> el coche, tú”. “No me digas”, le<br />
respondían incrédulos. Aquello sólo se veía <strong>en</strong> pelis americanas.<br />
“Joer con el montañés, cómo se lo ha montado…”.<br />
No era para m<strong>en</strong>os el asombro. Wolf aún recordaba aquella<br />
conocida petición temerosa <strong>en</strong> demanda de confer<strong>en</strong>cia telefóni-<br />
8
81<br />
Jesús María Cantalapiedra<br />
ca: “Señorita, quiero hablar con Barcelona, ¿qué demora ti<strong>en</strong>e?”.<br />
Una voz impersonal, de nariz, contestaba: “Barcelona ti<strong>en</strong>e una<br />
hora de demora, señor”. Y colgaba. O sea, sacaba la clavija del<br />
agujereado panel, una especie de ávido panal receptor de pilili-<br />
nas metálicas conectadas a un cable negro que salía de la parte<br />
de abajo, al lado del brasero.<br />
Pasó el tiempo. Hace unos diez años, aproximadam<strong>en</strong>te, los<br />
móviles com<strong>en</strong>zaron a hacerse populares con timidez, aunque<br />
(que me rompa una vértebra si no es cierto), se llamaba pijos a<br />
sus usuarios urbanos y semovi<strong>en</strong>tes. “Mira ese gilipuertas. A<br />
quién querrá impresionar…”. Hoy, <strong>en</strong> una comida de cinco ami-<br />
gos pued<strong>en</strong> sonar, su<strong>en</strong>an, seis a la vez. Inmediatam<strong>en</strong>te todos se<br />
levantan buscando intimidad o cobertura y el lechazo se queda<br />
tan frío como gazpacho andaluz.<br />
Otra interesante situación se puede observar <strong>en</strong> las playas.<br />
Seis amigas, o más, están de cháchara bajo las sombrillas. Los<br />
niños incordian alrededor. “Para con la pelota que te estrello…”.<br />
Su<strong>en</strong>a un móvil. Como locas, la media doc<strong>en</strong>a se lanza a sus res-<br />
pectivas bolsas repletas de bronceadores, hidratantes, potitos y<br />
piruletas, buscando el Nokia. Nervios. Marujina lo <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tra.
La vuelta de W olf <br />
Era para ella la llamada. El pequeño de la casa, Borja Mari.<br />
“Mamá, que no puedo ir a comer. Me voy con Ainhoa y Vanessa<br />
al McRonals. ¡Ah!, ti<strong>en</strong>es que cargarme el móvil, la tarjeta se me<br />
está acabando. No da para nada. A ver cuándo me compras uno<br />
de contrato. A las ocho t<strong>en</strong>me preparado el Lacoste verde. Es el<br />
cumpleaños de Jonatan y c<strong>en</strong>amos <strong>en</strong> Vip´s King. Te dejo, que<br />
t<strong>en</strong>go que llamar a Josua”. Mamá com<strong>en</strong>ta: “Hijo, por Dios, que<br />
hace dos días que no apareces”. Borja Mari, un poco <strong>en</strong>fadado a<br />
la par que reivindicativo, responde: “¿Qué pasa?, pret<strong>en</strong>des<br />
manipular mi vida o qué”. Marujina vuelve al corro de amigas y<br />
sigue dándole a la l<strong>en</strong>gua.<br />
Pero lo que más molesta a Wolf, es una de sus últimas pres-<br />
taciones. Cabe la posibilidad de poner m<strong>en</strong>sajes a distintas tele-<br />
visiones (lat o algo así), para transmitir que la Yola Berrocal está<br />
operada de los morros, llamar petarda a Tamara o nominar a<br />
algui<strong>en</strong> de Operación Glamour u Hotel Triunfo, mi<strong>en</strong>tras una<br />
pres<strong>en</strong>tadora de muy bu<strong>en</strong> ver prosigue con el espacio. Y lo malo<br />
es que el recado se sitúa <strong>en</strong> la parte baja del televisor, justo donde<br />
la pres<strong>en</strong>tadora de muy bu<strong>en</strong> ver muestra su canalillo pectoral.<br />
Total, que te quedas sin disfrutar de tan suger<strong>en</strong>tes estribaciones.<br />
82
El artilugio <strong>en</strong> cuestión, como tantos otros aparatejos pro-<br />
ductos de la técnica y el progreso, han llegado a ser absoluta-<br />
m<strong>en</strong>te imprescindibles. Incluso para la señora María <strong>en</strong> sus pa-<br />
seos urbanos. Bi<strong>en</strong>v<strong>en</strong>idos sean si es que los sabemos utilizar.<br />
Resulta imp<strong>en</strong>sable no t<strong>en</strong>er un móvil y se convierte <strong>en</strong> catástro-<br />
fe su olvido <strong>en</strong>cima de la mesilla de noche. Te quedas huérfano<br />
y abandonado <strong>en</strong> el mundo. Y Wolf se pregunta: “¿Cómo podía-<br />
mos vivir sin móvil? (o sin fax o sin Internet, por ejemplo). Y<br />
una amiga suya, muy peleona ella, le responde: “Como Dios,<br />
Wolf, como Dios. Las únicas cosas verdaderam<strong>en</strong>te prácticas<br />
que inv<strong>en</strong>tó el hombre blanco han sido la fregona y la lavadora,<br />
macho”.<br />
Bu<strong>en</strong>o, también ti<strong>en</strong><strong>en</strong> alguna v<strong>en</strong>taja. La más apreciable es<br />
que, por esos extraños misterios de los chips, la informática, la<br />
cibernética, la robótica o la magnesia, ti<strong>en</strong>es oportunidad de<br />
saber quién es el plasta que te llama y, por omisión, mandar al<br />
carallo al pesado de turno. ¡Viva!<br />
83<br />
Jesús María Cantalapiedra
La vuelta de W olf <br />
84
15<br />
MARINERO EN APUROS<br />
85<br />
Jesús María Cantalapiedra<br />
Un primo de Wolf, Herm<strong>en</strong>egildo, con el que siempre man-<br />
tuvo una bu<strong>en</strong>a relación de amistad a pesar del controvertido<br />
par<strong>en</strong>tesco (aún persist<strong>en</strong> <strong>en</strong> romper la norma), de jov<strong>en</strong> era la<br />
inquietud personificada. Recorrió todo tipo de oficios y trabajos<br />
temporeros <strong>en</strong> busca de su Norte que, s<strong>en</strong>tada la cabeza, <strong>en</strong>con-<br />
tró donde m<strong>en</strong>os esperaba después de tan ajetreados y fugaces<br />
periplos laborales. No permanecía más allá de dos o tres meses<br />
<strong>en</strong> cada ocupación, bi<strong>en</strong> por incompr<strong>en</strong>sión de sus negreros (lo<br />
fueron todos), o porque era un patoso. Todo se le caía, todo se le<br />
olvidada, todo lo confundía. Mas, qué iba a hacer él si le habían<br />
nacido tal cual. Eso sí, era muy educado.<br />
Bu<strong>en</strong>o, patoso y, <strong>en</strong> ocasiones, desde pequeño, dado al mal-<br />
dito Cariñ<strong>en</strong>a. Se apoderaba de él <strong>en</strong> los mom<strong>en</strong>tos más inopor-
La vuelta de W olf <br />
tunos. La primera vez si<strong>en</strong>do monaguillo <strong>en</strong> la iglesia de San<br />
Palatino del Rey. El párroco le había prometido que si no rompía<br />
cosas, ayudaría <strong>en</strong> la gran misa de pontifical del Patrono. Se pre-<br />
paró a fondo, no rompió nada durante dos meses e incluso apr<strong>en</strong>-<br />
dió a contestar al cura <strong>en</strong> latín. Llegó el gran día. Pero poco antes<br />
de salir al altar cerrando una larga fila de curas solemnes presi-<br />
dida por el obispo investido con mucho oropel, se trincó una<br />
botella de vino de consumir <strong>en</strong> un pequeño almac<strong>en</strong>illo situado<br />
al fondo de la sacristía. El vinillo sacro estaba dulce y la progre-<br />
siva libación le resultó ciertam<strong>en</strong>te grata. Com<strong>en</strong>zó la misa.<br />
Herm<strong>en</strong>egildo portaba <strong>en</strong> su mano derecha una preciosa campa-<br />
nilla cuádruple de múltiples tonos que debería hacer sonar llega-<br />
da la consagración. No más allá del evangelio, com<strong>en</strong>zó a s<strong>en</strong>tir<br />
mareos y nauseas. Llegó la consagración. Ni <strong>en</strong>terarse. Un jov<strong>en</strong><br />
lego le dio una patada de lado conminándole a que moviera la<br />
campanilla. Y la movió. En tal modo, que escapose de su mano<br />
y salió lanzada hacia el pasillo c<strong>en</strong>tral del templo, tintineando a<br />
trompicones hasta la última fila del santo lugar. La dorada pluri-<br />
campanilla <strong>en</strong>tonó el último tilín, tilín viajero al lado de un recli-<br />
natorio ocupado por viuda <strong>en</strong>lutada, solitaria y devota.<br />
86
Pero las nauseas y los mareos iban a más. Tambaleándose,<br />
Herm<strong>en</strong>egildo, totalm<strong>en</strong>te cocido, lo cual, beodo, llegó hasta el<br />
obispo. Se agarró como pudo a la capa pluvial y, arrancándosela<br />
del hombro izquierdo, le vomitó <strong>en</strong>cima una mezcla de vino<br />
dulce y café con leche con algún resto de <strong>en</strong>saimada mañanera.<br />
O pan migado. No se sabía qué era aquello. Naturalm<strong>en</strong>te, per-<br />
dió su condición de monaguillo ipso facto, una vez pasada la<br />
cruel melopea. ¡Ah el maldito Cariñ<strong>en</strong>a!<br />
Ya <strong>en</strong> edad laboral, se dedicó a v<strong>en</strong>der <strong>libro</strong>s de una afa-<br />
mada editorial. En realidad sólo v<strong>en</strong>dió uno, “Clásicos<br />
Rusos”, a una tía suya que, aparte de sorda, contaba con vein-<br />
titantas dioptrías galopantes. La anciana colocó el libraco<br />
<strong>en</strong>cuadernado <strong>en</strong> curpiel sobre una alac<strong>en</strong>a, al lado de la foto<br />
sepia del abuelo (q.e.d.). Se abrió por vez primera unos meses<br />
más tarde, al día sigui<strong>en</strong>te de su óbito. Un catarro mal curado.<br />
En el capítulo dedicado a Dostoievski, doblada con primor,<br />
había una nota de puño y letra de la tía. “Y desheredo a<br />
Herm<strong>en</strong>egildo por haberme <strong>en</strong>gañado. Me dijo que el mamo-<br />
treto <strong>en</strong> curpiel era la historia de Lady Di y la familia real<br />
inglesa. Ni que una fuera boba”.<br />
87<br />
Jesús María Cantalapiedra
La vuelta de W olf <br />
Sigui<strong>en</strong>do consejos de Wolf (no hacía vida de él), ya tallu-<br />
dín, se fue a trabajar a c<strong>en</strong>troeuropa. Le tocó una fábrica <strong>en</strong> la<br />
que se trataba el hierro. Su labor consistía <strong>en</strong> pulir, con una <strong>en</strong>or-<br />
me piedra giratoria tipo afilador, barras ferruginosas con estrías<br />
poco estéticas, feuscas. Cada semana pasaban por la sección<br />
unos señores muy serios vestidos con bata blanca, a los que col-<br />
gaba del cuello una bandejilla de madera <strong>en</strong> la que, sobre pape-<br />
les con gráficos y muchas rayas, anotaban números, cosas mis-<br />
teriosas.<br />
Herm<strong>en</strong>egildo se dijo: “Esta es la mía. Vi<strong>en</strong><strong>en</strong> a ver quién<br />
pule más rápido”. Y, como loco, cada vez que los de la bata blan-<br />
ca aparecían, limaba a velocidad de vértigo. Como trastornado.<br />
Con ganas de asc<strong>en</strong>der. Pero no era esa la función de los contro-<br />
ladores. Computaban el tiempo para valorar la productividad<br />
global de la sección. Si había un gilipollas que iba rápido, la exi-<br />
g<strong>en</strong>cia de trabajo para el resto de currantes aum<strong>en</strong>taba <strong>en</strong> el<br />
correspondi<strong>en</strong>te porc<strong>en</strong>taje.<br />
El pobre había advertido, a veces, ciertos gestos crispados<br />
<strong>en</strong>tre los compañeros. Como queri<strong>en</strong>do decir: “Cabronazo, no<br />
corras tanto que nos hundes”. El último día de su demostración<br />
88
de efectividad ante los de la bata blanca, un turco le arreó <strong>en</strong> la<br />
cabeza con la barra de hierro que había pulido <strong>en</strong> 2´30´´.<br />
Cansado de incompr<strong>en</strong>sión se volvió a España.<br />
Más tarde fue apr<strong>en</strong>diz de hojalatero <strong>en</strong> Veguellina de<br />
Túrbigo. Pero nada. Con el martillo se machacaba las falanges.<br />
O sea, las falanges auténticas de verdad. El dedo corazón se le<br />
puso como un botijo, al revés que el órgano c<strong>en</strong>tral bombeador<br />
de sangre. Después de tanto fracaso lo t<strong>en</strong>ía <strong>en</strong>cogido cual breva<br />
pasada de caducidad.<br />
Abandonada la hojalata y los calderos por mediación de un<br />
pari<strong>en</strong>te a la sazón director del periódico “La Aurora Monta-<br />
ñesa”, se inició como fotógrafo meritorio <strong>en</strong> el decano de la<br />
pr<strong>en</strong>sa local. Siempre le había gustado la fotografía. El primer<br />
<strong>en</strong>cargo fue importante. Debía plasmar para la edición del<br />
domingo y la posteridad, un importante acto <strong>en</strong> la capitalidad<br />
regional. A codazos se situó <strong>en</strong> primera línea y buscando los<br />
mejores ángulos captó unos primeros planos preciosos del<br />
Presid<strong>en</strong>te, incluy<strong>en</strong>do profundidad de campo.<br />
¡Cagü<strong>en</strong>!, de vuelta al periódico se dio cu<strong>en</strong>ta de que se<br />
había olvidado poner carrete a la Nikon. Aún no existían las<br />
89<br />
Jesús María Cantalapiedra
La vuelta de W olf <br />
máquinas digitales. Su pari<strong>en</strong>te le pagó el kilometraje y cariño-<br />
sam<strong>en</strong>te díjole: “Herm<strong>en</strong>egildo, yo creo que lo tuyo es la mari-<br />
nería”.<br />
“¿Y por qué no?”, p<strong>en</strong>só. El mar siempre le había tirado<br />
mucho, dada su condición de hombre mesetario. Pasó la noche<br />
soñando suger<strong>en</strong>tes singladuras. A los dos o tres días se plantó <strong>en</strong><br />
Cariño (A Coruña) y consiguió <strong>en</strong>rolarse como grumete <strong>en</strong> un<br />
bacaladero. “Carmiña” era el nombre del barco. Hasta su parti-<br />
da, casi una semana más tarde por causa de burocracias y pape-<br />
leos, durmió <strong>en</strong> el pósito de pescadores sobre un jergón de paja<br />
abullonada con irregular saña. Se levantaba muy temprano. Los<br />
compañeros le preguntaban el motivo de madrugar tanto. “Para<br />
descansar”, contestaba Herm<strong>en</strong>egildo. Por fin, el “Carmiña” se<br />
hizo a la mar.<br />
No <strong>en</strong>t<strong>en</strong>día una palabra de lo que allí se hablaba. “Babor,<br />
cabo, popel, banda de estribor, cascarón, estanco, navicular,<br />
chinchorro, s<strong>en</strong>tina o popa”, eran las palabras más facilinas. Pero<br />
él, voluntarioso, hacía lo que le mandaban. “Vete a fregar el<br />
sollado”. Una vez averiguado dónde estaba aquello, bajó a una<br />
de las cubiertas inferiores y fregó todo lo que quiso y más. Una<br />
9
vez finalizada la jornada, agotado, c<strong>en</strong>ó bacalao. Restos cierta-<br />
m<strong>en</strong>te sospechosos del anterior viaje a Terranova. Como era de<br />
esperar le s<strong>en</strong>tó mal. A eso de media noche le <strong>en</strong>traron terribles<br />
retortijones de tripa. Muy educado, preguntó al compañero de la<br />
litera inferior: “¿Harías el favor de decirme dónde está el servi-<br />
cio?”. El tatuado marinero, semidormido y cabreado, le respon-<br />
dió bronco: “Non fodas rapaz. En o mar”. Rápidam<strong>en</strong>te subió a<br />
cubierta y agarrándose a un cabo sacó el culo hacia la mar sere-<br />
na. Pero no estaba ser<strong>en</strong>a. El barco se bamboleaba fuertem<strong>en</strong>te<br />
de babor a estribor y la caca, bastante fluida, le alcanzaba espal-<br />
da y cabeza, escurriéndosele por el cuello abajo. Por debajo de la<br />
camiseta.<br />
dura.<br />
Abandonó <strong>en</strong> la primera escala, no más allá de una singla-<br />
Hoy es feliz. Parece que va t<strong>en</strong>i<strong>en</strong>do más suerte. Casó con<br />
dueña de video-club y reg<strong>en</strong>ta el negocio sin demasiadas altera-<br />
ciones. Y yo me alegro. Se lo merece el bu<strong>en</strong>o de Herm<strong>en</strong>egildo.<br />
91<br />
Jesús María Cantalapiedra
La vuelta de W olf <br />
92
16<br />
A PROPÓSITO DEL VINO<br />
93<br />
Jesús María Cantalapiedra<br />
Wolf siempre fue degustador de vino y últimam<strong>en</strong>te disfru-<br />
ta de sus cualidades organolépticas (¡toma!) y de su concepto<br />
bíblico-ritual. Entre el tinto con gas juv<strong>en</strong>il a un gran reserva,<br />
exist<strong>en</strong> difer<strong>en</strong>cias sustanciales no valoradas <strong>en</strong> la adolesc<strong>en</strong>cia.<br />
Bu<strong>en</strong>o, <strong>en</strong> realidad com<strong>en</strong>zó a apreciar el vino, el bu<strong>en</strong> vino,<br />
cuando un poco harto de la horterada del cubata y el coco-loco<br />
se inició <strong>en</strong> el saboreo de los auténticos placeres que ofrece el<br />
universo mundo. Lo del coco-loco era mucho. Hoy, el amigo<br />
Wolf se <strong>en</strong>simisma <strong>en</strong> parecida medida con el vino y la pintura.<br />
La música es otra historia. Se quedó <strong>en</strong> los Beatles, Dylan, bole-<br />
ristas clásicos, Serrat, Mozart (el asequible Wolfgang Amadeus),<br />
y algún que otro nuevo aparecido con bu<strong>en</strong>as maneras. Desde<br />
luego, incluy<strong>en</strong>do el peñazo de música dodecafónica, ni le gus-
La vuelta de W olf <br />
tan los pintamonas, ni reconoce a instalacionistas recién llegados<br />
al desfasado inv<strong>en</strong>to con sospechosos aromas promocionales. O<br />
con int<strong>en</strong>ciones de camelo. Por decir algo.<br />
Pero, voy con el vino, protagonista de este capítulo y, prin-<br />
cipalm<strong>en</strong>te, con los catadores de la ambrosía y sus singulares<br />
explicaciones didácticas. Les compara con los críticos de arte.<br />
Dic<strong>en</strong> éstos, por ejemplo: “La pintura de X, <strong>en</strong>marcada d<strong>en</strong>tro de<br />
influ<strong>en</strong>cias estructuralistas no demasiado definidas, nos ad<strong>en</strong>tra<br />
<strong>en</strong> un mundo conceptual minimalista al que se añad<strong>en</strong> elem<strong>en</strong>tos<br />
plásticos objetivos de indudable valor. La última obra de X, dife-<br />
r<strong>en</strong>ciada de su anterior etapa <strong>en</strong>tre heterodoxa y formal, puede<br />
llegar a transmitir esa explícita conformación residual e hiperrea-<br />
lista de pintores como Wolfgang Kroke, Küremberg, Walbrzych o<br />
Zapata…”. Y, está claro ¿no? Pero Wolf ni se <strong>en</strong>tera.<br />
Algo similar le ocurre con los catadores de vino y las sesu-<br />
das explicaciones sobre sus propiedades organolépticas (¡toma!).<br />
Admite que los vinos tintos ti<strong>en</strong><strong>en</strong> un color que recuerda al de la<br />
cereza, los blancos al amarillo dorado y los rosados al rosáceo,<br />
como su propio nombre indica. Vale. Y para de contar. Pero, de<br />
ahí <strong>en</strong> adelante no pasa una. Se le suele partir de risa los costilla-<br />
94
es al leer la contraetiqueta de la botella o <strong>libro</strong>s especializados <strong>en</strong><br />
la vieja cultura. Entre la cursilada o la vesania, nos <strong>en</strong>dilgan <strong>en</strong> el<br />
cuerpo explicaciones tan sorpr<strong>en</strong>d<strong>en</strong>tes como las que Wolf, <strong>en</strong><br />
una larga madrugada, me com<strong>en</strong>tó. El asunto suele hacerse pal-<br />
mario <strong>en</strong> catas dirigidas por graves expertos. El personal, nor-<br />
malm<strong>en</strong>te sale del acto considerándose necio. “Será que no t<strong>en</strong>go<br />
gusto ni olfato”, com<strong>en</strong>ta. Otros asist<strong>en</strong>tes, más modulables, más<br />
crédulos, más mansos, aseguran al vecino de mesa: “Pues ti<strong>en</strong>e<br />
razón, la segunda copa me recordaba al tocino”.<br />
En qué cabeza cabe decir que tal vino tinto ti<strong>en</strong>e aromas<br />
con predominio de los factores de reducción <strong>en</strong> botella. Es decir,<br />
“fragancias de cuero, pimi<strong>en</strong>ta negra o tabaco de pipa, toques<br />
que recuerdan a mueble viejo…”. ¿Es que existe cristiano que<br />
pueda beber algo que sepa a vaca o a la alac<strong>en</strong>a de la abuela que,<br />
por cierto, olía a naftalina? No hago refer<strong>en</strong>cia a lo del tabaco de<br />
pipa pues me parece repugnante. Existe un Merlot al que se ha<br />
llegado a adjudicar “un aroma especiado con notas de pastelería<br />
muy agradables”. Y yo con estos pelos.<br />
De un vino, también tinto, mezcla de variedades Merlot y<br />
Cabernet Sauvignon, se asegura que posee un olor complejo <strong>en</strong><br />
95<br />
Jesús María Cantalapiedra
La vuelta de W olf <br />
la gama de los tostados. A saber, “fragancias de torrefacto, cho-<br />
colate (sí, chocolate) y confitura de grosellas y moras con mati-<br />
ces de roble curtido”. ¡Habrase visto tamaña guarrada! Sólo falta<br />
acompañarlo con churros o picatostes. ¿Y qué me dic<strong>en</strong> cuando<br />
se afirma que un vino recuerda al paladar el sabor del h<strong>en</strong>o con<br />
ciertos toques de hinojo? Y no quiero m<strong>en</strong>tar las s<strong>en</strong>saciones<br />
retronasales. Más seriedad, señores.<br />
Con los vinos gallegos ocurre más de lo mismo. Muchos,<br />
“frescos <strong>en</strong> boca, suel<strong>en</strong> t<strong>en</strong>er leves matices aromáticos de hier-<br />
babu<strong>en</strong>a y lavanda”. Como la Puig. Otros, “conceptos alimona-<br />
dos de fondo anisado”. ¡Toma ya!<br />
En fin, que Wolf está confundido. Entre los críticos de arte<br />
y los catadores, vive que no vive <strong>en</strong> sí. Se pasa muchas risas pero<br />
no vive. Según me ha contado, retornó al vino con gaseosa. Al<br />
peleón sin contraetiqueta. Sólo huele a vino con gaseosa. No<br />
quiere saber nada de olores a mueble viejo. O a h<strong>en</strong>o, que es cosa<br />
de vacas. Ni de sabor a pastelería fina. Ni a anís, que ya toma<br />
bastante <strong>en</strong> la fiesta de la patrona de Turcia, allá por septiembre.<br />
96
Capítulo-broma, cariñosam<strong>en</strong>te dedicado a mis amigos crí-<br />
ticos de arte, catadores y sumellieres. Wolf no sabe apreciar las<br />
s<strong>en</strong>saciones retronasales, ni las fragancias de torrefacto o cane-<br />
la. El se lo pierde.<br />
97<br />
Jesús María Cantalapiedra
La vuelta de W olf <br />
98
17<br />
UNA POSADA MUY REGIA<br />
99<br />
Jesús María Cantalapiedra<br />
(O el misterio de la patilla desaparecida)<br />
Decía un escritor irlandés del siglo XIX, bastante gay él, “Pue-<br />
do resistir todo m<strong>en</strong>os la t<strong>en</strong>tación”. Y eso es lo que me ocurre con<br />
este capítulo. No me aguanto y, <strong>en</strong> alguna forma, cambio su fiso-<br />
nomía con relación a los que le preced<strong>en</strong> <strong>en</strong> este segundo “Anec-<br />
dotario de un observador de aquí”. Y todo por culpa de Wolf (al<br />
final es qui<strong>en</strong> me ord<strong>en</strong>a), pues pret<strong>en</strong>de dedicar un hom<strong>en</strong>aje a mu-<br />
chos hosteleros leoneses <strong>en</strong> la figura de un amigo con el que lleva<br />
más de cuar<strong>en</strong>ta años de incombustible amistad. Convi<strong>en</strong>e recordar<br />
que estas líneas están escritas cuando la rectitud, el afecto, la lealtad,<br />
la nobleza, la amistad, el compañerismo y la ética, sobre todo la<br />
ética, se han convertido <strong>en</strong> una especie a extinguir, si es que no se<br />
han extinguido. Creo que sí. Seguro. Finales de junio de 2003.
La vuelta de W olf <br />
Es mesonero y posadero de alma, corazón y aspecto. Ti<strong>en</strong>e<br />
la voz atiplada pero no es manso. Cuando se <strong>en</strong>fada, ese agudí-<br />
simo tono con que le parieron hace temblar las piedras de su<br />
casona-hospedería varias veces c<strong>en</strong>t<strong>en</strong>aria. Se llama Angel<br />
Arcos, “Arquitos”. Su mujer, ¡qué mujer!, Ana Boñar, una ribe-<br />
reña del Porma con dos muy puestos. O sea, según la Real<br />
Academia Española, dos “glándulas fem<strong>en</strong>inas, pares y ovoide-<br />
as, situadas a cada lado del útero <strong>en</strong> los ligam<strong>en</strong>tos anchos”.<br />
Casó bi<strong>en</strong> el mozo hace muchos años. Pero ti<strong>en</strong>e un grave defec-<br />
to. Algún tiempo atrás perdió una patilla de sus pequeñas gafas<br />
de présbita (la derecha) y sigue sin reponerla. Digamos que se ha<br />
convertido <strong>en</strong> manco de patilla. Y aunque su desaparición era un<br />
misterio sin resolver hasta hace bi<strong>en</strong> poco, ¿por qué esa inquina<br />
o desprecio hacia ópticos, optometristas o farmacéuticos? Y lo<br />
más <strong>en</strong>ojoso es que son dos los l<strong>en</strong>tes faltos de apoyo <strong>en</strong> la oreja<br />
derecha. Dos. Podría, siquiera, recomponer uno de ellos. No es<br />
tan oneroso. Olvidémoslo.<br />
Wolf, con el ánimo de descubrir el <strong>en</strong>igma, durante algún<br />
tiempo se dedicó a ahondar <strong>en</strong> la historia de “Arquitos”. Vi<strong>en</strong>e de<br />
lejos. Con diez años ayudaba a su padre <strong>en</strong> una cantina-bodega del<br />
1
1 1<br />
Jesús María Cantalapiedra<br />
barrio más popular de la ciudad. Bandeja <strong>en</strong> ristre, subía y bajaba<br />
las escaleras de la vieja mazmorra mirando al t<strong>en</strong>dido, al cli<strong>en</strong>te <strong>en</strong><br />
horas de libación. Parece ser que asc<strong>en</strong>día <strong>en</strong> esta forma para vigi-<br />
lar a los truhanes que empinaban el porrón abajo, s<strong>en</strong>tados <strong>en</strong> ban-<br />
quetas de maderona vieja. O para observar a las francesas de los<br />
Cursos de Verano que cada día visitaban el lugar acompañadas de<br />
depredadores ávidos de carne gala. No se cayó jamás. Los vasos<br />
tintineaban <strong>en</strong> la bandejilla pero <strong>en</strong> precario equilibrio llegaban<br />
arriba. Escribiría más sobre la época niña de “Arquitos”, si no<br />
fuera el recuerdo de la patilla. Insisto, me <strong>en</strong>oja.<br />
Pasaron los años. La vieja cantina se convirtió <strong>en</strong> un clási-<br />
co mesón al que el futuro Mesonero (con mayúscula), si no lo era<br />
ya, imprimió el cuidado estilo personal que aún le adorna.<br />
Pasaron más años. Algui<strong>en</strong> quiso hundirle y lo consiguió. Pero<br />
Wolf no me transmite historias tristes. Sí, que una de las virtudes<br />
del género humano es la capacidad para, a base de tesón, afron-<br />
tar las dificultades y luchar contra los elem<strong>en</strong>tos. Los más fuer-<br />
tes, incluso, consigu<strong>en</strong> resurgir de sus propias c<strong>en</strong>izas cual fabu-<br />
losa Ave Fénix. Este es el caso del mesonero de voz atiplada.<br />
Una p<strong>en</strong>a lo de la patilla.
La vuelta de W olf <br />
Así que levantó el vuelo y persisti<strong>en</strong>do <strong>en</strong> su mismo estilo<br />
tradicional y respetuoso con la historia, tanto <strong>en</strong> param<strong>en</strong>to como<br />
<strong>en</strong> lo gastronómico, instaló otro c<strong>en</strong>tro cívico (los estableci-<br />
mi<strong>en</strong>tos de Angel Arcos, aparte de lo demás, suel<strong>en</strong> ser viveros<br />
sociales) <strong>en</strong> el que ha sabido y querido regalar el paladar y el<br />
ánimo de propios y foráneos durante muchos años. Pero, como<br />
parece que ti<strong>en</strong>e el síndrome del Baile de San Vito (no parece, lo<br />
ti<strong>en</strong>e) y además no se gasta un euro <strong>en</strong> patillas, aun continuando<br />
su labor como mesonero, convirtiose <strong>en</strong> posadero. El ya no tan<br />
rapaz apostó fuerte y montó un hotelito muy adecuado para<br />
noches románticas o locas. No le hace falta poner el marchamo<br />
de “Con <strong>en</strong>canto”. Sales <strong>en</strong>cantado. También <strong>en</strong> esas mañanas o<br />
tardes de la misma condición. O sea.<br />
Bajo la sombra protectora de una muralla que él mismo res-<br />
tauró, sigue ofreci<strong>en</strong>do “las croquetas más caras del mundo”, tal<br />
como, bromeando, aseguró Wolf <strong>en</strong> su época de crítico gastro-<br />
nómico zumbón. “Arquitos” dice que sí, pero que “están hechas<br />
con mucho amor”. M<strong>en</strong>os a las gafas, Angel Arcos rezuma cari-<br />
ño sincero hacia cualquier vertebrado, invertebrado o inmueble.<br />
Bu<strong>en</strong>o, la que <strong>en</strong> realidad pone el cariño culinario es Ana Boñar,<br />
1 2
1 3<br />
Jesús María Cantalapiedra<br />
su mujer, ¡qué mujer! Una p<strong>en</strong>a que no ponga ord<strong>en</strong> con el asun-<br />
to de la patilla. Qué vamos a hacerle.<br />
Pero la cosa no para ahí. Inquieto cual lagartija, a pesar de<br />
su <strong>en</strong>vergadura de mesonero cervantino, ya se ha inv<strong>en</strong>tado otro<br />
figón con el que proseguir una larga andadura iniciada poco des-<br />
pués de hacer la Primera Comunión.<br />
Al tiempo, Wolf continuó su labor detectivesca (llegó a tra-<br />
bajar el ADN de mucha g<strong>en</strong>te) hasta que hace bi<strong>en</strong> pocos días<br />
descubrió el misterio de la desaparición patillera. Después de<br />
innumerables pesquisas dio con la solución. Durante un tiempo<br />
el obispo de Astorga, <strong>en</strong> su mom<strong>en</strong>to asc<strong>en</strong>dido al cielo de la<br />
curia, visitaba con frecu<strong>en</strong>cia la “Posada Muy Regia”. T<strong>en</strong>ía<br />
sufici<strong>en</strong>te confianza y <strong>en</strong>traba <strong>en</strong> la cocina a levantar pucheros y<br />
marmitas. Angel Arcos siempre dejaba, deja las gafas <strong>en</strong> un<br />
pequeño bureau situado a la izquierda, antes del templo de gui-<br />
sos y asados. En realidad se trata de una especie de confesiona-<br />
rio que invita a arrodillarse <strong>en</strong> su frontis y decir: “Ave María<br />
Purísima”. Y allí, naturalm<strong>en</strong>te, no sin antes santiguarse y <strong>en</strong>co-<br />
m<strong>en</strong>darse a la Virg<strong>en</strong>, un día de pecado el obispo maragato le<br />
robó la patilla derecha de ambos l<strong>en</strong>tes. Comprobado.
La vuelta de W olf <br />
Todo ti<strong>en</strong>e su explicación. Monseñor g<strong>en</strong>eraba mucho ceru-<br />
m<strong>en</strong> <strong>en</strong> las orejas y aprovechaba las varillas de polivinilo para,<br />
con cuidadín, allá <strong>en</strong> Astorga, sacarse el sebo de los ad<strong>en</strong>tros<br />
auditivos. Escondido <strong>en</strong> una estancia de palacio, lo iba introdu-<br />
ci<strong>en</strong>do <strong>en</strong> una vieja lata de membrillo y pasados unos meses el<br />
canónigo ecónomo, muy mañoso, convertía el amasijo <strong>en</strong> cirio<br />
pascual. Con el resto, un monaguillo, a base de bayeta, sacaba<br />
brillo a los armariones de la sacristía.<br />
Wolf, g<strong>en</strong>eroso como el sólo, me ha com<strong>en</strong>tado reci<strong>en</strong>te-<br />
m<strong>en</strong>te que pi<strong>en</strong>sa promover una suscripción popular para com-<br />
prar a “Arquitos” unas gafas de verdad, como Dios manda, anti-<br />
vandálicas, antiobispos. La iniciará con un euro. Un hombre<br />
como Angel Arcos, un posadero regio, no puede andar por el<br />
mundo sin patilla. ¡Qué dirán nuestros turistas!<br />
1 4
18<br />
... SEGUIDO DE UN VINO<br />
ESPAÑOL<br />
Desde siempre, este país fue un gran aficionado al vino<br />
social. “Ir de vinos” con cuatro amigos hasta hace bi<strong>en</strong> poco<br />
tiempo era un rito de inexcusable cumplimi<strong>en</strong>to y devoción <strong>en</strong><br />
sesiones de mañana, tarde y noche.<br />
Se acabó la historia, al m<strong>en</strong>os con el disp<strong>en</strong>dio de antaño.<br />
De pronto, los españolines nos hemos tomado a pecho nuestra<br />
condición de europeos del Norte y aquí cada quisque ha de<br />
pagarse su vino. Ya casi no se escucha aquella grata frase:<br />
“Esta ronda es cosa mía” o, “Yo pago la arrancadera”. La<br />
broma de cinco vinos suele pasar de los siete euros (más de mil<br />
antiguas pesetas) y no hay cristiano viejo que aguante a diario<br />
la andanada multiplicada por cuatro, al m<strong>en</strong>os <strong>en</strong> lo doméstico.<br />
1 5<br />
Jesús María Cantalapiedra
La vuelta de W olf <br />
Lo empresarial, lo cultural y lo político es otra cosa; otra cosa<br />
desmadrada, fuera de lugar y tiempos de apreturas. Bi<strong>en</strong> es<br />
cierto que aquellas circunstancias han propiciado íntimas con-<br />
versaciones matrimoniales <strong>en</strong> tardes de asueto hostelero.<br />
Saludan de lejos a otra pareja, situados al fondo de la barra del<br />
bar, a otro par de temerosos seres recelosos de lo que puede<br />
caérseles <strong>en</strong>cima caso de <strong>en</strong>tablar conversación. “No te acer-<br />
ques a rajar con Puri que la liamos”, dice él, mi<strong>en</strong>tras que con<br />
una gran sonrisa, levantando la mano derecha, se da por <strong>en</strong>te-<br />
rado de su pres<strong>en</strong>cia. Y punto. Vuelve a hablar con su señora de<br />
las vacaciones o de las cuñadas.<br />
Como bi<strong>en</strong> sabe el lector de la primera aparición de Wolf,<br />
mi bu<strong>en</strong> amigo trabajó <strong>en</strong> la New Web & Company durante bas-<br />
tantes años. Hasta que un mal día se <strong>en</strong>teró <strong>en</strong> París de que le<br />
habían puesto de patitas <strong>en</strong> la calle. Es decir, <strong>en</strong> la calle de la<br />
regulación de empleo, la reestructuración orgánica, el reajuste de<br />
recursos humanos o cualquier otro camelo semántico. A Wolf no<br />
le <strong>en</strong>tusiasman los eufemismos.<br />
A lo que voy. Mi<strong>en</strong>tras permaneció <strong>en</strong> la New Web, aparte<br />
de su función laboral como ejecutivo de la multinacional, con<br />
1 6
temerosa continuidad debía asistir a numerosos actos sociales,<br />
culturales, empresariales y un largo etcétera de pres<strong>en</strong>taciones y<br />
saraos a los que le invitaban <strong>en</strong> función de su cargo como pro-<br />
duct manager de la citada compañía. No había semana <strong>en</strong> la que<br />
no recibiera, al m<strong>en</strong>os, cinco o seis tarjetones preciosos con el<br />
anuncio de inauguraciones, confer<strong>en</strong>cias, exposiciones u otros<br />
peligros para cuerpo y alma. Indefectiblem<strong>en</strong>te, <strong>en</strong> todos, al final<br />
se insertaba la maléfica frase: “Finalizado el acto, se servirá un<br />
vino español”. Pero claro, eran lugareños muy principales los<br />
organizadores y no había escapatoria.<br />
De tal malav<strong>en</strong>tura, después de diez horas de trabajo, con<br />
ganas feroces de tirarse <strong>en</strong>cima de un sofá y c<strong>en</strong>ar el jodío huevo<br />
frito, se ponía el uniforme de guateque (traje oscuro, camisa<br />
blanca -la de gemelos-, corbata azul) y con cara de cínico escu-<br />
chaba la plasta-pres<strong>en</strong>tación, rodeado de la misma g<strong>en</strong>te del<br />
miércoles u otras de desconocido orig<strong>en</strong>, a qui<strong>en</strong>es nadie intuía<br />
la justificación de su pres<strong>en</strong>cia <strong>en</strong> el acto. Entre los habituales,<br />
durante años, compartió canapé y vino español con dos señoras<br />
rubias, <strong>en</strong>tradas <strong>en</strong> edad, que no se perdían una. Les daba lo<br />
mismo confer<strong>en</strong>cia, exposición, pres<strong>en</strong>tación de <strong>libro</strong> o concier-<br />
1 7<br />
Jesús María Cantalapiedra
La vuelta de W olf <br />
to polifónico. Mi<strong>en</strong>tras el introductor iniciaba y desarrollaba el<br />
objeto del acto, dormían la siesta del carnero y después, con el<br />
gañote sequísimo, arrebataban todo tipo de bebidas (les daba lo<br />
mismo que fueran refrescos de naranja, limón, m<strong>en</strong>ta o vino<br />
peleón). Posteriorm<strong>en</strong>te <strong>en</strong>gullían como desaforadas, ayudándo-<br />
se de ambas manos, tortilla, queso, jamón (si lo hubiera o hubie-<br />
se), empanadillas, calamares y las omnipres<strong>en</strong>tes aceitunas. De<br />
vez <strong>en</strong> cuando una de ellas, la más m<strong>en</strong>uda, deslizaba hacia el<br />
bolso negro, abierto al efecto, cuatro raspas de salchichón y pas-<br />
telillos de crema. Unos cuantos. Les importaban un pepino las<br />
diarreas nocturnas. La m<strong>en</strong>udilla de carnes las cogía sonoras.<br />
Quiero decir sonoras, antes de la destemplanza o cólico.<br />
El sarao, como siempre, había salido gratis. De papo. T<strong>en</strong>ían<br />
un lema desde tiempo inmemorial: “De aquí salimos c<strong>en</strong>adas”. Y<br />
así lo vinieron haci<strong>en</strong>do a partir de que <strong>en</strong>traran <strong>en</strong> años.<br />
Pero los tiempos cambian. La política muda. Los mandata-<br />
rios se sustituy<strong>en</strong>. Todo se trasmuta a excepción del apetito de<br />
las dos señoras rubias con morro sexag<strong>en</strong>ario.<br />
Hace bi<strong>en</strong> pocos meses, <strong>en</strong>teradas de un fiestón de alto<br />
copete (Wolf nunca supo el mecanismo por el que conocían hora<br />
1 8
y lugar de los distintos ágapes) pres<strong>en</strong>táronse <strong>en</strong> el Salón<br />
Grandeza de un hotel capitalino dispuestas a todo. La m<strong>en</strong>uda ya<br />
había abierto el bolso, despr<strong>en</strong>di<strong>en</strong>do el cierre, una trabilla dora-<br />
da muy cómoda de manejo. Mas, hete aquí que, efectivam<strong>en</strong>te,<br />
el acto era de alto copete y a la <strong>en</strong>trada de la mayestática estan-<br />
cia se situaban unas azafatas de piernas largas y galgo corredor,<br />
monísimas ellas, pidi<strong>en</strong>do la invitación. Sonri<strong>en</strong>tes pero riguro-<br />
sas. “Bu<strong>en</strong>as noches. Bi<strong>en</strong>v<strong>en</strong>idas. ¿T<strong>en</strong>drían la amabilidad de<br />
<strong>en</strong>tregarnos la tarjeta?”, dijeron a las dos señoras rubias ávidas<br />
de pitanza. Las devoradoras de canapéscalamaresempanadillas-<br />
quesotortillaaceitunas, la normal y la m<strong>en</strong>uda, ni se inmutaron.<br />
Int<strong>en</strong>taron traspasar la puerta de doble hoja. “Por favor, la tarje-<br />
ta”, insistieron las piernas largas (vestidas de verde pistacho con<br />
interesante, a la par que g<strong>en</strong>erosa, abertura lateral <strong>en</strong> la faldilla).<br />
Las tragadoras continuaron su paso resueltas. Como qui<strong>en</strong><br />
oye llover. Las de la raja faldera, cortándoles el paso, insistieron.<br />
Por fin las rubias, ciertam<strong>en</strong>te molestas contestaron: “Oigan, so<br />
memas, llevamos más de treinta años vini<strong>en</strong>do al Salón<br />
Grandeza y a nadie se le ha ocurrido molestarnos con imperti-<br />
n<strong>en</strong>cias. Pues sólo faltaba. ¡Qué vergü<strong>en</strong>za! Y todo por culpa de<br />
1 9<br />
Jesús María Cantalapiedra
La vuelta de W olf <br />
las elecciones. Ustedes no sab<strong>en</strong> con quién están hablando. Esto<br />
con Franco no pasaba. Ni siquiera con Felipe. Y a ver si se cos<strong>en</strong><br />
la raja, so guarras”.<br />
Y of<strong>en</strong>didas pero dignas se fueron reburdiando.<br />
Wolf, at<strong>en</strong>to a todo el episodio, salió tras ellas y las invitó<br />
a un café con leche <strong>en</strong> la cafetería del hotel. “Me han caído sim-<br />
páticas, señoras”, com<strong>en</strong>tó. “Ti<strong>en</strong><strong>en</strong> razón. Ya no hay estilo ni<br />
formas desde que cambió el gobierno municipal. No hay con<br />
qui<strong>en</strong> tratar”, remató.<br />
La más m<strong>en</strong>uda le dijo: “Ya de puestas, ¿podríamos tomar<br />
un sandwich de jamón y queso?<br />
11
19<br />
ERES MIENTRAS ESTÁS<br />
Sabido es por una bu<strong>en</strong>a parte del mundo occid<strong>en</strong>tal, que<br />
Wolf es bastante memo. Desde pequeñín. Aún hoy, después de<br />
muchos avatares y tropezones, con lo mayorzón que es, sigue<br />
empecinado <strong>en</strong> la bondad del mundo y actúa <strong>en</strong> consecu<strong>en</strong>cia.<br />
Tan necio es, que aún cree <strong>en</strong> la paz de los sepulcros y <strong>en</strong> el res-<br />
peto de las personas. El hombre no se <strong>en</strong>tera de las pertinaces<br />
agresiones externas o, como máximo, es consci<strong>en</strong>te de ellas a<br />
toro pasado. Tardío de reflejos. Para más inri es algo duro de<br />
oído. De pequeño era el primero <strong>en</strong> recibir bofetadas, aunque no<br />
sabía de dónde ni por qué le v<strong>en</strong>ían. Siempre se situaba <strong>en</strong> el<br />
lugar más inoportuno y… ¡zas!<br />
Durante muchos años practicó el periodismo y, ¡válgame<br />
Dios!, escribía lo que le salía del alma. Craso error. T<strong>en</strong>ía más<br />
111<br />
Jesús María Cantalapiedra
La vuelta de W olf <br />
<strong>en</strong>tusiasmo que los caballos de carrera (que ya hace falta ser<br />
bobo, el caballo digo) y trabajaba cual fiera. Llegó a alcanzar <strong>en</strong><br />
su ciudad cierta notoriedad y p<strong>en</strong>saba que iba a pasar a la poste-<br />
ridad o que, al m<strong>en</strong>os, algui<strong>en</strong> le pondría una medallina por los<br />
méritos que creía estaba alcanzando. Mas, algo le inquietó. Un<br />
amigo periodista madrileño, hoy conocido columnista de pr<strong>en</strong>sa,<br />
al verle tan emocionado con sus cosas, le advirtió: “Wolf, cuida-<br />
do. T<strong>en</strong> <strong>en</strong> cu<strong>en</strong>ta que, hagas lo que hagas, Eres mi<strong>en</strong>tras estás.<br />
Después se acabó”.<br />
Efectivam<strong>en</strong>te, cuando dejó de ser, se olvidaron de él. Se<br />
acabó la pequeña notoriedad. Dejaron de <strong>en</strong>viarle invitaciones<br />
a cosas. Algunos, a su paso, miraban a los tejados para evitar-<br />
le. Sus paisanos, cierto es, gozaron y gozan de una sorpr<strong>en</strong>-<br />
d<strong>en</strong>te capacidad para la desmemoria (digo que gozan, que dis-<br />
frutan dejando de lado a sus g<strong>en</strong>tes). Han arrinconado <strong>en</strong> algún<br />
lugar de salva sea la parte, hasta sus oríg<strong>en</strong>es rurales. O los<br />
niegan. Han postergado a qui<strong>en</strong>es fueron sus padres históricos,<br />
por mucha gloria que alcanzaran o alcanzas<strong>en</strong>. Y no me refie-<br />
ro a Guzmán el Bu<strong>en</strong>o, que al final se portó bastante mal con<br />
su hijo.<br />
112
Erre que erre <strong>en</strong> sus principios, a lo largo de unos cuantos<br />
años se dedicó a la política. Por casualidad. Pero se <strong>en</strong>tregó con<br />
pasión, arrebatado con el recado. Y volvió a repetirse la historia.<br />
Cuando vinieron mal dadas, la mayor parte de qui<strong>en</strong>es le habían<br />
pasado la mano por el lomo, halagado, adulado, dado coba y<br />
hecho g<strong>en</strong>uflexiones ante su pres<strong>en</strong>cia (casi todos babosos),<br />
com<strong>en</strong>zaron a dirigirle miradas torvas. Como queri<strong>en</strong>do decir:<br />
“Jódete, Wolf”. Otros, también, dirigían la mirada hacia los ale-<br />
ros <strong>en</strong> busca de pajarcillos haci<strong>en</strong>do el amor. M<strong>en</strong>os mal que a<br />
algunos les caía <strong>en</strong>cima de un ojo la diminuta caca del pardal.<br />
Pero los peores eran qui<strong>en</strong>es le abrazaban con lágrimas <strong>en</strong> los<br />
ojos. “¡Cuánto lo si<strong>en</strong>to, Wolf. En casa nos acordamos mucho de<br />
ti”. Como queri<strong>en</strong>do decir: “Que te d<strong>en</strong> por las tronchas de<br />
bufandoles, mamón”.<br />
Y así fue pasando la vida hasta que un día tomó la determi-<br />
nación. Había estudiado <strong>en</strong> el seminario, aunque le faltaban dos<br />
asignaturas para cantar misa. Una de ellas “Teología III”. Y, lo<br />
que son las cosas, un antiguo compañero de latines fue nombra-<br />
do obispo de su ciudad. Se puso <strong>en</strong> contacto con él, le contó su<br />
vida y su Excel<strong>en</strong>cia Rever<strong>en</strong>dísima le instó a que terminara la<br />
113<br />
Jesús María Cantalapiedra
La vuelta de W olf <br />
carrera. “Yo te ayudaré. Te hago canónigo <strong>en</strong> un plis plas”. De<br />
tal suerte, conv<strong>en</strong>cido, aprobó “Teología III” y la otra, y previo<br />
cursillo <strong>en</strong> Roma, alcanzó la dignidad prometida. Igualm<strong>en</strong>te, se<br />
volcó <strong>en</strong> la Iglesia con devoción inusitada y convirtiose <strong>en</strong> la<br />
mano derecha de Monseñor. Todo fue muy rápido. Se hizo popu-<br />
lar <strong>en</strong>tre la feligresía y com<strong>en</strong>zaron los sombrerazos, los pases de<br />
mano por el lomo, los halagos y las g<strong>en</strong>uflexiones de babosos.<br />
Pero, volvi<strong>en</strong>do a la máxima Eres mi<strong>en</strong>tras estás, la gloria fina-<br />
lizó pronto. Por esas cosas de la política eclesial, su amigo el<br />
obispo cayó <strong>en</strong> desgracia y, naturalm<strong>en</strong>te, Wolf. Aquel fue <strong>en</strong>via-<br />
do a la reserva y mi amigo a Alpedrete. Se negó, dejó el clerman<br />
y com<strong>en</strong>zó a percibir miradas torvas y aus<strong>en</strong>cia de coba y pelo-<br />
tas. Algunos, al paso, dirigían la mirada hacia los aleros <strong>en</strong> busca<br />
de pajarcillos haci<strong>en</strong>do el amor. Llegado a casa, un día y otro,<br />
meditaba sobre la levedad del ser.<br />
Tuve que tomar cartas <strong>en</strong> el asunto pues observé que el<br />
pobre Wolf se me estaba quedando <strong>en</strong> nada. Al final, sigui<strong>en</strong>do<br />
mis consejos, se marcho a vivir a París. Saint Germain de Prés,<br />
12 rue du Seine. Pude conv<strong>en</strong>cerle. No para que disfrutara del<br />
anonimato, sino para permanecer aj<strong>en</strong>o a las miserias y cutrerío<br />
114
de los demás. Sin dar un ruido, bajar a comprar la baguette pre-<br />
ocupándole un güevo que la mujer del boulanger se escapó con<br />
un cubano de groso miembro; pasar olímpicam<strong>en</strong>te de que le<br />
situaran al lado de los váteres <strong>en</strong> un sarao, como le ocurrió una<br />
de las veces que dejó de ser; irse de excursión a La Baule <strong>en</strong> día<br />
de elecciones; no leer los periódicos ni ver la basurilla televisi-<br />
va. En definitiva, vivir. Caminar. Observar la lluvia por asper-<br />
sión de los parques; compartir un vino boijolai con el recupera-<br />
do amor de su vida. Reírse del mundo estúpido y de las malas<br />
g<strong>en</strong>tes que lo conforman. Unicam<strong>en</strong>te, vivir.<br />
Y allí le dejé. Hoy es feliz. Cogió el traspaso de la esquina<br />
izquierda de un pobre, ubicada al lado de la puerta principal de<br />
la iglesia de Saint Juli<strong>en</strong> (Le Pauvre, naturalm<strong>en</strong>te). La mujer de<br />
su vida, <strong>en</strong> la otra esquina, actúa como estatua vivi<strong>en</strong>te pintada<br />
de gris. Combina dos shows: La Dama de Elche y la Estatua de<br />
la Libertad, <strong>en</strong> sesiones de mañana y tarde, respectivam<strong>en</strong>te.<br />
Cuando el paseante g<strong>en</strong>eroso hace tintinear una moneda <strong>en</strong> el<br />
platillo colocado al efecto, mueve la antorcha con mucha gracia<br />
o se retoca el rodete alicantino, según el caso. Ti<strong>en</strong>e gran éxito.<br />
No se inmuta la tía. El negocio les da para pagar la habitación y<br />
115<br />
Jesús María Cantalapiedra
La vuelta de W olf <br />
comer le plat du jour <strong>en</strong> un bistro cercano. Y, sobre todo, para<br />
hacer muchas risas. Para reírse de lo lindo al observar su <strong>en</strong>tor-<br />
no y el coche GTI que se compró un vecino de <strong>en</strong>fr<strong>en</strong>te, v<strong>en</strong>ido<br />
a más, que vive <strong>en</strong> duplex recién restaurado por avispado con-<br />
tratista. Le costó un riñón pero decidió permanecer <strong>en</strong> el dete-<br />
riorado barrio para que se notara el poderío recién adquirido.<br />
Y, aunque no le va mal, ahora anda <strong>en</strong>zarzado con un nuevo<br />
proyecto. Aficionado a hacer versos, ha escrito lo que pi<strong>en</strong>sa va<br />
a ser la canción del verano y está que no vive <strong>en</strong> sí. Y así dice:<br />
“Jefe, ¿qué es lo que ti<strong>en</strong>e…?<br />
T<strong>en</strong>go gambas, t<strong>en</strong>go chopitos, t<strong>en</strong>go croquetas, t<strong>en</strong>go<br />
jamón. T<strong>en</strong>go morcillas, t<strong>en</strong>go <strong>en</strong>salá… y t<strong>en</strong>go una hueva muy<br />
bi<strong>en</strong> aliñá…<br />
No sé yo. Me parece un poco rara. El dice que puede forrar-<br />
se. ¡Ojalá!, vaya usted a saber. Wolf es así. De todas formas, a mí<br />
me su<strong>en</strong>a de algo.<br />
Y de mom<strong>en</strong>to, así están las cosas. Vive <strong>en</strong> La Ville, aunque<br />
con nostalgia política reflejada <strong>en</strong> una carta que recibí hace dos<br />
días. En el último capítulo, la transcribo. Es mi obligación.<br />
116
20<br />
ADVERTENCIA DE LEGALIDAD<br />
Wolf, <strong>en</strong> un afán de servicio al ciudadano, durante algún<br />
tiempo empolló Derecho Administrativo con int<strong>en</strong>ción de<br />
aclarar a las g<strong>en</strong>tes de su <strong>en</strong>torno ciertas expresiones y con-<br />
ceptos burocráticos desconocidos para la mayoría. Hizo un<br />
curso acelerado de la materia <strong>en</strong> antigua academia de la loca-<br />
lidad y, desde hace varios meses, se dedica a <strong>en</strong>señar al que no<br />
sabe o goza de pocas <strong>en</strong>t<strong>en</strong>dederas. Consideró necesario alec-<br />
cionar al contribuy<strong>en</strong>te sobre el significado de, por ejemplo:<br />
“advert<strong>en</strong>cia de ilegalidad”, “dación de cu<strong>en</strong>tas”, “contrac-<br />
tual”, “bi<strong>en</strong>es demaniales”, etc., etc,.<br />
El primer <strong>en</strong>sayo difundido fue precisam<strong>en</strong>te el referido<br />
a la llamada “advert<strong>en</strong>cia de ilegalidad”, sólo que al revés. El<br />
hombre de la calle no conoce bi<strong>en</strong> sus derechos y <strong>en</strong> ocasiones<br />
no los ejercita por miedo a det<strong>en</strong>ciones, multas, sanciones o<br />
117<br />
Jesús María Cantalapiedra
La vuelta de W olf <br />
demás p<strong>en</strong>as pecuniarias. Pero el temor más acusado es el que<br />
le priv<strong>en</strong> de libertad, el del arresto <strong>en</strong> sórdidas mazmorras. Así<br />
que Wolf, con las mismas, publicó un folleto informativo titu-<br />
lado “ADVERTENCIA DE LEGALIDAD” con el fin de expli-<br />
car de una vez por todas a qué ti<strong>en</strong>e derecho el personal sin<br />
que caigan sobre él los servidores del ord<strong>en</strong> armados de maca-<br />
nas y porretas. Así decía el panfleto:<br />
1). Cualquier hombre, mujer, cura o militar con o sin gra-<br />
duación, d<strong>en</strong>tro de la calidad legal del hecho <strong>en</strong> cuestión,<br />
podrá com<strong>en</strong>tar <strong>en</strong> la cafetería de la esquina los amores de La<br />
Pantoja y su última adquisición, el alcalde de Marbella (agos-<br />
to de 2003), sin que puedan ser det<strong>en</strong>idos por las Fuerzas de<br />
Seguridad del Estado. Si el cuchicheo está referido a Tamara o<br />
a Pocholo, se corre algún peligro pero, al final, nada. Palabra.<br />
2). Es legal, igualm<strong>en</strong>te, la visión <strong>en</strong> el domicilio habitual<br />
de tertulias televisivas. Esas <strong>en</strong> las que todos los tertulianos<br />
sab<strong>en</strong> más que Dios b<strong>en</strong>dito y pontifican como lo hizo Angelo-<br />
Giuseppe Roncalli, Juan XXIII, desde 1958 a 1963. En la<br />
misma medida se advierte de legalidad el hecho de s<strong>en</strong>tarse<br />
fr<strong>en</strong>te a la televisión y deleitarse con “Tómbola”, “Salsa<br />
118
Rosa”, “Corazón de primeveraveranootoñoinvierno” o cual-<br />
quier bonito magazín con trifulca e improperios incluidos.<br />
Asimismo, es permisible la observación de m<strong>en</strong>udillos y char-<br />
cutería fina de la legión de guarras que adornan la pantalla <strong>en</strong><br />
sesiones infantil, tarde y noche, aunque es aconsejable <strong>en</strong>viar<br />
a los niños a casa de la abuela o arrearles <strong>en</strong> la cabeza con un<br />
calcetín ll<strong>en</strong>o de ar<strong>en</strong>a fina. Tampoco vi<strong>en</strong><strong>en</strong> mal unas gotitas<br />
de cloroformo por vía nasal. Duerm<strong>en</strong> como santines, los<br />
pobres. Pero por lo demás, no pasa nada, nada. Por no pasar,<br />
ni te deti<strong>en</strong><strong>en</strong> los Geos. O sea que tranquilos.<br />
3). Es permisible, d<strong>en</strong>tro de la más absoluta legalidad, lle-<br />
var a tres cuñadas y a la suegra de vacaciones a Gijón o a Sancti<br />
Petri <strong>en</strong> la provincia de Cádiz. Ahora todo el mundo va a Sancti<br />
Petri. Si usted no la hecho, calle. Quedaría fatal. A lo que voy, no<br />
interv<strong>en</strong>drá la Policía Nacional, ni tan siquiera los guardias jura-<br />
dos, ni la Cruz Roja del Mar, siempre que no ahogue a alguna de<br />
las hermanas de su señora. Por ahí no pasan. Si la inmersión defi-<br />
nitiva fuere a la suegra, suel<strong>en</strong> hacerse los locos.<br />
Caso de ser usted uno de los inconsci<strong>en</strong>tes de tal desas-<br />
tre vacacional, se aconseja que ingiera mucha cazalla durante<br />
119<br />
Jesús María Cantalapiedra
La vuelta de W olf <br />
esos ocho o diez días malignos o, <strong>en</strong> su defecto, cualquier<br />
bebida de alta graduación <strong>en</strong> sesiones de mañana, tarde y<br />
noche. A veces se olvida el torm<strong>en</strong>to.<br />
4). Con g<strong>en</strong>erosidad, <strong>en</strong>marcado el acto <strong>en</strong> terr<strong>en</strong>os<br />
estrictam<strong>en</strong>te legales, puede ceder una tarjeta de crédito a su<br />
señora (mejor la Oro), principalm<strong>en</strong>te durante las campañas<br />
comerciales sigui<strong>en</strong>tes: “Mes blanco del hogar”, “Días de oro<br />
de los complem<strong>en</strong>tos”, “Semana de la l<strong>en</strong>cería” o, también, al<br />
comi<strong>en</strong>zo de las rebajas de julio o <strong>en</strong>ero. Nadie le pedirá expli-<br />
caciones ni será interrogado por la Guardia Civil. Se trata de<br />
un derecho inali<strong>en</strong>able. Bu<strong>en</strong>o, puede surgir algún problemilla<br />
con el banco a final de mes. Pero ese es otro tema que nada<br />
ti<strong>en</strong>e que ver con lo punible. Ejercite su derecho y, al que Dios<br />
se la dé, San Pedro se la b<strong>en</strong>diga.<br />
5). ¿Ti<strong>en</strong>e usted <strong>en</strong>tre 45 y 70 años? ¿Está dispuesto a<br />
formar parte de la modernidad a pesar de la pila? ¿Quiere<br />
triunfar <strong>en</strong> sociedad y ser la <strong>en</strong>vidia de sus amigos? Pues pón-<br />
gase al día y haga uso de una acción tan simple como históri-<br />
ca, que no va a contrav<strong>en</strong>ir ninguna norma. ¡TATÚESE! Sí<br />
hombre, como los antiguos aguerridos piratas, como los legio-<br />
12
narios de cuando Franco, como las quinceañeras del mom<strong>en</strong>-<br />
to, que llevan tatuajes preciosos hasta <strong>en</strong> las tetillas.<br />
Permitiéndome un consejo, le sugiero que <strong>en</strong> cualquier<br />
establecimi<strong>en</strong>to del ramo se haga grabar los sigui<strong>en</strong>tes: uno a<br />
la altura de las gorjas que repres<strong>en</strong>te a una sir<strong>en</strong>ita de larga<br />
cola (<strong>en</strong> verano vi<strong>en</strong>e muy bi<strong>en</strong>); sobre los hombros la ley<strong>en</strong>-<br />
da “Turcia Sola”, si es que ha t<strong>en</strong>ido la suerte de nacer <strong>en</strong> el<br />
afamado pueblo. Quiero decir, “Turcia” <strong>en</strong> el derecho y “Sola”<br />
<strong>en</strong> el izquierdo, para que puedan observar la reivindicación<br />
panorámicam<strong>en</strong>te (<strong>en</strong> Sancti Petri queda de perlas); hacia las<br />
estribaciones superiores de la nalga derecha, un dragón multi-<br />
color que rodee la barriga y se meta por la parte delantera del<br />
bañador. Admirarán su arrojo.<br />
En ombligo, tetillas y otras zonas lúbricas, no. Es prefe-<br />
rible el piercing. Queda como más moderno a la par que gra-<br />
cioso. Y todo, vuelvo a insistir, sin que ninguna institución le<br />
remita a usted un oficio con la más mínima advert<strong>en</strong>cia de ile-<br />
galidad. No pasa nada, hombre.<br />
ce.<br />
Ejercite sus derechos ciudadanos y sea feliz. Se lo mere-<br />
121<br />
Jesús María Cantalapiedra
La vuelta de W olf <br />
122
21<br />
CAGADONAS OFICIALES<br />
Por razones que no vi<strong>en</strong><strong>en</strong> a cu<strong>en</strong>to, una bu<strong>en</strong>a parte de<br />
políticos <strong>en</strong> ejercicio siempre tuvo mala pr<strong>en</strong>sa. Y la ti<strong>en</strong><strong>en</strong><br />
muchos de ellos hasta que les llega el tránsito, mom<strong>en</strong>to <strong>en</strong> el<br />
que, como un torr<strong>en</strong>te, aparec<strong>en</strong> <strong>en</strong> la calle alabanzas y <strong>en</strong>co-<br />
mios. Si fueron malos se suele decir: “Ya, pero t<strong>en</strong>ía un gran<br />
corazón”. Si fueron bu<strong>en</strong>os se les hace hijos predilectos del<br />
lugar. Todos tan cont<strong>en</strong>tos y a otra cosa mariposa. Si pasaron<br />
desapercibidos, como casi todos, (el pueblo es olvidadizo) se<br />
com<strong>en</strong>ta: “Sí hombre, Zutano, uno que era calvo que una vez<br />
hizo no sé qué. No, ese era M<strong>en</strong>gano. Bu<strong>en</strong>o, uno que era<br />
calvo…”<br />
Mas, <strong>en</strong> vida, el problema es que el ciudadano suele globa-<br />
lizar y mete a todos <strong>en</strong> el mismo saco, sobre todo <strong>en</strong> lo referido<br />
123<br />
Jesús María Cantalapiedra
La vuelta de W olf <br />
a los aspectos negativos de su función, muchas veces tan ingra-<br />
ta como desconocida por el gran público. En tiempos ocurría lo<br />
mismo con los curas. Todos t<strong>en</strong>ían ama-novia, todos le daban al<br />
Cariñ<strong>en</strong>a con fruición, todos se pasaban las tardes jugando al<br />
julepe y, además, todos recibían diezmos y primicias g<strong>en</strong>erosas.<br />
Falso. Wolf conoció a muchos abates que no conocían señora,<br />
que eran abstemios, que no barajaban a Heraclio Fournier y que<br />
a partir del día 20 del mes t<strong>en</strong>ían que comer solitaria mortadela<br />
compartida con el gato famélico, única her<strong>en</strong>cia de la pobre<br />
mamá. La cosa no daba para más. En términos g<strong>en</strong>erales.<br />
El personal, mayorm<strong>en</strong>te, y no es por nada de nada ni cosa<br />
ninguna, sólo conoce al político por la foto o por los pertinaces,<br />
ladinos y perversos dimes y diretes. Y poco más, caso de no haber-<br />
las armado pardas, que también haylos. Nadie sabe de los mom<strong>en</strong>-<br />
tos amargos que han de sufrir; nadie se <strong>en</strong>tera de la cantidad de<br />
chorizos, fulleros, sinvergü<strong>en</strong>zas, sátrapas, marrulleros, jetas (can-<br />
tidad), pícaros (más cantidad), bribones, necios, m<strong>en</strong>tecatos, maja-<br />
deros, borregos, carteristas de burocrático guante y otros peligro-<br />
sos elem<strong>en</strong>tos que han de recibir <strong>en</strong> sus despachos con la sonrisa<br />
<strong>en</strong> los labios e impasible el ademán. Si no pon<strong>en</strong> impasible el ade-<br />
124
mán, se los com<strong>en</strong>. También han de escuchar a muchas g<strong>en</strong>tes de<br />
bu<strong>en</strong>a voluntad de la que apr<strong>en</strong>d<strong>en</strong>. Que falta hace.<br />
Otros aspectos de la actividad política, aparte por supuesto<br />
de las serias responsabilidades para las que el soberano pueblo<br />
les eligió e instaló <strong>en</strong> el hemiciclo, están referidas (lo cu<strong>en</strong>to<br />
como anécdota) a los innumerables actos oficiales, semioficia-<br />
les, oficiosos, cívicos, diocesanos, militares, etc. etc., <strong>en</strong> los que<br />
es obligada su pres<strong>en</strong>cia por “imperativo legal”. Bi<strong>en</strong> es cierto<br />
que muchos, escaqueadotes profesionales que apr<strong>en</strong>dieron los<br />
trucos de las aus<strong>en</strong>cias <strong>en</strong> la milicia, lo cual, <strong>en</strong> la mili, no apa-<br />
rec<strong>en</strong> <strong>en</strong> los actos ni aunque el invitado y protagonista sea el<br />
Santo Padre. Siempre ti<strong>en</strong><strong>en</strong> un compromiso familiar ineludible.<br />
Bodas, bautizos, sepelios. Ya se sabe. O sea. Algunos, <strong>en</strong> cuanto<br />
huel<strong>en</strong> una misa de doce curas o una confer<strong>en</strong>cia metafísica o<br />
una inauguración con palabras previas de varios pl<strong>en</strong>ipot<strong>en</strong>cia-<br />
rios, son capaces de escayolarse una pierna. Es fácil. Se compran<br />
<strong>en</strong> la farmacia de la esquina las oportunas v<strong>en</strong>das que, humede-<br />
cidas, te pon<strong>en</strong> la extremidad inferior más dura que adoquín pea-<br />
tonal de los caros. Unos días después del ev<strong>en</strong>to, se quita y san-<br />
tas pascuas.<br />
125<br />
Jesús María Cantalapiedra
La vuelta de W olf <br />
Wolf, temeroso de Dios y de los hombres, por s<strong>en</strong>tido del<br />
deber, <strong>en</strong> su época de edil <strong>en</strong> ejercicio solía acudir tan cont<strong>en</strong>-<br />
to a cualquier llamado por plasta que fuera o fuese. Misas de<br />
pontifical, conciertos de música japonesa, primeras piedras o<br />
procesiones con el codo incorrupto de San Remigio, eran su<br />
pan de cada día. Se lo tomaba muy <strong>en</strong> serio y, aun <strong>en</strong> segunda<br />
o tercera fila, participaba de la convocatoria con solemnidad<br />
digna de <strong>en</strong>comio. Llegó a hacer un cursillo para saber cuan-<br />
do había que levantarse o s<strong>en</strong>tarse <strong>en</strong> los oficios religiosos. Se<br />
le había olvidado.<br />
Sin embargo, uno de los actos tradicionales de cada año,<br />
allá por Octubre, le traía a mal traer. Se trataba de la Fiesta de las<br />
Cantachurras (posiblem<strong>en</strong>te la más pintoresca fiesta histórica de<br />
la ciudad) y posterior desfile de carros adornados con preciosas<br />
colchas de la abuela y mucho follaje. Mas, hete aquí que, natu-<br />
ralm<strong>en</strong>te, los carros <strong>en</strong> cuestión eran tirados por parejas de<br />
rumiantes vacas o bueyes, asimismo <strong>en</strong>galanados con motivos<br />
vegetales y roscas de pan <strong>en</strong>sartadas <strong>en</strong> la cornam<strong>en</strong>ta. Hasta ahí,<br />
bi<strong>en</strong>. Pero, malgré moi, a lo largo de todo el recorrido (no sé lo<br />
que les dan para desayunar), a todas las vacas, a todos los bue-<br />
126
yes, les <strong>en</strong>traban urg<strong>en</strong>cias producidas, creo yo, por haber inge-<br />
rido ciruelas pasadas de caducidad o algún otro producto que les<br />
hacía levantar el rabo y obrar, digo obrar <strong>en</strong> consecu<strong>en</strong>cia. No<br />
vean lo sueltonas que andaban. Del escatológico orificio, cual<br />
cascada, salía un chorro viscoso, casi líquido, que rompía sobre<br />
el suelo de la calle poniéndolo todo perdido. Una especie de<br />
<strong>en</strong>saimadas blandinas mezcladas con aguas m<strong>en</strong>ores. Un horror.<br />
Mas, el problema era para las autoridades que cerraban la<br />
comitiva. Como era habitual, iban al final delante de la banda de<br />
música. Habían de atravesar como podían el camino marrón<br />
señalado por los rumiantes (vacas y bueyes hac<strong>en</strong> camino al<br />
andar) y aquello parecía una repres<strong>en</strong>tación múltiple de Chiquito<br />
de la Calzada. Subiéndose la pernera de los pantalones, igual que<br />
el de Barbate, daban saltines laterales o <strong>en</strong> el s<strong>en</strong>tido de la mar-<br />
cha, <strong>en</strong> un siempre fallido int<strong>en</strong>to de no pringarse con la famosa<br />
caca de la vaca. De ahí el dicho. Wolf jamás lo consiguió.<br />
Llegaba a casa hecho un porquero. Antes de <strong>en</strong>trar, temi<strong>en</strong>do los<br />
aullidos de Marujina, se quitaba los zapatos, otrora impólutos.<br />
Lo malo era el olor y los residuos de cosa impregnados <strong>en</strong> los<br />
dobleces del pantalón de los domingos. Cuando Marujina<br />
127<br />
Jesús María Cantalapiedra
La vuelta de W olf <br />
com<strong>en</strong>zaba a chillar él respondía: “No te preocupes, el año que<br />
vi<strong>en</strong>e me escayolo”.<br />
Y para qué hablar de los músicos de la banda. Hace unos<br />
años resbaló el del bombo, cayósele el instrum<strong>en</strong>to al suelo y una<br />
vez reiniciada la marcha, cada vez que aporreaba con el mazo de<br />
cuero la vejiga de la derecha, el semilíquido, impelido por la per-<br />
cusión, salpicaba a los espectadores a modo de agua b<strong>en</strong>dita pas-<br />
cual. Así ocurrió.<br />
128
22<br />
TODO LO QUE SIEMPRE<br />
QUISO SABER<br />
DEL MUNICIPIO Y NUNCA<br />
LE CONTARON<br />
Cuando ya p<strong>en</strong>saba que no iba a saber nada de Wolf, me escri-<br />
bió una larga carta, una carta vali<strong>en</strong>te <strong>en</strong> la que no se dejó nada <strong>en</strong><br />
el tintero. La misiva recordaba nostálgica sus años dedicado a la<br />
política, junto con las controversias municipales de la ciudad que le<br />
vio nacer. Espero que nadie se escandalice. Es un deber y un dere-<br />
cho poner las cartas boca arriba de una vez por todas. Wolf así lo<br />
desea. Caiga qui<strong>en</strong> caiga. Dic<strong>en</strong> que la democracia es el mejor de<br />
los males, pero ti<strong>en</strong>e grandes virtudes y una de ellas es la posibili-<br />
dad de hablar claro y alto. En liberté, egalité y fraternité.<br />
129<br />
Jesús María Cantalapiedra
La vuelta de W olf <br />
Así decía la epístola:<br />
Lieb Jesús: Die Poridadm<strong>en</strong> von Amilivi<strong>en</strong> sie presste<br />
d<strong>en</strong> Arm auf ihr<strong>en</strong> bauch, sie war völlig zusamm<strong>en</strong>gekrümmt<br />
und wimmwerte vor sich hin. Mir war schwindlig die Picar<strong>en</strong><br />
Justin<strong>en</strong> Plaz<strong>en</strong>. Mein gesicht fühlte sich klebrig und heiss an,<br />
meine lipp<strong>en</strong> schmeckt<strong>en</strong> nach salz und blut. Einer der Beamt<strong>en</strong><br />
blätterte in Annas Pass. Sie Kämpfte nass geschwitz geg<strong>en</strong> ihr<strong>en</strong><br />
Schmerz an und schluchzte vor Wut. ¡Rioj<strong>en</strong>!, ¡Bierz<strong>en</strong>!,<br />
¡Riber<strong>en</strong> von Duer<strong>en</strong>! ¡Priet<strong>en</strong> Picud<strong>en</strong>! Und auch, pimi<strong>en</strong>-<br />
t<strong>en</strong> von Fresn<strong>en</strong> von Vegaring<strong>en</strong>. Und auch die botill<strong>en</strong> und<br />
mantecad<strong>en</strong> von Astorg<strong>en</strong> die Maragatering<strong>en</strong>.<br />
!Feiglinge erbärmliche feiglinge! Ich bin schwedische sta-<br />
atsbürgerin. Meine liebe ist paisan<strong>en</strong> von Turci<strong>en</strong>. Er wird pro-<br />
test einleg<strong>en</strong>! Wart<strong>en</strong> sie nur. Ich werde die medi<strong>en</strong> einschalt<strong>en</strong>,<br />
berichte schreib<strong>en</strong>. Sie werd<strong>en</strong> seh<strong>en</strong>, sie werd<strong>en</strong> seh<strong>en</strong>... ¿Was<br />
ist dieser? ¿Rodrigat<strong>en</strong> von Obispaling<strong>en</strong>?<br />
Die beamt<strong>en</strong> scharrt<strong>en</strong> mit d<strong>en</strong> füss<strong>en</strong>. Die chines<strong>en</strong> hatt<strong>en</strong><br />
angst davor, in verruf zu komm<strong>en</strong> die strass<strong>en</strong> Sant Pir<strong>en</strong>. Auf<br />
tourist<strong>en</strong> ausgeübte konnt<strong>en</strong> die sympathie für d<strong>en</strong> tibetisch<strong>en</strong><br />
von Peñ<strong>en</strong> die Pedring<strong>en</strong> freiheitswil<strong>en</strong> im ausland nur stär-<br />
13
k<strong>en</strong>. Dess<strong>en</strong> war<strong>en</strong> sie sich bewusst. ¿Wie heisst du und wo<br />
wohnst?, fragte mich der kleine... ¡Er<strong>en</strong> von R<strong>en</strong>uev<strong>en</strong> und<br />
Auditoring<strong>en</strong>!<br />
¿Ein<strong>en</strong> falsch<strong>en</strong> nam<strong>en</strong> angeb<strong>en</strong> von alubi<strong>en</strong> von die La<br />
Bañez<strong>en</strong> und Veguellin<strong>en</strong> von Orbirg<strong>en</strong>? Nein, sie würd<strong>en</strong><br />
einer unwahrheit sofort auf die spur komm<strong>en</strong>. Ich zog von<br />
strass<strong>en</strong> Anch<strong>en</strong> und Barri<strong>en</strong> Humedering<strong>en</strong>.<br />
Wir werd<strong>en</strong> noch frag<strong>en</strong> stell<strong>en</strong><br />
doch erts hier hielt<strong>en</strong> zu geh<strong>en</strong>.<br />
Der inn<strong>en</strong>hof haus<strong>en</strong> B<strong>en</strong>it<strong>en</strong><br />
in meine Plaz<strong>en</strong> Mayoring<strong>en</strong>.<br />
Sí puedo decir que me impresionó su val<strong>en</strong>tía. Por fin<br />
algui<strong>en</strong> había contado la verdad. Y verdad solam<strong>en</strong>te hay una.<br />
Como todo el mundo sabe, la coyuntura incid<strong>en</strong>te <strong>en</strong> los sistemas<br />
131<br />
Jesús María Cantalapiedra
La vuelta de W olf <br />
democráticos no debe ser óbice ni cortapisa para el desarrollo<br />
relativo a esos parámetros de conjunciones por todos deseados.<br />
Debemos poner <strong>en</strong> valor diametralm<strong>en</strong>te los legados que here-<br />
damos de qui<strong>en</strong>es nos precedieron <strong>en</strong> la historia de este país<br />
europeo donde los haya.<br />
Como posdata me com<strong>en</strong>taba cosas de carácter familiar que<br />
no vi<strong>en</strong><strong>en</strong> a cu<strong>en</strong>to.<br />
132
ÍNDICE<br />
133<br />
Jesús María Cantalapiedra<br />
Prólogo............................................................................................ 9<br />
Nota del autor .............................................................................. 13<br />
Pepitos de Ternura ........................................................................ 15<br />
Azafata de altos vuelos..................................................................21<br />
On Line ..........................................................................................25<br />
De toda la vida ..............................................................................29<br />
A propósito de garbanzos ..............................................................35<br />
Contra una sebe..............................................................................39<br />
Presid<strong>en</strong>te de escalera....................................................................43<br />
Se necesitan v<strong>en</strong>dedores agresivos................................................47<br />
Serio pregón ..................................................................................53<br />
Elogio de la siesta..........................................................................57<br />
Lucha periodística..........................................................................61<br />
Vivir adosados................................................................................67<br />
Una de tristura................................................................................73<br />
Móviles ..........................................................................................79<br />
Marinero <strong>en</strong> apuros........................................................................85<br />
A propósito del vino ......................................................................93<br />
Una posada muy regia<br />
(o el misterio de la patilla desaparecida) ......................................99<br />
... seguido de un vino español ....................................................105<br />
Eres mi<strong>en</strong>tras estás ......................................................................111<br />
Advert<strong>en</strong>cia de legalidad ............................................................117<br />
Cagadonas oficiales ....................................................................123<br />
Todo lo que siempre quiso saber<br />
del municipio y nunca le contaron ..............................................129